La defensa del sentido común o el
dilema de la clase media
Georg Grosz. Los pilares de la sociedad |
La
clase media es hoy por hoy, el sector de la población más defendido y según
algunos, también el más golpeado por los cambios que se ha propuesto el nuevo
gobierno y especialmente, por su política educacional.
Desde
el término de la dictadura, lo plantean incansablemente los liberales de todas
las especies y denominaciones, la pobreza bajó de poco más de un cuarenta por
ciento de la población a menos de un veinte, ello medido por su posibilidad de
acceder a los bienes y servicios propios de una sociedad moderna. Toda una
proeza que supuestamente habría dejado a nuestro país entre los más modernos de
América Latina y a las puertas del desarrollo.
En
principio, se trataría pues de un grupo social formado en los años noventa; definido
fundamentalmente gracias al acceso de amplios, cada vez más amplios, segmentos
de la población a la posesión de dichos bienes y servicios. Culturalmente es
esta “posibilidad de poseer”, lo que caracteriza a la llamada “clase
media”.
Sin
embargo, el paso de la posibilidad de poseer a la posesión efectiva, es el
resultado de una serie de acciones entre las que se van desarrollando comportamientos
habituales y valores que conforman un “sentido común” que le permite interactuar
y relacionarse con su entorno material, social y cultural. Por consiguiente,
este sentido común “de clase media”, como los de cualquier otro segmento
social, ha sido lentamente modelado por las interacciones de este grupo con su
entorno; es decir por su relación con lo real, incluyéndose a sí mismo.
La
sistematización que de éstas han hecho las ciencias sociales y es presentada
luego por los medios de comunicación de masas, es lo que se denomina corrientemente
“la clase media” y lo que la legitima y la convierte en objeto del discurso
público. Finalmente la imagen que tiene de sí misma es precisamente su
resultado final.
Pero
para que semejante fenómeno fuera posible, fue necesaria una profunda
transformación de la sociedad como totalidad; no solamente de la subjetividad y
el sentido común. Y aunque,
efectivamente, la “clase media” surgió y se desarrolló en los años noventa, los
cimientos –como se dice vulgarmente- “estructurales” de su constitución como
tal, son muy anteriores.
La
privatización de los servicios y la venta de empresas del Estado durante los
años ochenta y noventa, así como la introducción de los métodos de
administración de la empresa privada en el sector público durante los años de
euforia neoliberal. Todos ellos, factores que se hallan a la base de unas nuevas relaciones
sociales basadas en la interacción de los individuos en el mercado o dicho de
otro modo de estos como individualidades abstractas.
Para poder llevar a cabo todo esto, fue necesaria antes la demolición del
movimiento sindical por medio de la persecución, el exterminio físico de
dirigentes obreros y militantes de partidos de izquierda.
El
código del trabajo de Piñera y Pinochet, además de transformar las relaciones
laborales favoreciendo a los empleadores, intentó destruir cualquier vestigio
de de identificación con otros; de solidaridad de clase. En efecto, por una
parte legitima políticamente y le da certeza jurídica a la superexplotación de
la mano de obra, por medio de la
negación del derecho a huelga y
la negociación colectiva pero
para ello era necesario desarticular los vínculos entre pares,fomentando la atomización y debilitamiento de los sindicatos.
Esta,
fue una segunda etapa de esta transformación de los trabajadores en
individualidades sin vínculos con otros y de esa manera en meros consumidores,
que es por todo lo dicho hasta aquí, lo que define a la clase media.
Especial
relevancia tuvo también, la desarticulación del Sistema Nacional de Educación,
obra republicana de todo un siglo, por medio de la municipalización de la
educación escolar y su financiamiento por medio del voucher o Unidad de
Subvención Educacional, gracias a lo que floreció la industria de la educación
particular subvencionada. Sólo gracias a estas dos reformas de la dictadura, desde
mediados de los años ochenta, el sistema escolar pasó a ser un mercado de
servicios en el que subsiste, a duras penas, un segmento de educación pública
–como se decía corrientemente en los noventa y como todavía hoy repiten muchos-
“para los pobres”.
Gracias
a este principio de la política educativa, según el cual la educación pública
es la educación de los pobres, ésta se transformó en un servicio focalizado y
no una política de Estado, que es como la conciben, la planifican, la
implementan y la evalúan todos los países democráticos, por muy liberales sus
sean sus gobernantes.
Desde
este punto de vista, es lógico que la reforma educacional ocupe un lugar tan
importante en el programa de la Nueva
Mayoría y el gobierno de la presidenta Bachelet. Resulta obvio también que la
derecha y los empresarios de la educación, por lo tanto, reaccionen con tanta
radicalidad en contra de dicha reforma.
Es
simplemente que el conjunto de políticas planteadas por la coalición gobernante
ponen en cuestión una parte de los fundamentos sobre los que se constituyen comportamientos
que conforman los valores de una sociedad donde priman los intereses privados
–o individuales- por sobre los públicos –o los de toda la sociedad-.
Entonces,
¿es realmente a la clase media a quien golpean las reformas?
Tras
toda la retórica de los dirigentes políticos que dicen estar preocupados de la
clase media, lo que hay es la defensa a todo evento del sistema neoliberal que
no es otra cosa que el entramado que le da sustento a intereses de clase y los
convierte finalmente en la cultura dominante.
No
se trata entonces de la mera defensa del modelo neoliberal y la privatización
de la educación lo que se oculta tras la defensa retórica de la clase media. Es
el sentido común dominante que no es otra cosa que la ideología que sustenta un
ordenamiento de clase. El sentido común o lo que podría llamarse el sentido
común de la clase media de la que todos dicen estar preocupados, no es otra
cosa que la ideología dominante o la concepción de mundo de las clases dominantes de la sociedad.
Un
estilo de vida que se ha ido conformando como resultado de la destrucción del
movimiento social y sindical; la reducción de la ciudadanía a una comunidad de
consumidores; donde el individualismo y la competitividad han sido elevados a
la categoría de principio fundamental de la cultura.
Entonces,
no estamos sólo ante la defensa de unos principios de política social o de la
política pública, como les gusta decir a los liberales. La batalla o la
supuesta batalla por la defensa de la clase media es además una confrontación
política en que la derecha, aprovechando eso sí el enorme capital que es su
posición de dominio en el campo del sentido común, se apresta a constituir un
movimiento de masas que de sustento material y social a su política de defensa
de los intereses de las clases dominantes o hegemónicas de la sociedad y le
permita plantearse la posibilidad de disputar la conducción del gobierno el
2017.
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