Francisco Goya. Hasta la muerte, de la serie Los caprichos |
En
poco menos de un mes, Chile y la hermana República de Argentina, se enfrentan a
definiciones electorales que van a determinar su futuro en el mediano
plazo.
En
nuestro país, se consultará al pueblo acerca de la propuesta reaccionaria del
Consejo Constitucional y en Argentina por un cambio radical del rumbo que ha
seguido el país trasandino en los últimos veinte años, bautizado por Millei
como "la motosierra". Ello, para volver a las recetas típicas de
Martinez de la Hoz o del menemismo, como si fueran una gran novedad.
No
resultó en Chile bajo la administración de Pinochet que mantuvo al país en una
constante recesión desde que comenzó la aplicación de planes de schock como los
que quiere aplicar el pseudo libertario ni durante el menemismo en los años
noventa que terminó con una crisis que acabó con un presidente escapando en
helicóptero de la Casa Rosada y un corralito que le birló sus ahorros a los
argentinos y argentinas.
La
propuesta constitucional que se va a consultar un par de días antes al pueblo chileno
también es una vuelta atrás. Se trata de un cepo que determinaría el futuro del
país en forma inapelable; el intento de legitimar ex ante la
aplicación de la misma receta de ajuste violento y antipopular que consiste en
más privatizaciones, más mercado y endeudamiento; menos poder de negociación
para los sindicatos y más dependencia de los consumidores a los intereses de
las empresas. Menos libertades y autonomía para los ciudadanos y ciudadanas.
En
uno y otro caso, y como dice el viejo y conocido refrán, "la mona, aunque
se vista de seda, mona se queda". Son la manifestación de la ofensiva
reaccionaria que pretende arrebatar a los trabajadores y el pueblo, los
derechos que aún tienen y entregarle un poder sin contrapesos a la clase
empresarial aliada del conservadurismo moral y cultural que domestica
conciencias, a las que intenta hacer más dóciles para la aceptación de estas recetas y
legitimar ideológicamente la exclusión, la represión y la explotación que
conllevan, como si fuera culpa de los mismos que las sufren.
Gracias
a las mismas ideas que Millei quiere aplicar en Argentina y que la dictadura de
Pinochet aplicó en Chile, éste terminó entregando un país con una cifra
escandalosa de pobreza, desindustrialización; dependencia crónica de los
comodities; destrucción de los servicios públicos de salud, vivienda popular,
previsión y salud convertidos en lucrativos nichos de negocio para sus financistas;
reducción del Estado a niveles que lo mantienen hasta el día de hoy en una
postración tal que imposibilita cualquier proyecto de desarrollo
soberano y sometido a la extorsión permanente de las empresas privadas que lo
tienen de rehén al servicio de sus propios intereses, lo que ha quedado en
evidencia en los sucesivos y crónicos casos de corrupción, cohecho y tráfico de
influencias en que se han visto involucradas grandes empresas y connotados
políticos del sistema (CORPESCA, SQM y PENTA, sin considerar la colusión de
farmacias, supermercados, productores de carne y papel, y el abuso de las
ISAPRES, que han pasado inadvertidas por años para los organismos reguladores).
Esta
ofensiva reaccionaria ha encontrado un caldo de cultivo favorable en sociedades
despolitizadas. En la desmovilización de la
opinión pública sometida como un sonámbulo al dictado de los medios
controlados por la gran empresa privada; la industria de las encuestas y un
sistema de educación superior y escolar, que ha preparado por décadas a jóvenes
e infantes como consumidores ingenuos de la industria de la entretención
masiva.
La antigua clase obrera, a través de la masificación del crédito y su acceso al consumo, es un sujeto social cada vez más difuso y la fetichización del concepto de "clase media" -grupo de palabras que dan para un fregado y un barrido- la coartada perfecta para un fascismo de nuevo tipo, aunque sus representantes, estéticamente, se asemejen bastante a Mussolini. El resultado de la primera vuelta de Argentina y del plebiscito constitucional del 4 de septiembre pasado en Chile lo demuestran.
Hay que recuperar el rol político social de los sindicatos y las organizaciones de trabajadores. Su responsabilidad no es solamente asegurar los puestos de trabajo; el salario y las vacaciones. Cuando el sindicalismo se abstiene de intervenir en política, la reacción se abre paso. Lo único que puede oponer al fascismo una resistencia eficaz es un movimiento de trabajadores y trabajadoras que intervenga en la política.
Entre la motosierra de Millei y el cepo constitucional nuestros pueblos podrían retroceder décadas a los años setenta del siglo pasado.
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