jueves, 9 de abril de 2015

La política en el Nuevo Ciclo


Ben Shan. Desempleados


El problema principal para una política de izquierda en lo que ha dado en llamarse “el nuevo ciclo” es cómo involucrar a las masas en ella. Si algo la caracterizó en el período anterior, fue precisamente lo contrario. Ello no sólo se expresaba en altos niveles de abstencionismo y baja inscripción juvenil en los registros electorales, sino también en la baja tasa de sindicalización; el alejamiento de los partidos políticos del movimiento social; el carácter esporádico y desarticulado de las movilizaciones de masas. En fin por un desinterés generalizado y permanente por los asuntos públicos.

Todo el entramado institucional, partiendo por el sistema electoral binominal y la ley de partidos políticos, actuó y lo sigue haciendo, en este sentido de alejar a las masas de la actividad política.

Pero también las normas de la dictadura que no han sido derogadas y que se refieren a la regulación de las relaciones sociales, principalmente el Código del Trabajo. En el caso del movimiento estudiantil, la norma que prohibía la participación de los estudiantes en la elección de autoridades unipersonales y en los organismos colegiados de gobierno universitario o la que regula el funcionamiento de las organizaciones vecinales y territoriales y los gobiernos comunales.

Este alejamiento de la ciudadanía de la actividad política, redunda en una falta de control social sobre los actos de autoridades y representantes en el sistema político y el que, consecuentemente, ésta quede a merced de quienes tienen poderosos intereses para hacerlo y los recursos necesarios como para ello.

El resultado  está a la vista hoy por hoy: comportamientos arbitrarios, tráfico de influencias y uso de información privilegiada en la realización de lucrativos negocios; pago de coimas por parte de las grandes empresas a parlamentarios y autoridades de gobierno. En resumidas cuentas, el control del dinero y los poderes económicos sobre la actividad política, esto es la captura por parte del gran empresariado de la actividad pública por autonomasia, esto es la política y los asuntos del Estado.

Es esta probablemente la situación a la que se refería León Trotsky en su monumental Historia de la Revolución Rusa, cuando parte afirmando que salvo en una situación revolucionaria, esto es, en una situación en que el orden jurídico, político, social y económico de un Estado se hace insoportable para las masas, éstas no participan en política.

Sólo entonces, según Trotsky, dichas masas la toman en sus manos. En los períodos de desarrollo normal, en cambio, la política -dice- la hacen “sus representantes profesionales”: monarcas, parlamentarios, ministros, periodistas. “Han de sobrevenir condiciones completamente excepcionales –dice Trotsky- , independientes de la voluntad de los hombres o de los partidos, para arrancar al descontento las cadenas del conservadurismo y llevar a las masas a la insurrección”. Frase épica, cargada de optimismo revolucionario pero que plantea un problema.

Evidentemente, es una crítica de Trotsky a la forma en que se desarrolla la política en Estados autoritarios y burocráticos y a ciertas formas de la democracia representativa. Se trata de una concepción de la política en que ésta consiste en una actividad que está sobre la sociedad.

Es una descripción, sin embargo, que deja en la nebulosa los mecanismos mediante los cuales el pueblo pasaría a tomar los asuntos políticos en sus manos. Entre la transformación estructural de la sociedad y los períodos de desarrollo normal, aparentemente, no habría nada, excepto la actividad política, de la cual las masas, el pueblo, la ciudadanía o como se le llame, seguirá siendo un mero espectador.

Para que la izquierda sea una real alternativa de masas, sin embargo, lo que se necesita es hacer una política de masas, en el sentido de que sea una política realizada por miles, por millones de personas, de trabajadores y trabajadoras, de jóvenes, de pobladores, etc. Esto es, que se pongan en movimiento, en función de ciertos objetivos democratizadores y con un sentido de cambio social, que es precisamente lo que intenta explicar el factor subjetivo y la apelación a la voluntad, la preocupación primordial de Lenin y más tarde de Gramsci.

Si como decíamos líneas antes, la característica principal de la política en el período de la “transición a la democracia”, fue el divorcio entre la sociedad civil y el Estado, la política entonces fue un asunto de especialistas. Primó una “política de cuadros” –de una alta especialización técnica además-, que las masas sólo debían refrendar en las urnas cada tanto, por lo demás bajo una institucionalidad política que consagraba este divorcio como una situación normal y hasta deseable.

En ciertas circunstancias, se pudieron generar hechos políticos e incluso, haber disputado el poder o un pedazo al menos. Pero eso no significa por sí mismo un cambio social. Tal vez un cambio político, que es lo que pasó después del plebiscito de 1988. Pero no hay un cambio social efectivo porque la política no la hacen las masas o como se dice actualmente, el movimiento social, sino cuadros técnicos y políticos, que además no necesariamente son militantes de los vilipendiados partidos sino que podrían ser también activistas de las ONG’s por ejemplo, de fundaciones y centros de estudio que hicieron de las asesorías a organizaciones sindicales, ambientalistas, de género, salud social, educación popular, etc. una manera de hacer política “de masas”.

En el extremo opuesto, está lo local. En este concepto de lo local, no solamente se encuentra incluido lo territorial, sino también lo sectorial, lo gremial y lo corporativo y en sus versiones posmodernas los temas emergentes como se les denominó en el período anterior, el de los años de la globalización neoliberal, como las identidades culturales y de género, el medioambiente, etc.  Eso tampoco logró ni lo va a hacer ahora -salvo ocasionalmente- involucrar a las masas en la política, y ha servido sólo para terminar por no tener nada que ver con  lo real, siendo como decían los filósofos idealistas "un alma pura".

La izquierda todavía se mueve entre esos extremos. Las elecciones municipales van a ser un momento trascendental respecto de estas definiciones. Tras la aprobación de la reforma del sistema electoral binominal la elección de concejales, la única con sistema proporcional, va ser un buen predictor del peso real de cada partido y por lo tanto, de cuántos escaños en el Parlamento debiera ocupar. En ella se van a conjugar entonces las cuestiones “locales” con  las visiones globales de sociedad que representan.

Los proyectos de sociedad son las que a partir de entonces debieran empezar a ponerse a la orden del día. El punto es que pensar que ese es un asunto de los especialistas, de los cuadros políticos en este caso, nos va a dejar en el mismo punto o podría hacerlo, que una vez terminados los períodos de la Concertación. Dejar, en cambio, que las luchas sociales evolucionen solas desde lo local porque los cuadros políticos, los funcionarios de partido, los burócratas del Estado y el aparato público y las ONG’s  lo que hacen es "ahogar la iniciativa de las masas", es como para quedarse esperando mientras el gran empresariado sigue hegemonizando la sociedad, buscando un relevo de tipo populista o autoritario, manipulando conciencias a través de las cadenas informativas y los medios de comunicación de masas.

Mientras tanto, la implementación del programa de gobierno debiera ser el elemento movilizador no sólo de los partidos políticos de la Nueva Mayoría, sino de todos los  sectores interesados en el cambio social, sean militantes o no de partidos políticos, funcionarios del Estado o dirigentes sociales. El poder del dinero y su hegemonía en el sistema político no se combate rasgando vestiduras por la  probidad y señalando a los corruptos o como la derecha ha querido hacernos creer, pensando que es el defecto de una presunta clase política -constructo ideológico mediante el cual todos son responsables y por lo tanto nadie lo es. Se hace comprometiéndose políticamente a favor de las transformaciones y construyendo una fuerza política y social suficientemente amplia como para hacerlas triunfar.









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