jueves, 3 de marzo de 2022

Acerca de la responsabilidad de los intelectuales

Jean Antoine Watteau. Los comediantes italianos




Como se puede apreciar sin ser muy sagaz, la derecha ya está urdiendo el complot para hacer fracasar la Convención. 

Acusar sin fundamentos ni pruebas que le están pasando la máquina -manera deshonesta de victimizarse por su incapacidad política y ausencia de ideas como no sea defender las contenidas en la Constitución actual-; tergiversar el contenido de lo propuesto y luego aprobado por la Convención, y presentar tales paparruchas como algo plausible y que a algún sector de la opinión pública pueda atemorizar, no le ha costado tanto. 

En efecto, la mentira es el arma más poderosa que el fascismo ha usado en todos los tiempos, lo que en la actualidad ha sido elevado a la milésima potencia gracias a la velocidad y alcance con que circula la información a través de los medios. Trump es uno de sus cultores más eximios. 

Este método se basa en la destrucción sistemática de la razón por parte del neoliberalismo. La presentación de sus dogmas como verdades objetivas, puros "hechos" sobre los que no es necesario reflexionar, salvo para adaptarlos, acomodarlos a los prosaicos mecanismos de su pobre lógica como si se tratara del aparato de tortura medieval conocido como "el potro".

La verdad ha sido reemplazada por el criterio de la mayoría y la opinión pública por el resultado de una encuesta. Todo el contenido humano, racional, sensible de la democracia ha sido vaciado en los últimos treinta años y reemplazado por un vago ethos de la responsabilidad y la eficiencia. 

Es extraño, en ese sentido, que connotadas figuras académicas e intelectuales se hayan prestado para semejante operación, consistente en limitar la Convención Constitucional a la adaptación de sus resoluciones a los límites de lo existente. Ciertamente, un ejercicio de una mediocridad supina, presentada como "responsabilidad" fundada precisamente en esa ética de "lo bien hecho", "lo realista" o "la medida de lo posible".  cuando no es más que conservadurismo.  

Lo hacen sin darse cuenta, aparentemente, del lugar de comparsa que están jugando. Los niveles escalofríantes de manipulación mediática, en este sentido, no aprobarían ni el más mínimo test de seriedad en una sociedad auténticamente democrática y aún así los intelectuales les prestan oídos y declaran entristecidos, decepcionados, conmovidos -cuando no con tono pontificador- que la Convención ha traicionado sus nobles expectativas. 

Estos académicos se instalan en un lugar de superioridad intelectual que nadie les asignó  excepto ellos mismos y su capacidad para arrimarse al poder político dominante en los últimos treinta años, sin darse cuenta de la ingenuidad pueril de su pretensión y la irrelevancia de sus opiniones, de no ser por la tribuna de la que gozan en los medios del sistema. 

Al pueblo poco le interesan las alambicadas disquisiciones de ex poetas, sociólogos de lo inexistente, mercaderes de la política educativa o ingenieros. El país sufre una grave crisis que es expresión, por lo demás, de una coyuntura histórica en que la humanidad enfrenta desafíos desconocidos y de los que son expresión la crisis climática, el fenómeno mundial de las migraciones, la carrera armamentista, el agotamiento de los recursos naturales, el aumento de la pobreza y la exclusión, la bancarrota del eurocentrismo, etc. 

Por esa razón, se va a abrir paso, y de hecho ha sido así, un movimiento popular que se expresa en la Convención. Es la razón para que la derecha, el desfalleciente gobierno de Piñera y la jauría mediática, la ataquen sistemáticamente y con vergonzante hipocresía, se deshagan en gestos de amistad cívica con el gobierno entrante -por cierto, no sin dejar caer algunos manotazos de ahogado contra algunos ministros, ministras y otras autoridades del Ejecutivo-. 

Es en el contexto de la campaña difamatoria, que intenta limitar por la vía de los hechos  a la Convención, acusándola de afán refundacional -como si se tratara de un despropósito cuando es precisamente para lo que fue electa-  que se explica el terror de los intelectuales y de la academia. ¿Miedo a perder prestigio, influencia, status? Tal vez, pero especialmente, miedo a perder la seguridad de la que han gozado en sus pequeñísimos cubículos literarios y pseudocientificos, aún a costa de detener transformaciones necesarias y posibles.

La derecha y las clases dominantes, como siempre, han sabido sacar provecho de este miedo que además, es el mismo que explota y ha explotado siempre el fascismo entre sectores de clase media que viven de la ilusión de ser parte del sistema y beneficiaria de sus resultados, hasta que empieza a apretar el zapato. 

Cuando eso pasa, sin embargo, suele ser demasiado tarde. Es de esperar que no sea ésta la ocasión. Los intelectuales, a lo largo de la historia, desde Giordano Bruno a Paulo Freire, han jugado un papel mucho más relevante que el de advertir catástrofes inexistentes. La única sería en este caso, desperdiciar la oportunidad de construir a través -aunque no exclusivamente- de una nueva Constitución una sociedad más justa, más humana, más inclusiva, más soberana, más respetuosa del medioambiente. 
 
  


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