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Georg Grosz. Der Agitator. 1928 |
En la actualidad -caracterizada por el agotamiento de la globalización y la incapacidad del pensamiento neoliberal de explicarlo y proponer alternativas a su propio derrumbe- surge en todo el mundo una suerte de fascismo de nuevo tipo, combinación de intolerancia frente a la diferencia basada en la presunción de exclusivismos que provienen de una aceptación dogmática de las condiciones presuntamente fácticas de la vida -como género y clase- que éste ha ido adaptando en los últimos cuarenta años.
Esta
es la razón para que dicha intolerancia pueda aparecer acompañada de un
individualismo extremo y una defensa dogmática del mercado y la iniciativa
privada que lo diferencian de los fascismos del siglo XX, en que la
desaparición del individuo corría pareja con la reivindicación de una noción
heroico-popular del hombre, que lo diluía en movimientos de masa que
reivindicaban una noción reaccionaria de la Nación y de un Estado fuerte.
Una
de esas condiciones de hecho es la aniquilación –como los conocimos durante el
siglo XX a lo menos- de sujetos sociales como la clase obrera y el movimiento
estudiantil y su disolución en una multitud de individualidades aisladas. Es lo
que da a las sociedades actuales, modeladas por la implantación del
neoliberalismo, esa apariencia diluida en que la experiencia de los seres
humanos no conecta con ninguna tradición ni alcanza la forma de un “nosotros”
que pueda incluir un sentido que los trascienda.
Es dicha
fractura entre lo individual y lo social la que lo ha favorecido y que llena
el vacío que genera con clasismo, prédica racista y contra los sindicatos,
xenofobia, anticomunismo, homo y transfobia y al mismo tiempo, naturaliza una
concepción de la libertad que, en el fondo, es el rechazo de lo colectivo y la
colaboración. Se trata de la noción simplona que la reduce a la pura elección
individual, rebajándola a una condición circunstancial que no produce nada
nuevo; una libertad impotente.
Adaptación
dogmática de los puros hechos e implantación de formas de control de la vida
por parte del Estado y la gran empresa que provienen de aquella diferencia forzada entre lo
social y lo individual y de la concepción de la libertad que de ella emana, son
características típicas del fascismo que resurgen en este nuevo pensamiento
reaccionario.
Trump en los Estados Unidos, Vox en España, Fratelli d'Italia, AfD, El bolsonarismo, los libertarios argentinos, así como los republicanos chilenos se alimentan de ella. Desplazan a las derechas tradicionales; se alimentan de su bancarrota y al mismo tiempo que reclaman colmarla con valores tradicionales, sentido de la autoridad y llamados al orden, defienden una noción simplista de la propiedad privada, la desregulación de la vida y las relaciones sociales y una noción del éxito basada en el esfuerzo individual propias del pensamiento neoliberal. Nunca -a diferencia del fascismo clásico- de una colectividad definida más por una noción mitológica de su origen que por su posición y función social.
Intentan
armonizar en una frágil combinación -si es que no imposible- un nacionalismo que resume esos
exclusivismos con su asimilación de iniciativa privada, competencia mercantil y
consumismo desenfrenado.
Los
discursos que permanecen al interior de esta fractura que caracteriza al modelo
y que sostienen la posibilidad de resolverla dentro de sus límites y que, por
consiguiente, no trascienden las condiciones que un neoliberalismo agónico
impone a la cultura, sólo la legitiman. No comprenden el lugar del pensamiento en ésta como
negación del carácter reificado de la particularidad, de condiciones de
dominación contingente y naturalización de relaciones sociales y culturales
enajenadas.
No
aportan a su comprensión ni contribuyen con ningún conocimiento nuevo de la
realidad. Consecuentemente, con ninguna diferencia. Solamente la replican. Son
conservadoras por su extensión, esto es, por su incapacidad de considerar el contenido
del que adolece la realidad para permanecer en el plano de las puras formas, de modo que se limitan a ser mala literatura.
Es esta, precisamente, una de las condiciones que naturaliza los hechos de la dominación y la exclusión que
facilita las cosas al fascismo y a la prédica chusca con la que pretende colmar
el vacío dejado por el neoliberalismo.
Lo urgente en la actualidad consiste, pues, en la identificación de la diferencia y la negación de las condiciones de pobreza, marginalidad, injusticia y falta de libertad que la crisis del neoliberalismo ha expuesto en forma brutal. No solamente en la forma de testimonio o de denuncia, sino de combate a los que las sostienen y hasta reivindican.
El riesgo que representa en la actualidad para la democracia, la libertad y la vida de los seres humanos, queda en evidencia en cada intervención pública de Kast y Evelyn Matthei que ante la guerra comercial desatada por los intereses reaccionarios de los Estados unidos no tienen más respuesta que la de repetir su defensa de un "librecomercio" que se cae a pedazos; las privatizaciones y la desregulación de los mercados, que son precisamente su origen.
O ante las brutalidades de Millei que notifica públicamente a la izquierda, los sindicatos, las mujeres y divergencias sexogenéricas que los va a perseguir y/o arrebatar sus conquistas; o frente al servilismo de Noboa o Bukele, un silencio que deja a las claras su connivencia con este fascismo de nueva generación. Silencio que la izquierda, el movimiento social y sindical no pueden tolerar como si se tratara de un simple olvido sino como una manifestación de su complacencia con el orden de cosas actual.
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