Rembrandt Van Rijn. Moisés rompiendo las tablas de la ley. 1659 |
En el centenario de Lenin es bueno
volver sobre su legado y la actualidad de su pensamiento, no como una
respetable pieza del museo de la izquierda sino por lo que fue; un pensamiento
político acerca del cambio y la transformación. Precisamente lo que autores
como Gramsci y Korsch relevaron como su peculiaridad y su importancia para la
actualidad, entendida como lo concreto, lo determinado.
Para Lenin lo político consistía en la
confrontación de fuerzas de clase contrapuestas, siempre en forma actual,
contingente. Entendía lo político como singularidad del fenómeno histórico.
Dicha confrontación puede estar motivada por razones de distinta índole, como unas diversas concepciones del régimen político; también por la repartición de los beneficios de la producción y el crecimiento económico así como su relación con el medioambiente y la tecnología. También por motivaciones doctrinarias e ideológicas o morales como las que explican en parte las políticas educacionales o las de salud reproductiva.
Lo político es un fenómeno que cruza a
toda la sociedad, que es complejo y permanente.
En este sentido, prácticamente todo es
un problema político porque afecta a las relaciones que las clases establecen
entre sí. Y la lucha de clases por esta razón no es el enfrentamiento de dos
clases puras, sino una contradicción que va generando, a su vez,
contradicciones más complejas, que dan origen más a nuevas fracturas que a una
nueva identidad y que explican que esté cambiando permanentemente.
En este sentido, resulta evidente que
la red de conflictos y contradicciones que cruzan a cualquier sociedad es muy
diversa. Las visiones maniqueas de ésta y de la política, tienden a borrar esta
complejidad y a convertirla en un asunto doctrinario, inspirado más bien en una
suerte de máxima guiada por el “deber ser”.
Tal como Lenin recuerda la frase de
Goethe, “gris es el árbol de toda teoría y verde el árbol de oro de la vida”,
la política es precisamente un asunto que aún encontrando explicaciones y
fundamento en ciertos principios de orden general, es siempre concreta,
contingente, actual y sobre todo compleja.
No es la confirmación de normas de
carácter general, sino por el contrario, la manifestación de la excepción, el
momento de quiebre de la regularidad. Es lo que sostiene el Che en su artículo
“Cuba, excepción histórica o vanguardia en la lucha anticolonialista”. También
lo que le reprocha Marcuse a Karl Popper sobre su noción del historicismo y lo
que, contrariamente a lo que sostienen las versiones vulgares, afirma el
leninismo.
El cambio no es el producto de la
confirmación de la norma sino, al contrario, de su excepción. Ésta además es
producto de la acción consciente, intencionada, de una voluntad histórica, de
una “subjetividad”. Se proyecta más allá de lo inmediatamente dado y apela
precisamente a una sociedad que trasciende lo actualmente existente.
Entonces, además de un concepto de lo complejo,
es también una teoría del cambio político entendido como el resultado de la
acción de una voluntad consciente, de una subjetividad que actúa y es capaz de
incidir de manera determinante en las condiciones comúnmente denominadas
“objetivas”, ello suponiendo que la acción política no fuera también “objetiva”
ni tuviera una existencia real y fuera tan sólo expresión de unos valores y
principios sustanciales del desarrollo.
No. Sólo para el evolucionismo, las
concepciones positivistas, naturalistas e “ingenuas”, los acontecimientos son
el resultado de condiciones inmodificables, “estructurales”, “ya dadas”,
anteriores a la acción teórica y práctica de los seres humanos.
De ser así, no es concebible el cambio
histórico y hasta la democracia misma sería innecesaria en tanto la sociedad se
va acomodando naturalmente en función de esas leyes históricas inmodificables,
objetivas y permanentes.
Es, exactamente, el punto de vista que
sostuvo Fukuyama tras la caída del Muro de Berlín en 1989, y que hasta el día
de hoy postula un neoliberalismo agónico que se pretende el límite del progreso
humano y a los automatismos del mercado, como la “razón” de los procesos sociales y políticos.
De esa manera, la crítica de estas
pretensiones de positividad y su“reivindicación de la “utopía”en los proyectos
de cambio político y social, para Lenin ocupan un lugar primordial; ciertamente
el realismo, la consideración de lo contingente, de lo complejo es uno de los componentes
fundamentales del leninismo, pero el utopismo, la apelación a una nueva
sociedad, es también uno de sus rasgos esenciales y no uno que esté en
contradicción con aquel sino que actúa en la fractura, en lo complejo,
dando origen a lo nuevo, lo inesperado, lo improbable, como explicación del
cambio.
Éste sería también una característica
propia del pensamiento y práctica de Lenin. Su apertura a lo diferente. Su
audacia en la apertura de territorios desconocidos para la teoría y la práctica
política. No es casual en este sentido que sus ideas se formen en coyunturas
críticas para la cultura y la civilización que le fue contemporánea.
Este principio, mezcla de romanticismo
y sociología, fue reemplazado por las éticas de la responsabilidad, propias de
la renovación de los tiempos de la denominada “transición a la democracia” en
sus diferentes versiones y que intentaban acomodar, inúltimente, los idearios
de cambio radical de los años setenta al predominio del libremercado y la
globalización como si fueran el límite de la historia humana.
De esa manera, la
política para Lenin comporta un posicionamiento frente a la totalidad: consiste
en tener un propósito, actuar motivado por éste y actuar respecto del conjunto
de contradicciones que se manifiestan en ella, incluida aquella que existe
entre la voluntad y lo real, entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la
doctrina y la experiencia práctica del movimiento social.
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