El segundo tiempo o el riesgo de la
profecía autocumplida
Ben Shahn. La pasión de Sacco y Vanzetti |
Una
vez cumplido el plazo de cien días autoimpuesto para llevar a cabo las primeras
cincuenta medidas de su programa, comienza la etapa de despliegue de una nueva
manera de ejercer el gobierno. Los primeros cien días estuvieron marcados por el
impulso inicial de su agenda.
Se
instalan, además, los temas laborales, entre ellos, el multirut, algunos puntos
del código del trabajo y al sistema previsional concluyendo con el acuerdo por
el salario mínimo entre la CUT y el gobierno. Del mismo modo, la discusión
acerca de la reforma al sistema electoral binominal, empieza a ocupar un lugar
cada vez más destacado y hasta la UDI, el cancerbero de la institucionalidad
pinochetista, se ve en la obligación de entrar al ruedo.
Incipientes
movilizaciones lo caracterizaron también. En éstas se confunden expresiones de
protesta contra el modelo, motivadas por los efectos que ha tenido en cuanto a
desigualdad, deterioro de los servicios, exclusión, autoritarismo, mercantilización
de la vida social, con reivindicaciones específicas. Todo ello, favorecido por
unas expectativas de cambios efectivos y apertura política, producto de la
derrota de la derecha en las elecciones, el programa del gobierno electo y la
legitimidad del movimiento social y la lucha de masas como parte del ejercicio
de la democracia.
Todo
esto hace que la situación nacional sea muy diferente a los últimos diez años
del siglo pasado y los primeros diez del presente. Obviamente, esta nueva
situación, aún sin ser la caída definitiva del modelo –como augurara
optimistamente un conocido sociólogo el 2011- impone nuevas tareas al sistema
político y a la sociedad civil.
Como
era de suponer, esto motiva la reacción de la derecha y los empresarios, los que
usan toda su potente red de medios de comunicación, para desacreditar las
reformas impulsadas por el nuevo gobierno y la coalición que lo apoya.
A
partir de ahora, a la fuerza y empuje del gobierno en estos primeros cien días,
los sectores conservadores le oponen una reacción más inteligente que es una
mezcla de intransigencia en la defensa de principios del modelo y búsqueda de
acuerdos en torno a cuestiones muy precisas del programa.
Buscar
los intersticios, las coyunturas y
actuar sobre ellas, machacando majaderamente hasta conseguir una inflexión. En
este sentido, la reedición de la política de los consensos, como muchos han
temido que suceda en el futuro, depende de varios factores.
En
primer lugar, la unidad de la Nueva Mayoría. El eje de dicha unidad, como lo
han repetido muchos dirigentes de los
partidos oficialistas, es el programa comprometido con la ciudadanía. No más
que eso. Ni menos tampoco. Pero evidentemente, el programa es la expresión de
las capacidades del movimiento social y de los partidos políticos que lo
conforman para darles una orientación.
Es
precisamente en las fracturas de la coalición y aunque de otro modo, también de
esta con la sociedad civil, que la derecha y el empresariado actúan buscando
llevar agua a su molino. Una fórmula antiquísima de hacer política y
respecto de la cual no hay más antídoto que la unidad.
Observar
cómo se resuelva esta situación es adoptar una posición política bastante
cómoda y por supuesto muy conservadora, que de pasada le da una aire de superioridad
moral a quien observa para poder decir luego, “…echo de menos que la Nueva
Mayoría no adopte una posición más rupturista y de cambio más radical…”Cuando
no para acusarla luego de traicionar al movimiento social.
Por
esta razón, un entendimiento de todos los sectores de izquierda y que fueron
opositores a Piñera, tanto dentro como fuera de la Nueva Mayoría, es urgente y
necesario. No se trata solamente de reeditar, como ha sido sugerido
últimamente, el arco de fuerzas políticas que derrotaron a Pinochet en el
plebiscito. Han pasado ya casi treinta años desde entonces y la realidad
nacional ha cambiado lo suficiente como para que el sistema de partidos y las
coaliciones que le dan forma, expresen estos cambios.
En
tercer lugar, un despliegue mayor en el movimiento social y una relación de
este con el gobierno, de nuevo tipo. En este sentido, llegó la hora
probablemente, de que los partidos y colectivos políticos actúen sin tantos
complejos trabajando por el desarrollo de las organizaciones sociales,
respetando su autonomía –que por lo demás, no se resuelve en sus estatutos ni
en las declaraciones de principios de las organizaciones políticas-, sin
renunciar a su derecho y su responsabilidad de proponer horizontes de cambio
global.
Un
movimiento social que lucha por sus reivindicaciones, que exige el cumplimiento
de las promesas de campaña y que también se moviliza para respaldar la acción
del gobierno, es también un movimiento de nuevo tipo del que debe hacerse cargo
el progresismo.
Las
reformas políticas, asimismo, se hacen cada vez más urgentes porque la
institucionalidad pinochetista se encarga de ahogar y contener la democracia
perjudicando de pasada a todo el espectro político. En efecto, por una parte
limita la competencia, el surgimiento de nuevos partidos; amputa brutalmente su
representatividad e induce artificialmente, instrumentalmente, el entendimiento
entre sectores muy diferentes.
En
resumidas cuentas, la reedición de la política de los consensos no depende
única y exclusivamente de las intenciones y capacidad de los sectores
conservadores que en los veinte o veinticinco años anteriores, hegemonizaron el
sistema político. Hay nuevas realidades que dificultan que esto suceda; cambios
en la composición de las coaliciones; un
movimiento social más activo; nuevos liderazgos a nivel político que han
surgido de éste; un recambio generacional; etc.
Pero
eso no quiere decir que no pueda suceder. Como todo en la historia y la
política, eso depende de la acción; de la práctica de todos y todas quienes
están comprometidos con la democracia, la justicia social, sea desde el movimiento
social o las organizaciones políticas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario