martes, 12 de enero de 2016

¿Tiene política cultural la derecha?


Francis Bacon. Figura con carne, 1954


Es habitual que la UDI sorprenda diariamente con alguna paparruchada. La última, protagonizada por el diputado Gustavo Hasbún, al presentar un proyecto de ley que castiga con presidio a quienes realicen homenajes al Presidente Salvador Allende y el Gobierno de la Unidad Popular.

Ello ha provocado una reacción hilarante en las redes sociales; también las críticas de diversos sectores y dirigentes políticos. Pero, el asunto en cuestión, aun siendo ciertamente estulto, ¿es solamente un chiste o el exabrupto tonto de un grupo de parlamentarios de ultraderecha?

Se dan de hecho en medio de sus desesperados intentos de oponer una resistencia medianamente eficiente a las reformas contenidas en el programa de la Nueva Mayoría.

A este respecto, la derecha ha recurrido a dos estrategias.

La primera, propugnada desde las páginas editoriales de El Mercurio, la búsqueda de acuerdos con los sectores más vacilantes de la Nueva Mayoría en lo que tiene que ver con la implementación de su programa, para torcerles el sentido y limitar todo lo posible sus efectos, como una manera de atenuar los perjuicios que provocarían en el empresariado y sectores conservadores.

La segunda, recurrir al Tribunal Constitucional cuando no ha logrado los votos en el Parlamento y/o cuando la búsqueda de acuerdos no ha dado resultados o no los esperados por sus propugnadores.

Sin embargo, el último recurso proviene de la incapacidad de nuestra sociedad de cuestionar los principios del sistema de dominación implantado a comienzos de los años noventa, conocido como democracia de los acuerdos y la empresa privada y el libre mercado, como el origen de las escandalosas inequidades, exclusión y abusos que el programa de gobierno se ha propuesto enfrentar.

Son veinticinco años en que estos principios se erigieron prácticamente en leyes naturales de nuestra convivencia social.

Las críticas, incluidas las de cierto radicalismo verbal muy extendido en el movimiento social y en la academia, apuntan a manifestaciones objetivas del sistema, pero no ponen en cuestión sus fundamentos.

Es el espejismo que obnubila a nuestra sociedad, la de ver las manifestaciones, como los fundamentos, con la diferencia de que, en este caso, estos fundamentos son concebidos como una suerte de “cosa en sí” inalcanzable respecto de la cual algún día se deberá hacer algo.

La derecha en cambio, tiene en los chistes de Hasbún, Urrutia y compañía, como antes en Carlos Larraín y hoy en día en el senador Ossandón, guardianes de última instancia y una resistencia muy eficiente que protege los fundamentos del sistema precisamente como una “cosa en sí” respecto de la cual no se debe pensar y sólo se pueden manifestar exhabruptos, chistes, manifestaciones de fanatismo iracundo.

Sus exabruptos son expresiones de la apelación a esta incapacidad de reflexionar y debatir de nuestra sociedad y de disparar contra las manifestaciones y no contra los fundamentos.

Es el recurso a la irracionalidad, al espontaneísmo, a los comportamientos más pedestres como son la ira y el temor, recurso que, en momentos de crisis política y social como la que se está incubando hace tiempo en nuestra sociedad, le facilitan las cosas a las soluciones populistas y reaccionarias.

Esa es la política cultural de la derecha. Aparentemente nada muy sofisticado pero muy eficiente y que cuenta además con una poderosa maquinaria comunicacional.

Esta política cultural, este embate del irracionalismo, mezcla de neoliberalismo decadente, conservadurismo campechano, retórica pseudocientífica y añoranzas del tiempo de las vacas gordas de la globalización, debe ser enfrentado con decisión por las fuerzas de izquierda y progresistas, so pena de abrirle el paso a la reacción.