jueves, 28 de julio de 2022

Y después del plebiscito?

Fernand Leger. El gran desfile, 1954




Estas últimas semanas, la tendencia dominante en la política nacional es la de la convergencia de las fuerzas políticas que están por aprobar en el plebiscito de salida.  Las fuerzas del rechazo no logran sumar nada. La supuesta campaña "ciudadana" no pasa de ser un titular de diario y por esa vía, se ha instalado precisamente como lo que no es, penetrando en amplias capas despolitizadas de la población que van desde pobres con baja escolarización hasta sectores medios temerosos de perder el aparente y frágil status que el modelo neoliberal les habría otorgado. 

Están en una posición de trinchera, lo que los ha hecho recurrir, como era de esperar, considerando su inveterada mendacidad, a las estrategias más ruines que no vale la pena enumerar en estas líneas. 

El arco político de las fuerzas del apruebo por cierto, es muy amplio yendo desde partidos de la ex  concertación y la izquierda, hasta organizaciones y movimientos sociales y territoriales. Es natural que considerando esa amplitud no todos respalden la opción con el mismo entusiasmo ni tengan las mismas pretensiones una vez resuelta la disyuntiva entre la actual constitución pinochetista y la constitución que fue el resultado del proceso de deliberación más democrático de los últimos cien o doscientos años. 

El contenido del plebiscito, en efecto, es solamente ese. Quedarse con la Constitución de Guzmán y Pinochet o aprobar una nueva. La gracia de la nueva Constitución además es que, en lugar del hierático monumento al neoliberalismo que es la Constitución del 80, contiene normas y mecanismos de reforma que motivan el debate y la deliberación permanente de la sociedad respecto de su sistema político y de la normas de convivencia que la definen. 

En ese sentido, decir "aprobar para reformar" no pasa de ser una perogrullada, pero al menos es más lógico que el llamado a "rechazar para reformar", una contradicción en esencia que explica solamente el estado de confusión mental de la derecha para enfrentar los desafíos ante los que se encuentra el país -y la humanidad- producto de la debacle del neoliberalismo global, y de antiguos dirigentes de la concertación que se han puesto de vagón de cola de la reacción. 

Las eventuales reformas a la futura Constitución, fueron consideradas por la Convención Constitucional al elaborar su propuesta. Es probablemente una de las innovaciones más importantes que tiene en relación al mamarracho que nos rige actualmente. Introduce la iniciativa popular de ley; el plebiscito en materia de reformas al carácter del Estado; simplifica su trámite en el futuro Congreso; elimina las leyes de quorum calificado y los rebaja para la realización de reformas importantes que tienen que ver con la propiedad de los recursos naturales, la creación de empresas públicas, impuestos, etc. 

La aprobación de la propuesta de la Convención va a ser un gran cambio por esta razón y no únicamente por su contenido, el cual ciertamente define un avance notable en relación con el neoliberalismo ínsito en la actual Constitución. Va a motivar la politización de la sociedad -la pesadilla de los neoliberales y de los conservadores de todas las layas, para quienes idealmente Chile debiera parecerse a Springfield- y el debate de la sociedad. Va a posibilitar la profundización de cambios y transformaciones todavía mayores. Ese es el verdadero temor de la derecha y ante lo que se resignaron sectores de centro que se han visto obligados a llamar a aprobar un poco a regañadientes -el laguismo sin Lagos, por ejemplo-. 

Va a ser la motivación para el más amplio despliegue de la deliberación y movilización popular desde la época de la Unidad Popular. No va ser un resultado espontáneo del triunfo de la opción Apruebo el 4 de septiembre, por cierto, sino de una genuina voluntad de lucha de la izquierda, de capacidad política, de vocación unitaria y de realismo. Es la hora de los pueblos de Chile; el primer gran triunfo del que podamos sentirnos orgullosos y felices en muchos años, pero que nos pone ante el enorme desafío de comenzar a construir una sociedad mejor. 

miércoles, 13 de julio de 2022

Legitimidad


Eugene Delacroix. La libertad guiando al pueblo. 1830



El Presidente Boric ha declarado en más de una ocasión que las dos posiciones que se enfrentarán el 4 de septiembre para dirimir acerca de la propuesta de Nueva Constitución elaborada por la Convención Constitucional, son legítimas.

Legítimamente también, se duda acerca de esta afirmación al comprobar los argumentos mendaces con los que la derecha y los partidarios del rechazo, critican el trabajo hecho por ésta. Más aún considerando que, desde Lagos hasta Evelyn Matthei, prometen hacer lo que no hicieron durante treinta años, esto es elaborar una nueva Constitución en caso de triunfar. En esta promesa, está contenida la contradicción imposible de resolver por parte de los protagonistas de la transición pactada, y la razón de su derrota en Septiembre. 

No se trata sólo de una contradicción lógica, sino de la expresión del conflicto histórico que tensiona a la sociedad. Para enfrentarlo, hasta ahora, las fuerzas que fueron sostén de la transición pactada -los mentados treinta años- han sacado toda clase de conejos de la chistera. El primero, fue el intento de contener en todo lo que fuera posible, las atribuciones reformistas de la Convención Constitucional, arrancada por el pueblo a las clases dominantes a punta de movilización. El acuerdo del 15 de noviembre de 2019 -no hay que olvidarlo- no fue el fruto de una espontánea reunión de caballeros altruistas sino de una "clase política" servil a los intereses del empresariado que aceptó a regañadientes la Convención y el Plebiscito como mecanismos de solución de la crisis política -agravada además por la torpeza del gobierno de Piñera y la mediocridad de su coalición-  aterradas por la sublevación de la "chusma". 

Luego, han ocupado varios intentos de articular una "tercera posición", cual más enjuta que la anterior, como "Una que nos una", "Amarillos por Chile", etc. Para ello, no les ha quedado más alternativa que recurrir al museo de la transición, en el que ocupan una sala especial de exhibiciones los ex presidentes -con la honrosa excepción de la Presidenta Bachelet, quien desde un primer día se ha manifestado partidaria del Apruebo- y finalmente, como recurso desesperado de último minuto, la rebaja del quórum que con tanto celo defendieron como la piedra filosofal de su período y base de la política de los  consensos. 

Evidentemente, una maniobra politiquera y demagógica que solamente muestra tal cual es su consecuencia. La guía el puro cálculo; todo para ella es probabilismo y adaptación inescrupulosa a las circunstancias. Finalmente, es una especie de acrobacia que intenta desafiar la única ley que de manera inapelable define el desarrollo social, esto es la lucha de las masas por la expansión de la democracia y sus derechos políticos, sociales y culturales, contra el interés privado que los ha convertido en meras posibilidades adquiribles en el mercado de las oportunidades, como machaconamente han repetido durante treinta años hasta convertir sus conjuros en sentido común. 

La frase del Presidente Boric en este sentido no se puede interpretar sino como el reconocimiento del acuerdo político que él mismo suscribió pese a todas las limitaciones que se fueron corrigiendo además a lo largo del trámite de la Reforma Constitucional que le dió forma y el desarrollo de la misma Convención, proceso en el que por lo demás, se ha ido tejiendo la unidad de la izquierda, tanto la de quienes firmaron como la de quienes no lo hicieron, esa noche. 

Pero no se puede considerar legítima una opción que implica, la mantención de una Constitución que ya fue tirada al tacho de la basura de la historia en el plebiscito de entrada. Exactamente en eso consiste el fascismo, en la negación de la historia y la imposición de los puros hechos sin que medie ninguna reflexión de la sociedad respecto de ellos. Eso fue la Constitución del 80 y lo seguirá siendo por siempre en cuanto que su origen es un golpe de Estado, la represión más brutal desatada contra los pueblos de Chile desde el mismo 11 de Septiembre de 1973, una comisión de once personajes nombrados por Pinochet y un plebiscito fraudulento. 

Pues bien, es lo que está puesto en cuestión hoy por hoy y finalmente, lo que está en disputa en el plebiscito. El sentido de la Historia, así con mayúsculas. Y a medida que se acerca el día, van quedando como anécdotas los intentos de los partidarios de la Constitución del 80, incluídos sus más de doscientos remiendos, y sus triquiñuelas para defenderla, tal como lo ha interpretado tempranamente el Senador DC Francisco Huenchumilla. 

Que sea el sentido de la historia lo que se discute en el plebiscito de Septiembre, lo manifiesta precisamente la experiencia política y social de las masas que, tal como lo reconoce hasta la misma derecha, se rebelaron el 18 de octubre en contra de los bajos salarios, las malas pensiones, los servicios de mala calidad, los abusos de las empresas, las discriminaciones de diversa índole y que fueron posibles durante treinta años gracias a un pacto social excluyente y autoritario contenido en la Constitución de Guzmán, lo que estas mismas ratifican en el plebiscito de entrada del 25 de octubre de 2020.

Se corrobora día a día en los abusos y desigualdades que ningún gobierno ha podido enfrentar y resolver eficientemente pues la Constitución actual lo impide. Ese es el problema, esa la gran disyuntiva del 4 de Septiembre próximo. El reloj corre en contra de la derecha y los nostálgicos de la democracia de los acuerdos. Los pueblos de Chile, en cambio, vencerán.