sábado, 15 de febrero de 2014

La inequidad del sistema educacional

Pink Floyd. The Wall


¡Es la inequidad, estúpido!

Desde que empezaron las movilizaciones por la educación, innumerables editoriales, columnas de opinión y cartas al director de diversos medios de comunicación, incluido por cierto el panel de un conocido y clasemediero programa de televisión, han planteado que el problema de nuestra educación es su “mala calidad”. Concepto polémico, ambiguo, polisémico, ideológico, que se escucha desde 1995, año de la reforma educacional de Eduardo Frei R. Ahora también escuchamos con harta frecuencia al Presidente Piñera o a su Ministro de Educación “…compartimos con los estudiantes su demanda por mejorar la calidad de la educación…enviaremos una reforma constitucional para que el Estado sea garante de la calidad de la educación…felicitamos a los estudiantes por haber puesto el problema de la calidad de la educación en el debate político…etc.”
Cómo se mejora la calidad –concepto oscuro y poco preciso- de algo que para el Presidente es un “bien de consumo” mientras que para el movimiento social de estudiantes, profesores y trabajadores, es un derecho, parece algo imposible o cuando menos, difícilmente conciliable. Para los liberales –incluidos los neo y los autodenominados liberales a secas-, es una cuestión en realidad bastante simple. Se trata de una cosa, una reunión de cosas, de hechos singulares. Que el conjunto de esas cosas, se denomine “educación” y de otra parte, una clasificación de sus atributos, se denomine “calidad”, no implica que dejen de ser un conjunto de cosas reunidas.
En ese sentido, a la autoridad política o al planificador social, no le queda más que poner cierto orden. Una antigua ministra de educación decía que hacer la política pública de educación es como “hacer un puzzle”. Excelente ejemplo de la concepción liberal de la política educativa. No hay concepción de hombre, de sociedad, aspiraciones que vayan más allá de lo existente. La política pública no se propone objetivos, no hay principios organizadores –eso para el (neo)liberal, es ideología- no hay supuestamente un plan preconcebido. Se trata de ir uniendo piezas.
Tal vez por eso un conocido ingeniero industrial, se ha convertido en experto en educación sin haber pasado jamás por una facultad de pedagogía ni pisado un aula. Más allá de sus buenas intenciones e incluso, lo acertado de algunas de sus apreciaciones, tampoco tiene una visión del conjunto del problema o de la “totalidad “, concepto pecaminoso para el liberal. Toma cualquier pieza del puzle, sus esquinas por ejemplo; y empieza a armarlo y una vez hecho, con un poco de esfuerzo y de suerte va a lograr en diez años, la “calidad de la educación”, como el paisaje de una foto o la imagen del Rey León o La Sirenita.
Esta concepción de la política pública ha tenido eso sí, un efecto indeseado e incomprensible para el liberal. Crece el acceso, las tasas de matrícula, tanto en la educación escolar como en la superior y aumenta la inequidad. Ya no se trata de la inequidad que conoció el siglo XX, marcada por la exclusión de los servicios básicos, altas tasas de analfabetismo y deserción escolar. Es la inequidad en la distribución de los saberes, los bienes culturales de la sociedad y de los roles asignados a cada uno en ella.
Así, antes de llegar a la tan ansiada meta de la “calidad de la educación”, van quedando en el camino  generaciones enteras de niños y jóvenes frustrados, docentes fracasados y estresados, padres endeudados que en lugar de dejar como herencia a sus hijos una educación de calidad que les otorgue mejores perspectivas que las que ellos tuvieron, les deja una pesada carga con la banca privada. Es precisamente por eso que los estudiantes y sus familias se movilizan.  Porque esperan de la educación, algo que la política pública –así como la conciben los liberales y la han diseñado a lo menos desde hace veinte años- no puede darles. Sus sueños, su “visión”, para el liberal son quimeras, utopías irrealizables. Eso, para el liberal sólo será posible en el caso de aquellos que con su propio esfuerzo, los puedan realizar.
Lo realmente utópico es que en una sociedad subdesarrollada y pobre como la nuestra, con niveles casi pornográficos de inequidad, los individuos con su propio esfuerzo puedan a través de la educación superar la pobreza. Por lo demás, existe abundante investigación y evidencia empírica de que la calidad de la educación está en relación directa con la equidad y los grados de integración de una sociedad. Ese es el reclamo de los estudiantes, de los profesores y  profesoras, de las familias chilenas. Por eso, al Presidente Piñera, se le podría decir lo mismo que Bill Clinton a George W. Bush. ¡Es la inequidad, estúpido!


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