Ben Shan. Desempleados |
El problema principal para una política de izquierda en lo que ha dado
en llamarse “el nuevo ciclo” es cómo involucrar a las masas en ella. Si algo la
caracterizó en el período anterior, fue precisamente lo contrario. Ello no sólo
se expresaba en altos niveles de abstencionismo y baja inscripción juvenil en
los registros electorales, sino también en la baja tasa de sindicalización; el
alejamiento de los partidos políticos del movimiento social; el carácter
esporádico y desarticulado de las movilizaciones de masas. En fin por un
desinterés generalizado y permanente por los asuntos públicos.
Todo el entramado institucional, partiendo por el sistema electoral
binominal y la ley de partidos políticos, actuó y lo sigue haciendo, en este
sentido de alejar a las masas de la actividad política.
Pero también las normas de la dictadura que no han sido derogadas y que
se refieren a la regulación de las relaciones sociales, principalmente el
Código del Trabajo. En el caso del movimiento estudiantil, la norma que prohibía
la participación de los estudiantes en la elección de autoridades unipersonales
y en los organismos colegiados de gobierno universitario o la que regula el
funcionamiento de las organizaciones vecinales y territoriales y los gobiernos
comunales.
Este alejamiento de la ciudadanía de la actividad política, redunda en
una falta de control social sobre los actos de autoridades y representantes en
el sistema político y el que, consecuentemente, ésta quede a merced de quienes
tienen poderosos intereses para hacerlo y los recursos necesarios como para ello.
El resultado está a la vista hoy
por hoy: comportamientos arbitrarios, tráfico de influencias y uso de
información privilegiada en la realización de lucrativos negocios; pago de coimas
por parte de las grandes empresas a parlamentarios y autoridades de gobierno.
En resumidas cuentas, el control del dinero y los poderes económicos sobre la
actividad política, esto es la captura por parte del gran empresariado de la
actividad pública por autonomasia, esto es la política y los asuntos del Estado.
Es esta probablemente la situación a la que se refería León Trotsky en
su monumental Historia de la Revolución Rusa, cuando parte afirmando que salvo
en una situación revolucionaria, esto es, en una situación en que el orden
jurídico, político, social y económico de un Estado se hace insoportable para
las masas, éstas no participan en política.
Sólo entonces, según Trotsky, dichas masas la
toman en sus manos. En los períodos de desarrollo normal, en cambio, la
política -dice- la hacen “sus representantes profesionales”: monarcas,
parlamentarios, ministros, periodistas. “Han de
sobrevenir condiciones completamente excepcionales –dice Trotsky- ,
independientes de la voluntad de los hombres o de los partidos, para arrancar
al descontento las cadenas del conservadurismo y llevar a las masas a la
insurrección”. Frase épica, cargada de optimismo revolucionario pero que plantea
un problema.
Evidentemente, es una crítica de Trotsky a la
forma en que se desarrolla la política en Estados autoritarios y burocráticos y
a ciertas formas de la democracia representativa. Se trata de una concepción de
la política en que ésta consiste en una actividad que está sobre la sociedad.
Es una
descripción, sin embargo, que deja en la nebulosa los mecanismos mediante los
cuales el pueblo pasaría a tomar los asuntos políticos en sus manos. Entre la transformación estructural de la
sociedad y los períodos de desarrollo normal, aparentemente, no habría nada,
excepto la actividad política, de la cual las masas, el pueblo, la ciudadanía o
como se le llame, seguirá siendo un mero espectador.
Para que la izquierda sea una real
alternativa de masas, sin embargo, lo que se necesita es hacer una política de masas, en el
sentido de que sea una política realizada por miles, por millones de personas,
de trabajadores y trabajadoras, de jóvenes, de pobladores, etc. Esto es, que se
pongan en movimiento, en función de ciertos objetivos democratizadores y con un
sentido de cambio social, que es precisamente lo que intenta explicar el factor
subjetivo y la apelación a la voluntad, la
preocupación primordial de Lenin y más tarde de Gramsci.
Si como decíamos líneas antes, la
característica principal de la política en el período de la “transición a la
democracia”, fue el divorcio entre la sociedad civil y el Estado, la política entonces fue un asunto de especialistas. Primó una “política de cuadros” –de una alta especialización
técnica además-, que las masas sólo debían refrendar en las urnas cada
tanto, por lo demás bajo una institucionalidad política que consagraba este
divorcio como una situación normal y hasta deseable.
En ciertas circunstancias, se pudieron generar
hechos políticos e incluso, haber disputado el poder o un pedazo al menos. Pero eso no
significa por sí mismo un cambio social. Tal vez un cambio político, que es lo
que pasó después del plebiscito de 1988. Pero no hay un cambio social efectivo
porque la política no la hacen las masas o como se dice actualmente, el
movimiento social, sino cuadros técnicos y políticos, que además no
necesariamente son militantes de los vilipendiados partidos sino que podrían
ser también activistas de las ONG’s por ejemplo, de fundaciones y centros de
estudio que hicieron de las asesorías a organizaciones sindicales,
ambientalistas, de género, salud social, educación popular, etc. una manera de
hacer política “de masas”.
En el extremo opuesto, está lo local. En este concepto de lo
local, no solamente se encuentra incluido lo territorial, sino también lo
sectorial, lo gremial y lo corporativo y en sus versiones posmodernas los temas emergentes como se les
denominó en el período anterior, el de los años de la globalización neoliberal,
como las identidades culturales y de género, el medioambiente, etc. Eso
tampoco logró ni lo va a hacer ahora -salvo ocasionalmente- involucrar a las
masas en la política, y ha servido sólo para
terminar por no tener nada que ver con lo real, siendo como decían los
filósofos idealistas "un alma pura".
La izquierda todavía se mueve entre esos
extremos. Las elecciones municipales van a ser un momento trascendental
respecto de estas definiciones. Tras la aprobación de la reforma del sistema
electoral binominal la elección de concejales, la única con sistema
proporcional, va ser un buen predictor del peso real de cada partido y por lo
tanto, de cuántos escaños en el Parlamento debiera ocupar. En ella se van a
conjugar entonces las cuestiones “locales” con las visiones globales de
sociedad que representan.
Los proyectos de sociedad son las que a
partir de entonces debieran empezar a ponerse a la orden del día. El punto es
que pensar que ese es un asunto de los especialistas, de los cuadros políticos
en este caso, nos va a dejar en el mismo punto o podría hacerlo, que una vez
terminados los períodos de la Concertación. Dejar, en cambio, que las luchas
sociales evolucionen solas desde lo local porque los cuadros políticos, los
funcionarios de partido, los burócratas del Estado y el aparato público y las
ONG’s lo que hacen es "ahogar la
iniciativa de las masas", es como para quedarse esperando mientras el gran
empresariado sigue hegemonizando la sociedad, buscando un relevo de tipo
populista o autoritario, manipulando conciencias a través de las cadenas
informativas y los medios de comunicación de masas.
Mientras tanto, la implementación del
programa de gobierno debiera ser el elemento movilizador no sólo de los
partidos políticos de la Nueva Mayoría, sino de todos los sectores interesados en el cambio social,
sean militantes o no de partidos políticos, funcionarios del Estado o
dirigentes sociales. El poder del dinero y su hegemonía en el sistema político
no se combate rasgando vestiduras por la
probidad y señalando a los corruptos o como la derecha ha querido hacernos creer, pensando que es el defecto de una presunta clase política -constructo ideológico mediante el cual todos son responsables y por lo tanto nadie lo es. Se hace comprometiéndose
políticamente a favor de las transformaciones y construyendo una fuerza política y social suficientemente amplia como para hacerlas triunfar.
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