lunes, 30 de diciembre de 2019

Ese viejo hábito del anticomunismo


Francisco Goya. Los desastres de la guerra, placa 11, "Ni por esas"


A la DC y a la Socialdemocracia les pasa que cada vez que las cosas se ponen difíciles y hay que adoptar posiciones de abierta confrontación con el sistema, tienen involuciones reaccionarias que contradicen de una manera incomprensible sus posiciones reformistas, transformadoras y democráticas.  

A lo largo de toda su historia, tanto la DC como el PR y ahora también, el PS y todas sus derivaciones, hacen coro para competir por ver quién es más amargo para referirse a los comunistas, sus actuaciones y declaraciones, sus propósitos e incluso su estilo. 

No han escatimado audacia para falsificar la historia política del país en los últimos cincuenta años y especialmente, los treinta que nos separan del fin de la dictadura de Pinochet.

Unos con menos pudor que otros, prefieren incluso dialogar y llegar a acuerdos con los mismos responsables de tanta tragedia, de tanta injusticia y hoy en día, de las flagrantes violaciones a los DDHH cometidas en estos dos meses de levantamiento popular. 

Parecen no darse por enterados de que ningún acuerdo con los mismos que se han visto beneficiados por un modelo que ha condenado a la exclusión y la pobreza a miles y millones de compatriotas, es imposible, a menos que sea uno que termine de una vez por todas con las condiciones que, precisamente, les han granjeado influencias, privilegios y poder.

En eso consiste precisamente la lucha de clases, frase que a algunos les provoca arcadas. 

Eso es el anticomunismo. Una reacción irracional, sentimental, incluso física, que en el caso de gente con educación, es embellecida con argumentos filosóficos, morales, históricos y políticos pero que ignoran, igual que lo hace el fascista o el lumpen, los crímenes perpetrados estos días y que prefieren buscar a un tercero a quien hacer objeto de su ira o su insatisfacción.

Los que hoy protestan todos los días en la Plaza Italia; que destruyen los portales de cobro de las carreteras que les impiden entrar y salir de sus barrios sin antes pagar decenas de miles de pesos todos los meses; o viajan en el transporte público evadiendo desde hace meses para poder llegar a un trabajo por el que perciben un salario miserable; que marchan, tocan cacerolas y que en muchos casos son los que están en la primera línea, como Mauricio Fredes, son a quienes se debe el progresismo. 

El anticomunismo es tan básico, tan rudimentario que no vale la pena debatir con él. Ignora hasta lo más fundamental. Afecta no solamente a los comunistas o a quienes militan en el PC. Basta leer los posteos de emol, una verdadera oda a la estulticia, la beatería y el pánico clasemediero, que coloca al FA al FPMR, el PC, Amnistía Internacional y hasta Greenpeacce en el mismo saco de enemigos de la sacrosanta sociedad cristiana occidental. 

Expresa el miedo a lo diferente y especialmente, el miedo al pobre, al que lucha por cambios de fondo; al que lucha por una nueva vida, aun cuando incluso se viera beneficiado por ellos.

El problema es cuando se hace de ese miedo una justificación de la acción política y el fundamento doctrinario de un programa. Por el contrario, cuando a la irracionalidad, al miedo, le ha ganado la razón, el  optimismo, la confianza en el pueblo, tuvimos la CORFO, el Estado Docente, la reforma agraria y la ley de JJVV, la nacionalización del cobre y el medio litro de leche. 

La situación histórica lo amerita. 

lunes, 23 de diciembre de 2019

Es el momento de la izquierda

Ben Shahn. Demonstration, 1933
La firma del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, y el inicio de un proceso constituyente limitado refleja la incapacidad del sistema de dominación vigente de seguir organizando la convivencia en nuestro país y al mismo tiempo, la aspiración de quienes se han visto beneficiados por él, de reemplazarlo por otro con el menor costo posible para ellos.

Es el inicio de un proceso que está en pleno desarrollo y que, aun con todas las limitaciones que impone a la participación, la expresión soberana del pueblo, sus aspiraciones y a la resolución que pudiera desembocar en una nueva Constitución, no determina fatalmente su desenlace final.

Ello depende del desarrollo de fuerzas sociales que pujan por la transformación, de su capacidad de movilización, de su voluntad de lucha y sobre todo de la unidad de las fuerzas sociales y políticas que se lo han propuesto.

Ciertamente, su firma fue una ayuda inesperada y oportuna para la derecha y el gobierno, aunque su capacidad de contener las enormes fuerzas sociales de masas descontentas y que aspiran a una nueva vida, sea limitadísima.

¿De qué depende? De la unidad de la izquierda y el movimiento popular; de su capacidad de correr el cerco más allá de los límites que ya impuso la derecha el 15 de noviembre, pese a su entonces famélica condición. 

Lo que ha venido después es su resistencia; sus intentos más o menos desesperados por mantener textual lo acordado entonces.

Sus divisiones dan cuenta de eso, precisamente. Pero no es momento de sacar cuentas alegres todavía. La convención sigue siendo una camisa de fuerza para la participación, pese a la eventual aprobación de la paridad de género, cuotas para pueblos indígenas e independientes. 

La convención va a ser, precisamente, lo que los mismos que pusieron su firma quieran que sea. Dejando a un lado el escollo del quórum, la derecha cuenta, para ello, con dos grandes aliados.

El primero, las vacilaciones, las contradicciones y mojigatería de ciertos sectores del campo opositor, que pese a toda la experiencia acumulada en décadas, insiste en "el diálogo", los gestos de "republicanismo" y "amistad cívica" con ella. 

Sospechoso por decir lo menos. Fueron precisamente los que le dieron estabilidad a la dominación y a las transformaciones neoliberales de los años noventa y contra las cuales, de modo más menos inconsciente y con una gran dosis de espontaneidad, se levantó la sociedad hace ya unos dos meses. 

El segundo, la dispersión de la izquierda con y sin representación parlamentaria. Una de las características del sistema de dominación vigente ha sido precisamente ese y es probablemente la condición estructurante más funcional al modelo.

El sistema electoral binominal, entre otros efectos, tuvo en esto una de sus consecuencias más duraderas. Lo mismo las normas -muchas de ellas vigentes hasta el día de hoy- que limitan la participación y organización social. 

Asimismo, la machacona prédica contra "la clase política" que sólo reproduce el sentido común dominante, la opinión de la amorfa y contradictoria clase media emergente y que es posible encontrar en columnas de opinión de connotados periodistas del sistema, en los discursos de Ossandón y que están a la base de los argumentos de Kast y a ultraderecha para oponerse al cambio constitucional.  

Tanto con convención como sin convención, incluso aunque eventualmente esta reventara antes de abril y se impusiera una resolución más profunda, sin las limitaciones que le impuso el acuerdo del 15 de noviembre, este seguiría siendo el factor más determinante de la resolución que pueda tener el problema constitucional. 


La derecha juega al desgaste pero no sentada esperando que pase el chaparrón. Busca afanosamente el acuerdo con sectores opositores que le permitan hacer de la convención la posibilidad de mantener las cosas tal como están, con un par de retoques. 

La movilización social es el factor determinante en la actualidad y va a ser un obstáculo para que el centro político -pusilánime y vacilante hasta ahora- sucumba ante la extorsión de la derecha.

Pero sin conducción, sin una estrategia que señale objetivos de mediano y largo plazo y sin unidad de la izquierda, tanto de la que firmó como la que no firmó el dichoso acuerdo, tiene fecha de vencimiento e incluso se puede volver en contra de la ansias de democratización de nuestra sociedad.

lunes, 2 de diciembre de 2019

La televisiòn y el limbo

James Ensor. Esqueletos luchando por el cuerpo de un ahorcado

La televisión cansa. En las últimas semanas y prácticamente todo el día, de lo único de lo que habla y se transmiten imágenes en ella, es de saqueos y vandalismo. 

En general, diciendo que no se trata de los manifestantes que protagonizan las protestas sino de lumpen, delincuentes y narcotraficantes infiltrados en las movilizaciones, lo que apenas disimula, tras su cansona monserga contra la violencia, su desprecio por el derecho del pueblo a rebelarse. 

Desde que Piñera está tratando de sacar a los militares a la calle ha sido así y como no lo quiere hacer por decreto, haciéndose responsable de lo que significa y de sus previsibles consecuencias, manda redundantes proyectos de ley al Parlamento y trata de modelar una opinión pública favorable o a lo menos tolerante, a la represión y el autoritarismo.

Eso porque prematuramente se quedó sin política y sin respaldo. Si no ha caído aún, es probablemente porque no hay acuerdo entre las clases dominantes, ni siquiera en la derecha, respecto de cómo salir de esta crisis y quien debiera encabezar ese proceso.

Las  protestas que ya se extienden por más de un mes, expresan la crisis de hegemonía del sistema neoliberal y su incapacidad de resolverla. 

Ya no genera el consenso de los de arriba de hace diez años atrás, excepto en lo que respecta a la necesidad de mantener el orden público, a cualquier precio. Unos argumentando riesgo para la democracia y los Derechos Humanos (sic); otros, para el emprendimiento y el crecimiento de la economía. Aunque el objetivo es el mismo.

Tampoco el de los dominados que por la vía del embrutecimiento televisivo y el sometimiento al crédito, aceptaban con más o menos resistencias las condiciones de su propia dominación.

En general, todo el mundo dice "nadie lo vio venir", pese a que para todos era evidente el carácter inequitativo, depredador, excluyente, clasista y autoritario del "milagro chileno". 

Si hasta profesionales de clase media, como médicos, ingenieros y abogados, directores de escuelas y liceos u obreros calificados en trabajos de alta especialización-por poner un ejemplo- , al pensionarse por el sistema de AFP's, se convierten en pobres de un día a otro. 

Para qué hablar de dueños de talleres, pequeños comerciantes y productores de manufacturas; viven endeudados y al borde de la quiebra, compitiendo con importaciones que ingresan al país a bajísimos costos; grandes tiendas; cadenas comerciales de farmacias, material de construcción o supermercados.

Eso sin considerar la situación de trabajadores y trabajadoras que aún con contrato reciben salarios que están bajo la línea de pobreza. 

Es tanta la inequidad, la concentración de la riqueza, el abuso, que Chile es un "caso". Una descripción de catáologo de los efectos del modelo neoliberal. 

Es lo que hace prácticamente imposible un acuerdo en los términos que ha organizado a la sociedad hasta la actualidad. 

Que nadie lo viera venir es una manera simplista de representar el limbo ideológico y cultural en el que los sectores dominantes vivían y que los hacía negarlo con tal de no negarse a sí mismos, su estilo de vida, sus valores y concepción del mundo. Es lo que expresa la televisión, ahora como resistencia al cambio, más que como complacencia.
 

Es también, sin embargo, una manera de reconocer la incapacidad de los sectores democráticos de convertir el cansancio y la rebeldía espontánea en una fuerza democratizadora de la sociedad. 

La oposición se encuentra cada vez más emplazada. Los porfiados hechos, se encargan de hacerle evidente una y otra vez que un acuerdo con el ofilicialismo es imposible y que la única solución racional de esta crisis, es más democracia y más derechos. No orden o caos, que es la que Pinochet, hace poco más de treinta años, sostenía para mantenerse en el poder. 


La contradicción principal que va a determinarla es precisamente, la que hay entre quienes la quieren restringir a los estrechos límites del mercado, las soluciones individuales y la institucionalidad contenida en la Constitución actual; y por otra parte, quienes  la conciben sólo como superación del actual orden social, político y económico. 

Históricamente, es lo que ha definido a la izquierda y en determinadas coyunturas ha dado inicio a la formación de movimientos populares capaces de protagonizar cambios de proyecciones realmente inesperadas.  















miércoles, 20 de noviembre de 2019

El que explica se complica

Honore Daumier. Boilly




A menos de una semana del “histórico” Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, éste ya es objeto de innumerables interpretaciones, rectificaciones y explicaciones por parte de quienes lo suscribieron.  Y como era de esperar, estas no siempre coinciden. Como dice el viejo y conocido refrán, “el que explica, se complica”.

En lugar de haber encauzado las telúricas fuerzas desatadas por la movilización social de una población cansada del abuso, la desigualdad y el autoritarismo, sólo ha sido –como era previsible- la motivación para que parlamentarios, periodistas y dirigentes de partidos oficiantes del dichoso acuerdo, se entretengan en alambicadas teorías para darle sentido, como si en el país no pasara nada desde entonces.

Porque tal como lo señaló la Mesa de Unidad Social y se encargan de demostrarlo las movilizaciones registradas después de su firma, no se hace cargo de los problemas más urgentes…ni de los fundamentales.

Primero, la investigación, juicio y castigo a los responsables de las graves violaciones a los Derechos Humanos cometidas por carabineros y militares durante el Estado de Emergencia y en el transcurso de las movilizaciones. Es más, haciendo gala de la sinceridad de su firma, los partidos de derecha en el Parlamento lo han obstaculizado.

En segundo lugar, pues la vacuidad del pomposo documento suscrito por los partidos de gobierno y algunos de la oposición, es tan evidente que ya se discute el mezquino aumento a las pensiones, lo que ha generado un problemón entre el Congreso y el Poder Ejecutivo y entre el Gobierno, los partidos de su coalición y sus parlamentarios.

El tema de la salud y el valor de los medicamentos, la búsqueda frenética de fórmulas que permitan satisfacer, sin tocar la esencia del modelo, las demandas de una población postergada, tratada indignamente y que se muere en los pasillos de hospitales y consultorios esperando atención, dan cuenta del enorme forado del acuerdo o de que el concepto de “paz” de quienes lo firmaron es tan famélico, que evidentemente no lograría pacificar a nadie.

Ni qué hablar de salarios, endeudamiento, abusos, colusión, costo de la vida, acceso a servicios básicos, etc.

Doblemente peligroso. La propaganda fascista interpretará esta ausencia de sentido del documento firmado con tanta solemnidad, como una confirmación de que a la “gente” no le interesan la política ni los problemas de los políticos.

La derecha que con tanto entusiasmo lo suscribió, con el codo va a borrar lo que en él escribió con la mano y el cambio constitucional, será objeto de una tenaz resistencia por parte de quienes “graciosamente” accedieron a concederlo.

Puede, incluso, que gracias a las normas establecidas en él y a la propaganda derechista, éste termine siendo tan mezquino que incluso sea una repetición de la Constitución actual con otra firma. Como dijo la presidenta de la UDI, la de Sebastián Piñera.

El escenario político todavía es incierto. Lo único claro e indubitable, es la agresividad, violencia y radicalidad con que las clases dominantes van a defender sus privilegios. Ahí está este mes entero de represión y dilaciones o lo que pasa en la hermana República de Bolivia para demostrarlo.

La tarea actual, se cae de maduro, es vincular las luchas que se libran en las calles con la que se proponen la democratización del sistema político, lo que pasa por el cambio constitucional. Se trata de una bandera que, hoy por hoy, hasta la UDI ha abrazado. ¡El partido más reaccionario, que más se ha opuesto a cualquier cambio y el más involucrado en escándalos de corrupción y financiamiento ilegal!

Lo que el pueblo reclama con justa razón, desde las calles, es credibilidad y confianza. No explicaciones. Consistencia entre lo que se dice y lo que se hace y para ello es imprescindible que las señales sean más de entendimiento entre quienes realmente están por la democratización de la sociedad -la izquierda en particular- que con un gobierno y una coalición derechista que hasta ahora solamente gana tiempo y luchan por posponer su bancarrota.

Quienes no lo entiendan van a ser barridos por la enorme ola de descontento y luchas que las  masas protagonizan casi espontáneamente. Lamentablemente, el costo de aquello una vez más lo pagará el pueblo.


lunes, 18 de noviembre de 2019

La prueba de fuego

Rene Magritte. Los amantes

Lo que ha venido después de la madrugada del 15 de noviembre, es incertidumbre y dispersión del campo opositor, incluidos partidos, organizaciones y movimientos sociales. 

La derecha, en cambio, se ordena poco a poco tras la defensa del acuerdo alcanzado esa  noche con partidos opositores. De EVOPOLI a la UDI.

En general, todos los análisis se han centrado en los contenidos dejando de lado el hecho irrebatible de que fue un balón de oxígeno para el gobierno que hasta ese momento caía en las encuestas de modo irremontable; aislado política y socialmente; sin capacidad de maniobra y parapetado en la defensa dogmática del modelo, aunque sin argumentos medianamente razonables.

Una coalición derechista dividida con evidentes signos de agotamiento y pérdida de legitimidad; un empresariado temeroso y que abandonaba al gobierno a su suerte en ese momento; con un discurso que, como siempre lo han hecho las clases dominantes, comenzaba a explotar ya su repertorio de chantajes, amedrentamiento y que amenazaba al país con las plagas bíblicas, por su osadía de haber cuestionado las sacrosantas leyes del dogma neoliberal. 

En ese preciso momento, se fragua el acuerdo y el gobierno y la derecha, logran un respiro, una tregua que les permite rearmarse y eventualmente, cambiar el escenario de confrontación de la calle a los pasillos del Congreso y los ministerios.

Es evidente, en todo caso, que quienes lo firmaron por la oposición no lo hicieron por las mismas razones. Los desprestigiados partidos de la antigua Concertaciòn, enredados en acuerdos con la derecha y posiciones de privilegio que estos les garantizan, sucumbió fácilmente a su chantaje  y acudió oportunamente a tirarle el salvavidas. 

Lo insólito es que una fuerza de izquierda emergente y con un promisorio futuro arriesgara todo su capital político y apareciera avalando las mismas prácticas y métodos, cuya critica le procurara tanta popularidad. 

El FA se la jugó ciertamente y en una especie de bautizo de fuego, apostó a capitalizar la situación descrita mediante la promesa de una nueva Constitución. ¿Error de cálculo? ¿inexperiencia o ingenuidad? Solo el tiempo y la experiencia lo dirán. 

Ello, pues incluso entre las grietas abiertas la madrugada del  15 de noviembre en su seno, se alojan posibilidades de reordenamiento del campo opositor. Son mas complejas ciertamente, pero no insuperables con audacia, decisión, inteligencia. Hay un pueblo movilizado y mucho mas atento a lo que hagan sus autoridades, las hayan elegido o no. 

Hay una agenda de reivindicaciones no resueltas por el acuerdo del 15 de noviembre y que son fuentes permanentes de conflictividad social, de critica y movilización contra el modelo. 

Una experiencia de lucha de cuatro semanas en que el pueblo ha madurado lo que se habría demorado décadas, en períodos de desarrollo normal. 

Si algo ha faltado, sin embargo, en estas semanas y que es precisamente una de las razones que posibilitaron este acierto momentáneo de la derecha y los neoliberales de todas las denominaciones, es la conexión de partidos políticos de izquierda con los organismos de masas, producto de su burocratizaciòn y alejamiento del pueblo. 

También del  discurso facilòn que explota la critica ramplona a los partidos políticos, que hoy por hoy, por poner solo un ejemplo, le pasa la cuenta al FA. 

Además, unidad de la izquierda, la que se encuentra en todo el país, que cruza a la sociedad en todas sus expresiones, que es diversa estética, política y culturalmente. 

En momentos decisivos de nuestra historia, en 1933, en 1973 o 1989, es precisamente cuando se ha puesto a prueba la capacidad de la izquierda y el movimiento popular. Esta prueba de fuego que nos pone la historia esta en pleno desarrollo todavía y no hay nada escrito sobre piedra. Depende de ella que se transforme nuevamente en una derrota del campo popular o el comienzo de una nueva historia. 






viernes, 15 de noviembre de 2019

¿Qué es lo histórico del día de ayer?



Manuel Antonio Caro. La zamacueca
Todos los medios titulan acerca del histórico acuerdo al que se habría llegado para poner fin a las movilizaciones que el pueblo ha protagonizado el último mes. El sólo encabezamiento del acuerdo es bastante épico: acuerdo por la paz...más otras cuestiones.

Una primera impresión es la de que Piñera finalmente sí tenía razón y estábamos en guerra....¿o no? Por muchos esfuerzos que hicieran los dirigentes de oposición que asistieron a firmarlro por recordar a las víctimas de la represión y que el cambio constitucional es el resultado de las luchas populares de las últimas semanas, nuevamente la maquinaria semiótica del sistema lo significa como un gesto de republicanismo, responsabilidad y "capacidad de diálogo", de la "clase política". La declaración de doce puntos lo resalta, las declaraciones de los cocineros de la ex concertación y de la derecha lo señalan hasta lo majadero.

Un intento olímpico de lavar la imagen de lo más cuestionados en estas semanas de movilizaciones.

Además de lo anterior, este acuerdo, que por cierto se hace cargo sólo de una de las demandas del movimiento social y de una manera sinuosa y evasiva, se propone detenerlo. La derecha en este sentido, ha demostrado una flexibilidad y capacidad táctica asombrosa. No así la oposición, que insiste en la oxidada y meliflua receta de los acuerdos y una atávica desconfianza en la movilización social.

El que se consulte en un plebiscito la mantención o no de la Constitución del 80, es el hecho histórico más importante. Por primera vez desde el término de la dictadura se consultará al soberano, al poder constituyente originario. Todos sabemos que el origen espúrio de la Constitución actual en el fraude de 1980 la invalidan, pese a las reformas de 1989 y 2005 pues se trató sólo de reformas y no de un cambio constitucional.

Sin embargo, como se ha señalado insistentemente, el quorum supramayoritario acordado para que la Asamblea o Convención Constituyente instituya un nuevo pacto social -lógica que se impuso como principio de la estabilidad del régimen político impuesto a sangre y fuego por la dictadura y negociado durante la transición en los noventa- implica una reproducción del binominalismo.

Una maniobra por darle un imprimátur de legitimidad a los términos de la dominación neoliberal por los próximos treinta años.

¡Eso sí que es un hecho histórico!

El que los partidos de izquierda no participaran de este acuerdo tiene un significado relevante y eventualmente de incalcuables proyecciones históricas. No solamente se trata de rechazar una negociación a espaldas del pueblo. Se trata de un gesto político en el que se establece un límite. Comienza a hacerse posible la constitución de una izquierda plena e independiente. El límite en este caso lo pone nuevamente el binominalismo.


Para que este hecho tenga proyecciones de largo plazo, y no se quede en una escaramuza, es necesario desterrar el sectarismo y construir relaciones de fraternidad y compañerismo. Hay mucho camino hecho del 90 a esta parte; encuentros y desencuentros. Hay también una historia quer viene de más atrás, en la lucha antidictatorial que es necesario recrear. E incluso en las enseñanzas y aportes en el proceso de la Unidad Popular.

La catarsis social, el desborde; la movilización sin propósitos tiene fecha de vencimiento. la lucha de masas enriquecida con relaciones de nuevo tipo; con unidad de la izquierda y claridad de propósitos puede ser lo que falta para que el epílogo de este movimiento no sea el acuerdo de anoche que se propone reponer el binominalimo con ropajes constituyentes sino una auténtica democratización del país.







domingo, 10 de noviembre de 2019

Entre el Chile que nace y el que se resiste a morir

Juan Dávila. La perla del mercader


En las últimas semanas, el país cambió y lo seguirá haciendo. Una resolución definitiva de los cambios que experimenta, es por ahora difícil de prever aunque ciertamente Chile no volverá a ser el que era hasta el alza del valor del pasaje del metro de Santiago. 

Como muchos han dicho, un acontecimiento inesperado y que suponían, no iban a presenciar. Unos por escepticismo, otros lisa y llanamente por conformismo y otros producto de una desesperanza aprendida en treinta años.  

¿Qué pasó entonces? Simplemente que el pueblo se cansó. Lo que expresa la protesta social de las últimas tres semanas y que no tiene visos de terminar aún, es bronca acumulada.

Bronca por la carestía de la vida, los bajos salarios; el alto endeudamiento; la exclusión y el clasismo de nuestra sociedad.

Un hito que ha marcado las jornadas, y que incluso ha sido objeto de sensibleras notas de los matinales en televisión, es el sistema previsional, una de las fábricas de pobreza y marginalidad e incertidumbre más masivas de las que se tenga registro en la historia. 

Y aunque esto había sido objeto de análisis científicos y denunciado por la izquierda, las organizaciones de trabajadores y centros de estudio, no había sido blanco de una crítica tan masiva y contundente pese a toda la evidencia empírica disponible en su contra.

Algo similar en relación a los miserables salarios que se pagan en Chile y consecuentemente, el aumento del endeudamiento como estrategia para llegar a fin de mes de miles de familias trabajadoras. 

¿Qué pasó entonces para que lo que en treinta años fue aceptado, en un fin de semana que va del 18 al 21 de octubre ya no lo fuera? En realidad, nunca fue aceptado sino simplemente soportado como una existencia que limitaba permanentemente la ilusión de prosperidad con el abismo de la indigencia masiva.

No es casual de hecho que sea el alza del valor del pasaje de metro el detonante de la protesta social. Una especie de metáfora de la paranoia del neoliberalismo: un metro de estandar europeo para gente con salarios que llegada el alza, ya ni siquiera podrían costearlo, a menos que se renunciara a la marraqueta en la mañana. 

La propia realidad se transformó no ya en el espejo del mall donde la gente se veía como quería verse sino en el espejo malvado que contrasta su miseria con el derroche y la opulencia de las clases dominantes reflejadas en su intento por hacer de su estilo de vida, sus valores y sus gustos, los de la sociedad aunque fuera sólo un remedo.

Una especie de golpe en la cabeza que dejó en evidencia que el progreso y la prosperidad no son para todos y obviamente, los que no lo disfrutan hoy por hoy exigen su parte. Los saqueos, entre otros, tienen su motivo en esto. 

Un segundo elemento que articula el malestar social, igualmente de manera ideologizada y dispersa, es el encapsulamiento, autoritarismo y elitismo del sistema político imperante. Una especie de burbuja que prácticamente no tiene ninguna conexión con lo real. 

No solamente porque diputados, senadores, jueces y ministros gocen de altos sueldos y privilegios que no cualquiera pueda disfrutar sino porque los problemas que son objeto de su frenética actividad, no son los de la gente de a pie. 

Ello pues el sistema político ha encapsulado las decisiones importantes sin ceder el más mínimo espacio a la participación social, haciendo de los intereses de clase de empresarios, banqueros, dueños de las AFP's y de los sectores dominantes de la sociedad, el objeto privilegiado de su actividad.

Esa es precisamente una de las razones que tiene trabada una salida a la crisis aunque fuera acomodaticia, insuficiente o tibia.

En el caso del gobierno, es evidente el motivo de su tozudez y su resistencia a enfrentar la responsabilidad de la reforma política. En el caso de la oposición, sin embargo, las confusiones rayan en lo grotesco, salvo honrosas excepciones. 

La mojigatería y la ambivalencia de algunos sectores de oposición para hacerse cargo sólo retrasan una resolución favorable al pueblo y hacen que esta, eventualmente, sea de nuevo una solución a medias a todo lo que se demanda, hoy por hoy, desde las calles. 

A la izquierda le cabe, pues, una responsabilidad mayor en esta decisiva coyuntura histórica. No se trata de intentar siquiera ponerse a la cabeza de un movimiento de masas que ha cuestionado el orden social y político de los últimos treinta años sin que nadie, como decíamos al comenzar, lo presintiera. 

Se trata de hacer que el movimiento se desarrolle. El maximalismo y el espontaneismo pueden ser en este sentido precisamente los sepultureros de esta enorme fuerza de masas si no se orienta a la construcción de relaciones cotidianas de nuevo tipo en torno a los problemas concretos y donde se expresan todos los días la desigualdad, el autoritarismo y el clasismo de nuestra sociedad.

La salud y la educación pública; el trabajo, el barrio, no debieran ser ya más lo que eran hasta el mes pasado. La izquierda tiene un rico acervo y experiencia en la organización popular que debe poner al servicio de este movimiento. No esperar a que éste, espontaneamente, se organice. 

La izquierda debe acompañar este proceso para aportar con su experiencia, sus organizaciones, sus redes, sus medios, sus recursos.

No para competir por él sino para construir la unidad del pueblo, desde las organizaciones de base, en las federaciones de estudiantes, en los sindicatos, gremios profesionales y de empleados, organizaciones de trabajadores de la cultura, de defensa del medioambiente y el patrimonio, la diversidad, los Derechos Humanos hasta los municipios, el Parlamento y todo espacio en el que se exprese la lucha de clases, la disputa entre el Chile que nace y el que se resiste a morir.  


martes, 13 de agosto de 2019

CAMBALACHE


Juan Dávila. Histerical tears, 1979

La política, en la actualidad, esta enredada y viscosa. Es como una sopa en que todo es mas o menos lo mismo.

El medio mas propicio para el surgimiento de las provocaciones, los discursos de odio y los comportamientos violentos que caracterizan a la ultraderecha. Ciertamente, en este medio tan pegajoso la pura estética se transforma en una razón mucho más poderosa para diferenciarse y tomar partido.

Y lo peor de todo es no solamente que un personaje tan bizarro como Kast haga gala de esa manera irracional y básica de concebir la política.

Lo realmente preocupante, es que dirigentes políticos que se autodefinen de centroizquierda, comiencen a cimentar su discurso y propuestas con los mismos tópicos de la derecha: la seguridad, la inmigración, el crecimiento económico, todo ello embellecido con retórica progre. 

O en versiones más sofisticadas, insistir majaderamente en todos los buenismos pasados por la juguera: ambientalismo, animalismo, feminismo, veganismo, etcétera, etcétera, etcétera. 

¿Es que la izquierda no tiene principios, historia ni tradición que la legitimen? 

Ante un gobierno que naufraga prematuramente, en el fracaso y la indigencia política, aparentemente algunos suponen que lo único que se necesita es ingeniería electoral para disputar la dirección del gobierno en las próximas elecciones y un par de buenos publicistas.

Y en el extravío de su nulidad doctrinaria y política, varios salvavidas le han lanzado para auxiliar su agenda legislativa, haciendo uso de un lenguaje muy poco creativo, lleno de clichés y frases noventeras, que apenas logran ocultar la abdicación y el reconocimiento de su derrota. 

Y en las materias donde realmente ha habido una abierta contradicción con la derecha, y que han generado la más amplia unidad de la oposoción, que son el proyecto de rebaja de la jornada laboral a cuarenta horas; la nacionalización del litio y la anulación de la ley de pesca, proyectos por lo demás que cuentan con un amplio respaldo y legitimidad social, excepto un par de conferencias de prensa, nada. 

La derecha lo ha comprendido muy bien por cierto. Y por esa razón ha anunciado requerimientos ante el TC. Y difama y enreda, censura, miente sin pudor y si las cosas se ponen difíciles reprime violentamente y sin complejos. 

Que la derecha pretenda resolverla en la institución más retrógrada y antidemocrática del sistema político, hecha precisamente para resguardar los intereses de clase de los empresarios no tiene nada de extraño. Hasta ahora le ha funcionado bastante bien.

Lo insólito es que alguien crea, después de treinta años del fin de la dictadura militar, que esto se pueda resolver en el Congreso, aún sin designados, vitalicios, y sin binominal. Incluso si se rebajaran los megaquorums acordados por Aylwin y Cáceres el 89, seguiría siendo imposible. 

Ciertamente todas las reformas políticas que se han hecho al Congreso eran necesarias y sólo algún adolescente de cincuenta años -porque los de ahora son bastante más indiferentes- podría negarlo. 

Pero si no van acompañadas de la más intensa, permanente y multiforme expresión de movilización, efectivamente, ni el mejor congreso será capaz de cambiar esta situación tan amorfa y estática. Pero ojo, no bastan un par de buenas consignas y conocer los desencantos del sufrido pueblo chileno. 

No se trata de identificar las reivindicaciones más sentidas -las que son archiconocidas a estas alturas y manoseadas hasta lo pornográfico- ni de ponerse a tono con la novedad del año, búsqueda en la que han surgido y fenecido decenas de proyectos políticos del noventa a esta parte.

Se trata de mostrar caminos, sin avengorzarse por la opinión de la academia. De señalar que otra sociedad es posible, sin sentarse a esperarla o a prepararse para ella en pequeñas luchas locales. 

Se trata de unir, de coordinar, de legitimar a las organizaciones sociales y los partidos. De trabajar por la unidad más amplia mientras no seamos mayoría.

A los que sigan creyendo que solos, a través de su "fortalecimieno interno" o a través de alianzas electorales circunstanciales y aprobando cualquier bodrio en el congreso, van a ser mayoría algún día para derrotar al modelo, les aguarda un largo camino, camino además que puede terminar en un páramo y no en la gloria. 







viernes, 28 de junio de 2019

Actualidad de la vía chilena al socialismo


Equipo crónica. La rendición de Torrejón, 1970


En pocos días, se celebra la promulgación, hace cuarenta y nueve años, de la ley 17.450 o Nacionalización del Cobre, bajo la presidencia del doctor Salvador Allende Gossens durante el período de la Unidad Popular.

Este solo acontecimiento marca un hito en el proceso de democratización de la sociedad chilena; construcción de soberanía e independencia y de lucha contra el subdesarrollo de nuestro país.

Comparado con la chabacanería de los fraudes del milocagate y del pacogate, y la ofensa que significa que el 75% de los excedentes que produce CODELCO vayan a parar a las FFAA -o sea, a financiar estos mega latrocinios-, este acontecimiento brilla y lo seguirá haciendo como uno de los logros más importantes del pueblo, los trabajadores y de la superioridad política y moral de la izquierda.

Esa reserva moral, sin embargo, representa un frágil punto de apoyo cuando la ultraderecha, el militarismo, las bandas de narcotraficantes y el lumpen cantado por los bardos del trap y reggaetoneros de dudoso talento pero financiados y promovidos por la industria de la entretención masiva, avanzan sin contrapesos en una carrera desbocada a la barbarie.

Ser allendista; reivindicar a la Unidad Popular y la Vía Chilena al Socialismo, como la creación más original del pueblo y especialmente, su actualidad para el pensamiento y la práctica de la izquierda, es hoy por hoy lo más auténticamente revolucionario y progresista, sólo siempre y cuando lo pongamos en la perspectiva de las tareas del momento y no como pura nostalgia o ejercicio intelectual.

La Vía Chilena no fue solamente una valorización instrumental de las relaciones entre democracia y socialismo, sino -tal como sostuvieron Luis Corvalán, el propio Alllende y los demás dirigentes de la UP tanto en sus escritos como en sus actuaciones prácticas- una concepción del tránsito del capitalismo al socialismo de nuevo tipo. 

Una concepción que entiende la independencia nacional, la realización plena de la democracia y del ejercicio del poder por los trabajadores en beneficio de las mayorías-en el marco de una institucionalidad democrática cada vez más profunda producto de las propias luchas populares-, como un proceso continuo de cambio revolucionario y que era el socialismo en pleno desarrollo, es decir con todas sus contradicciones, avances y retrocesos permenentes.

En los años sesenta y setenta, fue objeto de un acalorado debate entre las direcciones del PC y el PS; pero que también involucró posiciones maximalistas como las que sostenían el MIR, el MAPU y el autodenominado Polo Revolucionario -que incluía a sectores socialistas como los "elenos"-.

Este debate ponía permanentemente en tensión sus fuerzas, lamentablemente sin que entonces se comprendiera su significado y alcances, e incluso los peligros que implicaba su dispersión, pese a su riqueza teórica y fecundidad política.

La Revolución "con empanadas y vino tinto", como la llamaba Allende, no fue la conclusión de un congreso ni de un seminario académico. Fue el resultado de la experiencia de lucha de las masas, de explotados, sometidos, discriminados, excluídos y excluídas. 

Trabajadores y trabajadoras, jóvenes, campesinos, pobladores, artistas, profesionales y técnicos que, desde a lo menos la década del treinta del siglo pasado, luchaban por la democracia, la soberanía nacional, la justicia y la igualdad entendida en un sentido concreto: democracia, justicia e igualdad en la política, en el trabajo, en el barrio, en el liceo y la universidad.

Del debate de la izquierda; debate franco, muchas veces fuerte pero que apuntaba siempre a la unidad, nunca a la exclusión. Centrado en las tareas del momento y los intereses del pueblo, no en doctrinarismos pedantes; en la resolución de problemas de dirección política en la que las masas participaban cotidiamente en asambleas de vecinos, sindicales, de campesinos, centros de estudiantes, reuniones de partidos de masas en que militaban cientos de miles. 


lunes, 10 de junio de 2019

¿Qué es ser un partido de oposición?





Max Beckmann. El hijo prodigo


“los mismos partidos socialistas o socialdemócratas se han creído la tesis de que con la caída del comunismo no queda ya lugar para el socialismo en este mundo; y perdieron toda confianza en el movimiento obrero (…) Cuando uno abandona su tradición, se entrega a la nada. (…) Tenemos que ofrecer resistencia al neoliberalismo global. Mientras tanto, los intelectuales se tragan la bronca, y lo único que logran son úlceras estomacales, nada más. Hay que decir las cosas como son. Y dudo que podamos dejarlas libradas exclusivamente a los intelectuales.”

Günther Grass



El retroceso sufrido en las últimas elecciones presidenciales, no ha sido medido en toda su magnitud por quienes fueron derrotados.

El país está sumido en una grave situación que ya nadie niega, aunque le atribuya diferentes causas y significados. 

El Poder Ejecutivo y la derecha -a pesar de toda su torpeza, agresividad y falta de ideas- tienen la iniciativa y la oposición,  no representa, y a ratos pareciera no quererlo, una alternativa de gobierno, al menos por ahora.

En efecto, ha sido probablemente la administración más corrupta, reaccionaria y violenta que hemos tenido después de la dictadura militar y sin embargo, pareciera no existir oposición, excepto por el hecho de que hay partidos y coaliciones cuyos candidatos perdieron la elección anterior aunque a veces parecieran no darse por aludidos o hasta sentirse satisfechos por su votación de entonces, como si eso bastara para ser alternativa política.

El asunto es que partidos y movimientos de centro y de izquierda, considerados en un sentido amplio, han abandonado en los últimos treinta años  -algunos voluntariamente y otros por circunstancias o incapacidad- su vocación de cambio estructural.

No tienen qué ofrecer, excepto algunas reformas –necesarias por cierto aunque no trasciendan los límites de la sociedad actual a no ser por un vago ethos “progresista” que da lo mismo para un fregado que para un barrido-.

¿Qué diferencia en esas circunstancias a un partido, de un sindicato, una junta de vecinos o un centro de estudiantes? Nada. Hay quienes incluso han hecho de esto una virtud y en sentido contrario, de diferenciarse un defecto -la tan mentada traición de la clase política-.

Lo político como el momento de superación y síntesis del conjunto de las contradicciones que agitan a la sociedad, es aparentemente lo que los partidos han abandonado.

De esa manera, su política consiste en reaccionar a situaciones coyunturales -un proyecto de ley, un anuncio presidencial, un escándalo, una intriga-, tomando reivindicaciones, sin darles una dirección que las trascienda, como si eso bastara para disputar el gobierno.

Desde los llamados temas “emergentes”, que ya no lo son, hasta las clásicas reivindicaciones económicas y gremiales, no existe una propuesta de cambio estructural o como últimamente se dice, un “relato” de sociedad.

El mismo concepto -“relato”- da cuenta de lo poco conectado con la realidad que se encuentran. Tras esa pretensión de ser el portavoz de las demandas de la sociedad civil, se oculta en realidad su indigencia doctrinaria y política. 

Y el famoso relato, por consiguiente, no es más que un paramento ideológico para ocultar tanto esa desconexión con lo real como su incapacidad para realizar análisis y propuestas políticas que se hagan cargo de la sociedad actual.

Quizás por esta razón, algunos se proponen reemplazar aparentemente un programa político por una ideología o por un refrito que reúne de todo y conduce a nada. 

Esa ideología es el tan mentado “progresismo”. Es, por lo demás, la única razón que explica su supervivencia y también su incapacidad e intrascendencia.

El desafío del progresismo, que es lo mismo que decir “la oposición”, es en realidad la proposición de una alternativa al neoliberalismo global  representado, hoy por hoy, por Sebastián Piñera y su gobierno plutocrático y no sólo a sus externalidades negativas o sus resultados indeseados.

Evidentemente, como dice Grass, no es un problema de los intelectuales. Es un problema de masas y por lo tanto, para los partidos de oposición, cómo involucrarlas en la política. Empezando por los trabajadores, que son no solamente la mayoría de la población y quienes producen la riqueza de la sociedad sino además, de acuerdo a toda la evidencia empírica disponible, los más explotados.

Los pobres son los trabajadores y aunque sea una sentencia tan antigua como el capitalismo, sólo en la medida en que estos participen y en lo posible, incidan en la política esta dejará de ser una actividad que reproduce e incluso profundiza el orden social vigente.