martes, 12 de marzo de 2019

Feminismo y cambio social frente al fascismo

Juan Domingo Dávila,  Stupid as a painter. Melboune 1983


El éxito de la convocatoria a las manifestaciones del 8 de marzo este año, ha sido saludado por todo el mundo, incluido el Presidente de la República que días antes llamaba a no marchar. 

No es para menos. Se trata de la asistencia mas masiva a una manifestación en todo lo que va desde el fin de la dictadura militar hasta el día de hoy.

Unas cuatrocientas mil personas marchando por la Alameda de Santiago y unas ochocientas mil sumando las que lo hicieron en capitales  regionales y ciudades importantes a lo largo de todo el país. 

Se la ve como un hecho extraordinario; como la irrupción de algo inesperado. También -los más autocomplacientes- como una expresión de la modernización de nuestra sociedad o también, como un movimiento de clase media que no cuestiona realmente las bases del modelo. 

Ello, pues efectos del sistema como la discriminación, el abuso y el maltrato; la vulneración de los derechos de la mujer, al respeto, a la autonomía, a la igualdad; a la seguridad para vivir, trabajar y decidir sobre su cuerpo y sus emociones, exacerbados por la mercantilización de la vida social y la cultura, son  invisibles para los liberales y los conservadores que han hegemonizado el régimen político desde el retorno de la democracia.

Por eso su reacción es de perplejidad cuando no de un oportunismo supino.

Pero esa invisibilizaciòn, ese velo ideológico que disimula el malestar social y sus causas más profundas,actúa también sobre los discriminados y discriminadas, los excluidos y explotados del sistema. 

Los hace ver su movilización y sus reivindicaciones como particularidades, como luchas dispersas y pequeñas, independientes unas de otras, en el mejor de los casos coordinables.

El machismo, que es una expresión más del conservadurismo dominante de nuestra cultura y que garantiza el interés particular por sobre el interés social, oculta precisamente esta relación entre la lucha feminista y la lucha por el cambio radical del modelo.

Pero también la relación intrínseca de todas las luchas y reivindicaciones por una vida libre de toda clase de sometimiento, discriminación y explotación. 

Ciertamente también el racismo, la xenofobia, la homo y la transfobia cumplen este papel ideológico de ocultar la relación de los excluidos y su común interés por la transformación social y política.

Son ideologías que transforman la diferencia en una cosa; un conjunto de singularidades, en el mejor de los casos, tolerables u objeto de compasión y en sus versiones más reaccionarias de vigilancia, control y represión. 

Es esa la forma en que los sectores dominantes han resuelto su forma de convivir con la diferencia, tendiendo inevitablemente hacia el fascismo. 

Es cosa de ver los acontecimientos recientes de Brasil, desde el asesinato de Marielle Franco a las primeras medidas de la administración de Bolsonaro; o la situación de la población latina y afrodescendiente en los EEUU tras la asunción de Trump.

La dispersión de las luchas de todos los excluidos y marginados; la naturalización y la atribución de una presunta exclusividad a cada manifestación de la ideología dominante como si fuera la más auténtica, sólo le facilitan la tarea y reproducen las mismas condiciones de exclusión, dominación y abuso que combaten. 












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