Parábola de los ciegos. Pieter Brueghel |
¿De qué estamos hablando cuando hablamos de autonomía? ¿Estamos hablando,
de oposición entre dos órdenes distintos de lo real –lo político y lo social?
¿De una especie de monismo que resuelve esta contradicción en lo social y la
negación de lo político? ¿De una “esencia”, que trasciende contextos históricos
y políticos?
En este debate, se cruzan distintos tipos
de problemas –doctrinarios, ideológicos; prácticos y políticos- aunque en
apariencia sea uno solo, lo que ha dificultado el despliegue de una política
unitaria de la izquierda en lo que va desde los inicios de la transición
pactada hasta hoy y que para enfrentar al gobierno de Piñera, también
obstaculizaron –entre otros muchos motivos- la unidad de la oposición. Día
Internacional de la Mujer; Hidroaysén, Movimiento Estudiantil son ejemplos
típicos.
No es un debate secundario y ello,
considerando especialmente que lo que venga después de Piñera no puede ser la
repetición de veinte años de política de los consensos, ni de administración
del neoliberalismo, cuestión que incluso han planteado Garretón y otros
intelectuales de la transición pactada. Se trata de hacer el
tránsito a una sociedad diferente. Otra cultura, una moral opuesta a la de la
desigualdad y la exclusión, ese es el dilema en que se debate nuestra sociedad.
¿Cuál va a ser el rol de los movimientos
sociales en esta transición? ¿Cómo va a ser su relación con lo político, con
los partidos, los organismos del Estado y después, con un gobierno de nuevo
tipo? ¿Hay contradicción, como lo han planteado algunos dirigentes de
oposición, entre la movilización social y las tareas de este futuro gobierno de
nuevo tipo? ¿Cuál es el rol que deben cumplir la CUT y el movimiento
estudiantil en esta nueva etapa que se abre? ¿Es posible resolver en forma
unitaria, en el seno de la izquierda, este tipo de interrogantes? Incluso ¿es
necesario?
Claro que cuando hablamos del rol de los
movimientos sociales, de su autonomía, lo hacemos pasando por alto,
generalmente, que nos referimos a estos dos tipos de problema como si fueran uno
solo: los ideológicos, los teóricos y que se refieren a la naturaleza de los
movimientos sociales; y por otra parte a los problemas de la táctica. Y en el
caso de muchos compañeros, la tendencia en los últimos años ha sido reemplazar
la táctica por concepciones teóricas del movimiento social y después acusar a
quienes no comparten esas mismas concepciones teóricas de instrumentalizar o
pretender hacerlo, al movimiento social.
Se trata de una concepción compartida por
amplios sectores de la izquierda, de un área cultural “no comunista” para la
que la subjetividad es un plano “autónomo” y lo social finalmente el espacio
irreductible de la resistencia al modelo y la posibilidad de transformarlo. Una
concepción para la que la moral, la cultura, la subjetividad, son un conjunto
de valores, ideas y propósitos que le dan consistencia a lo social,
organicidad, con independencia de las determinaciones de los sujetos que
los encarnan. Por ello es, precisamente, que tan amplios sectores de la
izquierda reivindican la idea de “autonomía” de lo social con independencia de
que no siempre coincidan en sus apreciaciones acerca de la política.
El debate de la izquierda acerca de la
autonomía es precisamente ese. ¿Qué es la subjetividad, individual o colectiva?
¿Son la cultura y la subjetividad el lugar autónomo de las ideas, de la
voluntad y los símbolos?; esto es, ¿que la cultura y la subjetividad existen
con independencia de que los hombres viven juntos y se relacionan? Es lo
que supusieron hace veinte años atrás algunos sectores de la izquierda: que el
cambio social iba a ser el producto de un cambio subjetivo, moral y cultural,
cruzando un amplio espectro de posiciones políticas, que iban desde la
renovación socialista, pasando por los ambientalistas hasta llegar, a mediados
de los noventa y hasta el día de hoy, a expresarse derechamente como
“autonomistas”.
Sin embargo, aun compartiendo el concepto
de autonomía de lo social, ¿no es posible afirmar, más bien, que los
movimientos sociales no son la suma de miles de individualidades a las que las
unen valores, ideas, propósitos y reivindicaciones, sino clases sociales,
movimientos determinados por su relación con las demás clases y movimientos
sociales, con el Estado y las instituciones?
La idea de que entre individuo y colectividad
hay una relación de contigüidad o de que, en el mejor de los casos, uno es
reflejo del otro es la que está a la base de la concepción autonomista. Para
esta concepción, entre el individuo y la sociedad hay una distancia
intransitable y cuando se resuelve es simplemente porque una es el reflejo
mecánico de la otra sin que haya ninguna acción, ninguna actividad práctica del
sujeto de por medio.
Es precisamente la idea que hegemoniza a la
sociedad e invade nuestras vidas e incluso nuestra manera de concebirla hasta
convertirse prácticamente en “el sentido común”. Es el cambio cultural que
introdujo el neoliberalismo y que hace a unos y otros verse con desconfianza,
como amenazas y lo que hace suponer que cualquiera que se reúna con otros, para
plantearse el problema del cambio social, de la reforma del Estado, incluso la
lucha reivindicativa, tiene intenciones maquiavélicas de instrumentalización
del movimiento social.
Sin embargo, lo social no es una esencia
que exista con independencia de lo real. Es una creación humana y en tanto tal,
una lucha permanente por transformarlo. De manera que la construcción de
autonomía de lo social es el resultado de las aspiraciones y las luchas de
miles, de millones, de seres humanos que no son individualidades, abstracciones
o almas puras, sino subjetividades muy concretas: jóvenes, viejos, hombres y
mujeres, militantes y no militantes, organizaciones sociales, partidos
políticos, movimientos, individuos o personalidades que se encuentran, que
construyen dialogando entre sí y en intercambio con lo real.
Entonces,
el problema para el debate de la izquierda no es si lo social es autónomo
o existe con autonomía respecto de lo que no es “lo social”. Tampoco si la
autonomía es una sustancia, una característica esencial de los movimientos
sociales. El problema para la izquierda es la superación del estado de
enajenación y anomia en que ha sumido a la subjetividad el neoliberalismo,
expulsándola del ámbito de las relaciones sociales al de la vida privada; o a
los microespacios de la sobrevivencia y la fragmentación que generalmente se
resumen en el concepto de “lo local”. Construir autonomía efectiva de lo
social, por lo tanto, es la restitución de la unidad de lo subjetivo, tanto de
lo subjetivo individual como colectivo. Restitución de la identidad entre
individuo y sociedad para construir colectivos sociales, movimientos, sujetos
para la transformación y lo que debiera venir después de Piñera, que no es otra
cosa que la superación del neoliberalismo.
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