sábado, 27 de octubre de 2018

El fascismo

Pedro Luna. El baile de las enanas



El próximo domingo es la segunda vuelta de la elección presidencial en Brasil. Como todo el mundo lo ha señalado, quizás la más importante de todas las que se hayan realizado en los últimos treinta años.

Trascendentales porque lo que en ella se juega es nada menos que la posibilidad de que la ultraderecha se haga de la presidencia de la nación más grande y poderosa de Sudamérica.

Lo que entonces se defina, marcará inevitablemente una tendencia en el resto del subcontinente.

En efecto va a ser determinante en la conformación de una correlación de fuerzas y por tanto, las condiciones en que nuestros pueblos continuarán –como siempre lo han hecho- luchando por sus derechos y por la ampliación de la democracia.

La esperanza que representó Macri para las burguesías criollas se ha ido desvaneciendo y su condición de títere del FMI, el imperialismo norteamericano y los especuladores financieros -que se siguen enriqueciendo a costa de la soberanía del país-, es indisimulable.

Los límites racionales y materiales de las recetas neoliberales son evidentes para cualquiera al ver cómo una y otra vez, su gobierno pide créditos para pagar otros anteriores y garantizar las ganancias de prestamistas y banqueros, así como la oleada de protesta social e inestabilidad política que ello genera.

En el resto de América hay procesos políticos en desarrollo todavía. Hay movimientos sociales y organizaciones dispuestas a movilizarse aunque momentáneamente dispersas. Fuerzas de izquierda con capacidad de articular oposición política parlamentaria, conducir organizaciones de masas y disputar gobiernos locales. 

Asimismo, la posibilidad de una nueva recesión, aún más grave que la del 2008, augura escenarios de conflictividad social y de contradicciones interburguesas en todo el continente.

La incapacidad de derrocar –pese al sabotaje político, diplomático, económico y las amenazas de intervención militar sistemáticas- al gobierno bolivariano del Presidente Nicolás Maduro, aumentan la agresividad de las burguesías latinoamericanas y el gobierno norteamericano.

El surgimiento de la amenaza fascista en el Brasil, entonces, no es un hecho fortuito y aislado. Tampoco –como muchos representantes de la izquierda “librepensadora” han divulgado profusamente- producto de la inconsecuencia de los gobiernos “progresistas” de las últimas dos décadas.

Es una manifestación de la lucha de clases. De la ofensiva de la burguesía para hacerse del poder en todo el continente y asegurar sus pingües ganancias en un escenario de crisis.

Gobiernos títeres como el de Temer, Macri o Kuczinsky no han sido capaces. Esa es la razón para que un ultraderechista con discurso misógino, racista, homofóbico y militarista como Bolsonaro, pueda disputar con reales posibilidades la presidencia de Brasil.  

En efecto, cuando las clases y grupos hegemónicos son incapaces de organizar racionalmente la convivencia humana, pues la política que aplican y sus resultados van dejando de manifiesto lo absurdo del capitalismo, no hay más posibilidad para estas que el recurso a la irracionalidad y a la fuerza bruta.

Recurrir al miedo, la desconfianza; apelar a supuestos valores provenientes de una posición de supremacía racial, de género o a creencias religiosas, prejuicios morales y culturales o al discurso facilón del “jefe” o del “líder”.

Esa es la política cultural de la derecha y la última barricada del modelo. No son exhabruptos de un personaje grotesco como lo es Bolsonaro en Brasil o Trump en los Estados Unidos. Es el resultado de la aplicación del modelo y su naturalización como límite de todo progreso humano posible.

Ello lleva a nuestras sociedades a que no se cuestionen acerca de los fines, los principios de la convivencia social y política ya que todo ha sido entregado a los automatismos del mercado. 

Esta supuesta “desideologización” de la sociedad –que es en realidad la realización práctica de la ideología de las clases dominantes- se manifiesta con singular fuerza en lo que suele llamarse “la clase media". 

El resultado de la primera vuelta en Brasil y antes, de las elecciones parlamentarias en Argentina, demuestran el peso político que pueden llegar a tener y el riesgo que implica su desideologización.

Para ello, las clases dominantes han contado eso sí con una maquinaria de medios de comunicación impresionante. Probablemente la más grande y sofisticada de toda la historia. Igual que en el siglo XX, cumple el papel de vaciar las conciencias, de embrutecerlas, transformándolas en meros repositorios de información carentes de contenido o cuyo contenido no es más que la confirmación de su valor de verdad.  

El fascismo en Brasil, y en cualquier parte del mundo, no es un fenómeno simple y la manera de enfrentarlo tampoco. No se puede ser neutral pues su naturaleza es esencialmente clasista. Su sentido es garantizar la posición de dominio de ciertas clases y sostener la exclusión de todo aquello que sea diferente o peligroso; de aquello que  lo ponga en cuestión. 

Se apoya, como se ha señalado anteriormente, en capas sociales extraordinariamente difusas que se definen más por lo que no quieren ser o por lo que aspiran que por su situación objetiva. Grupos sociales seducidos por la posibilidad de ser algún día lo que no son y con un terror supino a no ser excluidos nuevamente. 

Es necesario, entonces, doblar los esfuerzos por desarrollar una crítica cultural al modelo; por oponerle otros valores, otras prácticas pero especialmente otros fines. Señalar que otro tipo de sociedad es posible. Criticar los valores dominantes con un sentido de reforma material que señale objetivos y adversarios.

Entre ellos, quizás uno de los más importantes, el de "la seguridad", que ha sido una excusa para el control en escuelas y lugares de trabajo, y no solamente en barrios.

En segundo lugar, ir a la disputa del sentido común, que expresa la llamada "clase media". Disputarla al fascismo. Las luchas por el derecho a la educación, la cultura; los derechos de la infancia y los ancianos, asediados por el miedo a la indigencia. Trabajadores temerosos hoy en día, dispuestos a dejarse seducir por cualquier promesa tranquilizadora en el futuro. 

Politizar todas las luchas y sacarlas de los microespacios de la resistencia a nivel local para darles un sentido de transformación global. Legitimar la política, la participación y la acción del Estado, precisamente lo contrario de lo que hace el fascismo con su prédica beata sobre la corrupción que mete a todos en el mismo saco. 

Finalmente, sea cual fuere el resultado de la elección del domingo, es necesario superar el estado actual de dispersión de las fuerzas políticas y sociales del pueblo para enfrentarlo y continuar la lucha por la democracia y sus derechos en América. Dispersión en pequeñas luchas; en reivindicaciones que no confluyen en programas nacionales.

De organizaciones y referentes políticos que expresan a diferentes movimientos, clases y grupos sociales que aún compartiendo su situación de excluidos, discriminados o explotados, provienen de diversas experiencias históricas, generacionales, tradiciones doctrinarias, estéticas y culturales.

martes, 2 de octubre de 2018

Continuidad de la lucha por la democarcia



Equipo Crónica. El intruso

Este mes se conmemoran treinta años desde el triunfo del NO en el plebiscito. Ha sido una conmemoración no exenta de polémicas originadas por la pretensión del presidente de la DC Fuad Chaín y de su par del PR, Carlos Maldonado, de realizarla solamente con los partidos de la extinta Concertación de Partidos por la Democracia.

Lo que entonces sucedió, aunque todavía es objeto de interpretaciones, es que los militares se retiraron de las funciones de dirección del gobierno y comenzó el proceso de traspaso de éstas a los civiles, lo que se conoció como "transición a la democracia".

Lo cierto es que, pese a lo anterior, la Constitución que nos rige sigue siendo la misma aprobada por la dictadura mediante un plebiscito fraudulento; el modelo económico de libre mercado o neoliberalismo, constituye aún la base sobre la que descansa nuestra cultura -caracterizada por el individualismo, la competencia, el emprendimiento privado y la mercantilización de las relaciones sociales- así como la impunidad de los más connotados criminales de nuestra historia como país.

El año 2011, sin embargo, explotaron las movilizaciones de masas más importantes desde el retorno a la democracia. Estas, por cierto, no surgieron de la nada. Fueron expresión de las contradicciones propias de la transición y que se manifiestaban ya desde los años noventa del siglo pasado en todos los ámbitos de la vida nacional y de muy variadas maneras.

El pueblo se movilizó masivamente -aún con una buena dosis de espontaneismo- en contra de la mercantilización de la vida social y el lucro; por el derecho a la educación; la defensa de nuestros recursos y las empresas estatales -como ENAP y CODELCO-; en contra de proyectos energéticos que destruyen el mediomabiente y deterioran la calidad de vida de poblaciones enteras. En contra del centralismo y el abandono de vastas zonas del territorio nacional en beneficio de los ámbitos más rentables de la actividad económica.

De la misma manera por más democracia y participación, lo que se expresaba en todas las movilizaciones en la exigencia de una nueva Constitución.

Lo que entonces sucedió no fue un paréntesis en nuestra somnífera transición,si bien tampoco fue "el derrumbe del modelo", frase mediática y efectista aunque confusa y desmovilizadora .

Fue expresión de sus grietas, de sus efectos excluyentes, y de los límites de la institucionalidad política vigente para procesarlas y resolverlas, así como de la estrechez de la "democracia de los acuerdos" para incluirlas y representarlas.

A comienzos de la transición, sólo por poner un ejemplo, el gobierno de Patricio Aylwin prohíbe el ingreso del grupo de rock inglés Iron Maiden; la iglesia impide la difusión e implementación de las JOCAS, iniciativa de educación sexual del ministerio de educación; se aprueba el co-pago o financiamiento compartido en educación escolar. Más tarde, la libreta de ahorros para la educación superior, los créditos CORFO y el CAE; los multifondos de las AFP's y la autorización para invertirlos en acciones en el exterior; la evaluación docente y después, la ley 20501, que rigen el desempeño laboral de los docentes en la educación pública.

Lo del 2011, es como un acto de control social con efecto retardado; un abrupto despertar de la sociedad al comprobar que las promesas de la transición no solamente no se cumplieron sino que se convirtieron en su contrario: autoritarismo, conservadurismo moral, encarecimiento del costo de la vida -producto de la privatización de los servicios,incluidas las carreteras-, endeudamiento, pérdida de poder de negociación de los sindicatos y las organizaciones sociales; deterioro del medioambiente y contaminación.

Por esa razón cambia la situación política del país. Lo que hasta entonces eran posiciones y banderas sostenidas por la izquierda -el PC, pequeños colectivos universitarios, algunos parlamentarios y dirigentes sociales de la Concertación,y dirigentes sindicales de diversos sectores políticos-, se transforma en demanda de la sociedad; cambio al sistema electoral, plebiscito por una nueva constitución; reforma tributaria, recuperación del derecho a la educación. Más tarde cambios al sistema previsional y la legislación laboral. 

El sistema de partidos y las alianzas que lo sustentan hace crisis y surgen la Nueva Mayoría y el Frente Amplio, precisamente como expresiones de esta crisis que le impone el binominalismo y la política de los consensos a los sectores democráticos en tanto camisa de fuerza que les impide desplegar una agenda auténticamente democratizadora y reformista y en la derecha, comienza el declive de la hegemonía conservadora del catolicismo y la UDI.

El malestar social se empieza a manifestar y esa incapacidad de la institucionalidad política contenida en la Constitución del 80 de resolverlo, en el aumento de las contradicciones y desacuerdos entre sus representantes –gobierno, partidos políticos, parlamentarios, jueces, periodistas y comunicadores sociales e instituciones morales y religiosas-.

Es decir, el riesgo para el sistema de que ese malestar explote nuevamente, como el 2011, es todavía mayor. Y el sistema político -tal como lo han señalado Genaro Arriagada y otros representantes políticos e intelectuales del liberalismo concertacionista-  es precisamente el pistón que podría conducir la presión que ejercería ese malestar sobre el modelo, tal como lo fue la salida pactada de la dictadura militar hace treinta años mediante un plebiscito. 

Pero esa solución no habría sido posible a no ser por la exclusión de la izquierda y las organizaciones sociales de la dirección del proceso de recuperación democrática. Es la razón para que importantes dirigentes de partidos de la NM planteen abiertamente la exclusión del PC y del FA de las conmemoraciones del triunfo del NO; no por lo que este acontecimiento significó -lo que sigue siendo objeto de controversias- sino por el significado de la coyuntura actual y el riesgo que implica para los defensores del sistema neoliberal, las grandes empresas y las no tan grandes que se han visto beneficiadas en los últimos treinta años, con los abundantes traspasos de fondos del Estado al sector privado mediante subsidios, fondos concursables y tercerización de sus funciones, sector en el que abundan los nuevos ricos de la transición.