Francis Bacon. Estudio del retrato del Papa Inocencio X de Velásquez. 1953 |
Mañana
va a realizarse uno de los momentos culminantes del proceso constituyente y las
posibilidades de que gane el "a favor" son tantas como las
incomprensiones que la izquierda y el campo social y popular ha demostrado
desde el 18 de octubre de 2019.
La
derecha y las fuerzas de la reacción, tienen a su favor el viento de cola
de la realidad. No necesitan hacer mucho esfuerzo para convencer a nadie porque al país que se ha conformado en los últimos famosos y nunca bien ponderados
treinta años, es lo que le resulta familiar. Son varias generaciones que se han
formado en este "sentido común" y no se podría achacar ignorancia,
desidia intelectual o indiferencia con la historia, a esas generaciones. La
experiencia es intransferible y el sucedáneo que ofrecen la historiografía y
las tradiciones, no alcanzan a completarla porque nadie podría suplantar a otros
y otras tratando de hacerles entender racionalmente lo que no ha experimentado
con el cuerpo, los sentidos y el corazón.
Los
argentinos acaban de dar un ejemplo elocuente al respecto. Escogieron como
presidente a quien siendo candidato les prometió dolor, hambre, incertidumbre y
luz al final del túnel. Lo último, un cuento tan viejo que resulta difícil
entender que alguien lo pueda creer de buenas a primeras. Pero los argentinos y
argentinas lo hicieron. Como dice el escritor Jorge Alemán, un
caso único en el mundo y en la historia. Probablemente sólo comparable al
triunfo de Mussolini en los años veinte del siglo pasado y ni siquiera.
Nadie
parece recordar el corralito, a De la Rúa escapando en heicóptero de la
Casa Rosada, el hambre de comienzos del siglo; la recuperación de la industria
bajo los gobiernos Kirchneristas, las conquistas sociales de ese período, las
políticas de memoria y reparación por las violaciones a los DDHH cometidos por
la dictadura militar y sorprendentemente, el desastre del gobierno de Macri. El
endeudamiento descomunal que contrajo con el FMI y que le heredó a todos los
gobiernos que vengan en el futuro por un siglo al menos, como el contraido en
el siglo XIX por Rivadavia, Mitre y Sarmiento que sólo logró extinguirse
durante el gobierno de Perón en los años cuarenta del siglo XX.
Tanto
en Chile como Argentina, se han experimentado cambios, en principio,
imperceptibles pero profundos. La amnesia corre parejo con ellos. También la intrascendencia a que se ha visto reducida la razón para comprenderlos y ofrecerles una respuesta propia. El resutado de dichos cambios, es la constitución de estos en verdades de hecho, esto es, que no requieren demostración, ni argumentar su necesidad. Simplemente son y precisamente por eso, la razón sale sobrando.
La
prédica de los neoliberales de que la inflación es producto del déficit fiscal que
se cubre con deuda y emisión, por ejemplo, ya es parte del refranero popular. Y hasta el más
inadvertido transeúnte lo puede recitar de memoria en la calle. Como dijo
Millei, "el ajuste es necesario". ¡Puro sentido común! Y a esa pachotada de la ideología dominante, los sindicatos,
las organizaciones sociales y populares y la izquierda responden con la defensa de las pocas conquistas ganadas por sus luchas en el siglo XX que aún sobreviven.
O se conforman con celebrar o acaso comentar el porcentaje del último reajuste de salarios mientras "la regla fiscal" -otra verdad de hecho por la que connotados economistas comparan en los matinales, el manejo del presupuesto de la Nación, con el de un hogar cualquiera- probablemente quede elevada a rango constitucional, lo que se usará por cierto para justificar los recortes de salarios, congelamiento de las pensiones, privatización de empresas del Estado y despidos masivos.
Y todo como si fuera de lo más natural del mundo y con una tolerancia escalofriante.
Por esto, no se puede esperar obtener un resultado racional de mañana. No es la razón la que está actuando como la fuerza determinante de los acontecimientos sociales y políticos. Ciertamente, el fascismo que en esencia es la negación de la razón, no abjura de este estado de cosas sino todo lo contrario, porque es finalmente el resultado de la evolución del capitalismo, su hábitat natural.
No es posible por eso ni tampoco útil, seguir apostando a una actuación predecible de las masas, hoy día comportandose como electores, el día de mañana quizás como turba. Sus conductas están motivadas por una mezcla de creencias, supersticiones, sentido común dominante y especialmente, por una subjetividad difusa en que todo es más o menos lo mismo, la famosa clase media, y los proyectos se notan más por su ausencia que por su insensatez.
Lamentablemente, de confirmarse este pronóstico, se vienen tiempos difíciles para el pueblo. Un triunfo del "a favor" en el plebiscito de mañana, le va a abrir las puertas de la Presidencia de la República de par en par a la ultraderecha para realizar sus planes de empobrecimiento de trabajadores y trabajadoras. De saqueo de los recursos naturales a costa del medioambiente; entrega de las necesidades del pueblo a la codicia de las grandes empresas y lo peor de todo, va a fortalecer las posiciones ultraderechistas en la región, a Bolsonaro, Millei y compañía.
Este resultado, por cierto, tiene explicaciones racionales que se pueden buscar en los cambios en la producción, las clases sociales, en la transformación de los medios; las redes sociales; etc. También en el entreguismo de las políticas que en los noventa le lavaron la cara -y hasta las manos- a la derecha. Pero también a una suerte de confianza ingenua en los mecanismos materiales que determinan los comportamientos sociales y la adopción de una especie de sentido común que adopta esos mismos determinismos como una motivación para su práxis política -lo que va del economicismo más pedestre al esoterismo new age de una agenda que de emergente ya no tiene nada- sin proponerse objetivos ni proponérseos a la sociedad.
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