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Hannah Höch. Kaiser Guillermo II. 1919-1920 |
Uno de los efectos de la crisis de la globalización neoliberal ha tenido, es dejar en evidencia el carácter ideológico de la teoría y discurso sobre el que se sostiene y sus falsas pretensiones de infalibilidad científica. A sus nefastos resultados (deterioro del medioambiente; aumento de la desigualdad a niveles intolerables; desarrollo autónomo de la tecnología al punto que ha puesto en cuestión la libertad del ser humano), ya ni siquiera pueden oponer las cifras de crecimiento económico que ostentó en los noventa del siglo pasado, obtenidos precisamente gracias a todas las anteriores.
En efecto, el peligro de la recesión vuelve a asolar a la economía mundial y la única respuesta de las derechas y los liberales para enfrentarla, es aplicar las mismas recetas que han dado origen a todas estas características de las sociedades neoliberales y que la han provocado.
Queda en evidencia, pues, que su pretendida objetividad no es más que un velo que encubre las obscenas ganancias de transnacionales que crecen en relación inversamente proporcional con la libertad y realización del ser humano y los derechos de la naturaleza. Su única manera de sustentarlas es la transformación del Estado en un aparato que no representa la realización de una comunidad racional sino un mecanismo de control, de medición, administración y gestión de dichas cifras que en el fondo no son otra cosa que la expresión de sus ganancias.
Su esfuerzo consiste en hacer coincidir la realidad con sus teorías lo que no es posible sino sobre la base de aplicarle una violencia proporcionalmente equivalente. Es lo que representan los brutales planes de ajuste que ha impuesto Milei en Argentina; la distopia salvadoreña de Bukele; el genocidio de Gaza; la carrera armamentista destada por la UE en medio de su bancarrota moral y política; el reciente fraude de Ecuador o la crisis permanente en la que vive la República del Perú, a lo menos desde la caída de Kuszinski.
El guaripola internacional de la reacción, sin duda, es el Presidente de los Estados Unidos, a cargo de su propia republica bananera, con planes de ajuste a cargo de un billonario sudafricano, deportaciones ilegales, campos de concentración en Guantánamo y El Salvador, una crisis constitucional en curso que ha puesto en vilo el histórico consenso de republicanos y demócratas sin que ninguno acierte hasta ahora a oponer una resistencia efectiva. Ello tal vez porque es una especie de bonapartismo que tiene como propósito recuperar la posición hegemónica del imperialismo norteamericano en medio de este nuevo contexto, propósito compartido por ambos.
La "crítica" no consiste en elaborar novedosas teorías que expliquen los cambios operados en los últimos treinta o cuarenta años por el capitalismo o en realizar una "renovación", sino descubrir las paradojas propias de su desarrollo y su carácter interiormente incoherente. Al no poder encontrarles solución sin negarse a sí mismo, su única alternativa es inisistir en ellas. En eso consiste el fascismo. No es extraño, en este sentido, que dos de las más importantes renovaciones del marxismo occidental del siglo XX, como son el pensamiento de Gramsci y la teoría crítica, hayan surgido como una respuesta a su surgimiento.
Este, además, pretende hacer retoceder a nuestras sociedades en relación a derechos conquistados, precisamente a partir de la pretensión de desconocer dichas transformaciones, que son el resultado de su propio desarrollo. A una creciente consciencia del daño que ha provocado al medioambiente que lo hace insostenible o al reconocimiento de las diversidades sexogenéricas; la igualdad de género, la creciente visibilidad que ganan los derechos de las personas mayores o de quienes realizan labores de cuidado, el fascismo les pone la etiqueta de "woke" sin comprender aparentemente que los pueblos del mundo no lo van a tolerar porque desconoce la sociedad real. De hecho, le aplica ya -por lo demás- medidas que implican desconocer sus derechos en Argentina y los Estados Unidos por ejemplo.
Una mención especial merece el retroceso que propugna en materia de derechos de trabajadores y trabajadoras a sindicalización, huelga, negociación colectiva, seguridad social, educación y salud públicas que sólo brillan por su ausencia en sus documentos, congresos, las propuestas y el discurso de sus representantes. Son simplemente ignorados por el fascismo porque es la misma negación de su necesidad y de su legitimidad moral y cultural, lo que trae aparejada la violencia extrema con la que en el futuro se puede prever que tratará al movimiento sindical y de trabajadores y como de hecho el neoliberalismo ya lo hace aunque con una pátina de consenso y tolerancia.
El tiempo se le agota. No puede seguir disimulando pretensiones de objetividad ni de racionalidad científica. Se le cae la careta y en la misma medida crece su intolerancia y su violencia. Señal inequívoca de su debilidad y de la posibilidad de derrotarlo. Pero eso depende en todo caso de la voluntad de quienes creen en la democracia, los derechos humanos y la paz.