viernes, 30 de septiembre de 2022

Teoría de los bordes o por qué asfixiar el proceso Constituyente

 


 

Equipo Crónica. Aquelarre, 1969


Recientemente se ha conocido la propuesta de la derecha y de los empresarios de establecer unos "bordes" a lo que viene del proceso constituyente, a partir de una interpretación sobreideologizada del resultado del plebiscito de salida. Dicha interpretación, en efecto, pretende que todos y todas -o a lo menos la mayoría- considera que Chile es un país libre, estable, seguro y democrático. No hay mucho que cambiar. No sabemos, por el momento, qué sería eso para la derecha y la burguesía.

Escribir una Constitución, sin embargo, es eso.  Es establecer ciertos bordes; o como se ha dicho majaderamente, instituir un pacto social, en el que se delimita tanto a quienes lo integran, como sus contenidos. La derecha, solamente, se adelanta a su realización, haciendo honor a su concepción de que estos no emanan de la libre voluntad y del debate de quienes asisten a suscribirlo sino de una suerte de esencia metafísica de lo que se considera justo, bueno, legítimo y necesario.

En este sentido, el pacto podría no tener una expresión material o política porque es una pura idea de la razón. La obsesión por los "expertos" proviene precisamente de este supuesto, que es por lo demás una concepción metafísica del hombre y la sociedad. La soberanía, por lo tanto, una manifestación de esta esencia transhistórica. Y bueno, al que no le guste que se atenga a las consecuencias. Estas concepciones conservadoras de la democracia, en efecto, suelen tener como correlato conductas reaccionarias y violentas, de las que en días recientes hemos sido impávidos testigos, como la "amable" conversación que sostiene el Presidente del Senado con un conocido delincuente que las pinta de líder juvenil de un grupo político.

O la respuesta del Presidente de RN a la cándida carta de la Ministra del Interior reclamándole por las infamantes declaraciones de una ex subsecretaria y militante de su partido, involucrando al Presidente de la República en irregularidades investigadas por la justicia de otro país, demostración del ethos que predomina en la derecha criolla.

El problema es que el pacto social instituye una soberanía, una autoridad sobre la que descansa el ejercicio del poder y si esta cuestión no ha sido resuelta, el riesgo de un estallido social o una involución autoritaria o ambos se pone a la orden del día. El establecimiento ex ante de sus límites o “bordes”; del pacto social y consecuentemente de la soberanía, es probablemente la manera de hacerlo sin considerarla. Una forma típicamente fascista de proceder.

Otro problema que plantea la propuesta de la derecha es el de la legitimidad, profundamente dañada con el resultado del plebiscito. El círculo vicioso en el que terminó arrojando al país la transición pactada es exactamente eso. Un sistema político ilegítimo, rechazado por el ochenta por ciento de la población en el plebiscito de entrada, tratando de resolver el entuerto en el que quedó después del plebiscito de salida. Ni el Parlamento, ni los partidos políticos están en condiciones de proponerle al país con un cien por ciento de seguridad una propuesta que lo saque del limbo en el que quedó después del 4 de septiembre.

La crisis de representación, de sus formas y alcances quedó también clavado como una estaca y representa un obstáculo previo para resolverlo. Dicha crisis viene a demostrar solamente la atomización de la sociedad que ha producido el radical individualismo en el que se sustenta y el absurdo que significa la reivindicación de una autonomía abstracta que termina por hacer del proyecto social la suma algebraica de los miles de fragmentos en las que el modelo la ha transformado.

La propuesta derechista y de los empresarios, de establecer bordes al proceso solamente profundiza la crisis, en su intento desesperado por salvar lo que pueda de un sistema que les ha garantizado pornográficas ganancias y riquezas faraónicas a costa de la sobreexplotación y el embrutecimiento del pueblo. Y sin que se les arrugue un músculo, las exhiben sarcásticamente como lo hacían poco antes del 18 de octubre, los ministros de Piñera, llamando a los pobres a levantarse más temprano o a comprar flores. Al mismo tiempo, minan en forma permanente la legitimidad del gobierno o al menos eso intentan, tras la suposición clasista y reaccionaria de que eso podría terminar por favorecer una solución autoritaria, que es la que más les acomoda.


viernes, 23 de septiembre de 2022

Cómo salir del limbo constitucional

 



Juan Dávila. Woman in Landscape. Óleo sobre tela. 1998

“(…) Habrá siempre una gran diferencia entre someter una multitud y regir una sociedad., Que hombres dispersos estén sucesivamente sojuzgados a uno solo, cualquiera que sea el número, yo sólo veo en esa colectividad un señor y esclavos, jamás un pueblo y su jefe (…)

J.J. Rousseau


Chile está en un limbo. La Constitución de Pinochet yace en el tarro de la basura de la historia y salvo un pequeño grupo de fanáticos que se comporta de manera violenta y abusiva, no hay quien la reivindique. La sola idea de realizar nuevamente un plebiscito de entrada para comenzar la nueva etapa del proceso constituyente -que es, por lo demás, la única manera de salir de dicho limbo- es una manifestación de la irracionalidad que guía sus pobres argumentos y acción política.

Sin embargo, el pueblo -los pueblos de Chile- en el plebiscito de salida se pronunció en contra de la propuesta constitucional de la Convención.

Chile no tiene una nueva Constitución pese a la ilegitimidad de la que rige en la actualidad. Una situación explosiva y peligrosa que solamente favorece a los que aspiran a una solución de fuerza a este impasse constitucional. El fascismo en este sentido -estado latente de las clases y fuerzas morales y culturales dominantes de la sociedad, siempre dispuestas a resolver por la fuerza lo que por vías racionales y democráticas no pueden resolver- acecha desde hace décadas producto del carácter de la transición pactada que les dio credenciales democráticas como producto de una necesidad política de la estrategia concertacionista.

El fascismo en este sentido nunca fue derrotado y ha estado acechando la democracia y manteniéndola bajo una constante amenaza, desde el mismo 11 de marzo de 1990, a través de ejercicios de enlace y boinazo primero; impidiendo mediante el veto permanente de la derecha en el parlamento cualquier reforma democratizadora por tibia que fuera; haciendo uso y abuso de una sosa concepción de la libertad de expresión que le ha permitido exponer públicamente y defender toda clase de adefesios morales y de una institucionalidad política contenida en la Constitución pinochetista, hecha precisamente –como sostenía Guzmán- para que “los adversarios, si es que llegaran a gobernar, se vean obligados a hacerlo como nosotros”.

El fascismo goza de muy buena salud y ostenta todavía una capacidad suficiente como para amedrentar a la sociedad. Lamentablemente, no han faltado los pusilánimes ni los oportunistas que  siguen creyendo que es posible razonar con él y lo más tragicómico de todo, "llegar a acuerdos" que favorezcan al país. Frase ya de por sí ridícula y huera que solamente desnuda la bancarrota política y moral de quienes la pronuncian. 

El limbo constitucional es precisamente expresión de esto. Una situación por demás explosiva e incierta de la que el sistema político debe hacerse cargo. Una condición inmejorable para los fascistas, a los que sería bueno empezar a llamar por su nombre y denunciar, ya que después de décadas de gestos estúpidos de amistad cívica desde los años noventa, han logrado camuflarse y hacerse un lugar en nuestra sociedad.

Este limbo constitucional en el que quedó el país después del 4 de septiembre, sin embargo, es el resultado previsible aunque mortalmente peligroso del neoliberalismo que ha dirigido las relaciones sociales, la economía, la política y especialmente, la cultura los últimos cuarenta años. Consecuencia de un individualismo abstracto y simplón y de la suposición ingenua de que el esfuerzo personal y la competencia son la virtuosa fuente de la que emana el progreso social e individual.

Marx llamaba a estas concepciones "robinsonadas", la suposición de que la sociedad y el Estado son el producto de la acción espontánea de individuos aislados y sin historia, como ocurrió en la isla del mítico personaje creado por Defoe.

Para semejante concepción del hombre y la sociedad, el Estado es más bien un resultado fortuito y la política por consiguiente, una ocupación inútil o hasta de mal gusto. Es eso precisamente lo que triunfó el 4 de septiembre. La democracia fue reemplazada por el criterio de la mayoría y la verdad, de modo elocuente, por las encuestas. 

La situación es delicada en extremo y parece no haber quien se haga cargo de ella por el momento. Se trata de la disolución de la sociedad como Sujeto y su reemplazo por una masa informe, la acumulación meramente cuantitativa de individualidades supuestamente autónomas que no reconocen en el otro/a ni en la sociedad algo propio, sino más bien una amenaza o en el mejor de los casos, un estorbo. La acumulación de desigualdad, exclusiones, abuso e inseguridad, mientras tanto, suma y sigue, como si nada hubiese pasado desde el 18 de octubre de 2019  a la fecha. 

¿En quién recae la soberanía entonces? Probablemente la gran incógnita que tampoco la Convención resolvió y que explica la derrota del plebiscito y que encierra la explicación del peligro que amenaza a nuestra sociedad. La derecha, la reacción católica y pentecostal, el empresariado y los nuevos ricos de la transición -y camuflado en medio de esta majamama, el fascismo- solamente sacaron provecho del viento de cola de los treinta años de predominio del neoliberalismo y la democracia de los acuerdos y que para ellos solamente podrá ser resuelta por la fuerza. 

Pero el campo social y popular, tampoco logró ofrecer una respuesta definitiva o a lo menos suficiente en la que todos y todas se vieran reflejados, entusiasmados y dispuestos y dispuestas a movilizarse con independencia de la particularidad de su participación en el debate constitucional, que es a lo que le sacó provecho eficientemente la reacción en esta oportunidad. Identificar un "ellos", un responsable de la situación actual del país, de las injusticias, los abusos y la desigualdad; identificar y señalar su origen histórico y social en la apropiación privada del producto del trabajo, la naturaleza y la cultura;  apoyarse en la historia del movimiento popular, en sus símbolos, sus derrotas y sus logros; poner el trato justo y respetuoso en todas las manifestaciones de la vida social como centro de su propuesta y también de su práctica política. 

Recuperar la credibilidad de la sociedad para derrotar al fascismo y salir victoriosos y victoriosas del paréntesis que colocó el resultado del plebiscito de salida en la heroica lucha por recuperar la democracia y la dignidad, es la tarea actual, tarea necesaria y posible, con decisión, unidad y movilización. 

jueves, 15 de septiembre de 2022

Arriba de la pelota

Honoré Daumier. El levantamiento 



Después del 4 de septiembre, la derecha está como se dice vulgarmente, arriba de la pelota. Después de años de ser minoría social, política y cultural en el país, siente que el súbito 61% que obtuvo el recazo en el plebiscito de salida, es su logro. Resultado, única y exclusivamente, de su campaña del terror. 

Una apuesta peligrosa, por decir lo menos. No hay que desconocer su consecuencia, su perseverancia; el rigor y la unidad con que enfrentó la campaña del plebiscito de salida y aprender de ella. Probablemente, para no subestimar nunca más su capacidad, su virulencia y radicalidad. Pero de ahí a suponer que el porcentaje del rechazo sea única y exclusivamente un logro suyo, hay varios pueblos de distancia. La aclaración de este asunto será determinante a la hora de determinar la continuidad del proceso constituyente y hacia dónde conduzca. 

Ello, porque lo único claro después del plebiscito es que el proceso no ha concluido y que, pese a las pretensiones de unos cuantos nostálgicos de la dictadura y fanáticos de ultraderecha, la Constitución de Pinochet yace muerta y enterrada. Un interregno durante el cual todos los granujas están tratando de hacer su agosto. Un terreno vidrioso y quebradizo en el que cualquier paso en falso, podría significar para los autoproclamados vencedores del domingo 4, una nueva derrota. 

En efecto, el desenlace del proceso no está escrito todavía. La batalla por las características que tendrá esta nueva etapa del proceso constituyente -que en rigor, comenzó durante el gobierno de la Presidenta Bachelet-  está en pleno desarrollo y por cierto la derecha, hiperventilada por ahora, se comporta con la prepotencia pueril de quien no entiende en realidad el carácter de la etapa en que se encuentra y en el caso de sus representantes y dirigentes más inteligentes, con el oportunismo de quien trata de sacar toda la ventaja que pueda durante este paréntesis que le favorece. 

Pero incluso en esa circunstancia, parte de más atrás del 4 de septiembre aunque se resista. No hay vuelta atrás en materia constitucional. Tampoco hay espacio para las cocinas. A lo más, para que los denominados "expertos" -en realidad ideólogos del liberalismo en sus distintas variantes, representantes teóricos de los intereses de las clases dominates- metan la cuchara y limiten en todo lo que puedan desde su pretendida superioridad técnica, los afanes reformistas de una convención, asamblea o la forma que adopte el proceso constituyente en el futuro. 

Su ventaja, por ahora, es que se trata de un proceso que se da en las alturas del sistema político y que protagonizan los representantes profesionales del pueblo y la ciudadanía, que por ahora los ve con cierta indiferencia que raya en el desprecio y la incredulidad. Pero en cualquier momento, ese ethos tan poco épico, se puede transformar, igual que el 18 de octubre de 2019, en la fuerza arrolladora de un movimiento de masas que no va a dejar títere con cabeza. Así como los Lagos, los Walker, los Chahuán y cía. se encuentran conspirando en las alturas, las organizaciones sociales -tanto las que participaron en la Convención a través de diferentes representaciones, como las que no lo hicieron y se encuentran todavía en la lucha reivindicativa y económica- deben pronunciarse al respecto y movilizarse en función de este nuevo proceso constituyente. 

Lo avanzado en la Convención debiera ser considerado como un punto de partida de esta nueva etapa.  Incluso la derecha con el oportunismo que la caracteriza, lo planteó en su compromiso anterior al plebiscito. Ciertamente, no sólo como promesa electoral sino también como un reconocimiento explícito de que no hay vuelta atrás so pena de un nuevo estallido de indignación popular. Es más, en esta nueva etapa, contando con el respaldo activo y la movilización social, es posible reponer elementos de definición constitucional que quedaron fuera en la etapa anterior del proceso. 

Por último, en esta etapa, será determinante superar el estado de dispersión  de los pueblos de Chile para enfrentar a la derecha y el empresariado. Esto tanto en la determinación de los contenidos de la propuesta del campo social y popular, como en la forma de hacerlo. Ojalá a través de una coordinación unitaria, en comisiones, vocerías y votaciones. 

La derecha está definitivamente arriba de la pelota, pero no por mucho tiempo. Dependerá de la izquierda y el campo social y popular que esta nueva etapa del proceso constituyente culmine con la promulgación definitiva de una Constitución democrática y al servicio de las mayorías postergadas durante los últimos treinta años.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

Lecciones y tareas

Jean-Michel Basquiat. Ironía del policía negro, 1981



El resultado del plebiscito constitucional del 4 de septiembre recién pasado, dejó un amargo sabor a derrota. Por cierto, no a todos. Los dueños de las AFP´s, el gran empresariado, el conservadurismo moral y cultural, respiraron aliviados, por ahora. En efecto, lograron posponer momentáneamente el reemplazo de una constitución que les ha permitido controlar el Estado y ponerlo al servicio de sus intereses de clase, sus concepciones excluyentes del hombre y la sociedad y de mezquinas prebendas de burócratas, operadores políticos y mediadores que pululan en la tenebrosa zona que hay entre el Estado y el sector privado.

La derecha ganó; el campo popular fue derrotado y no es el momento de ponerse a buscar culpables. Lo que queda claro es que la derecha desde la instalación de la Convención Constitucional se preparó para este momento, se movilizó y movilizó también todos sus recursos para posponer el proceso de cambio constitucional y ganar tiempo para generar una componenda que lograra escamotear el triunfo popular del 25 de octubre de 2020. Lo único que consiguieron fue tirar la pelota al corner, como se dice.  

Difícil de creer considerando su situación de minoría política y social hasta hace algunos meses. En todas las últimas elecciones, con la excepción de las últimas parlamentarias -por motivos que sería interesante contrastar con todos sus restantes fracasos- había quedado en una situación en que no representaba más de un 20% del electorado. Sin embargo, en el plebiscito de salida, con una participación histórica gracias a la reposición del voto obligatorio y la relevancia de lo que se consultaba en la ocasión, la derecha se llevó un holgado triunfo. 

Hay una lección evidente que sacar de la performance de la derecha en el último período -no sólo la del plebiscito- y es su perseverancia, su consecuencia y la disciplina con la que actuó desde el comienzo del proceso constituyente. Aún en su condición de minoría y el aislamiento en que se encontraba, mantuvo su unidad -incluso incorporando al partido de Kast y tragando todos los sapos que ello implicaba-. Dicha unidad, se fundamentó en su claridad de propósito y la definición de objetivos que le dieron coherencia a su actuación, motivación a sus huestes, consignas claras y comprensibles -por muy ideologizadas que fueran- y que lograron interpretar el sentido común dominante. 

No es gran cosa, considerando que poseen prácticamente la totalidad de los medios, controlan una porción importante del sistema educativo -escolar y de educación superior- y que se trata simplemente de  repetir lo que por décadas se ha inoculado en la mentalidad de trabajadores y trabajadoras, jóvenes, mujeres, pobladores, endeudados y sobreexplotados de todo el país. 

Lo que resulta chocante e incomprensible tiene una explicación objetiva y es bastante razonable, pese a la irracionalidad de la realidad que expresa. 

El campo social y popular, ganó en amplitud y en unidad durante el proceso constituyente lo que en los treinta años anteriores no había logrado. Ahora que la Convención Constitucional culminó su trabajo y el plebiscito de salida no acabó con una nueva Constitución, esa amplitud que le permitió obtener logros históricos, tendrá que adoptar otra forma y la propuesta constitucional de la Convención, la de una plataforma política y un programa de gobierno. No es suficiente la suma algebraica de demandas y propuestas de diferentes sectores sociales para hacerlo. Será el resultado de la síntesis definitiva de movimientos sociales y organizaciones políticas; de definición de prioridades, de una centralidad que sin desconocer la riqueza de ideas, reivindicaciones, identidades diversas y tradiciones políticas, adopte la forma de una idea de país, de un anhelo que sea más que la suma de las partes. 

Además, no se trata de inventar la rueda. Dicha idea de país, está inscrita en la historia del movimiento popular; en la memoria de las luchas populares que explotan una y otra vez como manifestación de las diferencias y las infinitas fracturas de las que está hecha lo real. 

El crisol de contradicciones que hacen crujir al modelo neoliberal todos los días tampoco van a ser resueltas, entonces, por un invunche como el que la derecha imagina va a ser la propuesta constitucional que tendrá que volverse a escribir. Para ello cuentan con la esperanza de recomponer su antiguo entendimiento con parte del centro político, revitalizado momentáneamente por el resultado del domingo. Para algunos de sus representantes más conspicuos, un interregno que hay que aprovechar aun cuando eso signifique caer en la indignidad más  miserable. 

Sólo la  recuperación de la memoria; la unidad de los pueblos de Chile; la movilización popular en sus más diversas manifestaciones; la perseverancia y la claridad de propósitos, detendrán la conjura de los que anhelan volver atrás, a antes del 18 de octubre.