Juan Domingo Dávila. Ralco. 2016 |
Argentina es, hoy por hoy, el escenario de la batalla más
decisiva que se libra en el continente. El vástago del neoliberalismo
denominado "libertarismo", suerte de excrecencia de un sistema
agónico, empezó las reformas sin anestesia ni aparentar. El DNU y la Ley
ómnibus son un misilazo a la democracia y en lo que a su contenido se refiere,
van a afectar precisamente a quienes lo votaron en noviembre.
Los que viven de su salario, licuado por la inflación y
hoy en día contenido por las medidas incluidas en el DNU y la ley ómnibus,
-también las pymes y la clase media- van a sufrir los rigores del megaajuste.
El problema es que con una pobreza que bordea el cuarenta por ciento, resulta
difícil que ese sector logre convocar al conjunto de la sociedad para articular
una amplia alianza social y política efectiva a la hora de detenerlo.
Los pobres, de hecho, van a seguir siendo tan pobres como
siempre. Millei, buen aprendiz de las recetas aplicadas en Chile los últimos
cuarenta años, los va a conformar con algunos bonos y planes focalizados.
No hay plata para mucho más ha dicho, excepto para
cumplir con el FMI y pagar la megadeuda contraída por Caputo durante la
administración de Macri, quien vuelve ahora para devolver la plata de dicha
deuda al sistema financiero.
Los especuladores como Macri y Piñera, por esa razón; los
grandes exportadores y sectores monopólicos de la economía trasandina están de
fiesta, mientras los pobres -igual de pobres aunque esperanzados por una pomesa
que contrasta con su miseria actual- reciben algunas migajas.
El descontento y la protesta social, sin embargo, no
van a ser -nunca lo han sido- la reacción espontánea de la sociedad frente a la
radicalidad de las medidas adoptadas por burócratas y politicastros al servicio
de las clases dominantes y los organismos financieros, ni frente al
empobrecimiento de amplias capas de la población y la exclusión social que
producen, especialmente capas medias.
Por ahora, la lucha está radicada en los tribunales del
trabajo y administrativos; en el Congreso y ya hay un paro nacional anunciado
por los sindicatos. Pero no se percibe, por ahora, una respuesta global al plan
de Millei.
Probablemente, tal como ocurrió en Chile en los años
setenta y la primera mitad de los ochenta, va a ser la represión, la
restricción de las libertades políticas, civiles y culturales, las que la motiven.
Ciertamente, cuando sales a protestar por hambre y te apalean, la próxima vez
que lo hagas no va a ser por el hambre, sino por los palos que te dieron la vez
anterior.
Lamentablemente, la unidad del pueblo tras esta
motivación -como lo demuestra de cierto modo lo que vino después del plebiscito
de 1988 en Chile- no asegura que los motivos de la pobreza y la exclusión vayan a
resolverse en forma definitiva sino más bien que van a ser pospuestos para un
futuro indeterminado, hasta que vuelva la derecha y la burguesía para
profundizarlas con la excusa de resolverlas y así indefinidamente.
Es imposible comprender lo que pasa en Chile ni en el
resto de América Latina, sin considerar lo que está pasando en la hermana
República Argentina. Es más, la suerte de todos los pueblos de nuestra América
está atada por una misma hebra. La posibilidad de retroceder a las recetas
neoliberales más ortodoxas, mezcladas con una confianza ingenua en los mercados
desregulados, típica de los años noventa y la globalización -cuando toda la
evidencia empírica disponible demuestra que es lo que ha originado todas
las crisis económicas recientes, el aumento de la pobreza; la crisis climática
y ambiental actual- está a la vuelta de la esquina en todo el continente.
La única diferencia con los noventa es que esta vez el
estandarte lo lleva la derecha más reaccionaria y violenta. Defender lo
avanzado, por minúsculo que sea, es una responsabilidad no solamente con los
trabajadores y trabajadoras chilenos. Es una responsabilidad continental. Pero
si hay algo que demuestran los triunfos recientes de la derecha, es que
esto no se puede hacer sin la movilización del pueblo y sin proponerle razones
por las cuales valga la pena hacerlo.
La suerte de nuestros países, como en los años setenta, está atada. Cada retroceso parcial, es una derrota para todos.
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