viernes, 30 de julio de 2021

La izquierda, la doctrina y lo social

                Equipo Crónica. Las estructuras cambian, las esencias permanecen 

 “(…) Marx realizó una honesta tentativa de aplicar los métodos racionales a los problemas más urgentes de la vida social. El valor de esa tentativa no es menoscabado por el hecho de que en gran medida no haya tenido éxito (…) La ciencia progresa mediante el método de la prueba y el error. Marx probó, y si bien erró en sus principales conceptos no probó en vano. Su labor sirvió para abrir los ojos y aguzar la vista de muchas maneras. Ya resulta inconcebible, por ejemplo, un regreso a la ciencia social anterior a Marx, y es mucho lo que todos los autores modernos le deben a éste, aun cuando no lo sepan.” 

Karl Popper “La sociedad abierta y sus enemigos”. 

La unidad de la izquierda chilena en el siglo XX tuvo en el prestigio teórico del marxismo y su utilidad como método de análisis de las sociedades capitalistas de Occidente, un importante estímulo. El mérito del marxismo en todo caso no se limita solamente a este aspecto académico. En efecto, el marxismo se funda en cuanto “doctrina” en la unidad de teoría y práctica. 

A primera vista, suena bastante elemental y sobre todo, como una metodología científica no muy diferente de otras. Pero el asunto no se reduce a una cuestión de método. En efecto, la teoría es una práctica humana y en última instancia, por lo tanto, parte de la realidad social. No se trata de unir teoría y práctica sino de comprenderlas y “experimentarlas” como parte de una totalidad inseparable, que es lo social. 

Lógicamente, para las concepciones conservadoras, este principio conlleva no sólo una crítica de método sino a su contenido “idealista”, “abstracto”, -en resumidas cuentas, “ideológico”- y su función retardataria en lo social, lo cultural y lo político. De ahí la virulencia con que la academia en los últimos años, ha tratado al marxismo, yendo desde el desdén o la indiferencia a las falsificaciones y las descalificaciones más ramplonas. 

En segundo lugar, este principio lo lleva a “identificarse” con los grandes movimientos sociales y de masas y a tomar partido en la historia, abandonando –para escándalo de los acólitos de la “ciencia pura”- las pretensiones de “objetividad” de la ciencia universitaria –en realidad, la de la ciencia que asume de modo ingenuo la facticidad de lo real-. Esta identificación, este impulso transformador y de masas del marxismo como doctrina, es tildado corrientemente como chapucería, voluntarismo y finalmente como “estalinismo”. 

Precisamente, identificarse con quienes sufren y luchan contra las injusticias, la discriminación y la dominación de clase, fue principio y consecuencia necesaria del marxismo como doctrina de lo humano. Por consiguiente, el marxismo es no solamente teoría sino acción política práctica. Gramsci lo llamaba “filosofía de la praxis”. 

De manera que su aporte a la unidad de las fuerzas de la izquierda chilena en el siglo XX no fue solamente aportar un método de análisis sino la de vincularlo con lo social. Es decir, la unidad de la izquierda chilena en el siglo XX, se explica en última instancia por la unidad de lucha política, movimiento social y teoría y en esto, el marxismo jugó un papel fundamental. Ciertamente, no se trata de un asunto doctrinario sino eminentemente práctico. 

En efecto, los debates teóricos de la izquierda chilena en el siglo XX, debates que tienen en el marxismo un potente y fecundo aliciente del que provienen el leninismo, el trotskysmo, el estructuralismo, también la socialdemocracia, tienen que ver con la identificación entre estrategia política para llegar al poder, programa y movimiento social. Es en ese sentido que el marxismo le aporta en el siglo XX una forma de comprenderse a sí mismo y una concepción que le otorga sentido de la totalidad al conjunto de las contradicciones que genera el desarrollo histórico de las sociedades capitalistas occidentales y también, aún forzándolo un poco, una interpretación de las sociedades del Tercer Mundo, por ejemplo a través de aportes como el de Ruy Mauro Marini y la Teoría de la Dependencia. 

Ello se expresaría por ejemplo, como fundamento de la lucha por la Nacionalización del Cobre, la reforma agraria, incluso aún cuando exediera el círculo de la izquierda, la promoción popular que impulsa Frei. 

No fue un debate moralista ni academicista, aunque por momentos cayera en escolasticismos estériles y las descalificaciones sectarias. Señaló a las contradicciones de clase y su origen, como fuentes del atraso del país, de la exclusión; de las características peculiares del capitalismo en Latinoamérica y Chile en particular, pero sobre todo un Sujeto capaz de hacerse cargo de las transformaciones que sacaran a nuestras sociedades del subdesarrollo, la pobreza y el atraso. Este Sujeto fueron los trabajadores y la clase obrera. 

Pero el mismo debate de la izquierda, siempre dentro de la matriz que comprende teoría y práctica como dos esferas inseparables de la actividad humana, va haciendo más rica y compleja la comprensión de este Sujeto. El movimiento de pobladores, los campesinos, el movimiento juvenil en la lucha contra la Guerra de Vietnam; durante la lucha contra la dictadura, las comunidades cristianas de base; todos van complejizando la comprensión de la izquierda acerca de “lo popular”. La identificación de la izquierda con los excluídos, los explotados y los marginados –aún con todas las insuficiencias que hoy en día podemos identificar y criticar retorspectivamente- es resultado justamente del contraste entre teoría y práctica de la izquierda y específicamente de ese principio característico del marxismo. 

Hoy en día, la unidad de la izquierda está en un estado muy incipiente. Su identificación con un Sujeto capaz de realizar las transformaciones que Chile necesita, y la expresión de esta unidad en todos los territorios y formas de la vida social, tal como lo fue en el siglo XX, es la única garantía de sostenibilidad de esta alianza, que hoy por hoy es Apruebo Dignidad, y de transformación efectiva. Esta identidad no va a ser el producto de una definición doctrinaria ni de la definición de una “esencia” de lo popular. Nunca lo ha sido. Va a ser resultado de su experiencia y de su capacidad de hacerse cargo de su historia como izquierda o de lo contrario, ser condenada a la intrascendencia, las luchas sectarias y los hegemonismos como una más de las alternativas que el sistema ofrece al pueblo cada cuatro años para mantener las cosas como siempre.

martes, 13 de julio de 2021

El valor de la unidad de la izquierda

               Diego Rivera. El mercado de Tenochtitlan 

 Todos los procesos de tansformación; de profundización de la democracia, los derechos de los trabajadores y trabajadoras y el pueblo, fueron en el siglo XX gracias a la unidad de las fuerzas de izquierda. El Frente Popular que impulso la educación pública y la industria nacional, el Bloque de Saneamiento que terminó con la ley maldita; el gobierno de la UP. 

Por el contrario, cada vez que las fuerzas de izquierda han actuado divididas, se han producido retrocesos para la democracia y los derechos sociales, económicos políticos y culturales del pueblo. Hace ya casi cien años, la caída de la efímera república socialista y la restauración conservadora que vino con Alessandri del ’32 en adelante; el golpe de Estado de 1973; la salida pactada de la dictadura militar que estabilizó la dominación neoliberal por treinta años. 

La unidad no es una cuestión táctica o de procedimiento; es una cuestión de principios porque asume y le da forma y expresión a la diversidad y amplitud del pueblo, más aún hoy en día en que las trasformaciones neoliberales han hecho más complejas las condiciones de la dominación, y multiplicado las contradicciones que lo mantienen en una constante crisis, que por lo demás puede terminar con las posibilidades de sobrevivencia biológica de nuestra especie. 

La unidad de la izquierda, es “un capital"; un instrumento del pueblo y una responsabilidad con la historia. 

Pero la unidad no sólo de hace de programas y de ideas; está hecha de millones de actos, experiencias compartidas por quienes la conforman; militantes, dirigentes sociales, activistas; ciudadanos de a pie. También de conversaciones, públicas y privadas. El debate entre las direcciones del PC y el PS en los años sesenta acerca de la tesis de Frente de Trabajadores o Frente Antifascista que culmina en la UP y la candidatura de Salvador Allende Gossens, es un ejemplo elocuente. 

La práctica ha ido aclarando, en el último tiempo, muchas cosas y acercado a la izquierda. Las críticas generales a “la clase política”y a las reformas que en su momento y con todas sus limitaciones, impulsó el Gobierno de la Presidenta Bachelet, han dejado su lugar a una consideración más sincera del valor de la amplitud; de la necesidad de realizar reformas parciales mientras no existe la capacidad de emprender cambios estructurales, etc. 

La lista de Apruebo Dignidad, las primarias del pacto Chile Digno, expresan precisamente esa madurez; los triunfos en Gobernaciones y alcaldías importantes, presagian un futuro fecundo y exitoso para la izquierda. Sin embargo, incluso en sus triunfos más importantes, por ejemplo después de la parlamentaria de marzo del 73, en que la UP alcanza un histórico 43%, el éxito no está asegurado, pues el valor de la unidad de la izquierda puede no ser suficientemente incorporada como la expresión de una nueva moral y de la consideración del pueblo como una identidad, un sujeto y no sólo como la suma algebraica de sus componentes. 

Esa moral, se manifiesta y se seguirá manifestando en el futuro, en las formas prácticas de vivir y hacer la política, en el sindicato, en la federación de estudiantes, en el comité de allegados o la cooperativa de canalistas, pequeños agricultores y agricultoras; en el colectivo de la comunidad LGBTQ; las comunidades locales, en los barrios. También en la coalición; en la lista parlamentaria o la municipal; en la Convención Constituyente. Sin personalismo, con liderazgos colectivos, que toman partido y no temen hacerlo por los perdedores, los pobres, los explotados; los excluidos y que el día de mañana, a no dudarlo, serán objeto de la más despiadada oposición de la oligarquía neoliberal que, usando métodos directos y la mayoría de las veces maniobras sinuosas, sibilinas, recurrido sin pudor al dinero y la extorsión, ha gobernado el país en los últimos treinta años. 

La unidad de la izquierda, ha sido, es y seguirá siendo, un factor determinante en el desarrollo de los acontecimientos históricos en nuestro país. Pero no es solamente el resultado de un pegoteo de siglas, ni un corta y pega en la elaboración de un programa. Es la manifestación de los valores que resultan de la vida del pueblo en su lucha por la felicidad, por una buena vida libre, justa y soberana.

martes, 6 de julio de 2021

Convención Constitucional

            Honoré Daumier. El levantamiento, 1848 

León Trotsky en su monumental Historia de la Revolución Rusa, plantea que una de las características de toda auténtica revolución, es la constitución de un poder dual. Uno representativo del orden que se desmorona, que desaparece barrido por la marea social de los insurrectos, quienes habían estado entre los dominados hasta entonces, y el poder que representa la nueva sociedad que está por nacer y que surge de las entrañas de ese pueblo excluído. 

Algo parecido, guardando las proporciones, es lo que se vio el domingo 4 de julio en la instalación de la Convención Constitucional. 

Despertando el escándalo y la incomodidad siútica de la derecha chilena, se vió un grupo de jóvenes, hombres y mujeres, representantes de pueblos indígenas, también de partidos de izquierda, entrar al ex Congreso en medio del bochinche y contraviniendo toda la acartonada solemnidad de la democracia de los consensos. 

Afortunadamente, excepto un solitario Fuad Chaín, no había muchos representantes de la elite concertacionista, que por lo demás se encontraba más a gusto en Casa Piedra que en asambleas sindicales, universitarias y menos aún en manifestaciones callejeras, que es precisamente donde se podría haber encontrado meses antes, a muchos de los que protagonizaron las jornadas del domingo 4 de julio. La guinda de la torta es la elección en la presidencia de la Convención de una mujer mapuche de chamal y trapelakucha, que le propina una derrota vergonzante a un representante del latifundio. 

El discurso de Elisa Loncón acompañada de la Machi Francisca Linconao, presa política mapuche hasta poco antes, es un discurso de Estado que describe en pocas palabras un sueño del tipo de país al que aspira la inmensa mayoría de la sociedad representada en la aplastante mayoría de la Convención y en la ridícula representación de la derecha, el empresariado y los que ilegítimamente se han adueñado de la tierra y el agua que nos pertenece a todos. 

Hasta ahí, todo bien. Pero el gobierno, haciendo uso de artimañas y maniobras politiqueras, hace todo lo posible por enturbiar la instalación de la Comvención. En las calles aledañas al ex Congreso, Carabineros ataviados como para la guerra, realizan una flagrante provocación que como siempre termina en la más brutal represión a un pueblo alegre que acompaña a sus representantes y que con toda legitimidad, se manifiesta expectante y en actitud de vigilancia. Experiencias frustrantes y desengaños ante promesas de alegría, equidad, inclusión, democracia y participación ha sufrido muchas en los últimos treinta años. 

El gobierno regional de la RM, el Ministerio de Interior tienen responsabilidad política innegable en estas maniobras indecentes. Pero si de indecencia se trata, lo peor vino al día siguiente, cuando ni siquiera internet había en las salas donde sesionaría la convención, responsabilidad de -como decía el pueblo en el siglo XX- "un futre" de apellido Encina obviamente molesto de ver que en lugar de la socialdemocracia moderna y liberal, los salones del ex congreso eran ocupados por la tía Pikachu, un motón de "indios" y muchachas con poleras con la cara de Gladys Marín ¡Qué horror! Los rotos se tomaron la Convención...

 A estas alturas, la única posibilidad que le queda a la derecha es, como decía Trotsky, apelar al poder que todavía le queda, que está en el Congreso. El gobierno es un espantapájaros, una sobra del festín de los neoliberales que ya no tiene nada que ofrecer de enjundioso. 

El discurso de la derecha ha sido hasta ahora, la defensa de la legalidad, del acuerdo del 15 de noviembre, intentando, como era de suponer, contener a la Convención Constitucional, limitando sus atribuciones y poniendo en cuestión su legitimidad. Evidentemente, es imposible que impida su funcionamiento y el resultado que seguramente ni en sus peores delirios, temió Jaime Guzmán, una nueva Constitución democrática surgida de una auténtica deliberación de la sociedad, de todas las naciones y culturas que la componen, de las clases y movimientos sociales que son parte del pueblo.

Como no tiene aliados tampoco en la Convención, la derecha seguramente los va a buscar y eventualmente encontrar en el Parlamento, donde sobreviven todavía varios fósiles de la transición, dirigentes de la Concertación. Hay que estar alertas y movilizarse precisamente en función de conjurar que la cocina del Parlamento obstaculice el trabajo de la Convención. Obviamente lo va a intentar a punta de leguleyadas y recursos administrativos porque argumentos políticos y atribuciones en medio de la oleada transformadora que significa el proceso constituyente, le quedan pocas. 

Por otra parte, el problema del reglamento sigue siendo importante, pese a que la derecha haya perdido el poder de veto pues ni siquiera alcanzó el tercio. El reglamento debe facilitar el acuerdo entre los convencionales del pueblo. Bajar el quórum de aprobación es una manera de hacerlo pero especialmente, establecer los plebiscitos intermedios como mecanismo de resolución de diferencias y cuestiones no resueltas en la Convención. Es además una manera de mantener el estado de alerta y movilización de la sociedad alrededor de la Convención.

Las fuerzas transformadoras presentes en la Convención, finalmente, se tendrán que expresar también en el próximo Parlamento que se elegirá en noviembre. La Convención se prolongará a pesar de la derecha y la oligarquía neoliberal y así debe propiciarlo la propia Convención facilitando y propiciando el debate de la sociedad civil. Chile está cambiando. La oligarquía resistirá; ya lo está demostrando incluso en las primeras horas de funcionamiento de la Convención. Conjurar las conspiraciones palaciegas, especialidad de la derecha y la reacción, es una tarea fundamental. Vigilar la actuación del Congreso, y movilizar a la opinión pública son las tareas del momento.

viernes, 2 de julio de 2021

Al otro día del triunfo

             Diego Rivera. El hombre controla el universo por medio de la técnica

 En los momentos decisivos de la historia, los grandes movimientos políticos y sociales, no necesitan demasiadas explicaciones. El pueblo las vive prácticamente en el trabajo, en el barrio, en la escuela y en el consultorio; en las grandes movilizaciones de masas y encuentra finalmente la forma apropiada de expresarlas. Son momentos que se prolongan en el tiempo y que marcan la vida de generaciones enteras. Son los momentos en que las cosas ya no pueden seguir siendo como eran hasta entonces y la sociedad se plantea grandes transformaciones. 

El Frente Popular, la Revolución en Libertad; son expresiones de esos momentos determinantes de la historia en que las cosas ya no pueden seguir siendo como hasta entonces y esa tensión se expresa en enormes movimientos de masas. 

La expansión de la educación pública y la cultura impulsada por el Estado desde la Ley de Instrucción Primaria Olbligatoria; de la red de empresas estatales que se crean al alero de la CORFO, saqueadas por la dictadura militar y que explican la fortuna de varios "emprendedores"; la reforma agraria y la Ley de Juntas de Vecinos para culminar con quizás la obra más emblemática de la Nación en el siglo XX, la Nacionalización del Cobre durante el gobierno popular. 

Todas estas obras expresan ese movimiento histórico y de masas que se va desarrollando en la lucha entre lo viejo y lo nuevo; entre el atraso y la exclusión y las aspiraciones de desarrollo e igualdad de las mayorías. Se trata de una cuestión de sentido, no de radicalizad. Las grandes reformas, expresan por así decirlo el espíritu de un pueblo, una idea, una necesidad; una razón por la cual vale la pena luchar. Será la misma lucha; el desarrollo del programa y sus logros; también la oposición que encuentre en su implementación lo que va a plantear nuevas tareas al pueblo y a las fuerzas democráticas, como fue en el siglo XX, por ejemplo respecto de la democratización del sistema político expresada en la creación del registro electoral y la cédula única para erradicar el cohecho. O la profundización de la reforma agraria -comenzada por Frei- durante el gobierno popular de Salvador Allende. 

Chile en la actualidad, está atravesando por uno de esos momentos donde ya no sólo son necesarias algunas o muchas reformas, sino una transformación de la sociedad. El programa de gobierno, debe contener ese espíritu, no ser un catálogo con el conjunto de medidas a adoptar, ni una lista de necesidades por resolver. No se debe temer a hablar por ejemplo de "soberanía", "desarrollo"; "progreso"; "igualdad". Son precisamente las ideas posmodernas y liberales que renuncian a la transformación; que se conforman con pequeños ajustes bajo el supuesto de que la iniciativa individual o mejor dicho, millones de opciones individuales sumadas van a encontrar espontáneamente y en forma autónoma la respuesta a sus demandas, lo que fracasó y está en retirada. 

Eso es la cultura en el programa. Una idea inspiradora de vidas que relaciona la biografía de millones con la historia de un país. Historias de familias que migran, que trabajan, que habitan un territorio y que van conformando clases sociales, movimientos de masas que luchan por su felicidad. Eso fue la formación de la clase obrera y los empleados en el siglo XX. Del magisterio y la intelectualidad universitaria; del movimiento feminista, de pobladores que aportaron al movimiento popular conocimiento, arte, técnica, valores, una cultura original que se expresó luego en la Nueva Canción Chilena, en el movimiento muralista, en el teatro experimental; en la poesía de de Rockha, Neruda y la Mistral. 

Los conflictos que desde ya se pueden prever en el transcurso de la implementación del programa, producto de la resistencia de las clases privilegiadas por cuarenta años de neoliberalismo después del triunfo de noviembre, van a requerir la movilización de millones. No será la obra de un gobierno, ni de una coalición de partidos políticos, la que garantice el triunfo ni las reformas contenidas en él, sino de la movilización popular tras un programa que exprese efectivamente la tensión entre lo viejo y lo nuevo y que le de sentido a las vidas de millones que aspiran a la felicidad.