sábado, 26 de diciembre de 2020

La hora del oportunismo


Honoré Daumier. Crispin y Scapin 



Estos días, que el reloj corre en contra respecto de un acuerdo opositor para la inscripción de las listas para la elección de convencionales para la constituyente, abundan los llamados a la unidad.

Un poco tarde. En efecto, los mismos que negociaron condiciones que la hacen prácticamente irrealizable y que han actuado como si no hubiese pasado nada después del 18 de octubre, tratando de reeditar la impopular fórmula de la "democracia de los acuerdos", han sido los más entusiastas después de haberle dado portazos no sólo en esta ocasión. En efecto, son los mismos que lo hicieron en los años noventa, una y otra vez, prefiriendo pactar con la derecha para consolidar una ínsipida democracia "en la medida de lo posible" en vez de hacerlo con la izquierda que estaba fuera de la Concertación.

Mientras el PH y el PC, un diverso y enmarañado conjunto de organizaciones sociales, colectivos territoriales, organizaciones de DDHH, sindicales, de defensa de la diversidad sexual y de género, ambientalistas, del movimiento estudiantil y los pueblos originarios, resistían la tan cacareada "agenda liberal" de la Concertación, ésta impulsaba efectivamente acuerdos de libre comercio, privatizaciones, concesionaba servicios, perfeccionaba el sistema de AFP, o privatizaba los sistemas de financiamiento de la educación escolar y universitaria, favoreciendo el crecimiento estrambótico del sistema privado, escolar y universitario, una de las fuentes principales de endeudamiento de la clase media en la actualidad. . 

Mientras organizaciones y movimientos sociales  trataban de convencer a sus parlamentarios y/o negociaban con sus ministros y jefes de servicio, en torno a la introducción de regulaciones, medidas y acciones que resguardaran mínimamente los derechos de las comunidades afectadas por las privatizaciones, las licitaciones y concesiones con las que el Estado entregó a la empresa privada, recursos y servicios básicos, la Concertación -salvo honrosas excepciones- festejaba la disminución de la pobreza como si fuera sinónimo del aumento del consumo aunque los salarios fueran una porquería y los contratos cada vez más excepcionales.

Es de un fariseismo que resulta irritante, que se publiquen cartas y opiniones que pretendan que es la izquierda la que obstruye la unidad de la oposición para enfrentar la elección de convencionales para la constituyente. Y que con un tono hipócrita, el señor Carlos Ominami por ejemplo pretenda dar lecciones o recomendaciones públicas a la izquierda acerca de lo que debe hacer, cuando él fue ministro, senador de la Concertación y miembro la directiva de uno de los partidos políticos que tiene  responsabilidad en el estado actual de cosas. 

Claro, para los infrascritos del acuerdo del 15 de noviembre, igual que como para los nostálgicos del plebiscito de hace más de treinta años no existieron protestas nacionales, movimiento de mujeres por la Vida, Paros nacionales impulsados por los sindicatos, lucha contra la municipalización de la educación desde mediados de los ochenta, denuncia y movilización de los familiares de los Detenidos Desaparecidos y las organizaciones de DDHH desde fines de los setenta, el plebiscito y la Convención Constitucional son producto de su inteligencia táctica y todos los que han participado del proceso, unos oportunistas que se suben al carro de la victoria. 

El señor Ignacio Walker, ex presidente de la DC, ex ministro de la Concertación y ex senador de la República, es al menos más franco. En una columna que parece inspirada en algún informe del equipo de inteligencia de su partido, da por cerrada la posibilidad de cualquier entendimiento con la izquierda. No hay más vuelta que darle. Después de un largo, tedioso y por cierto, erróneo análisis de las resoluciones del XXVI Congreso del PC, da a entender que la unidad opositora no es posible. Parece en realidad que la suya, es una respuesta a otra interesante columna del senador de su partido Francisco Huenchumilla, quien en las páginas del mismo medio, días antes defendía la idea de la unidad opositora e incluso, señalaba los acuerdos programáticos que ni Walker, ni Ominami mencionan en sus respectivos escritos, como plausibles para constituir la unidad opositora.

Pero dejando a un lado el hecho de que es aparentemente en Unidad Constituyente donde no hay certeza acerca de la unidad -ni siquiera entre quienes la componen-, el punto es que una vez constituida la Convención, es en ella donde la unidad opositora tendrá que expresarse en la discusión de los contenidos que expliquen la construcción de un Estado Democrático. Con lista única o más de una en la elección de convencionales, el problema será el mismo. La experiencia del gobierno de la NM, tal como plantea el documento de resoluciones del Congreso del PC, demuestra que el acuerdo y la mayoría formal no lo garantizan necesariamente. El comportamiento del PDC y de representantes del sector socialdemócrata de la NM durante la administración de la Presidenta Bachelet lo demuestran. Igualmente, la actuación de la oposición en el transcurso de los tres años del desastroso segundo gobierno de Sebastián Piñera.

La unidad no se construye pontificando. Es la experiencia práctica del pueblo, de sus luchas, de sus aspiraciones la que finalmente la impone a quienes pretenden representarlo en las instituciones o facilitar su participación directa en la toma de decisiones. No es la inteligencia de algún grupo de "iluminados"  sino la experiencia práctica de las masas. Son precisamente los que le temen, los que hacen llamados desesperados a una unidad de última hora y que se basa en la idea de constituir mayorías formales y no expresiones de movimientos y luchas sociales, como sí lo fueron los frentes populares, en el siglo XX por ejemplo.

Lo demás, es oportunismo.


jueves, 17 de diciembre de 2020

¿Cómo se gobierna con el siete por ciento?



                Jacques Louis David. La coronaciòn de Napoleòn



Sebastián Piñera sólo se supera a sí mismo y su segundo gobierno, no ha sido más que la repetición de la archiconocida receta de antiguas modernizaciones del recetario neoliberal. Ni una pizca de novedad, de audacia teórica o renovación del pensamiento derechista. Algo similar a Macri, Bolsonaro, Duque y el resto de la derecha latinoamericana, representante de la oligarquía más ignorante y prosaica de la historia de nuestro continente. De ahí que, ciertamente, sus segundas partes, reedición chusca de la política noventera, no haya tenido ningún glamour, no representara ningún progreso y termine en los fracasos más mediocres, aunque algunos de nuestros derechistas se crean Napoleón o Churchill. 

La caída del breve gobierno peruano surgido tras la destitución de Vizcarra y la vuelta del MAS en Bolivia tras el efímero gobierno de facto de Janine Añez, son demostración de que en el continente la derecha no representa una alternativa sustentable de gobierno para la región. El imperialismo norteamericano, además, no ha podido evitarlo ni responder con la clásica receta de golpes militares e instalación de gobiernos gorilas para suplir esta incapacidad de sus testaferros locales, lo que no significa en todo caso que no lo considere. 

El Lawfare, la invasión de noticias falsas en los medios y la manipulación ideológica de masas que le dieron buenos resultados en Brasil y Argentina hace no mucho, hoy en día no están siendo suficientes al parecer para evitar que la derecha latinoamericana vaya a dar al tarro de la basura de la historia, de donde nunca debió haber salido. 

¿Cómo se explica entonces que el Presidente chileno siga gobernando cuando las encuestas le dan apenas un siete por ciento de respaldo y su impopularidad alcanza cifras desconocidas en nuestra historia republicana? Sólo comparable a Pinochet por su impopularidad, el gobierno de Piñera se hunde en el fiasco mientras él y sus ministros se deshacen en gestos de un republicanismo grotesco,  parecidos a la escena de una sitcom. Pero lo peor, y ahí está el núcleo de la paradoja chilena, es que así y todo ejerce aún una fuerza y capacidad que lo mantienen en pie e incluso impedir mayores avances del campo democrático, social y popular. 

En efecto, en materia de negociación con los empleados públicos y determinación del salario mínimo; en lo que se refiere a políticas para enfrentar las consecuencias de la pandemia de coronavirus, caracterizadas por su milimétrica focalización y avaricia; también en cuanto al diseño y determinación de los términos en que se desarrollará el proceso constituyente, arrancado por el pueblo en las calles a una elite política mediocre y autocomplaciente. En fin, en todo orden de cosas, el gobierno pareciera ostentar un poder que no se condice con lo que representa socialmente ni lo que es frente a la oposición. 

Por una parte, sigue pesando lamentablemente la sombra del binominalismo expresado en los mega quórum que requieren ciertas reformas que permitirían avanzar más rápido y más profundamente en la democratización del país. En efecto, cada medida propuesta para hacer de la Convención Constitucional una auténtica expresión de la soberanía popular, ha encontrado en el Parlamento no un facilitador que module e términos legales los anhelos políticos del pueblo, sino una tenaz barrera de contención. Para qué decir en lo que se refiere al enfrentamiento a la crítica situación provocada por la epidemia de coronavirus, que como siempre ha golpeado sin piedad fundamentalmente a los trabajadores y trabajadoras, infancia y juventud popular, a ancianos y sectores excluidos. 

Sin embargo, hay un factor más que le ha permitido a Piñera y la derecha seguir gobernando pese a su estrepitoso fracaso; también pese a los crímenes de lesa humanidad cometidos por agentes del Estado, desde Camilo Catrillanca hasta el día de hoy; pese incluso a su impopularid y a no controlar plenamente la agenda legislativa, lo que ya es mucho decir considerando el hiperpresidencialismo patagruélico consagrado en la Constitución Zombi que todavía nos rige.

Ese factor es el comportamiento mediocre de la oposición que salvo honrosas excepciones, no ha sido una alternativa de gobierno a la administración derechista e incluso a ratos pareciera no querer serlo. 

Sectores de oposición, en más de una ocasión, han votado con la derecha en importantes materias; han salvado a sus ministros de acusaciones constitucionales que más allá de su oportunidad o conveniencia coyuntural, tenían sobradas razones. A este respecto, no han faltado los oportunistas y demagogos que haciendo uso de retorcidos razonamientos "tácticos" y en ocasiones, apelando a principios de un republicanismo abstracto han preferido contener la debacle Piñerista a abrir cauce a un proceso definitivo de democratización de la sociedad, que no es otra cosa que acabar con la Constitución pinochetista, expresión jurídica de la sociedad neoliberal. 

Lo que en el pasado, ideológicamente, argumentaban como "necesidad", graciosamente lo transformaron en "virtud republicana". Así, intentan reeditar la democracia de los acuerdos como sinónimo de progreso mientras ésta no hizo sino profundizar la desigualdad, consagrando el acuerdo de los de arriba a costa de la exclusión de los de abajo, dejando como herencia a las actuales generaciones de chilenos y chilenas que han protagonizado las épicas jornadas de protesta social desde el 18 de octubre pasado, una sociedad cruzada por la más profunda división de clase, similar probablemente sòlo a la descrita por Baldomero Lillo, Augusto D'halmar, Josè Santos Gonzàlez Vera y los pintores de la Generación del Trece, atenuada a través de la ilusión de progreso vendida por la industria de la entretención masiva y el consumo facilitado por el crédito, hasta que esto se hizo insostenible. 

La democracia de los acuerdos que es, pues, la línea de crédito que sostiene todavía a Piñera,  no es otra cosa que la expresión de una concepción clasista de la sociedad. La imposibilidad de llegar a un acuerdo en las primarias a gobernadores y las complicaciones para concretar una lista única de candidatos de oposición a la Convención Constitucional, no son solamente la expresión de una complicada ingeniería electoral, producto del mamarracho del 15 de noviembre -imbunche que ha tenido que sufrir sucesivas reformas en el Parlamento, lamentablemente, no siempre con éxito, como lo demuestran la solución para la participación de independientes y pueblos originarios- sino de unas contradicciones mucho más profundas que se refieren a diferentes modelos de sociedad.

Difícil llegar a acuerdos coyunturales cuando lo que se define va a tener consecuencias mucho más duraderas y fundamentos de clase tan profundos. 

La unidad de la izquierda, por esta razón, no es solamente una necesidad que se refiera a "mínimos programáticos" o a una ingeniera electoral eficiente para enfrentar la elección de la Convención Constitucional sino para hacer de ésta, un combate de masas que se desarrolle en cabildos barriales, en las luchas por el derecho a la salud y la educación públicas, mejores salarios, contra la discriminación, la justicia en los casos de violaciones a los Derechos Humanos y la cultura. La Convención debe ser expresión precisamente de estas, y la unidad de la izquierda  un instrumento al servicio del pueblo que se proyecte en las próximas décadas para construir una nueva sociedad. 


martes, 27 de octubre de 2020

Una semana después

           Israel Roa. 18 de septiembre en el Parque Cousiño



Una semana después de la conmemoración del inicio de la revuelta popular que lo hizo posible, se realizó el plebiscito pospuesto durante treinta años, para poner fin a la Constitución del 80.  Todo el mundo conoce la historia. Después del plebiscito de 1988, la ex Concertación de Partidos por la Democracia, pactó con la dictadura militar, representada por su Ministro del Interior, Carlos Cáceres, un paquete de reformas constitucionales que la hicieron todavía más rígida y difícil de reformar...no digamos derogar. 

El año 1998, Pinochet asumió como Senador Vitalicio después de haber sido Comandante en Jefe del Ejército durante todo el período denominado eufemísticamente de "transición a la democracia" siendo objeto de una acusación constitucional de la que zafó gracias a los votos de la misma concertación, salvo honrosas excepciones.

Ese mismo año, fue detenido en Londres -producto de una orden de captura emitida por el juez español, Baltazar Garzón-  adonde había viajado gracias a un pasaporte diplomático emitido por la Cancillería a cargo entonces de José Miguel Inzulsa, actualmente senador del PS por la Región de Arica Parinacota.  El resto de la historia es más o menos conocida. 

Finalmente, el año 2005 el entonces Presidente de la República, Ricardo Lagos, promulgó una reforma Constitucional que acabó con los senadores designados y vitalicios, más un par de cosas más y declaró muy ufano, en la ocasión, que a partir de entonces, teníamos una Constitución que nos representaba a todos y al son de los violines y después de pasar por una alfombra roja, le puso su firma. 

La votación del domingo 25 de octubre, marca el fin de la Constitución de Pinochet y representa la derrota más profunda que haya sufrido la derecha chilena en décadas, es cierto. Pero además, es expresión del desbordamiento social del pacto que en 1989 determinó el carácter limitado y conservador de nuestro sistema político.

Probablemente, cuando se habla de "la clase política", a lo que muchos hacen alusión aun con mucha imprecisión aunque no del todo erróneamente, es a ese pacto que dejó intactos los candados institucionales que impidieron un tránsito real de nuestra sociedad a una democracia plena. 

Desde ese punto de vista. sí. Efectivamente la clase política sufrió también una derrota de proporciones. Es la razón por la que además de imponerse abrumadoramente la opción apruebo, prácticamente en la misma proporción ganara la opción Convención Constitucional. 

Dos de los datos importantes que se deducen de los números del domingo 25, es la alta participación de los sectores populares en esta elección. Y el otro, el que sólo en seis comunas de la Región Metropolitana, comunas en las que habita el sector privilegiado de nuestra sociedad, ganara la opción rechazo. Representa simplemente, la enorme desigualdad de nuestra sociedad, Seis comunas concentran el conservadurismo, la opción de quienes están satisfechos con el orden  político y las normas de convivencia social que expresa jurídicamente. 

Pero además, lo que se ha llamado "el despertar" del pueblo chileno. Que mayoritariamente éste haya asistido a votar por un cambio constitucional expresa un nivel de madurez política mucho mayor de la prevista o incluso deseada por analistas, intelectuales y columnistas del sistema. En efecto, el hecho de que se identifique la desigualdad, el abuso, la exclusión y la discriminación; el autoritarismo y la burocracia con la Constitución y no con una falla accidental o una condición contingente, demuestra que chilenos y chilenas ven mucho más que su condición individual y de que la interpretan correctamente como el resultado de sus relaciones con otros y otras y que se ven a sí mismos como parte de una totalidad mayor.

El  mezquino indivualismo pequeñoburgués elevado a la categoría de virtud durante la transición quedó a lo menos puesto en cuestión. Ciertamente, ante la derrota cultural e ideológica que esto representa, los Peña, los Tironi y otros liberales se hallan perplejos y no atinan a encontrar una explicación. O mejor dicho, sus tradicionales explicaciones -como la de un déficit de modernización o la de las nuevas aspiraciones de la clase media-, los muestran como lo que son y siempre han sido: ideólogos al servicio del sistema. 

¡Clase media, cuando el sueldo medio en Chile es menor a cuatrocientos mil pesos! ¡Déficit de modernización, cuando las dichosas modernizaciones no han hecho más que aumentar la proporción de los salarios a pagar por todo y hecho estallar el endeudamiento de la clase trabajadora!

La derecha no es más que un veinte por ciento. Toda la votación que la derecha perdió en relación con la presidencial anterior, no es votación de derecha. Es gente que votó por Piñera y que en vista y considerando el desastre de su administración ortodoxa del modelo, se volcó a posiciones de cambio radical en esta ocasión. 

Si hubo un tercio de los que votó apruebo, y como muchos dicen es votación de la derecha, no se explica que exactamente la misma cantidad de votos sea la que obtenga la opción de Convención Constitucional pese al llamado de ese sector a hacerlo por la Convención Mixta. 

La mayoría del país votó para tirar al tacho de la basura de la historia la Constitución de Pinochet. Se manifestó en contra del contrato social vigente desde 1989 en que derecha y concertación acordaron los términos de administración del neoliberalismo. También fue derrotada en toda la línea la elite política que condujo la transición, lo que Piñera en su discurso interpretó o trato de sugerirlo, como una disputa generacional. 

Ganó el pueblo, ganó la movilización. Ganaron también las posiciones políticas que pujan por democratizar el sistema político pero también ponen esta tarea en relación directa con la necesidad de democratizar las relaciones sociales. Esta tarea exige indudablemente la más amplia unidad del pueblo. Especialmente, la más intensa movilización y lucha de masas. Por ahora para garantizar el éxito de la Convención Constitucional y que ésta no sea bloqueada por la minoría reaccionaria o la mojigatería de quienes no confiaron en el pueblo en el pasado e hicieron de la actividad política una profesión sin significado social y de transformación alguno, ganándose así el mote de "la clase política". 

Es el momento más decisivo de nuestra historia en el último siglo. Las posibilidades inmejorables. Otro Chile es posible

 

 


lunes, 19 de octubre de 2020

Por qué conmemorar del 18 de octubre


                                Manuel Antonio Caro. La zamacueca


Para todas las culturas, los ritos tienen el sentido de repetición de un momento original. Son le actualización de la fundación de una nueva realidad . El rito no es sólo la repetición de la historia a manera de anámnesis sino como experiencia vivida de un momento fundacional. 

Es precisamente lo que ocurrió el 18 de octubre, pues representa el inicio de la ruptura con una forma de convivencia social y política arrastrado por tres décadas determinadas por las privatizaciones,  el perfeccionamiento del sistema de AFP's, la mercantilización de la educación y la salud; el florecimiento del negocio de las universidades privadas, las rebajas de aranceles a las importaciones y un largo etcétera que recibe comúnmente el nombre de neoliberalismo. 

Por eso, la consigna que expresó con mayor precisión las protestas que comenzaron los estudiantes de enseñanza media saltando los torniquetes del metro fue -pese a la molestia e incomodidad de la elite concertacionista- "no son treinta pesos, son treinta años". 

Por esa razón, el ciclo histórico inaugurado por las protestas de los secundarios evadiendo el metro, se va a prolongar por varias décadas.

La frase repetida por muchos dirigentes políticos de derecha y de centro: "no lo vimos venir", simplemente expresa la autocomplacencia de quienes se acostumbraron a vivir del lado  de la sociedad privilegiado por el neoliberalismo. De los que disfrutaron por tres décadas del pantagruélico crecimiento económico, sostenido por el cansancio y el embrutecimiento de trabajadores y trabajadoras que debieron conformarse con las promesas de chorreo, programas focalizados o en el mejor de los casos, las posibilidades que brindaba el endeudamiento para acceder a bienes y servicios.

Ciertamente, no podían ver el cansancio, el malestar acumulado y la rabia contenida por un sofisticado temor y desesperanza aprendida.

El pensamiento neoliberal, como toda ideología, actuó por décadas, no solamente como una explicación presuntamente racional de la realidad y del orden social. Actuaba también, igual que cualquier ideología, como un consuelo que tranquilizaba las buenas conciencias de quienes lo sostuvieron en sus diferentes variantes. Desde la fundamentalista y reaccionaria -representada por los fanáticos de Libertad y Desarrollo, hasta la más adocenada de liberales del CEP y centros de estudio ligados a la Concertación-. 

Es imposible que pudieran comprender y por consiguiente, explicar en qué consiste este momento y el sentido que tiene el rito de su conmemoración.

Han repetido por décadas, como si se tratara de una gran gesta, los ritos de un republicanismo de pantomima, cada 5 de octubre, olvidando las promesas hechas hace treinta años y traicionadas a poco andar.

Mientras las cifras de crecimiento económico expresaban el enriquecimiento de unos pocos, llegó un punto en que los bajos salarios no resistieron más endeudamiento como paliativo; el fracaso de las promesas de movilidad social a través de la educación, tiraron al tacho de la basura el relato de la meritocracia y la miseria de los ancianos se le apareció a millones,  como una escalofriante amenaza del porvenir que depara a todos el sistema de pensiones basado en la capitalización individual, paradigma de las soluciones que propugna el neoliberalismo a las necesidades de la sociedad.

En pocas palabras, la desigualdad que reproduce y profundiza el neoliberalismo, quedó en evidencia y ni toda la manipulación mediática, ni los mares de tinta gastados por columnistas y periodistas del sistema pudieron seguir ocultándola o explicarla sin caer en los galimatías más absurdos e incomprensibles.

Ello pues dicha desigualdad es la expresión más radical de la división de la sociedad en clases sociales, clases poseedoras y clases que sólo tienen para sobrevivir su fuerza de trabajo -incluyendo a amplias capas de los llamados "sectores medios", compuestas por profesionales, técnicos y pequeños propietarios cada vez más dependientes del capital o simplemente barridos por éste-, reconocimiento que a estos presuntos intelectuales del sistema les provoca urticaria.

La desigualdad no es, pues, un resultado inesperado de malas decisiones o de políticas incorrectas. Es precisamente la expresión de una sociedad basada en la apropiación privada del producto del trabajo de todos en beneficio de unos pocos.

La mercantilización de las relaciones sociales en todos los ámbitos de nuestra vida -en la educación, la salud, la previsión, la cultura y la entretención y especialmente del trabajo.- proviene precisamente de dicha apropiación y consecuentemente, en la conversión de todo lo producido en mercancía. En eso consiste el neoliberalismo.

El momento fundacional del 18 de octubre, es precisamente el inicio de un ciclo de profundas transformaciones en todos los ámbitos de la sociedad, de desmercantilización de las relaciones sociales y en última instancia, en la superación del carácter profundamente clasista de nuestra sociedad.

Ciertamente quienes la han edificado, sostenido y la defienden actualmente, no lo podían ver venir ni pueden comprender su significado sin negarse como ideología política ni a su estilo de vida ni como clase.

En el siglo pasado, un momento similar representaron las enormes manifestaciones de masas en medio de las cuales terminó el gobierno de Ibáñez, que inauguraron un proceso histórico que culminó con la elección de un presidente que se planteó la construcción del socialismo en Chile, apoyado por una coalición de partidos de izquierda y un enorme movimiento social y popular.

La palabra socialismo adquiere cada vez mayor significado en un momento fundacional en la historia de Chile, en el que por primera vez el pueblo, pese a todas las limitaciones impuestas a su soberanía, participará en la elaboración de una Carta Magna. NI un solo acuerdo, ni ley pondrá freno a las telúricas fuerzas sociales desatadas ese 18 de octubre en su afán por barrer con la Constitución pinochetista y lo que ha significado para el país.

Pues la superación del neoliberalismo, para nosotros, una izquierda marxista y socialista, es la superación del carácter clasista de la sociedad actual y no solamente la corrección de ciertos "excesos" o externalidades negativas del mercado. Reconocer y declarar la obviedad de que ni los movimientos sociales ni la clase trabajadora siguen siendo las mismas que llevaron al Gobierno a la Unidad Popular y al doctor Salvador Allende, no obsta a que la división de la sociedad en clases sociales, siga siendo el origen de la exclusión, la desigualdad y el autoritarismo, incluso con más radicalidad que entonces y a través de mediaciones cada vez más sofisticadas de las que una política de izquierda debe hacerse cargo. 

El 18 de octubre es el comienzo de un ciclo histórico que se prolongará por décadas y que conduce a la construcción de una nueva sociedad. Serán otros hombres los que superarán este momento gris y amargo dijo Allende en uno de los más hermosos discursos políticos de la historia y así está será sólo si nos lo proponemos en lugar de quedarnos esperando a que suceda. 


lunes, 31 de agosto de 2020

Desafíos educativos de la pandemia



              Gustav Courbet. El taller del pintor



Hasta ahora, el debate sobre los efectos de la pandemia de coronavirus se ha centrado en el retraso en cobertura curricular con su consabida consecuencia de profundización de la desigualdad, y como resultado de esto, las alternativas para hacerse cargo de ello. Estas van desde la nuclearización de contenidos, integración de asignaturas, tratamiento didáctico basado en proyectos y trabajo en grupo, etc. Parece un chiste. Los mismos debates que debieran ser abordados en un período "normal", ahora son tratados como si se tratara de "grandes descubrimientos", ello como consecuencia precisamente de la transformación de la educación escolar en "pasar materia". 

O lo que es peor, estos efectos de retraso educativo y profundizaciòn de la desigualdad, son presentados como prueba de la necesidad lógica -lo que sabemos desde San Anselmo no es lo mismo que una necesidad real-, de reabrir las escuelas y liceos, con mas o menos restricciones. Es impresionante. Los ideólogos del sistema  neoliberal se han especializado en presentar las desgracias, como accidentes inexplicables, meros hechos naturales sin ninguna relación con la sociedad real e incluso de transformarlos en oportunidades para consolidar la hegemonía material y cultural de las clases dominantes.  

Este debate no es otra cosa que una manifestación sofisticada de lo que Paulo Freire llamaba hace décadas, la "educación bancaria", ahora modificada con lenguaje constructivista para hacerla más tolerable, aunque manteniendo su núcleo esencial de domesticación cultural y conformación de una mentalidad dócil , tanto en docentes como en estudiantes, con derecho a participar de su aprendizaje sólo en la medida  que no cuestiona el significado, la orientación política y cultural de la educación.

Precisamente lo que la pandemia ha planteado con radicalidad. En efecto, esta ha hecho protagonista la desigualdad, la exclusiòn, la precariedad de la vida; la violencia de género y la explotación como única alternativa frente a la muerte. Se trata de experiencias límite que la escuela de cierta manera, hasta ahora, había contenido aunque no ciertamente para reelaborarlos ni cuestionarlos excepto muy superficialmente como si se tratara de una responsabilidad individual o un derecho a realizarse en la vida privada.

Se trata de una experiencia límite que difícilmente será olvidada por esta generación de niños y jóvenes, que es pública y notoria. Sin embargo, nadie se pregunta por ello ni tampoco por la manera en que estos la significarán e integrarán en sus vidas. Los y las docentes que han podido realizar clases on line y mantener una relación más o menos permanente con sus estudiantes hacen  alusiones a aprendizajes como el desarrollo de una mayor autonomía, formación de hábitos de estudio, responsabilidad en el desarrollo de tareas domésticas, tutorías a hermanos menores y sin embargo, a esta experiencia, ni los "especialistas" ni la autoridad polìtica correspondiente parecieran dar importancia, obsesionados por su mentalidad positivista con la cobertura y la medición -que no es lo mismo que la evaluación educativa-.

Eso sin considerar, la enorme cantidad de estudiantes de los que no se sabe nada, según las estadísticas realizadas a este respecto. ¿Es que este aprendizaje le pertenece a algunos estudiantes o a algunos docentes afortunados? y como contraparte, ¿será efectivo que los estudiantes "desconectados" no han aprendido nada en estos meses? o incluso, ¿cómo integrará el sistema escolar sus aprendizajes y experiencias cuando se reabran las escuelas?¿Qué ha aprendido el sistema escolar en esta pandemia? 

La idea de una pedagogía y una educación que integre -no como si se tratara de una especie de  tolerancia "progre"- es precisamente que la diferencia ponga en cuestión el sentido de lo aprendido y aporte con una visión diferente. Eso es lo contrario de la "educación bancaria".


lunes, 17 de agosto de 2020

Pensar la nueva escuela

 

   
             Antonio Berni. Juanito remontando su barrilete. Xilografía. 1961

  La pandemia de coronavirus ha puesto en evidencia la vergonzosa desigualdad y exclusión que caracterizan a nuestra sociedad. También en el plano educativo y cultural. Es tan evidente que incluso, con el oportunismo y falta de escrúpulos  que caracterizan a la derecha, las ha usado el propio Ministro de Educación -sin que se le arrugue un músculo de la cara y como si él mismo no tuviera nada que ver con esto- como argumento para presionar a las comunidades a reabrir las escuelas y retomar la actividad escolar. 

  A eso hay que agregar que las medidas adoptadas por el gobierno, no han hecho sino agravarlas. En efecto, la gran mayoría de ellas favorecen a la gran empresa. Para éstas, se garantizan planes de ayuda y salvataje por millones de dólares; se aprueban leyes como la de "teletrabajo" o “protección del empleo” y se las pretende extender, mientras que las ayudas a las familias trabajadoras se caracterizan por su milimétrica focalización, limitando su alcance y duración.

  Para los trabajadores de la educación, más responsabilidades sin siquiera haberles entregado las herramientas materiales necesarias y financiándolas de su propio bolsillo. Para nuestros estudiantes, una carga académica sin sentido, como no sea "pasar la materia" y ello como si no estuviera pasando nada a su alrededor o fueran indemnes cultural y emocionalmente a la pandemia, lo que sin la tecnología adecuada agrava y profundiza, además, dicha desigualdad educativa y cultural y se transforma en una fuente adicional de angustia que se expresa como abulia y desmotivación, entre otras cosas.

  En los hogares de nuestros estudiantes, al drama de la enfermedad y la incertidumbre, hay que agregar la pobreza y el hacinamiento. El aumento de la violencia de género y la vulneración de los derechos de niños, niñas y jóvenes. Todo ello, "descubierto" por escandalizadas autoridades del Estado y noticieros sensibleros y morbosos.

   El fariseismo en este sentido es probablemente una de las características esenciales de la cultura dominante más llamativas y que se ha hecho más indignante para un mínimo sentido de la decencia en la actualidad. 

   El trauma provocado por todo esto, difícilmente será olvidado por esta generación y plantea un enorme desafío a la política educativa y a la sociedad entera. No basta, evidentemente, con el escándalo. 

  Para el Ministro Figueroa y el Gobierno de Sebastián Piñera, en cambio, esto pareciera no ser más que un paréntesis y el motivo de una desagradable sorpresa que cuanto antes se olvide, mejor. Ya en abril insistía y presionaba con el retorno a clases, en contra de toda la evidencia y las opiniones de la comunidad académica, científica y de los gremios de trabajadores de la educación y la salud.

  Luego, planteó una y otra vez la realización del SIMCE y la Evaluación Docente.

  Una y otra vez ha debido retroceder y sin embargo, no ha dado ninguna explicación al país ni a la comunidad escolar. Sigue a cargo del MINEDUC como si no hubiera pasado nada.

  Ahora, usando argumentos falaces y demagógicos, insiste con el retorno a clases, sin hacerse cargo de lo que esto significa realmente y reduciendo todo a la compra de alcohol y mascarillas. No entendió nada.

  La oposición ciertamente, debiera hacerse cargo de su responsabilidad ya que el ministro Figueroa y el gobierno actual parecen no estar dispuestos, de manera que tendrá que hacerlo el próximo probablemente. 

  Lo que tibiamente comenzó con la priorización curricular debiera haber hecho considerar a Figueroa, al Presidente del Consejo Nacional de Educación y otras autoridades educacionales la pertinencia de revisar el curriculum nacional. Nuestro sistema escolar no puede estar sujeto cambios de los planes y programas de estudio coyunturales, sin considerar las necesidades educativas que la pandemia ha dejado en evidencia y el aprendizaje que al sistema escolar le queda después de ésta en lo que respecta  a objetivos y contenidos curriculares.

  Asimismo, reformar el sistema de aseguramiento de la calidad de la educación para que éste cumpla con el fin que debiese cumplir y no ser usado como pretexto para el cierre de escuelas públicas, las que en el transcurso de esta emergencia han demostrado lo imprescindibles que son en la educación, integración y cuidado de comunidades enteras. Usando por ejemplo, pruebas muestrales para realizar la evaluación y seguimiento de las políticas educacionales del Estado, detectar las necesidades del sistema escolar y realizar las reformas que venga al caso realizar. 

  El sistema de financiamiento de nuestros establecimietos educacionales, ciertamente, no colabora mucho y si en tiempos normales, apenas alcanzaba a cubrir una parte menos que elemental de las necesidades de escuelas y liceos, hoy en día y considerando la necesidad de reabrirlas en cuanto se den las condiciones, éstas tampoco serán las mismas y sus requerimientos de seguridad e higiene más estrictos –las que además serán impresicindinbles para el cuidado de padres y apoderados que deben poner en marcha nuevamente la producción y el consumo del país- y la asistencialidad escolar otras necesidades, además de almuerzo y desayuno. 

  La epidemia no sólo agrava la desigualdad como si se tratara de un accidente circunstancial sino que ha sido aprovechada por los sectores hegemónicos de nuestra sociedad –neoliberales de todas las denominaciones y tendencias, sector empresarial, fianciero, autoritarios y conservadores - precisamente como una oportunidad para proteger privilegios y prebendas que la caracterizan tan escandalosmante como la pobreza. 

  Se trata de un problema político, donde ser oposición significa precisamente ser una alternativa; señalar permanentemente los desatinos, lo que la diferencia política, doctrinaria, cultural y moralmente de la derecha y su defensa impúdica de los intereses de clase de quienes se han beneficiado del modelo. 

 

 

 

 

martes, 11 de agosto de 2020

Una nueva escuela, otra manera de convivir


Francisco Goya. Los caprichos. Si sabrá más el discípulo

                                              


El Ministro de Educación, Raúl Figueroa ha entrado de lleno a la carrera por batir el récord de los despropósitos y chambonadas, marca que su antiguo colega del gabinete, Jaime Mañalich, había dejado bastante alta. 

Esta vez, insistiendo con una tozudez incomprensible, en la reapertura de las escuelas y liceos, sin que haya evidencia alguna de seguridad para las comunidades al volver a ellas, excepto índices numéricos que suben y bajan de semana en semana, como si fueran explicación de alguna cosa y sin considerar las acciones humanas.

¡Impresionante! La derecha chilena, a este respecto, bate records mundiales comparables solamente con  personajes tan grotescos como Donald Trump o el Mussolini tropical, Jair Bolsonaro. 

Es el resultado de un voluntarismo ideologizado e insensato. El fascismo, ciertamente, siempre se ha caracterizado por su desprecio de la inteligencia y la razón y su apelación a las emociones, la estética, los instintos irracionales, la voluntad y el desenfreno. 

Tomando esto en consideración, no es extraño, pues, que el racismo y la violencia contra el pueblo mapuche ocupe titulares, y no su demanda histórica por tierras y autonomía arrebatadas en siglos de opresión desde la conquista; o que el femicidio y la violencia de género ocupe un lugar de privilegio en la parrilla programática de medios amarillistas, en lugar de ser tratado como lo que es, un problema de Derechos Humanos y una manifestación del carácter excluyente de nuestra sociedad del que deberíamos avergonzarnos. 

De esa manera, las reacciones predominantes en los medios y en las redes sociales abundan en el tratamiento superficial, sensiblero o pintoresco. Ni una sola alusión a los fundamentos económicos, culturales y políticos de estos fenómenos -excepto unas académicas e inocuas interpretaciones que hacen de estas, hechos singulares sin ninguna relación con la totalidad de lo social-.

Tampoco al rol que los medios, especialmente las redes sociales que actúan como gigantescas carreteras de información sin contenido y que convierten a las audiencias en recipientes siempre dispuestos a la acción irreflexiva, insensibles al significado de imágenes, mensajes y llamamientos. Los debates sobre la televisión en los años setenta, contrastan por su ingenuidad, con lo que han significado las redes sociales en la conformación de una mentalidad fascista en la actualidad. 

Respecto de este punto, nuestro flamante ministro de educación no ha mencionado ninguna palabra. Para él, su responsabilidad es meramente administrativa. Pagar las subvenciones, definir el calendario escolar y hacerlo cumplir. Obligar a los y las docentes a hacer clases y a los padres a mandar a sus hijos a las escuelas. Parece más un burócrata que la autoridad política de una de las más delicadas responsabilidades que la modernidad ha definido como propia del Estado. 

La pandemia de coronavirus, ciertamente, ha hecho evidente la pobreza, la desigualdad, la exclusión y la hipocresía del relato liberal del esfuerzo, la propiedad, la libertad individual y hecho de la tolerancia y la caridad, un triste placebo para consolar a una sociedad enferma. Además, ha hecho trizas la obsesión por medirlo todo. En estas circunstancias, los fracasos del ministerio de educación son comparables solamente a los de los ministros de salud por garantizarla a toda la población o del aplicado ministro de hacienda, derrotado una y otra vez por la realidad. 

Asimismo, el absurdo del curriculum escolar concebido como un catálogo de contenidos enciclopédicos que en estas circunstancias resultan ociosos si no son sujetos a la interpretación, el debate y la resignificación de quienes realmente los crean, las comunidades conformadas por docentes, estudiantes, padres y apoderados, golpeados por la enfermedad, el miedo, la incertidumbre y la pobreza. Y no se trata solamente de la cantidad de contenidos ni de cuáles son más importantes, sino de su "sentido", su valor para el aprendizaje y el enriquecimiento de la experiencia en el marco de la sociedad democrática a que aspiramos en medio de una desigualdad que la niega constantemente. 

Resulta inconcebible la majadería del ministerio de educación por reiniciar las actividades del sistema escolar, como si la pandemia hubiese sido una circunstancia desafortunada que ya estaríamos en vías de superar, lo que no ha sido así en ninguna parte del mundo por lo demás  y ello en el supuesto, incluso, de que el nuevo ministro de salud fuera veraz a este respecto.  

Resulta inconcebible, efectivamente, sin plantear siquiera la pregunta por la escuela pos pandemia. Sin evaluar el papel que han jugado todos estos meses ni si seguirá siendo el mismo en el futuro. Qué aprender en ella, por qué y cómo hacerlo. El rol de la educación estatal y las responsabilidades que los trabajadores de la educación, profesionales, técnicos y de servicios tendrán que cumplir. 

Ni la sociedad ni la escuela volverán a ser la mismas. Es de esperar que la razón y la política y no un voluntarismo irreflexivo y torpe sean los que se hagan cargo de responder estas preguntas. 





jueves, 23 de julio de 2020

Algo no cuadra

Vincent Van Gogh. Los comedores de papas



En el debate por el retiro del 10% de los ahorros de los trabajadores administrados por las AFP's, se ha escuchado toda clase de delirantes argumentos. El más reciente, el de la senadora de la UDI, Ena Von Baer, citando al presidente Allende para argumentar su voto en contra.

¡Increíble pero cierto! Una fanática de ultraderecha, citando a Allende. En el paroxismo de sus delirios, también se han oído discursos de quienes abominan de la igualdad, argumentando en contra del retiro del 10% por la regresividad de la medida. Sí, exactamente los mismos que siempre se han opuesto a subir impuestos a los ricos, aumentar los salarios más allá de la inflación proyectada o a cualquier medida que tienda a la redistribución del ingreso acusando, "regresividad". ¡Impresionante!

En el colmo de su desesperación, producto de la incapacidad de sus doctrinas y propuestas políticas de hacerse cargo de la vergonzante desigualdad que han provocado, el ministro Briones, su colega Blumel, las editoriales de El Mercurio y todos los "cultos" de la derecha, citan como autoridad a técnicos y economistas "de izquierda". Ello pues, según estos sutiles pensadores, habrían argumentado en el mismo sentido, lo cual sería una demostración de la pureza técnica de sus razonamientos.

A otro perro con ese hueso. Lo que la derecha oculta en medio de los vericuetos de sus alambicados argumentos, es que estos economistas dizque de "izquierda" lo han hecho, apoyándose en ese vago ethos progresista que los llevó a creer posible superar la pobreza, resolver la desigualdad  y generar mayores niveles de inclusión en los marcos del sistema neoliberal y por lo cual, seguramente, no cambiaron en forma sustantiva el sistema privado de pensiones mientras tuvieron responsabilidades en los gobiernos de la Concertación. Flaco favor se hacen y le hacen a la oposición, por cierto, insistiendo en ello.

En el lado de los partidarios del retiro, muchos han argumentado amparándose en el derecho de los trabajadores de disponer de lo que es el producto de su trabajo, que son sus ahorros administrados por las AFP's. A más de alguno se le ha ocurrido decir que es una defensa del principio de propiedad y de la libertad individual por encima de la regulación del Estado sobre ella. Así -dicen- la derecha aparece defendiendo la regulación, en este caso la que establece que los fondos administrados por las  AFP's son sólo para los fines de pagar pensiones y la izquierda defendería "el derecho de propiedad".

Curioso razonamiento que hace impensable, inconcebible y que pone de cabeza la realidad: la derecha defendiendo no ya sólo a los trabajadores, citando a Allende y a economistas de izquierda, sino que defendiendo la regulación y la acción del Estado.

Lo único que realmente no cuadra, lo único que hace impresionante, inconcebible, inimaginable e incomprensible este aparente galimatías, es la doctrina neoliberal, y todas las políticas que derivan de ella. En esta trampa ideológica han caído también como proclama la derecha desesperada buscando aliados, algunos despistados economistas de oposición.

La presunta pureza técnica de la economía política neoliberal es precisamente otro de los conceptos que no cuadra. Ya los empresarios en su amenazante proclama, cuando comenzaba este debate en la Cámara de Diputados, rasgaban vestiduras por este divorcio entre la política y la técnica. Es exactamente por esta razón que no es posible seguir ya argumentando técnicamente en este debate, pues de lo que se trata es de los fundamentos que lo sostienen: propiedad, sociedad, trabajo, no de la técnica para administrarlo.

Por ello, la derecha es incapaz de comprenderlo; de hacerse cargo del fenómeno de la pobreza y la exclusión y cómo operarían las relaciones del Estado con la sociedad y explicarlo racionalmente. Su única ocurrencia para hacerse cargo de ellas es la caridad. Una concepción decimonónica que detrás de todos los absurdos y charrlatanismo escuchados en estas semanas, oculta los verdaderos intereses de clase a los que sirve.

Lo único que no cuadra, entonces, es el sistema de AFP's con las necesidades de los trabajadores, especialmente en un momento dramático como el actual; con la justicia social y el derecho de emplados, funcionarios, profesionales y  trabajadores de disponer del producto de su trabajo, esquilmado mensualmente por el sistema financiero; con los princpios de la seguridad social y finalmente con una sociedad democrática.








jueves, 16 de julio de 2020

¡La clase media de nuevo!

Marinus Van Reymerwaele. El mercader y su mujer



El debate por el retiro de parte de los fondos administrados en cuentas de ahorro individual por las AFP's, ha desatado pasiones. De ello dan cuenta la reacción furibunda de parte de la intelectualidad y de la tecnocracia liberal y las declaraciones de los gremios empresariales que con muy pocos deseos y tiempo para juicios diplomáticos, arremeten amenazando con las penas del infierno a todos los poderes del Estado.

Las maniobras y conspiraciones palaciegas tratando de asegurar los votos del oficialismo en el Parlamento, en lugar de ordenar a su coalición, han desatado una crisis de proyecciones inciertas en la derecha. 

Por lo demás, ni sus parlamentarios más fieles han esbozado una frase siquiera para justificar la posición del gobierno o tratar de explicarla. Piñera aparece aislado como nunca antes se había visto a un Presidente de la República y los partidos de su coalición -excepto quizás EVOPOLI, esperpento liberal de un recambio imposible- han tomado una prudente distancia y están concentrados más bien en sus querellas internas que en la defensa de lo que hoy por hoy es indefendible.

Las calles, la noche antes de la votación en particular del proyecto en la Cámara de Diputados, eran el escenario de una multitudinaria manifestación, con barricadas, caceroleos y gente en la calle, desafiando el confinamiento que impone la cuarentena en tiempos de epidemia y el toque de queda.  La oposición, aparece actuando con una unidad que nunca antes había demostrado en lo que va del gobierno de Piñera, haciendo valer su condición de mayoría en el Parlamento y expresando en él, por primera vez, un vasto sentimiento opositor, de malestar social y de protesta contra el abuso y la indignante desigualdad que en cada evento catastrófico que enfrenta el país, aflora como el hedor de las chancherías, sin que haya manera de disimularlo. 

El triunfo opositor es indesmentible y la noticia más importante de estas jornadas. La mayoría social y política se manifestó en ellas de manera irrefutable.

La prédica majadera de los liberales acerca del sacrosanto principio de propiedad ha quedado al descubierto como lo que es, pura ideología. Excepto los furiosos santones de Libertad y Desarrollo, ninguno de sus paladines, ha tenido la osadía de defenderlo o tratar al menos, con argumentos más o menos racionales. Ciertamente, es imposible mientras se le dice a los cotizantes que no pueden disponer de ella cuando durante décadas se les ha dicho lo contrario, precisamente como el principal argumento en contra de una reforma que introduzca principios de solidaridad a un sistema basado en egoísmo, elevado a la categoría de axioma moral.

De esta manera, la presunta clase media formada en treinta años se ha visto a sí misma como lo que es: una masa de trabajadores despojados, trabajadores esquilmados por partida doble, a lo que la derecha pretende responder raspando la olla -usando la famosa metáfora de un conocido lumpenparlamentario. Es precisamente el intento desesperado de los defensores del modelo para detener la protesta social.  Ello pues el carácter de clase de la propiedad es lo que ha quedado en evidencia como el fundamento mismo del sistema y lo que pretenden seguir ocultando, una vez más y como si fuera posible aún, con créditos y bonos.

En efecto, la apariencia de objetividad de uno de los principios esenciales del dogma neoliberal, en menos de veinticuatro horas, después de décadas de propaganda y manipulación, fue a dar al tacho de la basura. Es precisamente la derrota más profunda que haya sufrido el sistema en treinta años y el motivo de alarma de empresarios, intelectualidad neoliberal y dirigentes derechistas.

El pueblo por supuesto se manifiesta contra el abuso; contra la incapacidad e indolencia de un gobierno que se saca la careta y defiende sin escrúpulos, sin pudor, a una industria que condena a la miseria a millones mientras celebra sus estratosféricas ganancias. Pero especialmente reclama este engaño y exige lo que por décadas le han dicho que le pertenece cuando en realidad se ha convertido en una de las fuentes de sometimiento de los trabajadores  y trabajadoras más siniestras del sistema.

Es un primer paso. El siguiente, demostrar que un sistema de pensiones basado en el ahorro individual de los trabajadores administrado por empresas privadas no solamente es contrario a los principios de la seguridad social sino inviable social y políticamente y una patraña que oculta aunque  cada vez con menos pudor, el que los pichintunes ahorrados por millones .a los que se les ha hecho creer que son propietarios de algo-, hace a la riqueza de unos pocos. El principal obstáculo es el individualismo pequeñoburgués que por décadas ha instalado la creencia de que el esfuerzo personal es el fundamento de la propiedad, creencia que en estos días sufrió, efectivamente, una derrota de proporciones. 

Ciertamente, la devolución de una parte de los fondos no va a resolver los enormes forados del modelo por los que aflora la desigualdad, los bolsones de pobreza, la precariedad y la incertidumbre en que viven millones. La capacidad del sistema neoliberal de parcharlos con más políticas focalizadas y asistencialismo son, hoy por hoy, solamente una manera de posponer el desenlace y retardarlo, el objetivo de la derecha en el que intentará ciertamente embarcar a la oposición. Un acuerdo similar al del 15 de noviembre pasado es prácticamente imposible aunque no faltaran quienes lo intenten. 

El punto de inflexión que marcó el 18 de octubre y la demanda por una Nueva Constitución tiene su continuidad histórica en las luchas por el cambio del sistema AFP´s y está recién empezando.








martes, 23 de junio de 2020

No hay peor sordo ni peor ciego

Pieter Brueghel. El Triunfo de la muerte



Otra vez un grupo de científicos escribe una carta a Piñera para advertirle de las devastadoras consecuencias que puede tener la epidemia de coronavirus en el país. Proyectan, en sus cálculos más conservadores, que las muertes podrían elevarse a setenta mil.

El gobierno, hay que reconocerlo, ha sido estrictamente consecuente en hacer caso omiso de las recomendaciones de científicos, salubristas, gremios profesionales y de trabajadores de la salud, en lo que se refiere a su política para enfrrentarla. Resulta asombrosa, por decir lo menos, su tozudez para no hacerlo considerando la indesmentible evidencia de su fracaso para hacerle frente en todos estos meses.

Es como hablar con un muro. Lo único nuevo en su estrategia para enfrentar la peor crisis sanitaria de los últimos setenta años, es haber incrementado el IFE, sus montos, cobertura y extensión, aún con una serie de condiciones y cláusulas que lo mantienen en los límites de una estricta focalización -como recomiendan sus economistas- luego de haberle entregado un machete a los empresarios con su ley de "protección del empleo" por la que ya lo han perdido miles de trabajadores.

Su discurso y también sus esfuerzos se orientan, más bien, a la recuperación del dinamismo de la actividad económica cuando la gente está muriendo o en el mejor de los casos, se ve conminada, literalmente, a escoger entre la bolsa o la vida. 

¿Ceguera? ¿Estulticia? ¿Ignorancia? ¿Arrogancia? De todo un poco quizás, aunque ciertamente, lo más importante en la determinación de sus decisiones sanitarias y en su sordera para escuchar las advertencias de la comunidad científica, las organizaciones sindicales de la salud y partidos de oposición, sea su adhesión dogmática a una radicalizada ideología de clase.

El único sentido posible que ésta le puede dar a la epidemia de coronavirus y las devastadoras consecuencias advertidas por la comunidad científica, es el de una circunstancia desafortunada que no tiene ninguna relación con la totalidad. Como para cualquier ideología, es una especie de maldición inexplicable. 

Prueba de ello son las insólitas declaraciones de Mañalich poco antes de ser defenestrado, diciendo que no sabía de los niveles de hacinamiento y pobreza de algunos sectores de la RM.

Ello, pues esta ideología interpreta la epidemia como una condición ajena a la vida y a lo social y de pasada, le permite a los sectores dominantes de la sociedad, a empresarios, industria de la entretención masiva y magnates tercermunidtas, tranquilizar sus pequeñas buenas conciencias con acciones de caridad y tratando de transformarla en espectáculo televisivo, mientras sea posible. 

Cuando lo que se ha hecho evidente es la desigualdad, la pobreza, la exclusión o en el mejor de los casos, la fragilidad de la vida bajo el sistema neoliberal, lo único que le queda para no alejarse definitivamente de ella es la caridad o apelar a pleonasmos como los que frecuentemente recita el ministro de hacienda para "descubrir" lo evidente y explicarlo sin comprenderlo en realidad. 

La Imposibilidad de convivir en esta sociedad desigual y excluyente que ya se había manifestado en octubre del año pasado como protesta social, hoy en día lo hace como bancarrota total de los valores que organizaron la vida social hasta entonces. Individualismo, competitividad, emprendimiento privado, se han tornado incompatibles no ya sólo con una convivencia democrática sino con la sobrevivencia misma.

Y una vez más, quienes han sostenido el peso de esta crisis, mantenido cierta  consistencia de lo social con los famélicos recursos con que el Estado subsidiario los dota, son los servicios públicos. El sistema sanitario de atención primaria y las escuelas públicas en barrios azotados por la pobreza, el hacinamiento, las necesidades materiales y la violencia, prácticamente abandonados a su suerte. 

Toda la perorata de los ideólogos liberales y conservadores que por estos días abunda en medios escritos y opinología televisiva, es indigente para explicarlo. Es además un ridículo en el que han caído incluso algunos connotados dirigentes de la extinta Concertación de Partidos por la Democracia que hace meses vienen pregonando el "progreso" como si la gente pudiera seguir esperando el prometido chorreo en casuchas, sin ingresos, sin atención oportuna de salud ni alimentación garantizada por varios meses, que es lo que se va a extender la emergencia, de no mediar más chambonadas.  

Este progresismo noventero, no puede pensar ni proponer una solución racional a esta situación pues sus notables razonamientos lógicos no se refieren a la realidad; no dan cuenta de la catástrofe social y humanitaria que azota al país y pospone, como toda ideología, la solución para un porvenir del que muchos tal vez ni siquiera van a ser testigos pues van a estar muertos. 

Así de radical es la situación. La cacareada crisis de confianza de la que habla el periodismo librepensador, es en realidad la crisis de los valores y las promesas liberales que después de treinta años nos colocaron exactamente adonde estamos, no el coronavirus. 

La tozudez, el dogmatismo y la arrogancia del gobierno; su resistencia a escuchar evidencia científica, recomendaciones en materia sanitaria y manejo de la crisis, son en realidad expresión de la defensa de su última línea, de los valores y la cultura que sostienen su concepción de la realidad y fundamentan su política, y que en última instancia, defiende unos intereses de clase evidentes para cualquiera hoy por hoy.

El pueblo va a recuperar la confianza cuando precisamente en esta última línea, la oposición se atreva a dar la batalla definitiva. 




lunes, 15 de junio de 2020

Un acuerdo intrascendente



Pedro Lira, El niño enfermo


Después de dos semanas de tratativas por la prensa, finalmente el gobierno logró un acuerdo con parte de la oposición. Específicamente con los partidos de la extinta Concertación de Partidos por la Democracia. Como todos los acuerdos que entre estos dos bloques presenció nuestra sociedad en los largos y aburridos años noventa, son como el parto de los montes. Mucho escándalo para tan poco y tan tardío.

Si hasta los representantes de RD, quienes habían participado de las negociaciones, comprobaron el escuálido margen que desde un principio tuvo, considerando el monto fijado para financiarlo y que todos los concurrentes y sus auspiciadores habían saludado como demostración de racionalidad y responsabilidad fiscal. Su salida del acuerdo, antes de que se conociera, ya lo demostraba.

Una clásica receta liberal que consiste en la repartición de ayudas extraordinarias. En este caso además llegan con tres meses de retraso, cuando el país ya ostenta el triste record mundial de contagiados y muertos por millón de habitantes. Ciertamente, la foto del acuerdo y el anuncio de incremento de los miserables bonos entregados por el gobierno, lavan sólo un poquito y momentáneamente además, la imagen a su desastrosa gestión.

Los montos destinados a los municipios, quienes han tenido que poner la cara por un Estado fantasmagórico, a todas luces son insuficientes considerando su sideral déficit, el que se ha visto agravado por los gastos en que han debido incurrir para hacer frente a la epidemia, lo mismo que el sistema de salud, situación por lo demás que como hasta el propio Piñera en una de sus típicas alocuciones redundantes e insulsas, reconoce no saber por cuánto tiempo más se extenderá.

Es evidente entonces, aunque muy poco sustentable, que el dichoso acuerdo solamente se hace cargo de paliar en algo el hambre, pero no de garantizar el derecho al trabajo, a la salud ni a una vida digna durante la pandemia. Cuando el hambre golpea tan duro como lo está haciendo ahora, es fácil reivindicar la caridad como si fuera un sucedáneo suficiente de la justicia. Ello, para tranquilizar conciencias y de pasada, salvar momentáneamente cadáveres políticos, como son muchos sin haberse dado por enterados todavía.

El acuerdo, además, agrava las ya de por sí rocambolescas contradicciones y deformidades del pantagruélico sistema neoliberal. Con esa fe de carbonero típica de sus economistas, todavía sostiene como si fuera una idea genial, que a través de las rebajas de impuestos y la ininterrumpida entrega de subsidios estatales, la empresa privada va a ser el motor de una reactivación que, como por una especie de determinismo biológico y sin mediar una acción política, se va a traducir en más empleos, mejores sueldos, progreso y bienestar.

La famosa reactivación entonces, se podría posponer indefinidamente y seguir actuando así, como siempre lo ha hecho el relato liberal del progreso, como una promesa que le permita seguir justificando la penuria y la necesidad de millones en función de un futuro mejor. Así ha sido desde los noventa hasta hoy. Y el acuerdo suscrito entre el gobierno y parte de la oposición estos días, parece presumir que así puede seguir siendo indefinidamente.

Quizás por esa razón, ya emprezaron todos los fósiles de la transición,, como Allamand y Longueia, a plantear la posibilidad de no realizar el plebiscito constitucional. No puede haber una solución definitiva a la dramática situación que vive el país, los trabajadores y trabajadoras, sus familias, sin plantearse el rol del Estado. Todos lo reconocen, excepto la derecha, y por eso el problema constitucional va a seguir estableciendo el límite infranqueable entre esta y la oposición.









miércoles, 10 de junio de 2020

Las paradojas de la epidemia



Oto Dix. Pragerstrasse


Con el devenir de la administración derechista, se ha ido haciendo cada vez más evidente que el neoliberalismo criollo no resiste más parches y que estamos ya en plena transición hacia un nuevo país, una nueva sociedad.

Esto, sin embargo, ha sido disimulado por la emergencia sanitaria provocada por la epidemia de coronavirus.

Paradójicamente, mientras desnuda de la manera más descarnada las grietas del modelo, sus contradicciones e incapacidad para satisfacer las necesidades de la población y del país, la emergencia es aprovechada por la administración derechista para distraer la atención de la opinión pública, de las verdaderas causas de esta situación de vulnerabilidad en que nos ha colocado el neoliberalismo, no el virus. 

Deja en evidencia la enorme desigualdad que cruza a la sociedad, y los intereses de clase que sostiene este modelo.  Para el trabajador, promesas; para el financista y el especulador, certeza, ganancias inmediatas y abundantes. Pero al mismo tiempo, la emergencia sanitaria actúa como un distractor que trata de presentar la desigualdad, la precariedad y el abuso como una tragedia circunstancial producto de la epidemia. 

Haciendo gala de su proverbial sentido de la oportunidad y su capacidad de hacer de la tragedia una excusa para aplicar planes de schok, la derecha ha aprovechado la epidemia de coronavirus como excusa para realizar las transformaciones al modelo neoliberal que adelanten desde ya sus defensas ante los efectos de esta crisis, un escenario tan dramático como el de 1982 o quizás más.

En efecto, los sectores dominantes de la sociedad,  han aprovechado sin ningún tipo de escrúpulo, la coyuntura del coronavirus para sacar adelante -contando eso si con varios votos opositores en el Parlamento- leyes de flexibilización del trabajo, para transferir ingentes recursos a la banca; ir al rescate de las empresas. 

Los suplicantes llamados de urgencia del gobierno a la oposición para alcanzar un acuerdo en materia de reactivación económica usando como pretexto los efectos de la epidemia, dan cuenta de su preocupación y la comprensión de que ésta no es una crisis más. Trabajan afanosamente para lograr un acuerdo que les permita enfrentar los efectos de la crisis del modelo y en lo posible, dar estabilidad y proyección en el largo plazo a todas estas medidas. 

Toda la última semana ha sido el tema principal de la actualidad noticiosa. De que este acuerdo nacional prospere, dependen en gran medida las condiciones en que esta crisis del modelo vaya a a seguir desarrollándose. 

Sin embargo, para la derecha no ha sido posible distraerse del debate principal, que es de la nueva Constitución pues es parte de este -probablemente la más importante además-.

Tal como lo dijo Lagos en alguna ocasión, el debate constitucional va a estar fuertemente determinado por los efectos de la epidemia de coronavirus. Es imposible sustraerse de estos pues demuestran con elocuencia el carácter del contrato social vigente. Un contrato excluyente, desigual y autoritario. Vamos a ver si lo es menos el contrato social, el "acuerdo nacional" que tiene en mente la derecha y para el que ya dieron una primera aprobación algunos sectores opositores. 

Esta situación de transición a una nueva sociedad, reclama de la izquierda una actitud audaz. La construcción de una alternativa independiente expresiva de toda la amplitud del pueblo, que se proyecte más allá de la epidemia y de sus consecuencias más inmediatas. Que perfile ese nuevo Chile que está por nacer, sin sectarismo pero con convicción y firmeza de propósitos.