Pink Floyd. The Wall |
Desde que empezaron
las movilizaciones por la educación, innumerables editoriales, columnas de
opinión y cartas al director de diversos medios de comunicación, incluido por
cierto el panel de un conocido y clasemediero programa de televisión, han
planteado que el problema de nuestra educación es su “mala calidad”. Concepto
polémico, ambiguo, polisémico, ideológico, que se escucha desde 1995, año de la
reforma educacional de Eduardo Frei R. Ahora también escuchamos con harta frecuencia
al Presidente Piñera o a su Ministro de Educación “…compartimos con los
estudiantes su demanda por mejorar la calidad de la educación…enviaremos una
reforma constitucional para que el Estado sea garante de la calidad de la
educación…felicitamos a los estudiantes por haber puesto el problema de la
calidad de la educación en el debate político…etc.”
Cómo se mejora la
calidad –concepto oscuro y poco preciso- de algo que para el Presidente es un
“bien de consumo” mientras que para el movimiento social de estudiantes,
profesores y trabajadores, es un derecho, parece algo imposible o cuando menos,
difícilmente conciliable. Para los liberales –incluidos los neo y los
autodenominados liberales a secas-, es una cuestión en realidad bastante simple.
Se trata de una cosa, una reunión de cosas, de hechos singulares. Que el
conjunto de esas cosas, se denomine “educación” y de otra parte, una
clasificación de sus atributos, se denomine “calidad”, no implica que dejen de
ser un conjunto de cosas reunidas.
En ese sentido, a
la autoridad política o al planificador social, no le queda más que poner
cierto orden. Una antigua ministra de educación decía que hacer la política
pública de educación es como “hacer un puzzle”. Excelente ejemplo de la
concepción liberal de la política educativa. No hay concepción de hombre, de
sociedad, aspiraciones que vayan más allá de lo existente. La política pública
no se propone objetivos, no hay principios organizadores –eso para el
(neo)liberal, es ideología- no hay supuestamente un plan preconcebido. Se trata
de ir uniendo piezas.
Tal vez por eso un
conocido ingeniero industrial, se ha convertido en experto en educación sin
haber pasado jamás por una facultad de pedagogía ni pisado un aula. Más allá de
sus buenas intenciones e incluso, lo acertado de algunas de sus apreciaciones,
tampoco tiene una visión del conjunto del problema o de la “totalidad “,
concepto pecaminoso para el liberal. Toma cualquier pieza del puzle, sus
esquinas por ejemplo; y empieza a armarlo y una vez hecho, con un poco de
esfuerzo y de suerte va a lograr en diez años, la “calidad de la educación”,
como el paisaje de una foto o la imagen del Rey León o La Sirenita.
Esta concepción de
la política pública ha tenido eso sí, un efecto indeseado e incomprensible para
el liberal. Crece el acceso, las tasas de matrícula, tanto en la educación
escolar como en la superior y aumenta la inequidad. Ya no se trata de la
inequidad que conoció el siglo XX, marcada por la exclusión de los servicios
básicos, altas tasas de analfabetismo y deserción escolar. Es la inequidad en
la distribución de los saberes, los bienes culturales de la sociedad y de los
roles asignados a cada uno en ella.
Así, antes de
llegar a la tan ansiada meta de la “calidad de la educación”, van quedando en
el camino generaciones enteras de niños
y jóvenes frustrados, docentes fracasados y estresados, padres endeudados que
en lugar de dejar como herencia a sus hijos una educación de calidad que les
otorgue mejores perspectivas que las que ellos tuvieron, les deja una pesada
carga con la banca privada. Es precisamente por eso que los estudiantes y sus
familias se movilizan. Porque esperan de
la educación, algo que la política pública –así como la conciben los liberales
y la han diseñado a lo menos desde hace veinte años- no puede darles. Sus
sueños, su “visión”, para el liberal son quimeras, utopías irrealizables. Eso,
para el liberal sólo será posible en el caso de aquellos que con su propio
esfuerzo, los puedan realizar.
Lo realmente
utópico es que en una sociedad subdesarrollada y pobre como la nuestra, con
niveles casi pornográficos de inequidad, los individuos con su propio esfuerzo
puedan a través de la educación superar la pobreza. Por lo demás, existe
abundante investigación y evidencia empírica de que la calidad de la educación
está en relación directa con la equidad y los grados de integración de una
sociedad. Ese es el reclamo de los estudiantes, de los profesores y profesoras, de las familias chilenas. Por
eso, al Presidente Piñera, se le podría decir lo mismo que Bill Clinton a
George W. Bush. ¡Es la inequidad, estúpido!
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