lunes, 24 de diciembre de 2018

El riesgo de la ultraderecha


Otto Dix. Memoria del salón de los espejos en Bruselas . 1920



Tal como pasó el 2011 en su primer mandato, Piñera se tiene que hacer cargo nuevamente del malestar social que provocan las políticas neoliberales en todo orden de cosas. 

El 2011, luego de un año de pujos y un largo paréntesis impuesto por el terremoto de febrero, dicho malestar empezó a expresarse en Magallanes por el alza del precio del gas. Luego, por la construcción de las centrales hidroeléctricas en Aysen y finalmente por la movilización estudiantil que se extendió prácticamente por todo el año.

Si algo ha caracterizado el 2018, en cambio, ha sido el protagonismo adquirido por el Tribunal Constitucional para conseguir aquello para lo que la derecha en el Parlamento fue incapaz en el período presidencial anterior. También, por los escándalos de corrupción en que se han visto involucradas las FFAA y carabineros y en menor medida por los enredos en la Contraloría General de la República.

Es decir, por las contradicciones que cruzan a nuestra institucionalidad y sus protagonistas; por la oscura trama de acuerdos y desacuerdos entre civiles y militares, entre políticos de derecha y de centro que le dieron origen hace casi treinta años y sus límites para contener y procesar ese malestar.

El alevoso crimen del comunero mapuche Camilo Catrillanca y la desenfrenada sucesión de intrigas, manipulación mediática y mentiras de la derecha y el Gobierno para explicarlo primero, justificarlo y posteriormente eludir sus responsabilidades políticas, fue el detonante de una crisis que todavía no concluye.

Los primeros chivos expiatorios, fueron los mandos de Carabineros de la zona del crimen y luego el tozudo y tristemente célebre intendente Luis Mayol, primer difusor de la torpe teoría del robo de autos.

Luego el General Director de Carabineros, Hermes Soto, quien había sido ungido como tal luego de los escándalos de dineros malversados por otros oficiales de su institución.

Le pasó como al Chavo del Ocho. Cuando todas las autoridades –no sólo él- habían participado de esta sórdida trama y en medio del cotilleo  de recriminaciones mutuas; explicaciones inconsistentes y estridentes declaraciones, el primero a quien se sindica como incapaz y responsable de tanto abuso, es él y sin más trámite, se le pide la renuncia a meses de su nombramiento.

Sin embargo, nada parece detener el aluvión. Después de la interpelación al ministro Chadwik, y del conocimiento público de los videos del asesinato -los que habían sido negados sistemáticamente por Carabineros y el Gobierno-, es posible que haya una acusación constitucional. Si no es así pese a lo contundente de las pruebas, es solamente porque la oposición no logra ponerse de acuerdo en ello. 

Probablemente, pues la crisis desatada por el asesinato de Camilo Catrillanca, ha dejado en evidencia lo mismo que los fallos del Tribunal Constitucional. El carácter de la institucionalidad y del Estado; la corrupción y la trama de negociaciones y acuerdos en que se funda, y que a estas alturas, resultan para muchos difíciles de explicar, sin que ello implique necesariamente realizar profundas transformaciones de las que tal vez no están convencidos. 

En el caso de la derecha, la razón es evidente. Pero eso no obsta también a que comiencen a manifestarse con fuerza los efectos de esta crisis. El entuerto de la UDI después de sus elecciones internas, es una expresión y evidentemente, ante el riesgo de una reforma demasiado profunda e inmanejable, buscar un punto de reagrupamiento en torno a los dogmas más retrógrados que le otorgan identidad, resulta una opción razonable. 

La bolsonarización del sector, en todo caso, no es un atributo exclusivo de la UDI. De hecho el Presidente de RN Mario Desbrdes se ha manifestado muy bien dispuesto a apoyar a José A. Kast si este llegara a ser candidato de la derecha en las próximas elecciones presidenciales y en una actitud realmente bochornosa que lo retrata de cuerpo entero a él y su partido, Felipe Kast reconoce haber mentido en el caso Catrillanca, disimulando su solidaridad de clase con el crimen, diciendo que fue engañado. Esa explicación obviamente no se la cree nadie. 

La crisis que se manifiesta en los acontecimientos de las últimas semanas, demuestra solamente lo antidemocrático de nuestra institucionalidad política; la corrupción en que se funda y que ha penetrado todos sus espacios; el copamiento de sus instituciones por lo más granado del pensamiento conservador. El escamoteo de la soberanía popular y la disposición servil del sistema a intereses de clase que son los mismos contra se rebelaba la sociedad el 2011. 

La connivencia de autoritarismo y liberalismo en que se funda el sistema es indisimulable. Es lo que hace posible precisamente esta regresión autoritaria y que la irrupción del malestar en lugar de abrir paso a la democratización de la sociedad, lo haga a personajes como Kast o que alguien tan intrascendente y de pocas luces como la diputada Flores de RN o el UDI Ignacio Urrutia, tengan tribuna en la prensa y las redes sociales. 

A falta de argumentos e incluso fundamentos racionales que la sostengan, esta  regresión autoritaria se funda en el prejuicio, la descalificación; la tergiversación y el miedo. Precisamente lo que define al fascismo. 

Pero también en la ausencia de ideas y proyectos de sociedad; la naturalización de los fenómenos sociales y la estetización de la diferencia, todas concepciones que terminan transformándose en conductas de la oposición y de la centroizquierda que facilitan las cosas a la ultraderecha.