Esta fue
la frase que Pinochet usó en más de una ocasión para referirse a la
contradicción que agitaba al país en los años ochenta, entre su abominable
gobierno y la oposición mayoritaria que despertaba en la sociedad, la que se
expresaba en calles y asambleas.
Partidos
políticos; sindicatos; organizaciones poblacionales; de defensa de los DDHH; feministas;
de etnias originarias, estudiantiles, de profesionales, intelectuales y
artistas; comunidades cristianas de base, protagonizaban la lucha contra los
crímenes de la dictadura, por la verdad y la justicia; en contra de las privatizaciones y por la democracia.
Es una
contradicción que encontró su momento culminante en el paro del 2 y 3 de julio
de 1986, convocado por la Asamblea de la Civilidad.
¿Qué es
lo que expresa entonces esta frase, aparentemente, burda y facilona? Nada más y
nada menos que la oposición que hay entre la reacción y el progresismo.
Hoy en
día, las posiciones conservadoras la expresan en un lenguaje más sofisticado
pero no menos ideologizado que el de Pinochet, para desacreditar a las que propugnan el cambio, continuar las
reformas comenzadas bajo el actual gobierno y profundizarlas.
Le
sugieren al país, que la verdadera contradicción está entre la responsabilidad
o el aventurerismo; el progreso o la mediocridad;
el crecimiento económico o el subdesarrollo, haciendo aparecer a las posiciones
que propugnan la reforma política y social como populistas, torpes y
chapuceras.
Y a
quienes las respaldan y promueven, como oportunistas y demagogos. No el caos,
pero sí algo parecido.
Ese es
precisamente el problema político principal hoy en día. Todos los acontecimientos políticos recientes
tienen su explicación, en última instancia, en esta contradicción: si hay
primarias o no hay primarias; la definición de los precandidatos que van a
participar en ellas; sus propuestas programáticas.
También
la conformación de las listas parlamentarias e incluso las votaciones de los
proyectos de reforma que se discuten en
el Parlamento, como fue recientemente por ejemplo la de la ley de Educación
Superior.
Y tal
como ocurrió bajo la dictadura, la sociedad se inclina y se manifiesta
mayoritariamente a favor de las reformas; por la desmercantilización de la vida
social, la democratización del sistema político, la restitución del derecho a
huelga y a negociación colectiva, el cambio del sistema de pensiones, reformas
en pleno desarrollo y que exigen su culminación para tener efectivamente una
auténtica democracia.
La
derecha y los nostálgicos de la política de los consensos, están retrocediendo
y lo seguirán haciendo en la medida que se acerque la próxima elección
presidencial y parlamentaria. Hoy en día abren champaña para celebrar el triunfo de Piñera en las encuestas en las que sale segundo, incluso, corriendo solo.
No hacen
otra cosa que resistir; tratan de evitar que esto suceda. Algunos buscando
matices, complicaciones y recurriendo al viejo método de la extorsión.
O bien poniéndose
como el epítome de la historia y el desarrollo de la Nación y declarando, con una grandilocuencia vacía, "sin mí sólo retrocederemos".
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