miércoles, 7 de septiembre de 2022

Lecciones y tareas

Jean-Michel Basquiat. Ironía del policía negro, 1981



El resultado del plebiscito constitucional del 4 de septiembre recién pasado, dejó un amargo sabor a derrota. Por cierto, no a todos. Los dueños de las AFP´s, el gran empresariado, el conservadurismo moral y cultural, respiraron aliviados, por ahora. En efecto, lograron posponer momentáneamente el reemplazo de una constitución que les ha permitido controlar el Estado y ponerlo al servicio de sus intereses de clase, sus concepciones excluyentes del hombre y la sociedad y de mezquinas prebendas de burócratas, operadores políticos y mediadores que pululan en la tenebrosa zona que hay entre el Estado y el sector privado.

La derecha ganó; el campo popular fue derrotado y no es el momento de ponerse a buscar culpables. Lo que queda claro es que la derecha desde la instalación de la Convención Constitucional se preparó para este momento, se movilizó y movilizó también todos sus recursos para posponer el proceso de cambio constitucional y ganar tiempo para generar una componenda que lograra escamotear el triunfo popular del 25 de octubre de 2020. Lo único que consiguieron fue tirar la pelota al corner, como se dice.  

Difícil de creer considerando su situación de minoría política y social hasta hace algunos meses. En todas las últimas elecciones, con la excepción de las últimas parlamentarias -por motivos que sería interesante contrastar con todos sus restantes fracasos- había quedado en una situación en que no representaba más de un 20% del electorado. Sin embargo, en el plebiscito de salida, con una participación histórica gracias a la reposición del voto obligatorio y la relevancia de lo que se consultaba en la ocasión, la derecha se llevó un holgado triunfo. 

Hay una lección evidente que sacar de la performance de la derecha en el último período -no sólo la del plebiscito- y es su perseverancia, su consecuencia y la disciplina con la que actuó desde el comienzo del proceso constituyente. Aún en su condición de minoría y el aislamiento en que se encontraba, mantuvo su unidad -incluso incorporando al partido de Kast y tragando todos los sapos que ello implicaba-. Dicha unidad, se fundamentó en su claridad de propósito y la definición de objetivos que le dieron coherencia a su actuación, motivación a sus huestes, consignas claras y comprensibles -por muy ideologizadas que fueran- y que lograron interpretar el sentido común dominante. 

No es gran cosa, considerando que poseen prácticamente la totalidad de los medios, controlan una porción importante del sistema educativo -escolar y de educación superior- y que se trata simplemente de  repetir lo que por décadas se ha inoculado en la mentalidad de trabajadores y trabajadoras, jóvenes, mujeres, pobladores, endeudados y sobreexplotados de todo el país. 

Lo que resulta chocante e incomprensible tiene una explicación objetiva y es bastante razonable, pese a la irracionalidad de la realidad que expresa. 

El campo social y popular, ganó en amplitud y en unidad durante el proceso constituyente lo que en los treinta años anteriores no había logrado. Ahora que la Convención Constitucional culminó su trabajo y el plebiscito de salida no acabó con una nueva Constitución, esa amplitud que le permitió obtener logros históricos, tendrá que adoptar otra forma y la propuesta constitucional de la Convención, la de una plataforma política y un programa de gobierno. No es suficiente la suma algebraica de demandas y propuestas de diferentes sectores sociales para hacerlo. Será el resultado de la síntesis definitiva de movimientos sociales y organizaciones políticas; de definición de prioridades, de una centralidad que sin desconocer la riqueza de ideas, reivindicaciones, identidades diversas y tradiciones políticas, adopte la forma de una idea de país, de un anhelo que sea más que la suma de las partes. 

Además, no se trata de inventar la rueda. Dicha idea de país, está inscrita en la historia del movimiento popular; en la memoria de las luchas populares que explotan una y otra vez como manifestación de las diferencias y las infinitas fracturas de las que está hecha lo real. 

El crisol de contradicciones que hacen crujir al modelo neoliberal todos los días tampoco van a ser resueltas, entonces, por un invunche como el que la derecha imagina va a ser la propuesta constitucional que tendrá que volverse a escribir. Para ello cuentan con la esperanza de recomponer su antiguo entendimiento con parte del centro político, revitalizado momentáneamente por el resultado del domingo. Para algunos de sus representantes más conspicuos, un interregno que hay que aprovechar aun cuando eso signifique caer en la indignidad más  miserable. 

Sólo la  recuperación de la memoria; la unidad de los pueblos de Chile; la movilización popular en sus más diversas manifestaciones; la perseverancia y la claridad de propósitos, detendrán la conjura de los que anhelan volver atrás, a antes del 18 de octubre. 





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