martes, 30 de agosto de 2022

La reacción en el siglo XXI

Juan Domingo Dávila. La perla del mercader, 1996



A una semana del plebiscito de salida en que la Constitución de Pinochet va a pasar al olvido, no solamente las noticias falsas se han tomado la agenda. También la agresividad y la chapucería de la derecha. El mote "reaccionario" se aplica, pues, con toda propiedad a la campaña del rechazo, por más que traten de aparentar y prometer que van a cambiarla. Se opusieron a hacerlo durante treinta años luego de imponerla mediante la violencia, difícilmente lo harán ahora. 

El video grabado en un teléfono móvil de partidarios del rechazo arriba de caballos y carretas, con traje de huaso y blandiendo fustas, como en la antigua práctica de los latifundistas conocida como "palomear rotos", es suficientemente elocuente y representativa de lo que está en juego. Por un lado una anacrónica visión de la sociedad -una especie de "veltanchaun" decimonónica y freak- y una apertura al futuro y los desafíos de la democracia, el medioambiente, la igualdad y el desarrollo. 

No es primera vez en la historia que el país vive una disyuntiva como ésta. Lamentablemente, experiencias de desarrollo frustrado por la mediocridad de las clases dominantes criollas en circunstancias similares, sobran. Y cuando el pueblo tuvo la iniciativa y la dirección del gobierno, para implementar un programa nacional de desarrollo democrático, al servicio de las grandes mayorías, este fue detenido por medio de un golpe de estado, instigado por la burguesía, el imperialismo y la misma derecha que hoy promete realizar cambios. 

La derecha chilena es esencialmente reaccionaria.  Añora un pasado supuestamente mejor y originario del campo -que para la derecha es lo mismo que el latifundio-; inspirado en valores católicos que no dan cuenta ya de la sociedad real si es que alguna vez lo hicieron; que considera a la desigualdad como una realidad inmutable y necesaria y que se hizo por esa razón de una justificación pseudocientífica que la considera consustancial a la realidad y fundamento de su concepción de la economía, la política y el Estado.

La violencia es un componente esencial del repertorio de la derecha. Históricamente lo ha sido. Violencia simbólica que durante siglos negó la existencia de pueblos y naciones indígenas a las que trató de asimilar, excluyéndolas al mismo tiempo, con la cruz y la espada primero,  la estafa y el paternalismo después. Que consideró a la diversidad de género y las disidencias sexuales,  "enfermedades" y "desviaciones" que era necesario corregir; y al pueblo trabajador y la clase obrera como mera mano de obra, un insumo más de la producción. 

También violencia verbal y ordinariez para tratar al pueblo, a las mujeres, los trabajadores, los y las jóvenes, un sentido del humor chabacano y con poca imaginación que demuestra solamente su incapacidad de entender y evolucionar hacia nuevas realidades y que se funda en su asimilación al morbo. El efecto que produce ese sentido del humor, sin embargo, no es la risa sino una imagen grotesca y desagradable. La reacción simplemente se niega a aceptar que sus concepciones no dan cuenta de la realidad y que son pura ideología. 

No es de extrañar entonces que el lado más reaccionario y violento de la derecha aparezca a pocos días del plebiscito de salida considerando que lo que se define en él es el futuro o la vuelta atrás; la apertura a la igualdad o la mantención de los privilegios; al desarrollo armónico con el medio ambiente o el extractivismo más facilón; la inclusión de la diferencia o una abstracta noción de Chile, chilenos y chilenas, sostenida en valores decimonónicos, ni siquiera del siglo XX.

Por esa razón la derecha va a perder. Y los sectores de centro -vestigios del liberalismo y el conservadurismo católico que eran componentes de la Concertación- se inclinarán en el futuro hacia ese sector. 

Algo completamente nuevo está naciendo en Chile y después del 4 de septiembre el proceso se va a acelerar vertiginosamente. Por esa razón, la reacción adquiere una fisonomía tan evidente y actúa como una fuerza centrífuga de todo lo que está a punto de fenecer pero que se resiste a hacerlo. No hay que confundir este fenómeno superficial con las tendencias profundas que provienen desde el interior mismo de la sociedad, de los anhelos de cambio de los pueblos de Chile y las necesidades de desarrollo, justicia, igualdad y auténtica autonomía que pujan por construir un nuevo Chile.  


 

 


miércoles, 17 de agosto de 2022

¿Por qué habría que creerles?

Guillermo Núñez.¿Qué hay en el fondo de tus ojos?  2000



A tres semanas del plebiscito  más determinante de la historia de Chile, la proliferación de encuestas, pronósticos y proyección de escenarios futuros, abunda y cansa a una población que hace años perdió la fe. La prédica liberal, en su versión radicalizada tanto como en la adocenada, acabó por matar  la confianza de las masas no solamente en el sistema político sino en la política misma. 

Treinta y tantos años de prédica machacona glorificando el emprendimiento, el esfuerzo individual, la competitividad y el sálvese quien pueda, tuvieron como resultado un escepticismo y una desconfianza en la razón que le ha abierto las puertas de par en par a la charlatanería más burda. Es así que, como reza el conocido tango del gran José Santos Discépolo, "todo es igual, nada es peor". 

Las noticias falsas, en este sentido, no son una anomalía del sistema democrático sino un síntoma de su alarmante fatiga. Más aún considerando la impunidad con la que estas circulan y de la que gozan sus creadores y entusiastas divulgadores, quienes amparándose en una rabanera concepción de la libertad de expresión la han convertido en la coartada perfecta para la ultraderecha, que cuenta con la complicidad hipócrita de una derecha dizque "democrática" y una todavía más cantinflera "centroizquierda" zombi que presenta su renuncia definitiva a los valores democráticos como demostración de su progresismo y tolerancia.

Autoritarismo y liberalismo coinciden, precisamente, en esta desvalorización de la razón, la verdad y el auténtico consenso que surge de la deliberación de la sociedad. En este caso, el que realizó la Convención Constitucional y que nuevamente será sometido a la ratificación popular en el mencionado plebiscito de salida. Han reemplazado a la verdad por el resultado de una encuesta que no es más que el resultado de modernas técnicas de manipulación de masas y que presentan fenómenos de superficie como el valor de verdad de los mismos. 

Consultoras y especialistas en estudios de opinión pública; medios de comunicación de masas; las redes sociales; el sistema escolar y de educación superior, conforman un sistema que durante treinta años modeló una sociedad extraordinariamente estable que se adaptó de buen grado a esos valores, experimentados con una naturalidad que el 18 de octubre de 2019 se fracturó dejando al descubierto sus fundamentos históricos y materiales: la desigualdad, la sobreexplotación, la exclusión, la inseguridad y la discriminación. 

El punto es ¿Qué es verdadero? ¿Qué es falso? Debate, que ni la academia -con todas sus ínfulas de sabiduría y sublimidad- se ha atrevido a enfrentar. Ello porque se trata de un problema político en el que no pretende involucrarse pues supone encontrarse en un plano de "objetividad" y trascendencia que ha terminado por reconocer a la mentira como lo mismo que la verdad -simplemente una "opinión"- o en el mejor de los casos, tolerarla como uno más de los hechos de los que conformarían  supuestamente la realidad. Es más, se ha convertido en comparsa de los puros hechos, limitándose simplemente a constatarlos, comentarlos cuando no a glorificarlos como una confirmación de la modernización de la sociedad. 

La verdad en todo caso, se va a abrir paso finalmente. No porque sea una consecuencia lógica que así sea. Lo hará porque la realidad se ha hecho cada vez menos sustentable humana y racionalmente. Los niveles de sobreexplotación, endeudamiento, destrucción del medioambiente, violencia, exclusiones de diverso signo y como contrapartida, enriquecimiento, autoritarismo, concentración de la propiedad y del poder político son intolerables y no se pueden seguir ocultando mediante encuestas, explicaciones pseudocientíficas o discursos morales. 

Es imposible seguir creyéndoles. El costo para los pueblos de Chile sin embargo ha sido alto y eventualmente lo seguirá siendo de no mediar una acción política decidida que más temprano que tarde tendrá que poner las cosas en su lugar y devolverle el poder para  decidir por sí mismos, sin la tutela de los expertos la dirección de sus destinos. 


martes, 9 de agosto de 2022

Por qué una sola coalición

Fernand Leger. Estudio para Los constructores. 1950


En los últimos días, se ha abierto un debate en la izquierda acerca de la necesidad de tener una sola coalición, a propósito del llamado del Presidente Boric.

No se trata de una cuestión de corto plazo o no debiera serlo. Se funda en razones profundas que están en las tareas que el cambio de ciclo político que está experimentando el país, plantea a la sociedad. Algo similar a lo ocurrido a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, cuando el país se vio frente a enormes desafíos, que dejaron atrás a importantes referentes políticos; instituciones y valores culturales y morales que hasta entonces la habían caracterizado.

En esa época, se logra el voto femenino, la cédula única y el registro electoral. Surge la CUT. Se desarrollan las tomas de terreno en las grandes ciudades que le darían sus primeras expresiones al movimiento de pobladores, manifestación de una sociedad que dejaba atrás su pasado rural pero sin modificar el clasismo y la desigualdad que estaba en la base del latifundio. El senador Salvador Allende Gossens presenta el primer proyecto de nacionalización del cobre. El gobierno derechista de Jorge Alessandri impulsa una reforma agraria, que pasó a la historia como “la reforma agraria de macetero”.

Las tareas de modernización y democratización de la sociedad chilena estaban a la orden del día, generando grandes movimientos de masas, que luchaban por sus derechos y una resistencia directamente proporcional de parte de la derecha y las clases dominantes de la sociedad, y que a la larga iba a expresarse en un programa de transformaciones contrarrevolucionarias conocidas como “neoliberalismo”. También son hijos de esta convulsionada época la “Vía Chilena al Socialismo” y “La Revolución en Libertad”.

La izquierda que se fue conformando entonces, fue expresión de esas luchas. También de los movimientos sociales y de masas que las protagonizaban.

No es diferente en la actualidad ni podría serlo. El país cambió en los últimos cincuenta años. La izquierda, primero perseguida casi hasta el exterminio; luego reconstruida al calor de la resistencia y lucha contra la dictadura militar y después, dispersa y atomizada tras la caída del socialismo y el inicio de un proceso de tránsito de la dictadura militar a gobiernos civiles en el marco de una democracia fuertemente restringida y sometida al tutelaje de las FFAA y los denominados “poderes fácticos”, vuelve a emerger en torno al proceso de cambio constitucional.

Como ha sido siempre, la movilización popular y la lucha de masas, catalizaron un descontento desarrollado por décadas de maltrato, exclusión y sobreexplotación que, con contradicciones y matices, se iba desarrollando al mismo ritmo de las modernizaciones del capitalismo neoliberal que masificaba el crédito y por esa vía el acceso al consumo de bienes y servicios. Se trata de una exclusión y una sobreexplotación distintas a las del Chile del siglo XX. Produce capas gigantescas de trabajadores precarios –porque no tienen contrato, porque boletean o tienen trabajos temporales- pero que pueden viajar al extranjero endeudándose o sometiéndose voluntariamente a la más despiadada sobreexplotación con tal de hacerlo.

También profesionales y técnicos que producto de la masificación del acceso a la educación superior, lograron un status mejor que el de sus padres, pero que engrosan las filas de cesantes ilustrados y endeudados de por vida. Muchos y muchas de hecho, deben desarrollar “emprendimientos”, para sobrevivir y de esa manera, sostener ese frágil ascenso social expresado en una cultura y unos valores en que se mezclan el consumismo, el arribismo, con el esfuerzo, las aspiraciones de cambio político y social y estilos de socialización contradictorios.

En el que la mujer pasa a ocupar un lugar preponderante en el mercado laboral, en el sector servicios e incluso ocupando trabajos de los que hasta entonces estaba excluida, haciendo más evidente la discriminación de la que históricamente fue objeto. Las tareas de cuidado; el trabajo doméstico, consuetudinariamente asignados a la mujer, quedan en evidencia como parte esencial en la producción de plusvalía y fuente, por lo tanto, de explotación y enajenación del trabajo, expresados en la “doble jornada” a la que debe someterse. Igual que con el ascenso social de los hijos de la clase trabajadora tradicional, con el acceso de la mujer al mundo del trabajo y la educación, queda en evidencia la desigualdad del sistema y el carácter ideológico de sus conceptos de “inclusión” y “equidad”.

Todos estos nuevos trabajadores y trabajadoras, son una masa de consumidores siempre dispuestos a comprar y endeudarse por lo que el sistema les ofrezca, reunidos bajo el fantasmagórico rótulo de “clase media”. La otra vertiente de la que se alimenta esta nueva clase media, es la de la pequeña burguesía empobrecida por las modernizaciones neoliberales de los últimos cuarenta años. Ya no se trata de la pequeñaburguesía ilustrada y culta de los años sesenta y setenta que tenía orígenes –como plantea Salazar- en la mesocratización de la oligarquía. Se trata de una clase media emprobrecida, producto de las privatizaciones y la reducción del sistema público, conformado por empresas del Estado en la que laboran miles de empleados y empleadas y el sistema educativo donde profesores, profesoras, intelectuales y académicos universitarios desarrollan sus conocimientos.

La que vivía en Ñuñoa y se tuvo que ir a La Florida o Puente Alto.  La que ha educado a sus hijos en colegios particulares subvencionados junto a los de los trabajadores calificados y los “emprendedores” egresados de las universidades privadas.  La izquierda que se había constituido junto al desarrollo de clases sociales que eran parte del capitalismo del siglo XX, es ahora muy distinta, material y culturalmente.  

Pero ha sobrevivido a la represión y las transformaciones del capitalismo. Las épicas jornadas del 2006, del 2011 y del 2019, tuvieron entre sus protagonistas a jóvenes, a trabajadores y trabajadoras; e empleados, docentes e intelectuales, hombres y mujeres de izquierda. La que mantuvo viva la organización social en sindicatos, federaciones y asociaciones de empleados que resistían la flexibilidad laboral, la privatización del aparato público y los recortes de salarios; la que defendía la educación y la salud púbicas de la privatización y los recortes presupuestarios; la ciudad de la voracidad del negocio inmobiliario, el medioambiente de proyectos contaminantes y se hacía cargo de la exclusión de las diversidades y disidencias sexuales y de género.  

Esa amalgama social, es a la que el llamado del Presidente a la unidad debe dar forma. Nuevas tareas; otras clases y movimientos sociales; otros hombres y mujeres, pero un mismo anhelo de justicia social; de igualdad, de democracia que ha encarnado históricamente la izquierda y lo seguirá haciendo mientras subsista la explotación, la exclusión y el autoritarismo.