lunes, 31 de agosto de 2020

Desafíos educativos de la pandemia



              Gustav Courbet. El taller del pintor



Hasta ahora, el debate sobre los efectos de la pandemia de coronavirus se ha centrado en el retraso en cobertura curricular con su consabida consecuencia de profundización de la desigualdad, y como resultado de esto, las alternativas para hacerse cargo de ello. Estas van desde la nuclearización de contenidos, integración de asignaturas, tratamiento didáctico basado en proyectos y trabajo en grupo, etc. Parece un chiste. Los mismos debates que debieran ser abordados en un período "normal", ahora son tratados como si se tratara de "grandes descubrimientos", ello como consecuencia precisamente de la transformación de la educación escolar en "pasar materia". 

O lo que es peor, estos efectos de retraso educativo y profundizaciòn de la desigualdad, son presentados como prueba de la necesidad lógica -lo que sabemos desde San Anselmo no es lo mismo que una necesidad real-, de reabrir las escuelas y liceos, con mas o menos restricciones. Es impresionante. Los ideólogos del sistema  neoliberal se han especializado en presentar las desgracias, como accidentes inexplicables, meros hechos naturales sin ninguna relación con la sociedad real e incluso de transformarlos en oportunidades para consolidar la hegemonía material y cultural de las clases dominantes.  

Este debate no es otra cosa que una manifestación sofisticada de lo que Paulo Freire llamaba hace décadas, la "educación bancaria", ahora modificada con lenguaje constructivista para hacerla más tolerable, aunque manteniendo su núcleo esencial de domesticación cultural y conformación de una mentalidad dócil , tanto en docentes como en estudiantes, con derecho a participar de su aprendizaje sólo en la medida  que no cuestiona el significado, la orientación política y cultural de la educación.

Precisamente lo que la pandemia ha planteado con radicalidad. En efecto, esta ha hecho protagonista la desigualdad, la exclusiòn, la precariedad de la vida; la violencia de género y la explotación como única alternativa frente a la muerte. Se trata de experiencias límite que la escuela de cierta manera, hasta ahora, había contenido aunque no ciertamente para reelaborarlos ni cuestionarlos excepto muy superficialmente como si se tratara de una responsabilidad individual o un derecho a realizarse en la vida privada.

Se trata de una experiencia límite que difícilmente será olvidada por esta generación de niños y jóvenes, que es pública y notoria. Sin embargo, nadie se pregunta por ello ni tampoco por la manera en que estos la significarán e integrarán en sus vidas. Los y las docentes que han podido realizar clases on line y mantener una relación más o menos permanente con sus estudiantes hacen  alusiones a aprendizajes como el desarrollo de una mayor autonomía, formación de hábitos de estudio, responsabilidad en el desarrollo de tareas domésticas, tutorías a hermanos menores y sin embargo, a esta experiencia, ni los "especialistas" ni la autoridad polìtica correspondiente parecieran dar importancia, obsesionados por su mentalidad positivista con la cobertura y la medición -que no es lo mismo que la evaluación educativa-.

Eso sin considerar, la enorme cantidad de estudiantes de los que no se sabe nada, según las estadísticas realizadas a este respecto. ¿Es que este aprendizaje le pertenece a algunos estudiantes o a algunos docentes afortunados? y como contraparte, ¿será efectivo que los estudiantes "desconectados" no han aprendido nada en estos meses? o incluso, ¿cómo integrará el sistema escolar sus aprendizajes y experiencias cuando se reabran las escuelas?¿Qué ha aprendido el sistema escolar en esta pandemia? 

La idea de una pedagogía y una educación que integre -no como si se tratara de una especie de  tolerancia "progre"- es precisamente que la diferencia ponga en cuestión el sentido de lo aprendido y aporte con una visión diferente. Eso es lo contrario de la "educación bancaria".


lunes, 17 de agosto de 2020

Pensar la nueva escuela

 

   
             Antonio Berni. Juanito remontando su barrilete. Xilografía. 1961

  La pandemia de coronavirus ha puesto en evidencia la vergonzosa desigualdad y exclusión que caracterizan a nuestra sociedad. También en el plano educativo y cultural. Es tan evidente que incluso, con el oportunismo y falta de escrúpulos  que caracterizan a la derecha, las ha usado el propio Ministro de Educación -sin que se le arrugue un músculo de la cara y como si él mismo no tuviera nada que ver con esto- como argumento para presionar a las comunidades a reabrir las escuelas y retomar la actividad escolar. 

  A eso hay que agregar que las medidas adoptadas por el gobierno, no han hecho sino agravarlas. En efecto, la gran mayoría de ellas favorecen a la gran empresa. Para éstas, se garantizan planes de ayuda y salvataje por millones de dólares; se aprueban leyes como la de "teletrabajo" o “protección del empleo” y se las pretende extender, mientras que las ayudas a las familias trabajadoras se caracterizan por su milimétrica focalización, limitando su alcance y duración.

  Para los trabajadores de la educación, más responsabilidades sin siquiera haberles entregado las herramientas materiales necesarias y financiándolas de su propio bolsillo. Para nuestros estudiantes, una carga académica sin sentido, como no sea "pasar la materia" y ello como si no estuviera pasando nada a su alrededor o fueran indemnes cultural y emocionalmente a la pandemia, lo que sin la tecnología adecuada agrava y profundiza, además, dicha desigualdad educativa y cultural y se transforma en una fuente adicional de angustia que se expresa como abulia y desmotivación, entre otras cosas.

  En los hogares de nuestros estudiantes, al drama de la enfermedad y la incertidumbre, hay que agregar la pobreza y el hacinamiento. El aumento de la violencia de género y la vulneración de los derechos de niños, niñas y jóvenes. Todo ello, "descubierto" por escandalizadas autoridades del Estado y noticieros sensibleros y morbosos.

   El fariseismo en este sentido es probablemente una de las características esenciales de la cultura dominante más llamativas y que se ha hecho más indignante para un mínimo sentido de la decencia en la actualidad. 

   El trauma provocado por todo esto, difícilmente será olvidado por esta generación y plantea un enorme desafío a la política educativa y a la sociedad entera. No basta, evidentemente, con el escándalo. 

  Para el Ministro Figueroa y el Gobierno de Sebastián Piñera, en cambio, esto pareciera no ser más que un paréntesis y el motivo de una desagradable sorpresa que cuanto antes se olvide, mejor. Ya en abril insistía y presionaba con el retorno a clases, en contra de toda la evidencia y las opiniones de la comunidad académica, científica y de los gremios de trabajadores de la educación y la salud.

  Luego, planteó una y otra vez la realización del SIMCE y la Evaluación Docente.

  Una y otra vez ha debido retroceder y sin embargo, no ha dado ninguna explicación al país ni a la comunidad escolar. Sigue a cargo del MINEDUC como si no hubiera pasado nada.

  Ahora, usando argumentos falaces y demagógicos, insiste con el retorno a clases, sin hacerse cargo de lo que esto significa realmente y reduciendo todo a la compra de alcohol y mascarillas. No entendió nada.

  La oposición ciertamente, debiera hacerse cargo de su responsabilidad ya que el ministro Figueroa y el gobierno actual parecen no estar dispuestos, de manera que tendrá que hacerlo el próximo probablemente. 

  Lo que tibiamente comenzó con la priorización curricular debiera haber hecho considerar a Figueroa, al Presidente del Consejo Nacional de Educación y otras autoridades educacionales la pertinencia de revisar el curriculum nacional. Nuestro sistema escolar no puede estar sujeto cambios de los planes y programas de estudio coyunturales, sin considerar las necesidades educativas que la pandemia ha dejado en evidencia y el aprendizaje que al sistema escolar le queda después de ésta en lo que respecta  a objetivos y contenidos curriculares.

  Asimismo, reformar el sistema de aseguramiento de la calidad de la educación para que éste cumpla con el fin que debiese cumplir y no ser usado como pretexto para el cierre de escuelas públicas, las que en el transcurso de esta emergencia han demostrado lo imprescindibles que son en la educación, integración y cuidado de comunidades enteras. Usando por ejemplo, pruebas muestrales para realizar la evaluación y seguimiento de las políticas educacionales del Estado, detectar las necesidades del sistema escolar y realizar las reformas que venga al caso realizar. 

  El sistema de financiamiento de nuestros establecimietos educacionales, ciertamente, no colabora mucho y si en tiempos normales, apenas alcanzaba a cubrir una parte menos que elemental de las necesidades de escuelas y liceos, hoy en día y considerando la necesidad de reabrirlas en cuanto se den las condiciones, éstas tampoco serán las mismas y sus requerimientos de seguridad e higiene más estrictos –las que además serán impresicindinbles para el cuidado de padres y apoderados que deben poner en marcha nuevamente la producción y el consumo del país- y la asistencialidad escolar otras necesidades, además de almuerzo y desayuno. 

  La epidemia no sólo agrava la desigualdad como si se tratara de un accidente circunstancial sino que ha sido aprovechada por los sectores hegemónicos de nuestra sociedad –neoliberales de todas las denominaciones y tendencias, sector empresarial, fianciero, autoritarios y conservadores - precisamente como una oportunidad para proteger privilegios y prebendas que la caracterizan tan escandalosmante como la pobreza. 

  Se trata de un problema político, donde ser oposición significa precisamente ser una alternativa; señalar permanentemente los desatinos, lo que la diferencia política, doctrinaria, cultural y moralmente de la derecha y su defensa impúdica de los intereses de clase de quienes se han beneficiado del modelo. 

 

 

 

 

martes, 11 de agosto de 2020

Una nueva escuela, otra manera de convivir


Francisco Goya. Los caprichos. Si sabrá más el discípulo

                                              


El Ministro de Educación, Raúl Figueroa ha entrado de lleno a la carrera por batir el récord de los despropósitos y chambonadas, marca que su antiguo colega del gabinete, Jaime Mañalich, había dejado bastante alta. 

Esta vez, insistiendo con una tozudez incomprensible, en la reapertura de las escuelas y liceos, sin que haya evidencia alguna de seguridad para las comunidades al volver a ellas, excepto índices numéricos que suben y bajan de semana en semana, como si fueran explicación de alguna cosa y sin considerar las acciones humanas.

¡Impresionante! La derecha chilena, a este respecto, bate records mundiales comparables solamente con  personajes tan grotescos como Donald Trump o el Mussolini tropical, Jair Bolsonaro. 

Es el resultado de un voluntarismo ideologizado e insensato. El fascismo, ciertamente, siempre se ha caracterizado por su desprecio de la inteligencia y la razón y su apelación a las emociones, la estética, los instintos irracionales, la voluntad y el desenfreno. 

Tomando esto en consideración, no es extraño, pues, que el racismo y la violencia contra el pueblo mapuche ocupe titulares, y no su demanda histórica por tierras y autonomía arrebatadas en siglos de opresión desde la conquista; o que el femicidio y la violencia de género ocupe un lugar de privilegio en la parrilla programática de medios amarillistas, en lugar de ser tratado como lo que es, un problema de Derechos Humanos y una manifestación del carácter excluyente de nuestra sociedad del que deberíamos avergonzarnos. 

De esa manera, las reacciones predominantes en los medios y en las redes sociales abundan en el tratamiento superficial, sensiblero o pintoresco. Ni una sola alusión a los fundamentos económicos, culturales y políticos de estos fenómenos -excepto unas académicas e inocuas interpretaciones que hacen de estas, hechos singulares sin ninguna relación con la totalidad de lo social-.

Tampoco al rol que los medios, especialmente las redes sociales que actúan como gigantescas carreteras de información sin contenido y que convierten a las audiencias en recipientes siempre dispuestos a la acción irreflexiva, insensibles al significado de imágenes, mensajes y llamamientos. Los debates sobre la televisión en los años setenta, contrastan por su ingenuidad, con lo que han significado las redes sociales en la conformación de una mentalidad fascista en la actualidad. 

Respecto de este punto, nuestro flamante ministro de educación no ha mencionado ninguna palabra. Para él, su responsabilidad es meramente administrativa. Pagar las subvenciones, definir el calendario escolar y hacerlo cumplir. Obligar a los y las docentes a hacer clases y a los padres a mandar a sus hijos a las escuelas. Parece más un burócrata que la autoridad política de una de las más delicadas responsabilidades que la modernidad ha definido como propia del Estado. 

La pandemia de coronavirus, ciertamente, ha hecho evidente la pobreza, la desigualdad, la exclusión y la hipocresía del relato liberal del esfuerzo, la propiedad, la libertad individual y hecho de la tolerancia y la caridad, un triste placebo para consolar a una sociedad enferma. Además, ha hecho trizas la obsesión por medirlo todo. En estas circunstancias, los fracasos del ministerio de educación son comparables solamente a los de los ministros de salud por garantizarla a toda la población o del aplicado ministro de hacienda, derrotado una y otra vez por la realidad. 

Asimismo, el absurdo del curriculum escolar concebido como un catálogo de contenidos enciclopédicos que en estas circunstancias resultan ociosos si no son sujetos a la interpretación, el debate y la resignificación de quienes realmente los crean, las comunidades conformadas por docentes, estudiantes, padres y apoderados, golpeados por la enfermedad, el miedo, la incertidumbre y la pobreza. Y no se trata solamente de la cantidad de contenidos ni de cuáles son más importantes, sino de su "sentido", su valor para el aprendizaje y el enriquecimiento de la experiencia en el marco de la sociedad democrática a que aspiramos en medio de una desigualdad que la niega constantemente. 

Resulta inconcebible la majadería del ministerio de educación por reiniciar las actividades del sistema escolar, como si la pandemia hubiese sido una circunstancia desafortunada que ya estaríamos en vías de superar, lo que no ha sido así en ninguna parte del mundo por lo demás  y ello en el supuesto, incluso, de que el nuevo ministro de salud fuera veraz a este respecto.  

Resulta inconcebible, efectivamente, sin plantear siquiera la pregunta por la escuela pos pandemia. Sin evaluar el papel que han jugado todos estos meses ni si seguirá siendo el mismo en el futuro. Qué aprender en ella, por qué y cómo hacerlo. El rol de la educación estatal y las responsabilidades que los trabajadores de la educación, profesionales, técnicos y de servicios tendrán que cumplir. 

Ni la sociedad ni la escuela volverán a ser la mismas. Es de esperar que la razón y la política y no un voluntarismo irreflexivo y torpe sean los que se hagan cargo de responder estas preguntas.