Tiempo
de definiciones para la sociedad
Marinus Van Reimerswaele. El comerciante y su mujer |
Una vez concluido lo que dio en
llamarse el primer tiempo de la administración de la presidenta Bachelet, hubo un
cambio notorio en la situación política del país. En efecto, han reaparecido en
todos los medios, los protagonistas de la denominada “democracia de los
acuerdos”.
Obviamente los acuerdos no son, para
ellos, los que se alcanzan al interior de la coalición con la que se ganó las
elecciones presidenciales; la que hizo posible elegir diputados y senadores,
nombramientos en la administración pública y el aparato del Estado. Ni tampoco
con las organizaciones y el movimiento social.
En efecto, como lo sugieren todos los
protagonistas de la transición y la política de los consensos, son acuerdos con
quienes están fuera de la coalición y se han manifestado brutalmente en contra
de lo que la mayoría de los electores respaldó. Resulta francamente absurdo que
quienes obtuvieron a duras penas un tercio de los votos en los últimos comicios, emplacen a rediseñar los proyectos
de reforma desde cero.
Más absurdo es, en todo caso, que
considerando esa correlación de fuerzas, haya quienes supongan y postulen que son
necesarias alianzas fuera de la Nueva Mayoría para darles legitimidad.
Lo lógico sería, en cambio, preguntarse
cuál es el sentido de la coalición hoy por hoy y oponerle una propia respuesta.
De acuerdo a lo declarado por los dirigentes de todos los partidos de la Nueva
Mayoría, incluido Gutenberg Martínez quien incluso le puso fecha de término, sería
la misma que el 11 de marzo de este año: la implementación del programa
comprometido con la ciudadanía.
Ese es el desafío actual de la Nueva
Mayoría, tras lo cual debiesen cerrar fila todos quienes militan en los
partidos que la conforman, los dirigentes y movimientos sociales interesados en
las reformas tributaria, educacional, laboral, constitucional, al sistema de
pensiones, dejando al mismo tiempo a los empresarios y la derecha en su
posición de minoría política, social, moral y cultural.
Ello no obsta, por supuesto, a que apelando
a su autonomía y en función de sus propias reivindicaciones, el movimiento
social aspire a incorporar elementos a las reformas que las enriquezcan en
contenido y respaldo , situación que los partidos políticos debiesen atender,
expresar y procesar en el Estado y las instituciones en un diálogo franco y de
respeto mutuo.
No para otra cosa fue la lucha contra
la dictadura hace ya veinte o treinta años y por la cual todavía hoy se aspira
a tener una democracia plena.
No es extraño, en este sentido, que las
encuestas señalen persistentemente que, pese a los altos niveles de aprobación
y respaldo al gobierno y la Presidenta de la República, estos mismos hayan
caído en el caso de algunas de las medidas contenidas en su programa.
Eso pues las encuestas son apenas un
sucedáneo de las aspiraciones y demandas más profundas de una sociedad. Son, más bien, la
expresión de fuerzas que están disputando permanentemente su simpatía y la subjetividad de hombres y mujeres, jóvenes, ancianos y niños. Por lo tanto, es como si a través de un promedio
obtenido mediante técnicas estadísticas, se expresara la capacidad de un sector
determinado para influir en la opinión pública, lo que podría denominarse “el sentido
común”.
Lamentablemente, a las inconsistencias
y falta de convicción con las reformas de algunos sectores que no son de
derecha e incluso en algunos casos, son parte de la Nueva Mayoría, se debe
sumar la de quienes compartiendo que se deben realizar, han planteado tantas
dudas y reparos frente a éstas, que finalmente han sido hechas aparecer por la
oposición y los empresarios, como políticas sin respaldo y por lo tanto, como
una posición tan débil que basta con insistir
majaderamente en su “torpeza” y falsificar su contenido, para tumbarlas
a través de un par de encuestas.
Es precisamente ese espacio de
ambigüedad el que ha facilitado en el último mes solamente, la recomposición o
al menos los intentos, del bloque de los consensos y que hegemonizó la
transición con tan buenos dividendos para los empresarios, los violadores de
los Derechos Humanos que hasta la actualidad se mantienen impunes, los
comerciantes de la imagen, la publicidad y la entretención masiva.
Ambigüedad que cruza todo el espectro
político y de la que algunos han hecho su trinchera: comunicadores sociales y
periodistas que han hecho de ella una supuesta objetividad que los erige en
jueces de la política y la sociedad; intelectuales y personalidades académicas
descomprometidas que se ocultan tras la aparente pureza de sus ciencias; dirigentes sociales que
transitan entre el maximalismo y la reivindicación más trivial guarecidos tras
una presunta “autonomía”; y aspirantes a líder político que la usan como
táctica para mantenerse siempre vigentes en las turbulentas aguas de la
situación política.
El segundo tiempo de la actual
administración, por lo tanto, debiera ser un período en el que se consoliden
las posiciones y se confirmen las voluntades de todos los actores, políticos y
sociales.
No se trata, por cierto, de ser
grandilocuentes ni de radicalizar posturas; se trata simplemente de impulsar los
cambios que viene demandando la sociedad desde hace tiempo -y no precisamente a
través de las encuestas sino desde la calle y las urnas- y consolidar las
reformas contenidas en el programa de Gobierno.
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