Max Beckman. Traum von Monte Carlo. 1939-1943 |
Las recientes elecciones en Venezuela han proporcionado la
ocasión para debatir de democracia en América Latina. La prensa derechista y la
no tan derechista, aunque igualmente conformista y defensora de la estabilidad
de la sociedad actual, se ha encargado de tener en titulares las acusaciones de
fraude de la oposición de ese país durante semanas y alimentar una supuesta
controversia al interior del gobierno, la colación de partidos que lo apoyan,
sus bancadas y al interior de ellos mismos.
Consecuentemente también, las reacciones que estas han
provocado; entre ellas, las explicaciones de los organismos encargados de velar
por ellas; las del gobierno venezolano y también la de los partidos, dirigentes
políticos, parlamentarios y autoridades de gobierno y oposición en Chile, sin
que ello aparezca en ningún estudio de medición de la opinión pública como una
de sus preocupaciones ni haya motivado movilizaciones sociales que vayan a
cambiar en algo la situación del país.
Según estos mismos estudios, además, tampoco tendría algún
impacto en las próximas elecciones, demostración de la desconexión brutal entre
los medios; el periodismo y los periodistas -salvo honrosas excepciones-; las
empresas dedicadas a las comunicaciones y el marketing y la sociedad real.
Ciertamente, es legítimo que, en uso de su libertad para expresar opiniones y
pensamientos políticos y filosóficos, lo haga tratando de influir en ésta y
modelar también el tipo de sociedad a la que aspiran sus dueños y a quienes
representan, aun cuando no necesariamente sean expresión de lo que ella es.
El problema es que tampoco lo hacen. La cantinela del
"fraude" y la "dictadura de Maduro", apenas se pronuncia sobre
su contenido. No dice nada acerca del tipo de sociedad a la que aspiran sus
voceros, dejando tras de sí apenas un eco. Cuando en alguna parte del mundo
dicen ¡democracia!, en Chile, Argentina, Perú o alguno de los que encabezan la
campaña de denuncia del fraude se escucha "....cracia...cracia...."
Cuando alguien grita ¡libertad! resuena el eco
"...tad....tad....tad". Todo el contenido de estos conceptos ha sido
vaciado y elevado las formas y la superficie de la convivencia social y
política, a la categoría de principio y esta réplica, a la de su contenido de
verdad.
La discreción y la cautela con la que han actuado algunos
referentes políticos y gubernamentales del mundo para referirse a ello, dan
cuenta precisamente de que el asunto es mucho más que la existencia o
inexistencia de las dichosas actas. O de los procedimientos institucionales de
reclamación, verificación y difusión de los resultados, en el transcurso de los
cuales muchas cosas han pasado sin que los savonarolas latinoamericanos se
hayan referido a ellas para limitarse a gritar ¡fraude! cada vez que se les
presenta la ocasión.
En un momento radicalmente decisivo para la humanidad, en la
que la combinación de intereses económicos de las grandes corporaciones, el
supremacismo racial y el chovinismo, unidos al militarismo estadounidense se
prepararan para defender con uñas y dientes su condición de potencia hegemónica
en el mundo -usando a América Latina como retaguardia dada su riqueza en
recursos naturales, agua dulce y tierras cultivables- resulta de una candidez
grotesca o peor aún, de un oportunismo supino hacerlo.
Defender la democracia a partir de las formas, sin referirse
a su contenido, esto es, los Derechos del ser humano, del hombre y la mujer,
del medioambiente y todo lo que es producto de su actividad creativa y sin
hacer alusión a la situación catastrófica a la que el neoliberalismo ha
arrastrado a la humanidad en las últimas décadas en las que una Europa
decadente alineada tras un todavía más decadente imperio norteamericano, resulta
por demás hipócrita. No referirse a la sociedad a la que se aspira construir
en reemplazo de un capitalismo neoliberal que en su agonía ha arrastrado al
mundo al colapso medioambiental; a las guerras; la crisis económica y una
permanente recesión con sus secuelas de desempleo, aumento de la pobreza y la
desigualdad, miopía y cortoplacismo.
Queda mucho por decir al respecto. Mucho por hacer también.
La solución pacífica y democrática de un conflicto cuya naturaleza y contenido
ha sido encubierto por la propaganda más chabacana y la abdicación del
progresismo a adoptar una posición frente al fin de la hegemonía norteamericana,
pasa por llenarla de contenido. Democracia, soberanía, autonomía económica,
cultural y política, independencia nacional, defensa del medioambiente y los
derechos humanos. Hacerlo es lo que establece el límite entre el auténtico
progresismo y la reacción y defender la democracia en Venezuela sin hacer
referencia a esto, un gesto vacío.