Hyeronimus Bosch. El jardín de las delicias, detalle. El infierno. 1460-1466 |
Todos los días se acumulan las noticias
que demuestran el avance del fascismo en el mundo. El botonazo de Franja de
Gaza es suficientememnte elocuente como para ser interpretado. Hace poco se
estrenó en Netflix, la producción neherlandesa "Voluntad", que
resulta escalofriantemente similar a los acontecimientos cotidianos en medio
oriente.Y no solamente en medio oriente. También en los Estados Unidos, donde
masas de trabajadores blancos empobrecidos en los últimos treinta años,
canalizan su frustración y rabia mediante la violencia hacia grupos
históricamente discriminados como la población afroamericana y nuevas capas de
pobres como los migrantes latinos, engrosando las filas de MAGA.
En Europa el fortalecimiento de las
fuerzas de ultraderecha y su avance electoral en Holanda, Italia, Bélgica,
España y Alemania, se sucede con oleadas de manifestaciones de indignación y
rechazo a las fuerzas reaccionarias, que mediante una ingeniosa aunque
racionalmente pobre interpretación del fenómeno fascista de mediados del siglo
XX, lo justifican ahora en una combinación exótica de privatización con
proteccionismo y un apenas disimulado militarismo que ha usado a Ucrania como
carne de cañón de sus afanes expansionistas hacia Europa del este.
En América Latina, Bolsonaro aun estando
condenado, sin pasaporte para que no huya del país y con prohibición de ser
candidato a cargos de elección popular hasta el 2030 por su participación en la
planificación e instigación a la asonada de Brasilia para impedir la asunción
de Lula, logra movilizar a miles y presentarse como la víctima de una
persecusión política. Millei, combina el extremismo de sus políticas de ajuste,
que ya están haciendo crujir a la Argentina, con el servilismo ante la
ultraderecha norteamericana y una agresividad hacia el resto de los países de la
región que es muy funcional a las pretensiones de esta última en caso de llegar
el gurú del neofascismo mundial, Donald Trump, a la Casablanca.
En el siglo XX, la lucha contra el
fascismo no se limitó únicamente a la derrota de Hitler y Mussolini en la
segunda guerra. Permitió también limitar las políticas y acciones de los países
capitalistas que bajo la forma de guerras por mantener dominios coloniales en
Africa y Asia, emprendieron la violación sistemática de los Derechos Humanos,
recurrieron a la represión de movimientos de liberación; y promovieron a
políticos corruptos en asociación con mafias locales para mantener sus
posiciones de dominio. O en América Latina en los setenta, donde promovieron la
instalación de dictaduras militares afines a los conglomerados económicos e
instituciones conservadoras, dictaduras que hicieron de la represión a los
opositores parte esencial de su política.
La exisencia de un campo socialista que
representaba un sistema político, económico y social diferente, cumplía la
función de demostrar que, en principio, el capitalismo no fue el único de los
mundos posibles entonces y la derrota del fascismo, un componente ineludible de
una estrategia de transformación global de la sociedad. Pese a que desde 1989
eso no es así, en la actualidad no será posible una nueva sociedad mientras el
fascismo inherente al capitalismo siga amenazando a nuestras sociedades.
Mientras el capitalismo subsista, su tendencia inherente a la concentración de
la propiedad y la riqueza, va a dar origen permanentemente a tendencias
totalitarias que acabarán destruyendo las bases de la convivencia social
democrática.
Hoy en día, en cambio, producto de la
naturalización con la que el sistema neoliberal la presenta y la
reivindica como un resultado deseable y hasta una aspiración para el
ciudadano de a pie, el fascismo pasa desapercibido y se infiltra en todos los
insterticios de la vida social, desde el sistema político, hasta las relaciones
humanas y la cultura. La única manera de detenerlo es denunciarlo, tratarlo por
su nombre y señalar una frontera visible e inexpugnable entre éste y los
demócratas.
A su clásico repertorio de brutalidades,
agrega ahora un individualismo exacerbado que lo diferencia de sus versiones
clásicas en las que la idea de un "pueblo" y una "nación"
llamados a cumplir un destino histórico, es reemplazada por una forma radical de
subjetivismo nihilista que niega la idea de una responsabilidad social y que
concibe la ida de progreso como el resultado de la liberación de las trabas que
ésta impondría al egoismo personal.
Por eso la idea de hacer grande a
América o las permanentes alusiones de Millei a Alberdi y a que Argentina
vuelva a ser una Nación como la del siglo XIX, sirven como pretexto para
eliminar impuestos, derechos a los trabajadores y trabajadoras, regulación de
mercado, seguir depredando el medioambiente; suprimir las políticas de memoria,
de respeto y promoción de los derechos de la mujer y las diversidades
sexogenéricas.
El mundo de Millei, Kast, Trump,
Bolsonaro, AfD, Vox, Fratelli d'Italia es la resignación a las inhumanas
y fatales condiciones de pobreza, violencia y exclusión a las que el
neoliberalismo ha sometido a la humanidad en los últimos cuarenta años, y
pretende perpetuar cada vez con más dificultades. La intolerancia, el
armamentismo, la violencia racial, el anticomunismo, son sus manifestaciones
superficiales. Quedarse en la crítica a dichas manifestaciones y no atacar sus
causas, es tan ineficaz como excusarlo, tras un gesto entre compasivo e ingenuo
que es como muchos dirigentes políticos chilenos parecen hacerlo hoy en
día.
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