El 26 de junio se celebró el
natalicio número ciento diez de Salvador Allende. Si no fuera por su obra, el
Chile actual no sería el que es y eso no lo podrían negar ni sus más enconados
adversarios.
Seguramente por esa razón, El Mercurio, la DC y los antiguos
izquierdistas convertidos al liberalismo más vergonzante, citan el Gobierno de
Allende y la Unidad Popular como el punto de inflexión en la historia chilena
del siglo XX.
En su caso, para legitimar su pretensión de que nunca más en
la historia se vuelva a repetir un gobierno de izquierda, de base popular y
obrera que se plantee la construcción del socialismo y que el poder lo ejerzan los
trabajadores para beneficio de las mayorías.
Es precisamente por esa razón que la derecha, el gobierno
norteamericano –lo que está sobradamente documentado en sendas investigaciones del senado de ese país-, conspicuos empresarios criollos y los sectores más
conservadores de la DC provocaran a las FF.AA para dar un golpe de Estado.
La cantinela que han repetido como un mantra por más de
cuarenta años, permeando las conciencias de varias generaciones de chilenos, es
que precisamente haberse planteado construir el socialismo en Chile y entregar
el poder a las clases históricamente sometidas y explotadas –materialmente-
excluidas y discriminadas –cultural, social y moralmente- es el problema y el
gran “error” o incluso el “pecado” de la UP.
Curioso argumento para justificar las violaciones más atroces
a los DDHH de que tenga memoria nuestra historia republicana.
El razonamiento que está a la base de esta paparruchada es
que vivimos en una sociedad perfecta o a lo menos, la mejor posible y que
proponerse cambios “radicales” o “estructurales”
es algo espurio y por lo tanto, razón suficiente para derrocar un gobierno
legítimamente constituido, asesinar al Presidente de la República, encarcelar a
sus ministros o expulsarlos de Chile.
Disolver el Parlamento; proscribir a los partidos políticos,
a los sindicatos. Realizar detenciones arbitarias, someter a atroces tormentos
a opositores, ejecutarlos y en miles de casos, hacerlos desaparecer.
Lo que ocultan o niegan estas teorías del “quiebre
institucional”, de la “guerra fraticida” -cuyas expresiones más torpes y exageradas
son el Plan Z y otras por el estilo, y que en otras más sofisticadas citan
un fallido intento de acusación constitucional- es que los objetivos de entregar
el poder a los trabajadores y construir el socialismo en Chile, estaban
indisolublemente unidos a la realización plena de la democracia.
No se trata solamente que
la vía chilena o “vía pacífica” al socialismo se realizara por los medios de la
democracia y el respeto por el Estado de Derecho, como de hecho fueron todas las
actuaciones de su gobierno, incluidas la reforma agraria, las nacionalizaciones del cobre, la banca
y las grandes industrias.
Se trata de que el planteamiento de la UP, producto de un
proceso de elaboración política y doctrinaria que tomó varias décadas de debate
de los partidos populares, el movimiento sindical, la intelectualidad
progresista -desde la efímera República Socialista de 1931 hasta culminar con
la elección de Allende- tenía como fin último la realización de la democracia.
Para esta concepción, el socialismo y la democracia no
solamente no son contradictorios sino que son precisamente expresiones de un
mismo movimiento de progreso social que, en su versión chilena -versión muy ortodoxa pero
profundamente creativa- proceden por sucesivos momentos de superación,
contradicción y síntesis permanentes, como manifestaciones de movimientos de
masas que expresan las contradicciones de clase de la sociedad y que se realizan
en la producción, tanto como a nivel institucional, estético, cultural y social.
Las versiones del asalto al poder; aquellas que postulaban
con una candidez extraordinaria la vía insurreccional –en sus versiones
guerrilleras fundamentalmente- son las que niegan primero todo el acerbo teórico y cultural de la izquierda y dan paso después, a elaboraciones políticas y doctrinarias que lo ignoran .
Son las que dan paso, por lo tanto, al liberalismo socialdemócrata, ese salto al vacío de la izquierda en las postrimerías del siglo XX y que explican en gran parte el estado actual del sector y su indigencia de propuestas y su dificultad para converger, para dialogar con la sociedad y proponerle objetivos que la movilicen a horizontes de superación de la sociedad actual.
Sociedad sumida en la peor crisis de su historia –estancamiento
económico, proliferación del narcotráfico, desigualdad, destrucción del medioambiente, apatía y desafección de la política y la democracia, agotamiento de las materias primas pese a su dependencia de ellas,
discriminación y violencia-.
La figura, el ejemplo de Allende, es inspiración y modelo
para las actuales generaciones de chilenos de izquierda y progresistas, tal como
él dijo en su último discurso: “otros hombres superarán este momento gris y
amargo en que la traición y la felonía pretenden imponerse”.
Allende el demócrata republicano y el Allende resistiendo metralleta
en mano en la Moneda, el 11 de Septiembre de 1973, no son contradictorios sino
expresión de lo mismo. El ideario de la izquierda chilena, socialismo y
democracia, defensa y promoción de los derechos humanos desde la infancia.
El golpe no era inevitable. Esa es la explicación que
Altamirano ha difundido con la colaboración de Salazar para justificar no sus
actuaciones durante el Gobierno de la UP sino su conversión posterior y su
entreguismo a las posiciones que conciliaron con los golpistas, los violadores
de los DDHH y sus exégetas. Para la versión de la inevitabilidad del golpe, no
había más opción que renunciar al programa.
Es lo que él hizo con posterioridad
aunque en su extensa conversación con Salazar no lo dijera ni lo recordara en
una sola de sus respuestas.
Allende se hace cada día más grande, en América Latina. Fue
inspiración y ejemplo para una generación entera de combatientes de la
resistencia antidictatorial y que luchaban por la democracia. Jóvenes del MIR,
del PC, del FPMR, de la JS y la IC precisamente por esta característica de su
pensamiento y su práctica. Unir democracia y socialismo. Es precisamente la tarea actual en Chile y América Latina.
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