lunes, 22 de diciembre de 2025

El parto de los montes

Robert Rauschenberg. Caryatid Cavalcade II. 1985



Recién electo José Antonio Kast, los anuncios acerca de la conformación de su gobierno y sus primeras medidas han sido menos claros que los que hizo durante la campaña. Al tono presuntuoso, agresivo y prepotente del que hizo gala durante la primera vuelta, suavizado durante la segunda, lo ha seguido uno que combina su tradicional charlatanería intolerante y agresiva con uno confuso y por momentos, incluso mesurado.

Salvo la necesidad de recuperar las estrambóticas tasas de ganancia que les aseguró el neoliberalismo y la democracia de los acuerdos en el pasado, empresarios y transnacionales, políticos de derecha y de centro que la protagonizaron y que les sirvieron, no hay muchas más ideas. Es lo que explica las genuflexiones de la derecha tradicional, protagonista de la transición, después de haber sido basureada por la caterva de fanáticos que sigue a Kast y por él mismo, o de una autodenominada insólitamente "centroizquierda" que proviene de la Concertación. 

La promesa del megajuste que hizo durante la campaña, excepto una foto con la motosierra y una visita más bien simbólica a su adalid Javier Milei, no ha sido motivo de reiteraciones ni anuncio de planes por recortar. 

Por cierto, la conformación del gabinete va a ser un buen indicador de las correlaciones de fuerza al interior del variopinto arco de fuerzas de derecha que lo llevó a La Moneda. Daza, Fontaine y Quiroz conforman una trifecta, como dirían los hípicos, que solamente viene a confirmar la política proempresarial que haría su gobierno. En materia de impuestos, empleo y regulaciones, por el momento, se trataría de volver a recetas conocidas en el pasado y que representan retrocesos para las clases trabajadoras. Si se trataría de volver a las recetas de los chicago boys o a las de los tecnócratas noventeros, está por verse. 

Muchas de ellas ya han sido realizadas y no distan mucho de las condiciones que prevalecen actualmente en el sector privado y ya han sido naturalizadas por la sociedad. Lo que vaya a pasar con pensiones puede ser también un estopin para el estallido social y por consiguiente, materia de conflictos.

Ya sus zizagueantes anuncios en materia de inmigración, presagian de cierto modo, lo que podría ser su tono en lo que tiene que ver con empleo público. La derecha tradicional, la que ha gobernado ya el país un par de veces desde la vuelta a la democracia, sabe que el Estado no es un boliche. Y sin marearse por el sesenta por ciento, es bastante cautelosa respecto de las posibilidades de no tener que comerse un conflicto como los que Piñera tuvo que enfrentar en sus dos mandatos, el primero de ellos por anuncios incluso más tibios que los hechos por Kast y el segundo con posibilidades ciertas de haber terminado con la Constitución de Pinochet en el tarro de la basura, de no ser por el salvavidas que le tiró la oposición entonces.  

Algo similar a lo que tiene que ver con medioambiente, donde seguramente va a estar centrado gran parte de los conflictos del período que comienza el 11 de marzo, donde la denominada peyorativamente -por la prensa venal- "permisología", ha sido uno de los principales obstáculos para la búsqueda de fuentes de ganancia para los grandes empresarios chilenos y extranjeros. No tiene nada de raro que el imperialismo tenga en la negación del cambio climático y su recurso de calificarlo como "estafa verde", uno de sus principales motivos de lucha con lo que denomina la "agenda woke". No es como presumen sus pseudo pensadores una "guerra cultural". Es una guerra de clases por la apropiación de la naturaleza para su propio beneficio por parte de las transnacionales y grupos corporativos. 

Probablemente, dados sus orígenes en el fundamentalismo schöenstattiano -además de su intento por desarmar las resistencias institucionales y de los movimientos sociales a los propósitos de las empresas extractivistas y sus proyectos de inversión- sea en la lucha contra los derechos sexuales y reproductivos de la mujer; los de las divergencias sexogenéricas y los jóvenes, donde trate de desatar su demagogia para asegurar prosélitos que le permitan sostener su política y a su gobierno. 

Lo que se puede apreciar, en buenas cuentas, es una dispersión en la derecha que puede debilitarlo. Un protofascismo que no logra cuajar. No hay una idea política clara que motive la movilización de la sociedad sino tan sólo sloganes y consignas facilonas pero que no configuran una base social y de masas con capacidad de sostenerlas, excepto circunstancialamente. Tal como le pasó a Piñera, en su primer mandato, es altamente probable que esta dispersión de paso a estallidos de protesta social en diferentes ámbitos de la vida social. Esos estallidos, sin embargo, no significan necesariamente un desfondamiento de la administración entrante en el corto plazo. La derecha tradicional, espera de hecho pacientemente para hacerse de éste y sacar dividendos de esta previsible quiebra. 

Kast fue como Bolsonaro, un diputado del montón. No ha sido el líder de ningún momento importante  ni de un moviminento social o cultural como lo fueron en el pasado otros líderes conservadores o de derecha. Vive de la inercia de la sociedad neoliberal. De la naturalización de los automatismos del mercado. Su gobierno puede terminar por ser como el parto de los montes y dar a luz un ratón. De la audacia teórica y política de la izquierda para, justamente, poner en duda esa presunta naturalidad del orden social actual y proponer a chilenos y chilenas otros mundos posibles, depende que sea una nueva sociedad lo que surja de esta crisis de la que el gobierno de Kast es solo un síntoma.  


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