jueves, 28 de mayo de 2020

El Chile que bosteza



José Venturelli. Recuerdo de un recuerdo


Otra vez el gobierno, graciosamente, le propone a la oposición un acuerdo nacional. Esta vez, para enfrentar la epidemia de coronavirus y sus horribles consecuencias, -ya reconocidas por liberales derechistas y liberales socialdemócratas-, aunque sería más correcto decir, el desastre social y humanitario provocado por su política. 

Ya de partida, la idea de un acuerdo nacional parece una comedia de equívocos, cuando no una grotesca farsa. 

Que nadie las viera venir; o como cínicamente dijo el ministro de salud,  sobrepasaran cualquier proyección epidemiológica e hipótesis sanitaria porque no sabía que la gente en algunos barrios es tan pobre y vive tan hacinada, es demasiado inventado como para comentarlo o siquiera discurrir acerca de ello. 

Lo impresionante es que algunos partidos y coaliciones de oposición hayan considerado seriamente este llamado, pese a los estropicios de las políticas de un gobierno que se jacta de haber creado una red de protección social y de salud, lo que con su proverbial puerilidad dice Piñera después de promover leyes para recortar salarios y despedir trabajadores. 

En efecto, su presunta red de protección social no es más que la suma de algunos miserables bonos y un salario de emergencia que está por debajo de la línea de pobreza y en el colmo de la desfachatez, para aquellos que han tenido la suerte de tener un contrato de trabajo en el último tiempo, uno financiado por su propio seguro de cesantía mientras dura la emergencia sanitaria o después de haber sido despedidos. 

Doblemente aporreados, los trabajadores y trabajadoras, deberían estar agradecidos de Piñera y sus amigos y de los partidos y dirigentes opositores que con tan solícito republicanismo lo asisten. 

Algunos en el FA incluso se quejan de no haber sido convocados y otros, como el presidente del PR, hasta reconocen públicamente sus dudas respecto de su decisión de asistir al dichoso acuerdo. Semanas antes, la presidenta del Colegio Médico había convocado a un panel de connotados economistas liberales para hacer propuestas para enfrentar la situación crítica que con encomiable firmeza ya había denunciado en varias ocasiones anteriormente. 

Las conclusiones del famoso panel fueron, por supuesto, oportunamente recibidas -y con beneplácito- en palacio y por el Ministro de Hacienda, Ignacio Briones. La suerte de una población víctima de estas políticas que se basan en las archiconocidas recetas de excepción y entrega de ayudas transitorias y milimétricamente focalizadas para guardar la plata para más adelante, estaba echada. 

Pese a toda la evidencia que demuestra que éstas son el origen del drama, los presidentes y parlamentarios de los mismos partidos de oposición que asistieron a firmar el acuerdo de la noche del 15 de noviembre concurren con más o menos dudas a negociar alguna cosa y con la sincera convicción de estar haciéndolo por el bien de nuestro sufrido pueblo. 

Puede ser. Difícil pero probable. El punto es que una vez más, se separan aguas en el campo opositor y ello lamentablemente, con excelentes resultados para Piñera y sus compinches. No se puede negar que para la derecha tampoco fue fácil tragar el sapo y que Desbordes jugó un papel clave aunque contara con la oportuna ayuda del "panzer". 

No se trata, en el caso de la oposición, de diferencias respecto de su postura frente al gobierno ni de la sinceridad o demagogia de sus abluciones de progresismo. Con el devenir de la administración derechista, se ha ido haciendo más evidente que el neoliberalismo criollo no resiste más parches y que estamos ya en plena transición hacia un nuevo país, una nueva sociedad y que tanto el desorden opositor como en menor medida, el derechista representan el trabajo de parto de un orden político completamente nuevo. Es en este punto donde se separan las aguas.

La apariencia de estar frente a un torbellino "que nadie vio venir" o que ha sobrepasado a partidos, organizaciones sociales y sindicales, estudiantiles; a referentes morales: que ha originado el prematuro quiebre del FA y su definición más centrista, dan cuenta de esto. Era algo que durante la primera administración de Piñera ya empezaba a aflorar, pero que a partir del 18 de octubre pasado adquiere mayor velocidad.  

Por cierto, no la suficiente y los acuerdos nacionales promovidos por la derecha, tanto como la presión de la lucha de masas que se libra en las calles, le ponen el acelerador, aunque sea en diferentes direcciones. ¿Significa esto que la unidad opositora es imposible o que la derecha va a sufrir un cisma? No necesariamente.  Significa simplemente que hay que saber distinguir lo inmediato, lo urgente, lo necesario, de lo que se va a proyectar por décadas, del nuevo Chile que bosteza, sin olvidar ni uno ni otro. 

Entre un neoliberalismo moribundo y este nuevo Chile que empieza a despertar, hay en todo caso un punto de inflexión que es la nueva Constitución. En este punto la unidad de la oposición es posible y necesaria y los esfuerzos del gobierno, encabezados desde las sombras por Chadwick y compañía, son precisamente para enredar, dificultar y posponer lo más posible. 

En lo inemdiato, las tareas para enfrentar la epidemia y sus consecuencias. Las oposición tiene propuestas, iniciativas de ley que han sido sistemáticamente invisibilizadas por la prensa oficialista  y su propia incapacidad y torpeza -entre otras, la de correr a tropezones a acordar con el gobierno, cosas que las contradicen y las dejan en letra muerta, o la de ir siempre a la zaga de un pueblo que resiste y se organiza, gracias casi  únicamente a su instinto de clase y la memoria de décadas de luchas por el pan, la salud y la vivienda- . 

Ya llegará el momento de evaluar y será el pueblo quien lo haga. Tanto por la experiencia de la epidemia, como de acuerdo a qué tan justo, tan libre, tan democrático y tan lindo sea el futuro de sus hijos e hijas. 

lunes, 18 de mayo de 2020

La encrucijada

Francisco Goya. La romería de San Isidro




Se ha gastado un mar de tinta para describir las maniobras del gobierno que han favorecido a los empresarios y los banqueros durante la emergencia provocada por la epidemia de coronavirus.

Medidas administrativas y legales que van en ayuda de las grandes compañías a través de créditos financiados con plata del Estado, créditos administrados además por los mismos bancos que controlan.

Medidas que favorecen los despidos, legitiman el escamoteo de los salarios y la informalidad en el empleo, generando efectos permanentes en el aumento de la pobreza y la exclusión así como en el crecimiento de las extraordinarias ganancias de unas cuantas empresas y la consiguiente concentración de la riqueza.

Todo esto, presentado con un aura de objetividad y gravedad académica que ya nadie considera seriamente, excepto los comentaristas de EMOL y uno que otro columnista cuya ocupación es precisamente ensalzarlos con citas bíblicas y de filósofos de la antigüedad. 

El salvataje de la banca, la reducción de los salarios y de las prestaciones de los servicios del Estado a lo más mínimo -de lo que dan cuenta las precarias condiciones del sistema hospitalario y de atención primaria de la  salud pública para enfrentarla-; la flexibilización del empleo y el fomento de la informalidad, son un paquete de respuestas conocidas pero que con una engañosa sofística,  es expuesto como una novedosa solución a la emergencia sanitaria y sus consecuencias. 

Toda la derecha, con férrea disciplina, se encarga de machacar día y noche el paquete, tratando de sacar provecho de la crisis para aplicar su clásica receta de schock, la misma con la que enfrentó la crisis del 81 y con la que antes, en los setenta, impuso el modelo neoliberal. 

Las respuestas de la  oposición  no dan cuenta de la agenda derechista. Es precisamente lo que le impide articular una respuesta unitaria y coherente. Se debate entre reacciones a la emergencia de la coyuntura, defensa de un desvencijado sentido de lo público; de los pocos derechos que el sistema no ha logrado arrebatar aún a los trabajadores y grotescos esfuerzos por demostrar seriedad y capacidad de gobernar. 

La actual crisis del modelo que el levantamiento popular del 18 de octubre dejó en evidencia, y que sus defensores pretenden resolver usando como pretexto la crisis sanitaria, desafía a la oposición precisamente a demostrar su voluntad de emprender las reformas políticas y sociales que éste planteó.

Su situación entonces, no puede ser otra que dispersión y desencuentros, toda vez que a este respecto, no son más que algunos puntos muy específicos los que la unen. Y quizás insuficientes para hacerse cargo de ésta. Ni siquiera para ser una efectiva oposición a Piñera.

El costo ciertamente lo está pagando el pueblo, que ha soportado hasta ahora, aunque no podría decirse por cuánto tiempo  más lo hará, los brutales efectos de la enfermedad, el empobrecimiento producto de los despidos, los recortes de salario; la falta de servicios públicos gratuitos, de calidad y oportunos, agravados por la política de schock derechista.  

Esta situación de crisis del modelo, velada por la emergencia sanitaria, es la encrucijada que va a determinar, probablemente por mucho tiempo, las contradicciones que van a agitar el devenir de los acontecimientos políticos; las reivindicaciones que harán emerger movimientos de masas y organizaciones y quizás superarán a los ya existentes;  alianzas políticas y programáticas que se proyectarán ciertamente más allá de la crisis sanitaria.