domingo, 4 de febrero de 2018

A modo de conclusión

Max Beckmann. La partida 1932-1935



Falta poco más de un mes para que termine el mandato de la Presidenta Michelle Bachelet, el primero y único de la Nueva Mayoría. Le va a suceder Piñera y Chile Vamos en el próximo período.

No es un epílogo muy alentador. Las condiciones para continuar la lucha por la democratización del país y contra el neoliberalismo son más complejas y difíciles ahora que hace un mes.

Las consecuencias, además, no las paga "el progresismo" sino el pueblo, trabajadores, estudiantes, jóvenes, mujeres y minorías sexuales, el medioambiente y las comunidades afectadas por su deterioro; consumidores y usuarios.

En efecto, durante este período presidencial, se avanzó en muchas de las materias pendientes de la transición, como no se había hecho en los veinticinco años anteriores. Sin embargo, la Presidenta Bachelet le traspasa la banda presidencial a Piñera por segunda vez.

¿Qué se puede decir al respecto? Que fue un período complejo, no la continuidad del proceso denominado de "transición a la democracia" y que este hecho, contrariamente a lo que algunos representantes del "liberalismo social" y la tercera vía sostuvieron el 2010, no es la pura y simple "alternancia en el poder" propia del juego democrático. 

Las mismas elecciones de diciembre dan cuenta de la complejidad de este escenario. La derecha gana en segunda vuelta por más de quinientos mil votos, diferencia que ni en sus mas delirantes fantasías, imaginaba.


Todos estos acontecimientos dan cuenta de una enorme polarización. 

Desde el año 2011 a lo menos, aunque es la conclusión más o menos esperable del diseño de la "transición a la democracia", la sociedad comienza a manifestarse en contra de la mercantiliación de la vida social; la elitización del sistema político; el endeudamiento y la pérdida de poder adquisitivo de los salarios -compensado por la vía del crédito justamente-; la inseguridad frente a la vejez o la enfermedad; las discrminaciones de diverso tipo. 

Como un movimiento subterráneo gigantesco, aunque no fuera visible al sentido común, este malestar va desatando enormes movimientos de masas en diversos frentes: ambiental, laboral, educacional, movimientos regionalistas, etc.

Estos movimientos de masas no son como los de hace treinta o cuarenta años atrás. Se trata de movimientos despolitizados; efímeros y que se manifiestan con una enorme fuerza y luego se repliegan -o siendo más precisos, sus protagonistas individuales lo hacen- hacia la vida privada.

Todo lo contrario de los movimientos autónomos reivindicados por cierta izquierda académica. Se trata de la irrupción de la famosa "clase media" que no es otra cosa que la masa de consumidores en que el neoliberalismo ha transformado nuestra sociedad, aspiración enarbolada por el Banco Mundial como meta de todos los países subdesarrollados.

Esta clase media, como su propio nombre lo indica, no tiene más identidad que con sus aspiraciones; no tiene pasado ni aparentemente le interesa algún porvenir del que tal vez ni siquiera sea testigo. Este grupo social, amorfo por definición, integra de todo: trabajadores calificados, pequeños empresarios, profesionales jóvenes; técnicos de nivel medio.

Pero precisamente por su condición preferente de consumidor y su permanente condición "aspiracional", también a grupos sociales de trabajadores pobres y precarizados, como los de servicios y por cuenta propia que "aspiran" ser como sus jefes.

Las elecciones legislativas recientes en la Argentina dan cuenta de un fenómeno similar. 

Una segunda gran transformación cristalizada en este período: el sistema de alianzas políticas y los partidos que las sustentaron, y que ya a fines del primer período de Piñera se manifestaba,

La reforma del sistema electoral binominal ciertamente ha sido el catalizador que se necesitaba para consolidarlo. La NM indefectiblemente se dispersa y al no presentar una lista parlamentaria única y llevar dos candidatos presidenciales, sella su suerte definitiva.

Sin embargo, no hay que verlo con tanto dramatismo. Ya desde sus inicios la fractura que la cruzaba era evidente. Lo realmente interesante, es el declive de la hegemonía DC en el sector y su separación entre una corriente derechista que reivindica el camino propio -unos con más sinceridad que otros- y un progresismo cristiano que se indentifica como parte de un movimiento político y social mucho más amplio y diverso.

Pero ocurre otro fenómeno de repercusiones todavía desconocidas: la aparición del FA. En rigor, expresión de los dos fenómenos anteriores: el surgimiento y manifestación de una clase media de nuevo tipo -no la clase media tradicional- con todo lo que ella implica en términos de falta de identidad programática y política, y la desintegración de la NM.

En efecto, en más de una ocasión se habló de los vínculos familiares que existirían entre altos dirigentes del FA y líderes de la extinta Concertación de Partidos por la Democracia. Se trata de un fenómeno más complejo que eso ciertamente. 

Es manifestación de una izquierda que estuvo durante mucho tiempo al interior de ésta en una posición subordinada; de militantes que en la mayoría de los casos, se formó políticamente después de los años noventa; que protagonizaron -si bien no exclusivamente- la revolución pingüina el 2006 y las movilizaciones del 2011.

Que formaron colectivos universitarios o que sobrevivieron a la dispersión de los años 90, se volcaron a los denominados "movimientos ciudadanos" o ya lo habían hecho anteriormente.

La reforma al sistema electoral hizo posible algo que el sistema binominal había impedido desde 1989: la manifestación en el sistema político de la diversidad de la sociedad, en este caso de jóvenes, estudiantes y profesionales, activistas de movimientos ciudadanos y sectoriales. 

En buenas cuentas, la aparición del FA, de un modo absolutamente diverso a cuanto antes se haya conocido, representa la irrupción de un sector social  representado por colectivos y partidos de izquierda y que es continuidad de una larga tradición histórica del sector interrumpida por la renovación de los años ochenta y noventa.

La derecha, por su parte, supo apreciar el cambio cultural y político que se estaba operando en la sociedad después del 2011 y lo que significó el programa de reformas de la NM. Desde el año 2014, por esa razón, emprende una oposición decidida, que va de la resistencia a cualquier cambio, por tibio que fuera, a la búsqueda de acuerdos con los sectores más derechistas de la NM. 

Actuó con una gran unidad de propósito y coherencia política. Utilizó toda su maquinaria comunicacional y cultural para defender los "logros" de la transición. Intentó articular con relativo éxito movimientos sociales, y demostró una capacidad de movilización de masas que la NM no tuvo en esta elección presidencial.

Justamente, lo que en un escenario de polarización como el actual se requiere: capacidad de dirección política, voluntad de lucha y unidad.

Pese a ello, el gobierno de Piñera no las tiene fáciles. No tiene mayoría en el Parlamento; ganó las elecciones holgadamente pero el comportamiento del movimiento de masas, y dado este escenario de polarización, es impredecible. Se moviliza y se repliega espasmódicamente y con gran radicalidad. 

Para retrotraer las cosas a los tediosos años 90 del siglo pasado, necesita reformar varias leyes aprobadas en este período, contra lo que ya se han manifestado dirigentes y parlamentarios de todo el espectro político, desde la DC hasta el FA. 

Evidentemente, va a tratar de hacer lo que tiene que hacer: privatizar, destruir aún más el medioambiente; reducir salarios y flexibilizar el trabajo, etc. Pero no es un hecho, el que porque haya ganado las elecciones vaya a ser así. 

Hay que preparar la resistencia a los intentos de la derecha y el empresariado por retroceder los logros del actual gobierno, que es lo que han hecho Macri en Argentina y Temer en Brasil; que es lo que intenta el imperialismo en toda América Latina, arrinconando a la Revolución Bolivariana. 

La unidad de las fuerzas de centro y de izquierda, del cristianismo progresista; del republicanismo laico; movimientos sociales y ciudadanos; es la primera condición; unidad sin exclusiones. 

El final de "la transición" se pospuso una vez más. Una metáfora para referirse a la democratización definitiva del país -si es que hay algo definitivo en la historia-, pero el triunfo de la derecha no es la temida "restauración conservadora". La transición va a terminar cuando tengamos una izquierda plena y un movimiento de masas incidiendo en los destinos del país.

Precisamente, las dos condiciones para efrentar al gobierno de derecha y recuperar la iniciativa.