Equipo Crónica. Aquelarre, 1969
Recientemente se ha conocido la propuesta de la derecha y de
los empresarios de establecer unos "bordes" a lo que viene del
proceso constituyente, a partir de una interpretación sobreideologizada del
resultado del plebiscito de salida. Dicha interpretación, en efecto, pretende
que todos y todas -o a lo menos la mayoría- considera que Chile es un país
libre, estable, seguro y democrático. No hay mucho que cambiar. No sabemos, por
el momento, qué sería eso para la derecha y la burguesía.
Escribir una Constitución, sin embargo, es eso. Es establecer ciertos bordes; o como se ha
dicho majaderamente, instituir un pacto social, en el que se delimita tanto a
quienes lo integran, como sus contenidos. La derecha, solamente, se adelanta a
su realización, haciendo honor a su concepción de que estos no emanan de la
libre voluntad y del debate de quienes asisten a suscribirlo sino de una suerte
de esencia metafísica de lo que se considera justo, bueno, legítimo y
necesario.
En este sentido, el pacto podría no tener una expresión
material o política porque es una pura idea
de la razón. La obsesión por los "expertos" proviene precisamente
de este supuesto, que es por lo demás una concepción metafísica del hombre y la
sociedad. La soberanía, por lo tanto, una manifestación de esta esencia
transhistórica. Y bueno, al que no le guste que se atenga a las consecuencias.
Estas concepciones conservadoras de la democracia, en efecto, suelen tener como
correlato conductas reaccionarias y violentas, de las que en días recientes
hemos sido impávidos testigos, como la "amable" conversación que
sostiene el Presidente del Senado con un conocido delincuente que las pinta de
líder juvenil de un grupo político.
O la respuesta del Presidente de RN a la cándida carta de la
Ministra del Interior reclamándole por las infamantes declaraciones de una ex
subsecretaria y militante de su partido, involucrando al Presidente de la
República en irregularidades investigadas por la justicia de otro país, demostración
del ethos que predomina en la derecha
criolla.
El problema es que el pacto social instituye una soberanía, una
autoridad sobre la que descansa el ejercicio del poder y si esta cuestión no ha
sido resuelta, el riesgo de un estallido social o una involución autoritaria o
ambos se pone a la orden del día. El establecimiento ex ante de sus límites o “bordes”; del pacto social y
consecuentemente de la soberanía, es probablemente la manera de hacerlo sin
considerarla. Una forma típicamente fascista de proceder.
Otro problema que plantea la propuesta de la derecha es el
de la legitimidad, profundamente dañada con el resultado del plebiscito. El círculo
vicioso en el que terminó arrojando al país la transición pactada es
exactamente eso. Un sistema político ilegítimo, rechazado por el ochenta por
ciento de la población en el plebiscito de entrada, tratando de resolver el
entuerto en el que quedó después del plebiscito de salida. Ni el Parlamento, ni
los partidos políticos están en condiciones de proponerle al país con un cien
por ciento de seguridad una propuesta que lo saque del limbo en el que quedó
después del 4 de septiembre.
La crisis de representación, de sus formas y alcances quedó
también clavado como una estaca y representa un obstáculo previo para
resolverlo. Dicha crisis viene a demostrar solamente la atomización de la
sociedad que ha producido el radical individualismo en el que se sustenta y el
absurdo que significa la reivindicación de una autonomía abstracta que termina
por hacer del proyecto social la suma algebraica de los miles de fragmentos en
las que el modelo la ha transformado.
La propuesta derechista y de los empresarios, de establecer
bordes al proceso solamente profundiza la crisis, en su intento desesperado por
salvar lo que pueda de un sistema que les ha garantizado pornográficas
ganancias y riquezas faraónicas a costa de la sobreexplotación y el
embrutecimiento del pueblo. Y sin que se les arrugue un músculo, las exhiben
sarcásticamente como lo hacían poco antes del 18 de octubre, los ministros de
Piñera, llamando a los pobres a levantarse más temprano o a comprar flores. Al
mismo tiempo, minan en forma permanente la legitimidad del gobierno o al menos
eso intentan, tras la suposición clasista y reaccionaria de que eso podría
terminar por favorecer una solución autoritaria, que es la que más les acomoda.
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