Juan Dávila. Histerical tears, 1979 |
La
política, en la actualidad, esta enredada y viscosa. Es como una sopa en que
todo es mas o menos lo mismo.
El medio mas propicio para el surgimiento de las
provocaciones, los discursos de odio y los comportamientos violentos que
caracterizan a la ultraderecha. Ciertamente, en este medio tan pegajoso la pura estética se transforma en
una razón mucho más poderosa para diferenciarse y tomar partido.
Y lo peor de todo es no solamente que un
personaje tan bizarro como Kast haga gala de esa manera irracional y básica de
concebir la política.
Lo realmente preocupante, es que dirigentes
políticos que se autodefinen de centroizquierda, comiencen a cimentar su
discurso y propuestas con los mismos tópicos de la derecha: la seguridad, la
inmigración, el crecimiento económico, todo ello embellecido con retórica progre.
O en versiones más sofisticadas, insistir majaderamente en todos los buenismos pasados por la juguera: ambientalismo, animalismo, feminismo, veganismo, etcétera, etcétera, etcétera.
O en versiones más sofisticadas, insistir majaderamente en todos los buenismos pasados por la juguera: ambientalismo, animalismo, feminismo, veganismo, etcétera, etcétera, etcétera.
¿Es que la izquierda no tiene principios, historia ni tradición que la legitimen?
Ante un gobierno que naufraga prematuramente,
en el fracaso y la indigencia política, aparentemente algunos suponen que lo
único que se necesita es ingeniería electoral para disputar la dirección del
gobierno en las próximas elecciones y un par de buenos publicistas.
Y en el extravío de su nulidad doctrinaria y política, varios salvavidas le han lanzado para
auxiliar su agenda legislativa, haciendo uso de un lenguaje muy poco creativo, lleno de clichés y frases noventeras, que apenas logran ocultar la abdicación y el reconocimiento de su derrota.
Y en las materias donde realmente ha habido una
abierta contradicción con la derecha, y que han generado la más amplia unidad de la oposoción, que son el proyecto de rebaja de la jornada
laboral a cuarenta horas; la nacionalización del litio y la anulación de la ley
de pesca, proyectos por lo demás que cuentan con un amplio respaldo y
legitimidad social, excepto un par de conferencias de prensa, nada.
La derecha lo ha comprendido muy bien por cierto. Y por esa razón ha anunciado requerimientos ante el TC. Y difama y enreda, censura, miente sin pudor y si las cosas se ponen difíciles reprime violentamente y sin complejos.
Que la derecha pretenda resolverla en la institución más retrógrada y antidemocrática del sistema político, hecha precisamente para resguardar los intereses de clase de los empresarios no tiene nada de extraño. Hasta ahora le ha funcionado bastante bien.
Lo insólito es que alguien crea, después de treinta años del fin de la dictadura militar, que esto se pueda resolver en el Congreso, aún sin designados, vitalicios, y sin binominal. Incluso si se rebajaran los megaquorums acordados por Aylwin y Cáceres el 89, seguiría siendo imposible.
Ciertamente todas las reformas políticas que se han hecho al Congreso eran necesarias y sólo algún adolescente de cincuenta años -porque los de ahora son bastante más indiferentes- podría negarlo.
Pero si no van acompañadas de la más intensa, permanente y multiforme expresión de movilización, efectivamente, ni el mejor congreso será capaz de cambiar esta situación tan amorfa y estática. Pero ojo, no bastan un par de buenas consignas y conocer los desencantos del sufrido pueblo chileno.
No se trata de identificar las reivindicaciones más sentidas -las que son archiconocidas a estas alturas y manoseadas hasta lo pornográfico- ni de ponerse a tono con la novedad del año, búsqueda en la que han surgido y fenecido decenas de proyectos políticos del noventa a esta parte.
Se trata de mostrar caminos, sin avengorzarse por la opinión de la academia. De señalar que otra sociedad es posible, sin sentarse a esperarla o a prepararse para ella en pequeñas luchas locales.
Se trata de unir, de coordinar, de legitimar a las organizaciones sociales y los partidos. De trabajar por la unidad más amplia mientras no seamos mayoría.
A los que sigan creyendo que solos, a través de su "fortalecimieno interno" o a través de alianzas electorales circunstanciales y aprobando cualquier bodrio en el congreso, van a ser mayoría algún día para derrotar al modelo, les aguarda un largo camino, camino además que puede terminar en un páramo y no en la gloria.
Lo insólito es que alguien crea, después de treinta años del fin de la dictadura militar, que esto se pueda resolver en el Congreso, aún sin designados, vitalicios, y sin binominal. Incluso si se rebajaran los megaquorums acordados por Aylwin y Cáceres el 89, seguiría siendo imposible.
Ciertamente todas las reformas políticas que se han hecho al Congreso eran necesarias y sólo algún adolescente de cincuenta años -porque los de ahora son bastante más indiferentes- podría negarlo.
Pero si no van acompañadas de la más intensa, permanente y multiforme expresión de movilización, efectivamente, ni el mejor congreso será capaz de cambiar esta situación tan amorfa y estática. Pero ojo, no bastan un par de buenas consignas y conocer los desencantos del sufrido pueblo chileno.
No se trata de identificar las reivindicaciones más sentidas -las que son archiconocidas a estas alturas y manoseadas hasta lo pornográfico- ni de ponerse a tono con la novedad del año, búsqueda en la que han surgido y fenecido decenas de proyectos políticos del noventa a esta parte.
Se trata de mostrar caminos, sin avengorzarse por la opinión de la academia. De señalar que otra sociedad es posible, sin sentarse a esperarla o a prepararse para ella en pequeñas luchas locales.
Se trata de unir, de coordinar, de legitimar a las organizaciones sociales y los partidos. De trabajar por la unidad más amplia mientras no seamos mayoría.
A los que sigan creyendo que solos, a través de su "fortalecimieno interno" o a través de alianzas electorales circunstanciales y aprobando cualquier bodrio en el congreso, van a ser mayoría algún día para derrotar al modelo, les aguarda un largo camino, camino además que puede terminar en un páramo y no en la gloria.