Francisco Goya y Lucientes. Los caprichos "Lo que puede un sastre |
La educación chilena está cambiando. ¡Chile está cambiando! Y
eso provoca, naturalmente, la oposición de los sectores interesados en la
conservación de las cosas tal como están.
Desde hace décadas, la composición del magisterio chileno
viene experimentando cambios lentos pero profundos. Los planes de retiro, han
implicado sólo en los últimos cinco años la salida de más de treinta mil
profesores y profesoras del sistema público. La reforma de los planes de
formación inicial docente, el sistema de evaluación del desempeño; el cambio en
la composición del estudiantado de las carreras de pedagogía y de quienes
ingresan en él, han traído consigo un cambio en su cultura; su manera de
concebir el trabajo docente, su responsabilidad político-social y
consecuentemente su relación con el Estado y la sociedad.
Las reformas impulsadas durante la segunda administración de
la Presidenta Bachelet, entre ellas la Ley de Inclusión, la Nueva Educación
Pública y el Sistema Nacional de Desarrollo Profesional Docente, han ido
cambiando también la fisonomía y características del sistema escolar. Sin
considerar los lamentables paréntesis de los dos gobiernos de Piñera, que
fueron más bien intentos por detener estos cambios y volver a la política educacional
noventera, tanto el de la Nueva Mayoría como actualmente, el de Apruebo
Dignidad, han intentado domar –no siempre con éxito- la frecuencia e intensidad
del SIMCE y los ímpetus inquisidores de la Agencia de Calidad de la Educación.
No podía ser de otra manera. Eso, aunque la derecha se oponga
y en forma voluntarista y chapucera trate de retrotraer las cosas a lo que
pasaba hace veinte o veinticinco años atrás. ¡Imposible! La sociedad ha cambiado
y lo seguirá haciendo y junto con ella, el sistema escolar. Lamentablemente ha
logrado contener hasta ahora la profundidad y la velocidad de los cambios que
el sistema escolar necesita, aunque no los vaya a detener en forma definitiva.
Por eso el sistema escolar es objeto de una disputa política
sorda pero no por ello menos intensa. Una disputa política que se desarrolla en
las alturas de las oficinas del ministerio, el Parlamento y los centros de
estudio. Ni siquiera en las universidades. Para qué hablar del magisterio, el
movimiento estudiantil y de trabajadores y trabajadoras a través de la CUT y
sus organizaciones de base, como el Consejo Nacional de Trabajadores de la
Educación.
Mientras la guerra en Europa, el cambio climático y la
recesión, determinan cambios como el fin de la globalización y el libre
comercio; el resurgimiento del proteccionismo; el levantamiento de populismos
de ultraderecha de tintes fascistoides en todo el mundo; la eclosión de
demandas de igualdad y reconocimiento de las diversidades en el marco de los
Estados Nacionales; una nueva fase en el desarrollo de la tecnología con la IA
y la automatización que implica la pérdida de millones de empleos en el mediano
plazo, la educación avanza a paso de tortuga y sin mucha claridad, contra la resistencia de la derecha y los conservadores de todas las layas, hacia un
nuevo modelo que supere la mirada fragmentaria, tecnológica, economicista,
individualista y competitiva que la caracteriza hoy en día.
La necesidad de una reforma al sistema de financiamiento
basado en el subsidio a la demanda, se hace cada vez más evidente. La pandemia
de coronavirus y la cuarentena obligaron a suspender su aplicación por razones
obvias. Pero los movimientos de matrícula, las inasistencias de los y las
estudiantes especialmente de los más pequeños –que es una manifestación de las
secuelas de la pandemia- y la posibilidad de nuevas pandemias solamente la confirman, incluso sin considerar las razones que en tiempos normales la justifican, a riesgo de permanecer en el plano de los alaridos sobreideologizados.
Durante la dictadura militar, la discusión acerca del
sentido de la educación fue para la oposición a Pinochet una prioridad política
y ocupó gran parte de la discusión de la AGECH, la CONFECH, el Comité PRO-FESES
y la FESES en congresos, asambleas, boletines y expresados en propuestas y
reivindicaciones. Fundamentalmente en lo que tenía relación con las libertades
de expresión, de pensamiento, la autonomía comprendidos como parte del Derecho
a la Educación.
Durante el período denominado de “transición a la
democracia”, sin embargo, la reforma educativa consistió en su aggiornamento a
las necesidades de la imposición global del neoliberalismo, conocido como
“globalización”, expresados en descentralización, privatización del
financiamiento, de la matrícula y la adaptación del contenido y objetivos del
curriculum escolar a dichas necesidades. En la actualidad, el sistema escolar
se adapta lentamente y como sin dirección.
Las cosas han cambiado, por cierto. Los movimientos sociales
y la propia izquierda no son los mismos. Y si bien la reforma educativa, encontraba
entonces la oposición de la dictadura y por eso, entre otras cosas, era
necesario derrocarla, hoy en día la rearticulación de un movimiento social y una
izquierda que actúen en ese sentido se hace más urgente; y lo que es una
característica más favorable para hacerlo, es que tenemos un gobierno dispuesto
y que ha dado pasos en ese sentido, aun cuando no sean todo lo profundos que se
requiere. Lo que va a marcar la velocidad y la profundidad de estos, va a ser
su inspiración en otros principios, otra concepción del hombre y la sociedad. De la participación del movimiento social, de las
organizaciones de masas, de los partidos y organizaciones de izquierda no sólo
desde los puestos de administración del Estado sino desde la Sociedad Civil.