jueves, 21 de septiembre de 2017

La clase media y el cambio político

John Bratby. Naturaleza muerta



Hubo alguna vez en nuestro país una clase media  formada al ritmo de expansión del Estado de Compromiso.

No es la clase media que proviene de lo que Salazar denomina “mesocratización de la oligarquía” sino lo contrario. Proviene del ascenso social de la clase trabajadora y los empleados en el siglo XX, gracias al crecimiento y democratización del Estado, lo que fue además producto de sus propias luchas.

Esa clase media, gracias a su acceso a la educación universitaria, la literatura, los libros y la música escrita, fue adaptando sus gustos y sus costumbres, gracias –además- a su situación de tránsito entre una y otra clase.

Es lo que definió en el siglo XX esa clase media, como cultura y estilo de vida. Un progresismo político y estético que conjuga la cultura tradicional de raíz europea e ilustrada con las formas de vida del pueblo y los trabajadores. Que se forma en diálogo entre las luchas obreras y campesinas y la cultura de las clases dominantes de la sociedad.

La clase media emergente actual es muy diferente. Ha ascendido socialmente por su posibilidad de consumir. No educa a sus hijos en los mismos colegios que la clase media tradicional ni las clases altas –que era el rol que cumplía la educación pública entonces- sino en colegios especialmente diseñados para ella, donde sólo se juntan con los hijos de otras familias de clase media emergente.

Por esa razón la clase media aspiracional actual sigue conservando códigos culturales muy similares a los de su clase de origen y en buenas cuentas, no presenta ese eclecticismo y complejidad estética propios de la clase media del siglo XX.

Esa es una cultura que ya no existe. Primero por la persecución y la represión a los intelectuales y artistas de izquierda tras el golpe de estado. Éstos tienen que partir masivamente al exilio o sencillamente son asesinados; otros pierden sus puestos de trabajo en la administración y empresas del Estado o el sistema educacional, especialmente las universidades públicas.

En los años ochenta, durante la lucha antidictatorial, simbólicamente, viven la represión como una sensación de pérdida; de cierta injusticia que iba a ser reparada con el retorno de la democracia y el socialismo, que era algo posible en esa época, considerando experiencias como la nicaragüense o la salvadoreña.

Pero no hubo retorno de la democracia ni menos socialismo. Vino lo que se conoce como "transición a la democracia" y el poder -al menos una porción- siguió siendo detentado por las clases que sostuvieron a la dictadura militar. La clase media –empobrecida producto de la represión, las privatizaciones y los despidos-no volvió a ser lo que era y tuvo que recurrir a nuevas estrategias de sobrevivencia.

Las buscó haciendo negocios instalándose en el área de colaboración entre el Estado y la empresa privada; también en las fundaciones, ONG’s, y centros de estudio. Adaptando sus valores y visión de mundo a este nuevo contexto, tratando de conservar los mismos ideales de cambio radical anteriores a la dictadura.

Éste fue un cambio muy profundo para la izquierda y el movimiento popular. Se expresó en la conformación de los partidos, los que -entre otros motivos- por esta razón sufren sucesivas divisiones; cambios en su línea política y composición de clase. 

Se manifiesta en la persistencia de su dispersión y fraccionamiento, desde las postrimerías de la dictadura hasta el día de hoy. En una ausencia notable de discurso y símbolos que la destaquen en el concierto de las fuerzas democráticas y progresistas, en las que conviven socialcristianos, racionalistas laicos, socialdemócratas y liberales.

Ciertamente, una forma muy ingenua de hacerlo es oponerse a todo tipo de acercamiento político y búsqueda de entendimiento. Cuando es precisamente una de las características distintivas de las izquierdas, desde el POS hasta nuestro días, la búsqueda incansable de la unidad del pueblo.