Todos los artículos, columnas de opinión, declaraciones de
dirigentes políticos de derecha y liberales, líderes empresariales e
intelectuales conservadores, tratan la desconfianza y el deterioro de las
expectativas y legitimidad como el problema principal de nuestra sociedad hoy
por hoy. En estos días, a través de un documento suscrito por cincuenta
personalidades entre las que se cuentan ex ministros del gobierno de Piñera y
también de la Concertación.
Ello en medio de los escándalos por los casos de colusión de
las empresas que entre otros han tenido como efecto, la salida de Eliodoro
Matte del CEP, del directorio de la CMPC y la CPC y de Hernán Büchi, del de
SQM. Hay que agregar a esto, el escándalo que protagoniza el otrora prohombre
de la UDI Pablo Longueira quien habría actuado en el trámite de la ley del
royalty como recadero de dicha empresa en la redacción de la ley.
Los líderes en cuestión, precisamente los responsables del
diseño y construcción de nuestra sui generis democracia y el sistema económico
y social que nos rige desde inicios de los años noventa, señalan a grandes
rasgos, la desconfianza en las instituciones; en la empresa privada; las
críticas al lucro -ergo, de la competencia- como factor del crecimiento y la
creación de empresas y por tanto de fuentes de trabajo; del mercado como
asignador de bienes y servicios.
Lo que estos diagnósticos señalan entonces, es un desajuste
entre el sentido común dominante o lo que es lo mismo, la ideología dominante y
la subjetividad del chileno promedio: entre lo que dice el discurso público y
lo que siente el ciudadano de a pie. Prueba de ello es la masiva movilización
convocada por la CUT el 22 de marzo. Cien mil personas marchando por las calles
de Santiago, según cifras entregadas por la central, unas quinientas mil a
nivel nacional. El silencio de la prensa al respecto, incluidos medios
supuestamente “alternativos”, fue escalofriante.
Escalofriante es además que no se diga nada acerca de los
motivos de esta movilización: por el contrario, en los medios abundan las
campañas de educación previsional a cargo de las mismas empresas -las AFP’s-
cuestionadas por toda la ciudadanía y contras las cuales marcha. O que la
derecha, representada por Chile Vamos, referente en el que e halla lo más
granado de los políticos coimeados por PENTA y SQM -aunque no los únicos- tenga
la impudicia de acusar politización del proceso constituyente y muy sueltos de
cuerpo, declarar que no participarán de dicho proceso. Cuando las encuestas y
la calle el día 22, señalan que el país entero quiere otra constitución y que
ese es precisamente un tema político.
Ciertamente ni la derecha ni los liberales, realizan alguna
reflexión acerca de las causas de este descrédito de sus ideas y su obra de los
noventa, lo que sería negarse como clase e ideología, aunque sí señalan
tibiamente la necesidad de castigar los comportamientos impropios, reñidos con
la moral y la fe pública -¿cuál moral? ¿cuál fe pública?, obviamente la misma
que los llevó a hacer la vista gorda con los crímenes de Pinochet pero no tener
escrúpulos para señalarlo con el dedo por sus latrocinios-.
Solución: buscar una salida de tipo bonapartista, un líder que
esté por sobre el bien y el mal; por sobre las rencillas de clase, carismático
y con autoridad (o sea, autoritario), que no es otro que Ricardo Lagos por el
momento. Quizás no el único aunque sí el mejor posicionado. El senador Ossandón
tal vez. El piñerismo está golpeado y sus vínculos con los negocios lo hacen un
rival muy débil en cualquier escenario electoral.
El punto para la izquierda es cómo hacer de este desajuste
entre el sentido común y las aspiraciones de cambio de nuestra sociedad una
fuerza política y de masas con capacidad de disputar el poder, de producir
reformas y ponerse a la cabeza de un proceso que reponga los cambios en América
Latina mientras el imperialismo y la derecha hacen lo posible por retrotraer la
situación a los oscuros años noventa del siglo pasado.
Y si el problema que señalan correctamente los liberales y los
conservadores a través de sus dirigentes intelectuales, empresariales y
políticos es una crisis cultural, es porque sus medios, pese a la capacidad que
todavía ostentan de invisibilizar cualquier cuestionamiento político por tibio
que sea a su sistema, cualquier atisbo de protesta social, son incapaces de
seguir modelando la opinión pública y determinando el comportamiento social, a
lo menos no en el largo plazo.
La solución bonapartista depende pues sólo de la capacidad o
incapacidad que tenga la izquierda de movilizar grandes masas. Y si para ello
no cuenta con medios de comunicación que le permitan llegar a los millones que
llega la televisión, la radio, internet, la prensa escrita que inunda con sus
titulares todas las esquinas, es la conversación cara a cara; el volanteo; el
mitin relámpago que intentan dar forma y dirección al descontento y la rabia
contenida que en otras circunstancias puede terminar en fascismo puro y duro.
Pero para ello se requieren partidos; grandes contingentes de
militantes de izquierda que realicen esos volanteos, esas asambleas en barrios
y oficinas, las pocas fábricas que quedan. Salir del enclaustramiento.