Pieter Brueghel. La parábola de los ciegos |
La
distancia entre las transformaciones de fondo que el país necesita para ser
efectivamente un país democrático y las reformas actuales es, ciertamente,
considerable.
Oponerse
a ellas porque no se plantean cambios estructurales, soluciones definitivas al
carácter clasista y antidemocrático del modelo neoliberal, es casi lo mismo que
dejar las cosas exactamente donde están, a la espera de que alguien las realice
o en el mejor de los casos, de que las circunstancias cambien, para hacerlo.
Es
la posición de quienes ven la realidad desde la doctrina, o una moral que no se
compromete con los acontecimientos actuales y se dedica a pontificar sobre lo
que los demás hacen o dejaron de hacer.
Otro
argumento que se viene escuchando desde que fuera electa la presidenta Bachelet
e incluso desde que surgió la Nueva Mayoría en las postrimerías del gobierno de
Piñera, son las diferencias que existen entre los partidos que la conforman.
En
efecto, en la Nueva Mayoría confluyen partidos que estuvieron en posiciones
antagónicas bajo las administraciones de la Concertación e incluso es expresión
de las diferencias que en su interior se manifestaban. En ella confluyen liberales, cristianos, racionalistas laicos y comunistas.
La
hegemonía de la Concertación estaba en manos del liberalismo y sectores
conservadores de raíz católica que desde que ganó Piñera el 17 de enero del
2010, postulaban el consenso con la nueva administración, tal como lo habían
hecho mientras fueron gobierno; pero ello se enfrentó inevitablemente con la
protesta social frente a los intentos del gobierno de la derecha de consolidar
el modelo que le había heredado y profundizarlo, en ciertos aspectos.
Movilización
contra los proyectos energéticos que el empresariado venía exigiendo como las
termoeléctricas en el norte o el proyecto Hidroaysén; contra las
privatizaciones de empresas del Estado, como ENAP, sanitarias y eléctricas
–como EDELNOR- y hasta CODELCO; concesiones hospitalarias y privatización de la
educación e introducción de la flexibilidad, en el ya desregulado mercado
laboral.
De
esa manera, dicha hegemonía liberal, promotora entusiasta de la política del
consenso y que era rechazada –intuitivamente, por cierto- en las calles como
responsable de esa pérdida de derechos fundamentales, fue desplazada de esa
posición en el transcurso de la administración derechista, dando origen a la
Nueva Mayoría.
Sin
embargo, a esta amplia convergencia opositora al gobierno de la alianza, no le
corresponde uno similar en el caso de la izquierda, que desde fines de la
dictadura había sufrido un proceso de dispersión de sus vertientes históricas.
Tendencia confirmada con el ingreso del PS a la Concertación y como efecto del
sistema electoral binominal, que el partido PAIS hubiese quedado excluido del
Congreso en la primera elección parlamentaria a fines de la dictadura, lo que
en los hechos significaba la exclusión del Partido Comunista y otras pequeñas
agrupaciones, como el MIR o la IC.
Entonces,
las diferencias al interior de la Nueva Mayoría son realmente expresión de la
dispersión de los sectores de izquierda y progresistas, contrarios al modelo
neoliberal y que vienen reclamando una efectiva democratización del país,
incluso desde los años noventa del siglo pasado, tanto entre los que eran
denominados entonces “izquierda extraparlamentaria”, como de quienes estaban en
una posición subordinada al interior de la Concertación.
La
pregunta que, por lo tanto, corresponde sería ¿con quién o quiénes se podrían
haber hecho estas reformas, considerando esta dispersión y diferencias en el
campo de la izquierda?
Esperar
que todos tuvieran una misma política, para enfrentar este proceso de cambios
que el país está viviendo, sería haber asumido este estado de fragmentación
política y social, como un orden de cosas natural e inmodificable. Y de esa manera, haber inmovilizado a la
sociedad. Precisamente lo contrario de lo que el momento actual reclama de la
izquierda.
Es
una actitud conservadora, reformista, que se inhibe de actuar, que no arriesga,
pues no se propone incidir en la realidad sino acomodar su actuación a estas
condiciones asumidas como “naturales”, no el producto de circunstancias
históricas, el resultado de las luchas y la acción práctica de las clases
sociales.
De
esa manera, ser de izquierda comporta un posicionamiento frente a la totalidad:
consiste en tener un propósito, actuar motivado por un posicionamiento frente a
la contradicción de clase fundamental que cruza a toda la
sociedad y tomar una posición respecto del conjunto de contradicciones que se
manifiestan en ella, incluida aquella que existe entre la voluntad y lo real,
entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la doctrina y
la experiencia práctica del movimiento social.
Ser
de izquierda -es más, ser revolucionario- consiste exactamente en eso. En
asumir a la sociedad en permanente oposición y movimiento y a su concepción de
lo real, siempre en su carácter concreto, esto es determinado por esas mismas
contradicciones. En su condición histórica, cambiante y provisional. Este punto
de vista, característico del leninismo, es especialmente importante en
condiciones políticas e históricas como la actual en nuestro país.
No hay comentarios:
Publicar un comentario