Gustav Dore. Grabado para Gargantúa y Pantagruel. 1832-1833 |
Por estos días salió a la luz pública que la Asociación de
AFPs ha hecho circular entre los parlamentarios una minuta sobre la reforma del
sistema previsional impulsada por el gobierno, que según el ministro Marcel
excede el debate técnico y se adentra en el de la política.
Sería ingenuo en este sentido suponer que se trata de un
problema que se está tratando exclusivamente en el más desprestigiado de los
poderes del Estado, el Parlamento. No son tampoco, sólo las AFP´s las
preocupadas del asunto. Se trata de una cuestión que está presente en las
discusiones que, en sordina, se dan en todos los casinos de los lugares de
trabajo; en todas las reuniones familiares; en los almacenes de los barrios,
acumulando una creciente indignación, incluso entre quienes andan repitiendo el
slogan "con mi plata no". El sistema previsional actual, las AFP´s,
perjudica a todos los chilenos y chilenas, excepto a sus dueños. La caída de la
bolsa de este lunes en los Estados Unidos, la que ha arrastrado a las del resto
mundo, hace prever casi con absoluta certeza, la de los multifondos, no así
-como siempre ha ocurrido- sus excéntricas ganancias.
En buenas cuentas, el chancho está mal pelado.
Para peor de males, a los aporreados chilenos y chilenas, el
cambio climático los pilla en la más absoluta indefensión frente a las
catástrofes que sus descomunales efectos producen, como inundaciones,
temporales de lluvia y viento ante los cuales debe reaccionar recurriendo a la
caridad o la ayuda de vecinos y familiares, dada la ausencia del Estado y la
codicia e indiferencia de las empresas privadas que no se responsabilizan por
los pésimos servicios que entregan ni por los derechos de los usuarios, a los
que no ve como seres humanos sino como consumidores de los cuales abusar a
diestra y siniestra. Días y semanas sin electricidad o sin agua potable; interrupciones
constantes del servicio, el que cuando está disponible es de mala calidad.
En una sociedad en la que la propiedad privada ha sido
elevada a la categoría de sacrosanto principio de la convivencia, se trata de
problemas de por sí políticos, en tanto que determinan la distribución del
poder. Expresión de este poder es la capacidad que la industria de las AFP´s han
tenido -como lo ha sostenido en innumerables ocasiones la ministra del
trabajo- de detenerla y afectar
gravemente los intereses de millones de trabajadores y trabajadoras, de los
pensionados futuros y de los actuales.
Ciertamente, no es lo mismo ser propietario de un fondo de
doscientos mil millones de pesos que todos los meses se mueven en la bolsa
generando nuevos y cada vez más lucrativos negocios y que se distribuyen por el
retail, la energía y otros, que de veinte millones de pesos o incluso como en
el caso de muchos trabajadores, apenas cinco o diez millones administrados por
alguna AFP y que sumados constituyen dicha pantagruélica cifra, digna de Rico
Mcpato. La enajenación del trabajo típica del capitalismo, se agrava en este
caso entonces por la situación de sometimiento, subordinación y abuso a la que
se ve expuesto el trabajador o trabajadora por estas empresas y sus inconfesadas
e inconfesables cuotas de control del poder político, como ha quedado en
evidencia estos días y que son las que le permiten detener las reformas.
Que las AFP´s, las empresas distribuidoras de energía y agua
potable tengan una posición tan reaccionaria y que utilicen todo el poder que
las cuotas de concentración de la propiedad les confiere, no tiene nada de
raro. Lo raro es que no encuentre una oposición efectiva y la indiferencia y
por momentos, el oportunismo con que es tolerada. Eso tanto en el sistema
político en el que con gestos grotescos se disimulan con absurdas demostraciones
de amistad cívica - incluso por representantes del progresismo y la izquierda-
o con un corporativismo que ha copado la práctica y discurso del movimiento
social, por el momento.
La derecha, con el oportunismo y agudo sentido de clase que
la caracteriza, saca provecho de esta circunstancia para aislar al gobierno;
dividir a la izquierda a propósito de diferencias públicas y conocidas; detener
las reformas y seguir garantizando las ganancias de los monopolios, las grandes
fortunas y las no tan grandes.
Pero tal como se ha repetido en innumerables ocasiones, la
paciencia del pueblo tiene un límite y éste límite queda en evidencia cada
tanto en estallidos de indignación popular, como los del 2006, el 2011 y el
2019. Es lo que está pasando en la actualidad y depende de los partidos de
izquierda; las dirigencias sociales y sindicales; los colectivos de defensa de
los derechos humanos, ciudadanos y ciudadanas no seguir estirando el elástico y
abrir paso a la construcción de una nueva sociedad que supere la cultura de la
codicia, del abuso y la desigualdad.
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