miércoles, 30 de marzo de 2022

Un Gobierno y una Convención asediados

Honoré Daumier. El levantamiento. 1860



Este título puede sonar un poco tremebundo considerando los niveles de popularidad y respaldo que el pueblo ha expresado una y otra vez al proceso de cambios que experimenta el país desde, a lo menos, el plebiscito constitucional del 25 de octubre de 2020. Eso sin contar la ola de movilizaciones feministas, de trabajadores y trabajadoras, ambientalistas y jóvenes que desembocaron en el 18 de octubre de 2019. 

El gobierno del Presidente Boric, representa la esperanza de que los cambios reclamados desde las calles y posteriormente en las urnas, se hagan realidad. Y la Convención Constitucional, la de tener una Constitución que nos represente realmente a todos y todas y no sólo a los poderosos, como la constitución actual.

Sin embargo, como era de esperar, la derecha, los empresarios, los conservadores, y sus cipayos, han puesto en marcha una feroz campaña de desprestigio y obstrucción a aquellos cambios. 

Una mención especial en esta historia de infamia, merecen algunos personajes que resulta ineludible -aunque molesto- nombrar . El columnista de El Libero Pepe Auth; el sobrino del poeta Enrique Lihn, líder de los amarillos; Mariana Aylwin; el extravagante Fulvio Rossi. Su lugar en ella quedará escrito como uno de los más indignos y serviles de los que se tenga memoria.

La derecha, el gran empresariado, las transnacionales, sólo hacen honor a su historia y defienden las pornográficas tasas de ganancia que el modelo neoliberal les ha garantizado en los últimos cuarenta años. La radicalidad de su campaña; la intensidad de su propaganda; su encomiable persistencia en el desarrollo de esta labor de crítica y obstrucción, lamentablemente, contrasta con la pasividad con la que la izquierda actúa para defender a su gobierno, a la Convención y al proceso de cambios. 

A sus triunfos electorales; al avance de la redacción de una nueva Constitución, le corresponde una reacción de la derecha y los empresarios, multiplicado por millones a través de los medios de comunicación que controla. Sin embargo, el estado de lamentable debilidad en que se encuentra la central sindical más importante del país; la dispersión y lenta desaparición del movimiento NO+AFP;  del movimiento estudiantil, de la movilización feminista y del movimiento ambientalista, son en cambio un factor que los vuelve inermes. 

Las transformaciones, por muy favorables que sean para los intereses del pueblo, están encapsuladas en la institucionalidad y cuando la lucha de masas irrumpe, pareciera no tener propósitos claros ni relación alguna con ella.  

En lugar de identificarse con las organizaciones sociales y de masas, el contenido de sus reivindicaciones, movilizarse también para defender a su gobierno del ataque sistemático y artero de la derecha, los empresarios, y su ejército de loros, los partidos y organizaciones de izquierda, se debaten en los problemas de la administración del Estado y en su afán por demostrar capacidad de gobernar, parecieran olvidar a ratos su rol de agentes de cambio social y político. 

La autonomía de los partidos, por esa razón, es un capital que se debe cuidar. La Concertación, de hecho, terminó convirtiéndose en el "partido transversal", precisamente por no hacerlo. El gobierno debe gobernar; el pueblo luchar por sus reivindicaciones; y los partidos de izquierda y progresistas interpretarlos y darles un sentido, no separar la lucha de masas de las tareas de administración del Estado. 

La desigualdad escandalosa de nuestra sociedad, producto de la apropiación privada de todo lo real por un  puñado de empresas, es causa de las contradicciones que la cruzan en todas sus manifestaciones. En el trabajo; en la educación y la cultura; en los barrios y en su relación con el medioambiente. La izquierda chilena se define precisamente por su posición frente a estas contradicciones. Ello determina el lugar que ocupa en la política, no la adscripción a un vago ethos progresista que da lo mismo para un barrido que para un fregado. 

Partidos "instrumentales", "programáticos"; movimientos sociales "autónomos", etc. se han visto florecer y marchitarse en estos treinta años varias veces. Su aporte, asimismo, disiparse como el vapor en la misma medida que nacen y mueren con la emergencia de las contradicciones en las que el neoliberalismo se manifiesta con una naturalidad que finalmente se transforma en fascismo puro y duro. El riesgo de una involución reaccionaria está siempre presente mientras no haya sido derrotado en forma definitiva.  

La unidad de pueblo en torno a la defensa de la democracia; de los derechos sociales, políticos y culturales de todos y todas, tal como lo demostró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales recién pasadas, demuestra que es posible derrotarlo. La movilización popular y de las organizaciones sociales. Y especialmente, la de la izquierda en la defensa del proceso son más necesarias que nunca. Combatir el asedio del gobierno y la Convención es una tarea de la izquierda y del pueblo. No hacerlo, un regalo para la derecha y los nostálgicos de los viejos buenos tiempos de la democracia de los acuerdos y todos los conservadores que quieren que nada cambie. 

viernes, 18 de marzo de 2022

El centro, ¿está de vuelta?

Jacques Louis David. El juramento de los Horacios. 1784



El "centro político" está de vuelta por sus fueros o a lo menos, eso pretende. ¿Qué importancia real puede tener esta compulsión centrista? 

Alguna vez, el "centro" representó una idea política que consistía en realizar reformas graduales y consensuadas con la derecha, sin cambiar la Constitución.  

A la vuelta de treinta años, sin embargo, el resultado de esta política se expresó en mercantilización de la vida social, burocracia y autoritarismo; contaminación y destrucción del medioambiente; en endeudamiento, bajos salarios y especialmente, en un aumento de la desigualdad a niveles repugnantes.  

Pese a lo anterior, antiguas glorias del centro, insisten en reivindicar contra toda la evidencia disponible, la misma receta.  

¿Tozudez?, ¿voluntarismo?, ¿dogmatismo?, ¿autocomplacencia? o simplemente ¿ceguera política?

Ni siquiera todos quienes protagonizaron ese período se atreverían a sostenerlo sin ruborizarse. Menos el pueblo, sometido a la más despiadada sobreexplotación; conminado a pagar por todo con tal de tener acceso a bienes y servicios mínimos -no hablemos de calidad-.  Excluido y discriminado si no calza con la idea dominante del "emprendedor"; el "exitoso"; con el ideal "meritocrático" de la cultura dominante, coartada de los liberales para justificar el retiro del Estado, la profundización de su carácter subsidiario y fuente de frustración e infelicidad de millones.  

Esa es la razón, seguramente, para que todos los protagonistas de la "democracia de los acuerdos" se estén yendo a España o no tengan ninguna relevancia ni incidencia. 

La única finalidad medianamente razonable que podría tener su tozudez, es sumarse al coro de críticos de la Convención Constitucional encabezado por Piñera, que en su última alocución al país tiene la desfachatez de pontificar acerca de sus debates y augurar temibles catástrofes en caso de seguir elaborando una Constitución distinta a la actual. 

Los representantes intelectuales, académicos y políticos del centro, insisten por ello -aunque suene pasado de moda- en sus recetas fracasadas e imposibles. No para reinstalarlas en el debate político sino para poner un muro que contenga, en lo posible, las transformaciones que haría posible una nueva Constitución. 

De modo similar al coro de economistas críticos del programa de gobierno del Presidente Boric -quienes, para no quedar en evidencia, argumentan toda clase de limitaciones técnicas-, este nuevo "centro" oculta su conservadurismo y su nula voluntad de realizar cambios efectivos, tras un refrito ideológico que mezcla dogmas de la economía política neoliberal, consideraciones de un republicanismo conservador y especialmente máximas del sentido común dominante.  

En efecto, toda la postura de este nuevo "centro político", se basa en su adscripción "ingenua" al estado de cosas actual, como una suerte de realidad natural y no como el resultado de la acción práctica de sujetos políticos y sociales.

Según esta ideología pequeñoburguesa, en sus homéricos afanes refundacionales, la Convención Constitucional está pasando por alto precisamente los datos de realidad que este sentido común neoliberal ha transformado en verdades apodícticas. Este presunto nuevo centro no lo dice abiertamente pero en el fondo coincide con los gremios empresariales, los centros de estudio de la derecha, el Consejo Fiscal Autónomo y todo el batallón de ideólogos y políticos conservadores en su afán de preservar lo que se pueda de la Constitución de Pinochet. 

Ni una sola idea nueva. 

Esa ausencia de ideas, acarrea agua al molino derechista. Ciertamente, no a la derecha fanática de Kast y sus republicanos, demasiado tosca como para no parecer un retrógrado acercándose a ella. Existe, sí, un auditorio en la derecha tradicional dispuesto a escuchar y entonar la vieja canción de la democracia de los acuerdos, la medida de lo posible, etcétera, etcétera, etcétera. El centro, en este caso, queda definido más por la radicalidad de la ultraderecha que por sus propias ideas. 

Su torpeza sumada a su mojigatería, en todo caso, terminan por facilitarle el camino. Atontan a las audiencias con su letanía de recetas dizque "realistas" y su simplificación grotesca de los debates de la Convención, repetidas majaderamente a través de los medios de comunicación de masas. Por medio de la presentación distorsionada del discurso, las propuestas y las acciones del Gobierno, del Presidente, sus ministros y ministras.

En buenas cuentas, este nuevo centro, representa la comodidad del que presume su conservadurismo, con aires de gran sabiduría, como si se tratara de realismo político. Que puede seguir esperando otros treinta años viviendo de las migajas que caen de la mesa de las transnacionales y los grupos económicos, mientras el pueblo sufre privaciones, enfermedad, inseguridad y abuso.

En la hora actual no hay mucho espacio para medias tintas. El plebiscito en que se someterá a la consideración del pueblo la Nueva Constitución tiene sólo dos opciones con consecuencias bastante precisas.

Mientras los nostálgicos de la democracia de los acuerdos trabajan afanosamente para reformar el artículo de la Constitución que les permitiría resolver en el Parlamento una fórmula que los dejara a todos contentos, el pueblo, Apruebo Dignidad, el Gobierno y los partidos que lo apoyan, deben fortalecer su unidad tras la única consigna que tiene sentido en la actualidad: defender la Convención para derrotar definitivamente al Pinochetismo y aprobar una nueva Constitución.


jueves, 3 de marzo de 2022

Acerca de la responsabilidad de los intelectuales

Jean Antoine Watteau. Los comediantes italianos




Como se puede apreciar sin ser muy sagaz, la derecha ya está urdiendo el complot para hacer fracasar la Convención. 

Acusar sin fundamentos ni pruebas que le están pasando la máquina -manera deshonesta de victimizarse por su incapacidad política y ausencia de ideas como no sea defender las contenidas en la Constitución actual-; tergiversar el contenido de lo propuesto y luego aprobado por la Convención, y presentar tales paparruchas como algo plausible y que a algún sector de la opinión pública pueda atemorizar, no le ha costado tanto. 

En efecto, la mentira es el arma más poderosa que el fascismo ha usado en todos los tiempos, lo que en la actualidad ha sido elevado a la milésima potencia gracias a la velocidad y alcance con que circula la información a través de los medios. Trump es uno de sus cultores más eximios. 

Este método se basa en la destrucción sistemática de la razón por parte del neoliberalismo. La presentación de sus dogmas como verdades objetivas, puros "hechos" sobre los que no es necesario reflexionar, salvo para adaptarlos, acomodarlos a los prosaicos mecanismos de su pobre lógica como si se tratara del aparato de tortura medieval conocido como "el potro".

La verdad ha sido reemplazada por el criterio de la mayoría y la opinión pública por el resultado de una encuesta. Todo el contenido humano, racional, sensible de la democracia ha sido vaciado en los últimos treinta años y reemplazado por un vago ethos de la responsabilidad y la eficiencia. 

Es extraño, en ese sentido, que connotadas figuras académicas e intelectuales se hayan prestado para semejante operación, consistente en limitar la Convención Constitucional a la adaptación de sus resoluciones a los límites de lo existente. Ciertamente, un ejercicio de una mediocridad supina, presentada como "responsabilidad" fundada precisamente en esa ética de "lo bien hecho", "lo realista" o "la medida de lo posible".  cuando no es más que conservadurismo.  

Lo hacen sin darse cuenta, aparentemente, del lugar de comparsa que están jugando. Los niveles escalofríantes de manipulación mediática, en este sentido, no aprobarían ni el más mínimo test de seriedad en una sociedad auténticamente democrática y aún así los intelectuales les prestan oídos y declaran entristecidos, decepcionados, conmovidos -cuando no con tono pontificador- que la Convención ha traicionado sus nobles expectativas. 

Estos académicos se instalan en un lugar de superioridad intelectual que nadie les asignó  excepto ellos mismos y su capacidad para arrimarse al poder político dominante en los últimos treinta años, sin darse cuenta de la ingenuidad pueril de su pretensión y la irrelevancia de sus opiniones, de no ser por la tribuna de la que gozan en los medios del sistema. 

Al pueblo poco le interesan las alambicadas disquisiciones de ex poetas, sociólogos de lo inexistente, mercaderes de la política educativa o ingenieros. El país sufre una grave crisis que es expresión, por lo demás, de una coyuntura histórica en que la humanidad enfrenta desafíos desconocidos y de los que son expresión la crisis climática, el fenómeno mundial de las migraciones, la carrera armamentista, el agotamiento de los recursos naturales, el aumento de la pobreza y la exclusión, la bancarrota del eurocentrismo, etc. 

Por esa razón, se va a abrir paso, y de hecho ha sido así, un movimiento popular que se expresa en la Convención. Es la razón para que la derecha, el desfalleciente gobierno de Piñera y la jauría mediática, la ataquen sistemáticamente y con vergonzante hipocresía, se deshagan en gestos de amistad cívica con el gobierno entrante -por cierto, no sin dejar caer algunos manotazos de ahogado contra algunos ministros, ministras y otras autoridades del Ejecutivo-. 

Es en el contexto de la campaña difamatoria, que intenta limitar por la vía de los hechos  a la Convención, acusándola de afán refundacional -como si se tratara de un despropósito cuando es precisamente para lo que fue electa-  que se explica el terror de los intelectuales y de la academia. ¿Miedo a perder prestigio, influencia, status? Tal vez, pero especialmente, miedo a perder la seguridad de la que han gozado en sus pequeñísimos cubículos literarios y pseudocientificos, aún a costa de detener transformaciones necesarias y posibles.

La derecha y las clases dominantes, como siempre, han sabido sacar provecho de este miedo que además, es el mismo que explota y ha explotado siempre el fascismo entre sectores de clase media que viven de la ilusión de ser parte del sistema y beneficiaria de sus resultados, hasta que empieza a apretar el zapato. 

Cuando eso pasa, sin embargo, suele ser demasiado tarde. Es de esperar que no sea ésta la ocasión. Los intelectuales, a lo largo de la historia, desde Giordano Bruno a Paulo Freire, han jugado un papel mucho más relevante que el de advertir catástrofes inexistentes. La única sería en este caso, desperdiciar la oportunidad de construir a través -aunque no exclusivamente- de una nueva Constitución una sociedad más justa, más humana, más inclusiva, más soberana, más respetuosa del medioambiente.