Francisco Goya. El coloso |
Las últimas semanas, el acontecimiento político más
importante y que ha ocupado a la opinión pública mundial es el intento de golpe
de estado en Venezuela. La trama ha sido más o menos la siguiente.
Primero, desconocimiento anticipado de las elecciones
presidenciales en ese país y consecuentemente, del presidente electo, compañero
Nicolás Maduro Moros, incluso antes de que asumiera. Esto es algo inédito en la
historia aunque muy similar a la derrota del PT en las elecciones
presidenciales en Brasil. Profecías autocumplidas de las derechas criollas, los
medios y el imperialismo.
Reconocimiento de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora,
por contraposición a la Asamblea Constituyente, de mayoría chavista por parte
de varios países empezando obviamente por los Estados Unidos.
Una suerte de versión posmoderna de la “dualidad de poder” de la que hablaba Trotsky a comienzos del siglo XX para referirse a las condiciones del triunfo bolchevique en la Rusia zarista. Pero como las masas no son protagonistas de esta dualidad –a menos que consideráramos como tales a las guarimbas fascistas- sino dos poderes del Estado y en este caso, el “cuarto poder”, como llamaba Ruy Mauro Marini en los ochenta a las FFAA están del lado de la revolución, se impone la necesidad de una intervención militar.
Para eso anuncia el envío de “ayuda humanitaria”, a través
del gobierno del Presidente encargado ignorando a las Naciones Unidas y todo el
sistema de relaciones internacionales; se mantienen las delegaciones diplomáticas
de los países que lo reconocen aún cuando incluso Caracas rompiera relaciones
con ellos, etc. Es decir, se usa toda clase de provocaciones para encontrar un
pretexto, una coyuntura propicia para la intervención militar.
Todo esto ha sido tan evidente y sin disimulos que no vale la
pena insistir en ello. Sin embargo, ha habido muchas declaraciones y opiniones
al respecto, las que se podrían exponer como sigue: los que saludan la
autoproclamación de Gauidó y las amenazas de intervención.
Los que no están “ni
con unos ni con otros” –una versión diferente de la concepción liberal de la
libertad como posibilidad- y quieren una solución dialogada de la crisis. Y los
que estamos con Maduro y la revolución bolivariana y contra la invasión yanqui
de Venezuela.
Aparentemente, para el imperialismo y para la izquierda el
asunto es claro. Se ha hablado con insistencia del petróleo y las enormes
riquezas de Venezuela como motivación principal para la grotesca farsa. Es
indudable. Pero el asunto es todavía más grave, pues se trata para el Gobierno
de los Estados Unidos, de la recuperación de su “patio trasero” y la
consolidación de su hegemonía en la región, que es su retaguardia estratégica
en el escenario de disputas con otras potencias mundiales. Acá tiene abundante mano
de obra, recursos y un gigantesco mercado.
Sin embargo, para cierta izquierda se trata de una contradicción
que por décadas movilizó sus esfuerzos y que explica su política frente a los
acontecimientos recientes. Se trata de la contradicción entre autoritarismo y
progresismo. Y en esa configuración tan etérea las determinaciones que los
caracterizan se distribuyen por igual entre los términos en disputa sin
encontrar nunca un punto en que se fije la contradicción.
Así se habló por ejemplo por mucho tiempo de la “derecha
democrática”; de los liberales sociales y los neoliberales; etc. Y en esa
arrogancia tan clasemediera del que como decía Gramsci “logró arrebatarle una
licenciatura a la desidia de sus maestros”, todo lo que toma
posición y la sostiene es motejado de dogmático; retrógrado; maniqueo.
De lo que se trata es que el imperialismo quiere dar un golpe
mortal a todos los movimientos sociales; partidos de izquierda; los pocos
gobiernos progresistas que quedan en la región y también a los sectores de
centro que no se pongan a disposición de su política –para lo cual hasta ahora
ha contado con la candidez de los librepensadores de todos los colores-.
Para eso tiene que destruir-como de hecho ha sido- la
legalidad internacional; las reglas más básicas de la diplomacia y el sistema
de regulación de conflictos bélicos. Lo mismo ha hecho Trump en su propio país
desde que asumió.
Algo muy similar a lo que hizo Hitler a mediados del siglo
XX. Esto es el fascismo sin tapujos ni disimulos de ninguna especie. Y ese es el problema que tanto la izquierda
como la humanidad tienen al frente.
Como se ha dicho muchas veces, para eso
cuenta, ha contado, con la maquinaria más enorme y sofisticada en la historia
de manipulación psicológica de masas. La transmisión por TV de la Guerra del
Golfo, a estas alturas, parece una película en blanco y negro de la Segunda
Guerra.
Ahora los medios han sido una parte fundamental de la guerra.
Ahora bien, el triunfo del fascismo en América Latina
nuevamente –lo que sería una versión remasterizada y recargada de lo que fue en
el siglo XX- no es una fatalidad inevitable. Pero se requiere voluntad,
convicción y claridad política para enfrentarlo. Churchill y De Gaulle, siendo
todo lo conservadores que eran, no se confundieron –como sí lo han hecho muchos
estos días- para tomar posición frente
al fascismo.
Bertrand Russell y Albert Einstein, pese a no ser de izquierda ni
antiimperialistas, fueron implacables activistas por el desarme, la paz mundial
y contra las guerras de intervención.
Porque incluso es una cuestión de sentido común, en el que la
retórica pseudoteórica resulta ridícula.
Si para algo ha de servir esta coyuntura, es precisamente
para poner un límite entre el fascismo y la democracia y quienes pretenden ponerse
en medio van a ser barridos por las circunstancias y seguramente lo lamentarán
cuando tengamos bases militares yanquis en nuestro territorio.
Y por otra parte, y quizás el elemento ausente en nuestro
país hasta ahora, para nuclear a la izquierda, apurar los procesos de
convergencia de un sector político que se encuentra distribuido por todo el
país y que cruza a la sociedad entera.
Se trata de movimientos sociales y activistas de diversas
causas; militantes de diferentes partidos políticos; gente de diversas
generaciones, género y orientación sexual pero que comparten algo profundo y
poderoso: su aspiración a una sociedad que supere la división de los hombres en
clases sociales y en que el producto del esfuerzo y la inteligencia de la
humanidad y la naturaleza se la apropian algunos, como recientemente hemos visto
´por los medios en el grotesco incidente del presidente de GASCO expulsando de una
playa a un grupo de mujeres.
Hoy es la defensa de Venezuela y del gobierno del Presidente
Maduro como ayer la defensa de la revolución sandinista frente a la agresión
siniestra y alevosa de la contra y antes también la lucha contra Pinochet,
Videla, Stroessner y tantos otros.
La lucha contra la intervención imperialista en
Venezuela no es para quienes tomamos
partido, una lucha por la defensa de unos principios abstractos. Es una lucha
por la defensa de soberanía y la
autodeterminación de nuestros pueblos, única posibilidad de emprender el camino
a una sociedad mejor. Ya lo hemos vivido antes, con el fascismo impuesto y
dominando sin contrapesos, es si no imposible, un camino más doloroso y con un
costo inexcusable para nuestro pueblo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario