jueves, 10 de abril de 2025

Los besaculos

Hans Holbein. Retrato de Enrique VIII. 1540
                                            

Haciendo gala del estilo impertinente y soez que lo caracteriza, el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, declaró que todos los gobiernos que -tras su anuncio unilateral y matonesco de subirle los aranceles solicitaron volver a negociar- ahora se disponen a besarle el culo. Justamente, la receta que propone la derecha para enfrentar el nuevo escenario que, a su pesar y en sus propias palabras, cambia por completo el que había predominado en los últimos treinta años. 

Las diferencias que se pueden apreciar entre sus filas, no van más allá de un matiz sentimental que va de una pantomima de indignación (Matthei) a una abierta satisfacción (Kast), pasando por los llamados a la cautela y la expectativa ante las posibilidades de desarrollo de la nueva situación que motiva su estupefacción (Kaiser). En el colmo de la  abyección a la que la ha arrastrado su defensa de los ricos y los poderosos, todos los candidatos de la derecha coinciden en comportarse como las mascotas que son y hacer lo que su patrón sugiere: besarle el culo y ofrecer al gobierno, incluso, a sus equipos de economistas "expertos" para hacerlo. Se escandaliza porque el presidente Boric, dijo en India que Trump se comporta como un emperador y lo peor, se aterra ante la posibilidad de que se moleste por ello. 

Su falta de dignidad no puede ser más grotesca. Y más grotescos aún, sus arrebatos de molestia con el Presidente, mientras Trump los basurea a ellos y a todos los seguidores de la letanía neoliberal del libre comercio que siempre favoreció a los poderosos, cuestión que ellos, súbitamente, descubren recién cuando empieza a afectar a sus patrones. Esa indignación, en todo caso, no pasa de ser puro sentimentalismo en la medida que su compromiso ideológico y de clase con el imperialismo, les impide ver sus fundamentos materiales y proponer otras soluciones que no sean "besarle el culo". 

Estas obviamente, si es que realmente se propusieran ir más allá de la mera sensiblería, debieran proponerse la recuperación de nuestra soberanía y limitar nuestra dependencia de los vaivenes del mercado internacional. Este, según sus propias declaraciones, comienza a fragmentarse y partiendo por los Estados Unidos, cada país, a cerrar sus fronteras, al menos hasta que los sollozos de las viudas de la globalización comuevan a Trump y su séquito para  volver a abrirlas o en caso contrario, buscar nuevos socios, en caso de que quede alguno disponible en este nuevo escenario. 

Esta transformación que demuele en un abrir y cerrar de ojos las bases materiales de sus convicciones doctrinarias e ideológicas y que deja al desnudo los fundamentos morales, culturales y de clase de su posición política, debe ser una oportunidad para desplegar un proyecto de cambios profundos de la sociedad basados en la recuperación de nuestra soberanía económica; disminuir nuestra dependencia de las materias primas y utilizarlas como fuente de creación y fortalecimiento de la industria nacional y el empleo. Asimismo, la recuperación de los salarios y que sean éstos, y no el endeudamiento -origen de burbujas y fraudes que se urden a costa de los consumidores-, la fuente de donde provenga la dinamización del consumo y el mercado interno. 

En este nuevo contexto en que el imperalismo se saca la careta y la prédica, casi misionera, acerca de las bondades del libre comercio dejan su lugar a la reivindicación de su vocación hegemonista y expoliadora, la integración de los países latinoamericanos se hace más urgente que nunca y por consiguiente, también el combate en contra del neofascismo criollo que insiste en hacerle genuflexiones y dar muestras de su buena conducta servil. Cuando la derecha lo único que ofrece es profundizar las bases excluyentes, inequitativas, y rastreras de su política, lo más patriótico y progresista es la superación definitiva del neoliberalismo político, económico y cultural, sin medias tintas. 



sábado, 5 de abril de 2025

Instrucciones para enfrentar al fascismo


Kurt Schwiters. MZ 318 CH., 1921 (collage)


Si hay algo en lo que prácticamente todos los sectores políticos que no son de derecha coinciden, es en el peligro que representa el fascismo hoy por hoy. Las demostraciones ya son demasiadas y demasiado evidentes como para seguir considerando a sus representantes como Milei, Bolsonaro o la dupla KK, simples radicales o fanáticos que perdieron la chaveta. Eso ya es un paso adelante. La idea de realizar una primaria lo más amplia posible en ese sentido se va abriendo paso, lo que también representa un avance. 

La irrupión del fascismo, además, desordena a la derecha tradicional, de manera tal que deambula entre una más que sospechosa tolerancia con éste, la reivindicación de sus matices y una abierta renuncia a sus pasadas afirmaciones democráticas y de respeto por los Derechos Humanos -por falsas que fueran-. Chile Vamos se mueve entre la "motosierra" y la "podadora", según las circunstancias, el cálculo electoral y los intereses en juego.

Las políticas impulsadas por el jefe internacional de esta banda, Donald Trump, desarman en pocas horas, además, sus antiguas creencias y principios doctrinarios sin que sus epígonos criollos acierten a articular una sola frase para comentarlas -así como el batallón de economistas liberales que cita El Mercurio diariamente- excepto para ver oportunidades en nimiedades que les permitan seguir sosteniéndolas mientras se caen a pedazos o decir "podría haber sido peor". 

Lo único que le queda es su odio por los pobres; su atávico miedo a las clases trabajadoras; a los excluídos y excluidas y su defensa del repertorio de valores más anacrónico posible, que son lo único que sostiene su posición de dominio en nuestras sociedades actualmente a falta de doctrina, propuestas y acciones consistentes. Trump mismo es un ejemplo suficientemente elocuente al respecto.

El fascismo es, pues, no una anomalía del sistema democrático ni una amenaza que proviene del exterior sino el resultado del neoliberalismo, su última trinchera, el único argumento que le queda para sostenerse. En este sentido, el desconcierto que a muchos aqueja en la hora actual no es otra cosa que una manifestación de la naturalidad con la que los pincipios del neoliberalismo fueron asumidos en el pasado: la privatización, la apertura comercial, la desregulación de los mercados y la flexibilización del trabajo. 

No se puede combatir al fascismo, entonces, sin oponerle al repertorio de reproducciones remasterizadas del neoliberalismo que propone, incluida su obsesión por el control y la seguridad, una alternativa que salga de los bordes que éste implantó en los últimos treinta años, y que por cierto excluyen los derechos de los trabajadores a la negociación colectiva y a una huelga efectiva. También la posibilidad de que la sociedad asuma la organización racional de las vidas de los seres humanos y sus relaciones con la naturaleza, entregadas a la supuesta "mano invisible" del mercado. Los derechos humanos de migrantes, pueblos indígenas, mujeres y disidencias sexogenéricas (primeras víctimas sacrificiales del fascismo según lo han declarado y demostrado prácticamente en todos los países en los que ha llegado al poder). 

Por cierto, no se trata de un debate de "ideas", que se expresarían simplemente en el lenguaje de la amistad cívica y de un consenso que por todo lo dicho es absolutamente imposible; se trata de una intensa lucha política y de masas por la hegemonía cultural, por los valores que debieran inspirar a la sociedad a la que aspiramos todos quienes estamos dispuestos a enfrentar al fascismo. 

El rol del sindicalismo, del movimiento social y los partidos democráticos es precisamente señalar esta inconsistencia de la derecha y movilizar a la sociedad en función de detener esta oleada fascista y llenar de contenido concreto esa oposición -no de valores abstractos de una dudosa moralidad que lo mismo dan para declararse antifascista que para oponerse al derecho a huelga. Restarse en la hora actual de esta lucha política y social puede significar la desaparición de históricos referentes del progresismo y por el contrario, asumirla como el desafío principal de la coyuntura, una oportunidad para empezar a construir el movimiento popular que en el siglo XXI pueda volver a abrir las grandes alamedas. 


miércoles, 2 de abril de 2025

El ladrón persiguiendo al juez


Rembrandt van Rijn. Los sindicos de los pañeros de Staalmeesters. 1662


La situación del Poder Judicial, se caracteriza por un desprestigio que ha descendido a niveles de conventillo, de modo tal que quienes están llamados a administrar justicia aparecen involucrados en truculentas tramas de tráfico de influencias, pago de favores y corrupción. Incluso altos magistrados conceden entrevistas para descartarse, dar explicaciones o señalar su desconocimiento, cuando es precisamente para lo contrario para lo que la sociedad y el sistema político los ha puesto en esa posición. 

La fiscalía se ha transformado en el último tiempo, en epicentro de esta crisis y corazón de la cloaca en que se ha convertido. Es evidente que no trata de la misma manera a todos a los que investiga.  A unos los persigue y expone con los pretextos más inverosímiles, incluyendo sospechosas y "oportunas" filtraciones imposibles de explicar, que contrastan con el secretismo con el que otros y otras son tratados. La colusión entre ésta y los medios es, pues, más que sospechosa, característica esencial de la crisis, y sólo un republicanismo acartonado es capaz de defender todavía estas instituciones decadentes y su hipócrita independencia, sin sonrojarse siquiera.

Así las cosas, no tiene nada de rara la proliferación de hipótesis y recetas de solución que se manifiestan luego en lo que eufemísticamente suele llamarse "dispersión" o "fragmentación" del sistema político, “mal” que pretenden resolver algunos honorables, haciéndolo más restringido, eliminando la competencia y la disidencia que provoca semejante corral, en lugar de reformar las instituciones y remover de las altas responsabilidades para las que han sido asignados, a los responsables de este vergonzoso espectáculo que ya colmó la paciencia de la opinión pública, que por lo demás es sólo uno de sus síntomas más evidentes.

Para la derecha tradicional y también para algunos dizque “progresistas” que le temen más a la transformación que al autoritarismo y burocracia del actual sistema político, el clasismo y arbitrariedad del sistema judicial y el uso y abuso que de él hace la empresa privada, la solución no es otra que reproducir esas mismas características del sistema político, económico e institucional vigente. De esa manera, aparece ante los ojos de cualquiera protegiéndose a sí misma y a la elite económica que se ha beneficiado de esta cuestionada institucionalidad, pese a toda la evidencia disponible de su incapacidad para seguir organizando la vida social.

Luego, no tiene nada de raro que las recetas facilonas de la ultraderecha y el fascismo seduzcan a masas despolitizadas que primero no entienden razonamientos tan abstrusos que pretenden decir que restringir la participación, el pluralismo y la competencia política, van a mejorar la calidad de la democracia y luego, las rechazan como demostración del encapsulamiento del régimen político y la defensa corporativa que de él realizan sus miembros a los que por esa razón se moteja de modo impreciso “clase política”, asignándoles una independencia demasiado benevolente cuando en realidad se trata de simples funcionarios pagados de las grandes empresas, como ha quedado demostrado ya innumerables veces (casos PENTA, CORPESCA, SQM, ISAPRES, etc.).

Quienes tienen la osadía de denunciarlo, son rápidamente acallados; motejados como anárquicos, disolventes, populistas, autoritarios, chavistas, castristas, intolerantes y un rosario de epítetos que sólo demuestran el temor de quienes todavía defienden el orden de cosas actual. Epítetos que procuran dar la impresión de una situación de aparente equilibrio de fuerzas que solo favorece a los fascistas que intentan asimilarse a las fuerzas políticas que legítimamente pretenden disputarse la conducción del gobierno, contando eso sí con la cándida colaboración de un progresismo exánime frente a las tareas de transformación política y social que reclama la hora actual.