sábado, 15 de febrero de 2014

El debate de la izquierda

Honoré Daumier. El levantamiento




Dedicado a Jecar Neghme,
última víctima de la represión de la dictadura militar y dirigente del MIR



Han pasado poco más de veinte años desde el término de la dictadura. El tipo de salida que tuvo, fue facilitado por las transformaciones sufridas por un sujeto histórico que se había construido a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, el Movimiento Popular, que tuvo entre sus componentes esenciales los partidos populares y de izquierda. Se trata de uno de los cambios culturales más profundos de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Ello incluye por cierto el debilitamiento del movimiento sindical, las organizaciones estudiantiles, del movimiento poblacional, las comunidades cristianas de base, campesinas, en fin, aquello que logró construirse en un siglo de luchas.
La continuidad de los procesos que vivió la izquierda, fue interrumpida violentamente por el golpe militar y la represión al movimiento popular. En segundo lugar, por la caída del socialismo y especialmente por la oleada de políticas neoliberales que azotó a América Latina en los años noventa. Son treinta años en que la izquierda y el movimiento popular estuvieron en los márgenes y fundamentalmente resistiendo. Un fenómeno similar es el que viven o vivirán nuestros compañeros europeos hoy en día.
Pero en América Latina hay mejores condiciones para pensar y resolver acerca de la reconstrucción del movimiento popular sobre nuevas bases, sobre las ruinas que dejaron las políticas neoliberales de los últimos treinta y cinco años. Pese a tener el gobierno más derechista y neoliberal de la región, exceptuando a Colombia –donde la izquierda está dándole una vuelta de tuerca a la historia- en Chile también es necesario proponer nuevos horizontes para el movimiento popular. No es tiempo de resistir, es tiempo de plantearse el viejo, viejísimo, problema de la política, de toda política, el problema del poder.
También en el plano de las ideas. Y por motivos que también es necesario debatir, las ideas que se han abierto paso en los últimos veinte años, fenómeno que también en Europa y América del Norte se está expresando, son las que suelen denominarse, a falta de un mejor término, “autonomistas”. No se trata de una idea tan nueva como suele creerse. Es una idea tan vieja como la izquierda. La defendieron los anarquistas, la USRACH en la década del veinte del siglo pasado; está en la base de  la crítica del PS al leninismo y especialmente, muy especialmente, la encontramos en el sociologismo trotskista que concibe la historia como la confrontación de dos clases puras. Según esta concepción, las cosas pasan porque tienen que pasar, no es necesario hacer muchos esfuerzos políticos porque las propias clases, fracciones de clase y movimientos sociales, realizan los cambios en función de su lugar en la sociedad –fundamentalmente por su lugar en la producción para el trotskismo-.  Y en sus versiones posmodernas, la constelación de contradicciones que articula el capitalismo en la era de la globalización, como la catástrofe medioambiental, las exclusiones por motivo de género, la inmigración, los abusos de las empresas con los consumidores, la pauperización y estigmatización de la enfermedad mental y el hacinamiento y violaciones a los derechos humanos de los presidiarios (ausentes por cierto de la agenda de la diversidad criolla).
Este naturalismo para ver la historia y la política consiste en concebirla como una suerte de reunión de los hechos y ver incluso la lucha de clases –cuando admite el término- como una cosa. La historia por tanto es vista como lo que va a pasar o ya ha pasado –incluida la lucha de clases-, no los fenómenos sociales y políticos. El trabajo del historiador consiste en describirla, no en explicarlos y cuestionarlos. En ese caso, el historiador nunca se equivoca. Y la ocupación del político de izquierda, consiste en reconocer las grandes tendencias, las contradicciones esenciales del desarrollo histórico -para lo cual el historiador es una ayuda fundamental- e intervenir oportunamente en ellas. La política en buenas cuentas consiste en atinarle, no en construir, no en organizar e incidir. 
Para esta concepción, la lucha política se desarrolla con “autonomía” respecto de lo que los partidos, movimientos o las instituciones, se propongan. Es un conjunto de hechos aparentemente independientes de la voluntad de algún sujeto. Por consiguiente, la política consiste en identificar las tendencias y ponerse a la cabeza. A primera vista, parece un voluntarismo muy altruista, cuando en realidad se trata de oportunismo político. Primero, creer que se atinó a identificar las tendencias, las contradicciones más importantes del desarrollo político y después, ponerse a la cabeza para capitalizar lo que en muchas ocasiones hicieron otros.
Ese oportunismo  puede ser un poco más sofisticado y con sentido de la realidad. Las grandes tendencias e inspirado precisamente en el naturalismo y esa concepción de la lucha política como un fenómeno poco menos que biológico, casi siempre coincidirían con su análisis de la situación política. La consecuencia, es siempre participar de la coyuntura. Y por supuesto, de cualquier coyuntura. Movilizaciones reivindicativas, luchas en temas denominados “emergentes”, etc. De la lucha por mejores salarios a la toma del poder sin construir; solamente estar presente en todos los combates de los oprimidos por el sistema, sin proponerse ni un solo objetivo ni proponérselo al movimiento social.
Por eso el calificativo de voluntarismo, las acusaciones de instrumentalización al movimiento social a quien se proponga objetivos o se los proponga a éste, como si fuera una masa  de almas puras o como si fuera diferente de los hechos de que participa. Es lo que a lo menos en el caso de la izquierda se resume en la etiqueta de stalinismo. Deutscher que  era un trotskista más inteligente que todos sus epígonos criollos, era bien claro al referirse al stalinismo como un fenómeno de época, esencialmente político, y no una suerte de emanación del leninismo, que es lo que sostienen todavía hoy muchos anticomunistas antediluvianos y que conciben, igual que las teorías individualistas de diverso signo –liberales y católicas fundamentalmente- que entre individuo y colectividad hay una distancia infranqueable.
Sin embargo, no sólo antecedentes anarquistas y trotskistas tiene este punto de vista. El evolucionismo socialdemócrata también es uno de sus componentes esenciales. El desarrollo político de una sociedad y de la historia, es el resultado de la evolución natural de los hechos. Luego, los cambios históricos, son un promedio, la suma de todas las reformas que lentamente van consiguiendo los movimientos sociales. De cierto modo es lo que planteó la renovación socialista a comienzos de los años ochenta. Por eso no es raro que alguien tan radical como Gabriel Salazar termine dándose cuenta de sus coincidencias profundas con Carlos Altamirano en la entrevista que le hizo hace un par de años.
En efecto, las teorías autonomistas se topan por todos lados con las teorías de los socialdemócratas. Como los partidos y la clase política es tránsfuga y simuladora por definición, se concluye la necesidad de volcarse a los movimientos sociales y dar la lucha desde ese espacio. Esto es, mantenerse en los márgenes avanzando desde afuera, en redes, horizontalmente, etc., para unos consiguiendo pequeñas reformas que sumadas algún día van a ser el socialismo o alguna cosa similar y en el caso de otros, en una especie de movimiento autónomo que se convierte en el fin mismo de la política. Es lo que planteaban Bernstein y otros teóricos del evolucionismo social en el siglo XX.  Esto ya se ha expresado en estos últimos veinte años varias veces. El 93 con Max-neef; según Altamirano y otros, las ONG's, el ambientalismo  y la diversidad. También respecto del movimiento estudiantil y el factor generacional el 2006 y el 2011.
Otra idea, otro de los conceptos popularizados en los últimos años en círculos de izquierda y del movimiento social es el de la “clase política”. Incluso se postula la existencia de una clase política civil y otra militar. Tan simple como decir que la sociedad civil es todos los que no trabajan en el Estado o los que no participan en política. Al menos no como la hace la presunta clase política. O sea, además es  una tautología. Clase política y movimiento social autónomo se reclaman el uno al otro. La sociedad civil o el movimiento social hacen otro tipo de política. Pero ¿quién la define? Otra vez, el historiador, que no es otra cosa que su propia política.
Es un punto de vista muy conservador y que tiene consecuencias políticas muy reformistas. No hablemos de Lenin o de Recabarren. El propio Allende o don Marma, más tarde Miguel; todos los revolucionarios han tratado de incidir en la política, han formado partidos -de masa, de cuadros, da lo mismo; unos más democráticos que otros-. La supuesta suplantación del movimiento social por los partidos o lo que es casi lo mismo, la “traición de la clase política”, es solamente un hecho puntual, no una característica esencial de los partidos. Nadie podría negar por ejemplo que la UP fue un enorme movimiento de masas, en que actuaban partidos, movimientos y organizaciones sociales.
Que algún historiador no compartiera su estrategia y su programa, es otra cosa.  Claramente, cuando se tiene vocación por no involucrarse en la política, siempre va a perecer ajena o equivocada y en lugar de proponer alternativas y disputar la dirección, se termina construyendo una especie de esencia de lo social que no se topa por ninguna parte con lo político.  Construir teorías acerca de que hay algo parecido a la clase política o de que la autonomía del movimiento social es que no participe en política -al menos no como la hacen los partidos- es una especie de autoengaño, de consuelo. El aspecto circular del binomio clase política/movimiento social es expresión justamente de su carácter profundamente ideologizado.
Es posible que este punto de vista autonomista -aun cuando no difiera mucho del punto de vista socialdemócrata- sea parte del acervo cultural y teórico de la izquierda. Sin embargo, parece importante considerar que única y exclusivamente con esa posición es muy poco probable que la política vaya hacia alguna parte y sobre todo, que la política de la izquierda vaya en la dirección de cambiar el estado actual de las cosas. Es como dejarse llevar. Entonces, quienes sí están organizados y participan de la política, sea desde el movimiento social, desde los partidos, o ambos, tienen una gran responsabilidad
Pues el individuo no es un alma pura. Es el resultado de sus propias acciones, de la interacción con los demás individuos, de sus luchas, victorias y derrotas, que siempre son colectivas. En buenas cuentas, un hombre es todos los hombres también y por tanto,  la lucha política no consiste en la suma de todas sus luchas -las de los estudiantes, las de los trabajadores, las de los ambientalistas y los homosexuales, etc.-, no es un promedio de todas las contradicciones. Porque la lucha política no es un hecho natural anterior a los fenómenos políticos mismos, es el resultado de la acción de los hombres.
La búsqueda de la unidad de la izquierda es por lo tanto fundamental. Ser de izquierda tiene un componente esencial que es la búsqueda de la unidad del pueblo y especialmente la búsqueda del complemento dentro de la izquierda. De aquellos que sostienen otros puntos de vista y provienen de diferentes tradiciones políticas, doctrinarias, estéticas y culturales. La constatación de que el movimiento popular es diverso, y que está compuesto por clases, movimientos, partidos políticos que en su diferencia se reconocen como explotados, marginados, excluidos, etc. pero parte de una misma unidad. Su fractura y división es un fenómeno histórico, el producto de la dictadura militar y la aplicación del neoliberalismo en los últimos treinta y cinco años. No hay razón, para que desde nuestro propio sector sigamos profundizando uno de los golpes mortales que el sistema propinó al pueblo.

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