martes, 22 de abril de 2025

La primaria que no fue, prefacio del fascismo



Juan Dávila. El café Haití. 1997


La caída de la primaria con la que la derecha tradicional pretendía rodear de un aura de legitimidad y representatividad a su eterna promesa, Evelyn Matthei, terminó como era previsible en el más bochornoso de los fracasos. La confirmación de algo que hace meses se veía venir, el desfondamiento de su candidatura y la intrascendencia política en que su sector ha caído. 

Sus erráticas declaraciones y actuaciones políticas -inconscientes lapsus pinochetistas y fascistoides que dejaban en evidencia su auténtica naturaleza política y de clase reprimida por su sentido de la realidad y su funcional acuerdo con el centro político durante las últimas décadas- han terminado por abrirle las puertas de par en par al fascismo declarado de los grupúsculos ultras que se han desprendido de sus filas y que se preparan para reeemplazarla en la representación del gran capital financiero, la reacción internacional y el consevardurismo religioso, moral y cultural. 

Este relevo no será -no lo ha sido- tranquilo y sin sangre. Ya el mismo día Matthei las emprendió contra Kast, Kaiser y el resto de la SS criolla para culparla de su previsible incapacidad de triunfar en las próximas elecciones presidenciales, al menos en primera vuelta. El ruidoso fracaso de Chile Vamos,  confirma una de las características que hace meses define la situación política, que es la dispersión que reina entre las filas derechistas. Dependiendo de la capacidad de la emergente reacción ultraconservadora, esta situación de dispersión puede proyectarse en el tiempo generando condiciones favorables para las fuerzas democráticas o resolverse a su favor como ocurrió antes en Argentina. 

Dicha capacidad está dada por la fuerza de masas que representa y que silenciosamente se va abriendo paso entre las ruinas de la sociedad civil que han dejado más de cuarenta años de neoliberalismo -más o menos adocenado, más o menos radicalizado-. La fuerza de Kaiser y de Kast, reside precisamente en la destrucción de los vínculos sociales que el individualismo y la competencia desenfrenada ha dejado como resultado. 

También en la transformación cultural que ha hecho de la sociedad una colección de cosas, cosas que se pueden obtener sólo en el mercado; mercancías que son como las cuentas de vidrio de los conquistadores españoles del siglo XVI, fetiches que ocultan relaciones de dominio y subordinación tras la apariencia de su falso brillo. Para el neoliberalismo la sociedad no está conformada por seres humanos concretos que producen herramientas, alimentos, obras de arte, tradiciones, caminos y casas; seres humanos con intereses de clase, cultura, raza, género u orientación sexual diversas, sino consumidores dispuestos a matarse con tal de conseguirlas.  

Es lo que le da la apariencia de representar una energía en movimiento, aun cuando no sea más que la repetición del sentido común; el acatamiento dogmático de las condiciones de la dominación, resumido en frases como "mañana igual tengo que ir a trabajar"; "todos los políticos son iguales"; "la calidad se paga"; "con mi plata no", etcétera.

A ese sentido común autoritario y conservador, no se lo podrá derrotar repitiendo sus mismas frases; sus mismas recetas o tratando de demostrar más afinidad con él, sino desenmascarando su sentido de clase, esto es sus auténticos beneficiarios que son las AFP's, las cadenas del retail, bancos y empresas financieras; conglomerados de la eduación privada e instituciones conservadoras que han hecho de la "colaboración" con el Estado un lucrativo negocio. 

Platearle a la sociedad que las tareas necesarias para superar su frustración frente a los bajos salarios; el alto endeudamiento; el encarecimiento del costo de la vida apenas compensado por políticas focalizadas aun cuando el margen  de sus beneficiarios se amplie, pasa por la recuperación del poder de negociación de los sindicatos y la capacidad del Estado para regular el mercado y ser garante de los derechos económicos, sociales y culturales del pueblo. Especialmente en lo que respecta al acceso a la vivienda. 

La reacción no tiene complejos para utilizar dicha frustración demagógicamente para volverla contra los mismos sindicatos que hace rato debieran ser la vanguardia de la lucha contra el fascismo; contra el inmigrante; el mapuche; la mujer y las divergencias sexogenéricas con tal de lograr una sociedad más homogénea, más dócil y fácil de domesticar. La izquierda y el auténtico progresismo no puede tenerlos para desenmascararlo, combatirlo y derrotarlo. 





 

martes, 15 de abril de 2025

Caen las caretas


Hannah Höch. Kaiser Guillermo II. 1919-1920


Uno de los efectos de la crisis de la globalización neoliberal ha tenido, es dejar en evidencia el carácter ideológico de la teoría y discurso sobre el que se sostiene y sus falsas pretensiones de infalibilidad científica. A sus nefastos resultados (deterioro del medioambiente; aumento de la desigualdad a niveles intolerables; desarrollo autónomo de la tecnología al punto que ha puesto en cuestión la libertad del ser humano), ya ni siquiera pueden oponer las cifras de crecimiento económico que ostentó en los noventa del siglo pasado, obtenidos precisamente gracias a todas las anteriores. 

En efecto, el peligro de la recesión  vuelve a asolar a la economía mundial y la única respuesta de las derechas y los liberales para enfrentarla, es aplicar las mismas recetas que han dado origen a todas estas características de las sociedades neoliberales y que la han provocado. 

Queda en evidencia, pues, que su pretendida objetividad no es más que un velo que encubre las obscenas ganancias de transnacionales que crecen en relación inversamente proporcional con la libertad y realización del ser humano y los derechos de la naturaleza. Su única manera de sustentarlas es la transformación del Estado en un aparato que no representa la realización de una comunidad racional sino un mecanismo de control, de medición, administración y gestión de dichas cifras que en el fondo no son otra cosa que la expresión de sus ganancias.

Su esfuerzo consiste en hacer coincidir la realidad con sus teorías lo que no es posible sino sobre la base de aplicarle una violencia proporcionalmente equivalente. Es lo que representan los brutales planes de ajuste que ha impuesto Milei en Argentina; la distopia salvadoreña de Bukele; el genocidio de Gaza; la carrera armamentista destada por la UE en medio de su bancarrota moral y política; el reciente fraude de Ecuador o la crisis permanente en la que vive la República del Perú, a lo menos desde la caída de Kuszinski. 

El guaripola internacional de la reacción, sin duda, es el Presidente de los Estados Unidos, a cargo de su propia republica bananera, con planes de ajuste a cargo de un billonario sudafricano, deportaciones ilegales, campos de concentración en Guantánamo y El Salvador, una crisis constitucional en curso que ha puesto en vilo el histórico consenso de republicanos y demócratas sin que ninguno acierte hasta ahora a oponer una resistencia efectiva. Ello tal vez porque es una especie de bonapartismo que tiene como propósito recuperar la posición hegemónica del imperialismo norteamericano en medio de este nuevo contexto, propósito compartido por ambos.

La "crítica" no consiste en elaborar novedosas teorías que expliquen los cambios operados en los últimos treinta o cuarenta años por el capitalismo o en realizar una "renovación", sino descubrir las paradojas propias de su desarrollo y su carácter interiormente incoherente. Al no poder encontrarles solución sin negarse a sí mismo, su única alternativa es inisistir en ellas. En eso consiste el fascismo. No es extraño, en este sentido, que dos de las más importantes renovaciones del marxismo occidental del siglo XX, como son el pensamiento de Gramsci y la teoría crítica, hayan surgido como una respuesta a su surgimiento. 

Este, además, pretende hacer retoceder a nuestras sociedades en relación a derechos conquistados, precisamente a partir de la pretensión de desconocer dichas transformaciones, que son el resultado de su propio desarrollo. A una creciente consciencia del daño que ha provocado al medioambiente que lo hace insostenible o al reconocimiento de las diversidades sexogenéricas; la igualdad de género, la creciente visibilidad que ganan los derechos de las personas mayores o de quienes realizan labores de cuidado, el fascismo les pone la etiqueta de "woke" sin comprender aparentemente que los pueblos del mundo no lo van a tolerar porque desconoce la sociedad real. De hecho, le aplica ya -por lo demás- medidas que implican desconocer sus derechos en Argentina y los Estados Unidos por ejemplo. 

Una mención especial merece el retroceso que propugna en materia de derechos de trabajadores y trabajadoras a sindicalización, huelga, negociación colectiva, seguridad social, educación y salud públicas que sólo brillan por su ausencia en sus documentos, congresos, las propuestas y el discurso de sus representantes. Son simplemente ignorados por el fascismo porque es la misma negación de su necesidad y de su legitimidad moral y cultural, lo que trae aparejada la violencia extrema con la que en el futuro se puede prever que tratará al movimiento sindical y de trabajadores y como de hecho el neoliberalismo ya lo hace aunque con una pátina de consenso y tolerancia. 

El tiempo se le agota. No puede seguir disimulando pretensiones de objetividad ni de racionalidad científica. Se le cae la careta y en la misma medida crece su intolerancia y su violencia. Señal inequívoca de su debilidad y de la posibilidad de derrotarlo. Pero eso depende en todo caso de la voluntad de quienes creen en la democracia, los derechos humanos y la paz. 

 

jueves, 10 de abril de 2025

Los besaculos

Hans Holbein. Retrato de Enrique VIII. 1540
                                            

Haciendo gala del estilo impertinente y soez que lo caracteriza, el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, declaró que todos los gobiernos que tras su anuncio unilateral y matonesco de subirle los aranceles solicitaron volver a negociar, ahora se disponen a besarle el culo. Justamente, la receta que propone la derecha para enfrentar el nuevo escenario que, a su pesar y en sus propias palabras, cambia por completo el que había predominado en los últimos treinta años. 

Las diferencias que se pueden apreciar entre sus filas, no van más allá de un matiz sentimental que va de una pantomima de indignación (Matthei) a una abierta satisfacción (Kast), pasando por los llamados a la cautela y la expectativa ante las posibilidades de desarrollo de la nueva situación que motiva su estupefacción (Kaiser). En el colmo de la  abyección a la que la ha arrastrado su defensa de los ricos y los poderosos, todos los candidatos de la derecha coinciden en comportarse como las mascotas que son y hacer lo que su patrón sugiere: besarle el culo y ofrecer al gobierno, incluso, a sus equipos de economistas "expertos" para hacerlo. Se escandaliza porque el presidente Boric, dijo en India que Trump se comporta como un emperador y lo peor, se aterra ante la posibilidad de que se moleste por ello. 

Su falta de dignidad no puede ser más grotesca. Y más grotescos aún, sus arrebatos de molestia con el Presidente, mientras Trump los basurea a ellos y a todos los seguidores de la letanía neoliberal del libre comercio que siempre favoreció a los poderosos, cuestión que ellos, súbitamente, descubren recién cuando empieza a afectar a sus patrones. Esa indignación, en todo caso, no pasa de ser puro sentimentalismo en la medida que su compromiso ideológico y de clase con el imperialismo, les impide ver sus fundamentos materiales y proponer otras soluciones que no sean "besarle el culo". 

Estas obviamente, si es que realmente se propusieran ir más allá de la mera sensiblería, debieran proponerse la recuperación de nuestra soberanía y limitar nuestra dependencia de los vaivenes del mercado internacional. Este, según sus propias declaraciones, comienza a fragmentarse y partiendo por los Estados Unidos, cada país, a cerrar sus fronteras, al menos hasta que los sollozos de las viudas de la globalización comuevan a Trump y su séquito para  volver a abrirlas o en caso contrario, buscar nuevos socios, en caso de que quede alguno disponible en este nuevo escenario. 

Esta transformación que demuele en un abrir y cerrar de ojos las bases materiales de sus convicciones doctrinarias e ideológicas y que deja al desnudo los fundamentos morales, culturales y de clase de su posición política, debe ser una oportunidad para desplegar un proyecto de cambios profundos de la sociedad basados en la recuperación de nuestra soberanía económica; disminuir nuestra dependencia de las materias primas y utilizarlas como fuente de creación y fortalecimiento de la industria nacional y el empleo. Asimismo, la recuperación de los salarios y que sean éstos, y no el endeudamiento -origen de burbujas y fraudes que se urden a costa de los consumidores-, la fuente de donde provenga la dinamización del consumo y el mercado interno. 

En este nuevo contexto en que el imperalismo se saca la careta y la prédica, casi misionera, acerca de las bondades del libre comercio dejan su lugar a la reivindicación de su vocación hegemonista y expoliadora, la integración de los países latinoamericanos se hace más urgente que nunca y por consiguiente, también el combate en contra del neofascismo criollo que insiste en hacerle genuflexiones y dar muestras de su buena conducta servil. Cuando la derecha lo único que ofrece es profundizar las bases excluyentes, inequitativas, y rastreras de su política, lo más patriótico y progresista es la superación definitiva del neoliberalismo político, económico y cultural, sin medias tintas. 



sábado, 5 de abril de 2025

Instrucciones para enfrentar al fascismo


Kurt Schwiters. MZ 318 CH., 1921 (collage)


Si hay algo en lo que prácticamente todos los sectores políticos que no son de derecha coinciden, es en el peligro que representa el fascismo hoy por hoy. Las demostraciones ya son demasiadas y demasiado evidentes como para seguir considerando a sus representantes como Milei, Bolsonaro o la dupla KK, simples radicales o fanáticos que perdieron la chaveta. Eso ya es un paso adelante. La idea de realizar una primaria lo más amplia posible en ese sentido se va abriendo paso, lo que también representa un avance. 

La irrupión del fascismo, además, desordena a la derecha tradicional, de manera tal que deambula entre una más que sospechosa tolerancia con éste, la reivindicación de sus matices y una abierta renuncia a sus pasadas afirmaciones democráticas y de respeto por los Derechos Humanos -por falsas que fueran-. Chile Vamos se mueve entre la "motosierra" y la "podadora", según las circunstancias, el cálculo electoral y los intereses en juego.

Las políticas impulsadas por el jefe internacional de esta banda, Donald Trump, desarman en pocas horas, además, sus antiguas creencias y principios doctrinarios sin que sus epígonos criollos acierten a articular una sola frase para comentarlas -así como el batallón de economistas liberales que cita El Mercurio diariamente- excepto para ver oportunidades en nimiedades que les permitan seguir sosteniéndolas mientras se caen a pedazos o decir "podría haber sido peor". 

Lo único que le queda es su odio por los pobres; su atávico miedo a las clases trabajadoras; a los excluídos y excluidas y su defensa del repertorio de valores más anacrónico posible, que son lo único que sostiene su posición de dominio en nuestras sociedades actualmente a falta de doctrina, propuestas y acciones consistentes. Trump mismo es un ejemplo suficientemente elocuente al respecto.

El fascismo es, pues, no una anomalía del sistema democrático ni una amenaza que proviene del exterior sino el resultado del neoliberalismo, su última trinchera, el único argumento que le queda para sostenerse. En este sentido, el desconcierto que a muchos aqueja en la hora actual no es otra cosa que una manifestación de la naturalidad con la que los pincipios del neoliberalismo fueron asumidos en el pasado: la privatización, la apertura comercial, la desregulación de los mercados y la flexibilización del trabajo. 

No se puede combatir al fascismo, entonces, sin oponerle al repertorio de reproducciones remasterizadas del neoliberalismo que propone, incluida su obsesión por el control y la seguridad, una alternativa que salga de los bordes que éste implantó en los últimos treinta años, y que por cierto excluyen los derechos de los trabajadores a la negociación colectiva y a una huelga efectiva. También la posibilidad de que la sociedad asuma la organización racional de las vidas de los seres humanos y sus relaciones con la naturaleza, entregadas a la supuesta "mano invisible" del mercado. Los derechos humanos de migrantes, pueblos indígenas, mujeres y disidencias sexogenéricas (primeras víctimas sacrificiales del fascismo según lo han declarado y demostrado prácticamente en todos los países en los que ha llegado al poder). 

Por cierto, no se trata de un debate de "ideas", que se expresarían simplemente en el lenguaje de la amistad cívica y de un consenso que por todo lo dicho es absolutamente imposible; se trata de una intensa lucha política y de masas por la hegemonía cultural, por los valores que debieran inspirar a la sociedad a la que aspiramos todos quienes estamos dispuestos a enfrentar al fascismo. 

El rol del sindicalismo, del movimiento social y los partidos democráticos es precisamente señalar esta inconsistencia de la derecha y movilizar a la sociedad en función de detener esta oleada fascista y llenar de contenido concreto esa oposición -no de valores abstractos de una dudosa moralidad que lo mismo dan para declararse antifascista que para oponerse al derecho a huelga. Restarse en la hora actual de esta lucha política y social puede significar la desaparición de históricos referentes del progresismo y por el contrario, asumirla como el desafío principal de la coyuntura, una oportunidad para empezar a construir el movimiento popular que en el siglo XXI pueda volver a abrir las grandes alamedas. 


miércoles, 2 de abril de 2025

El ladrón persiguiendo al juez


Rembrandt van Rijn. Los sindicos de los pañeros de Staalmeesters. 1662


La situación del Poder Judicial, se caracteriza por un desprestigio que ha descendido a niveles de conventillo, de modo tal que quienes están llamados a administrar justicia aparecen involucrados en truculentas tramas de tráfico de influencias, pago de favores y corrupción. Incluso altos magistrados conceden entrevistas para descartarse, dar explicaciones o señalar su desconocimiento, cuando es precisamente para lo contrario para lo que la sociedad y el sistema político los ha puesto en esa posición. 

La fiscalía se ha transformado en el último tiempo, en epicentro de esta crisis y corazón de la cloaca en que se ha convertido. Es evidente que no trata de la misma manera a todos a los que investiga.  A unos los persigue y expone con los pretextos más inverosímiles, incluyendo sospechosas y "oportunas" filtraciones imposibles de explicar, que contrastan con el secretismo con el que otros y otras son tratados. La colusión entre ésta y los medios es, pues, más que sospechosa, característica esencial de la crisis, y sólo un republicanismo acartonado es capaz de defender todavía estas instituciones decadentes y su hipócrita independencia, sin sonrojarse siquiera.

Así las cosas, no tiene nada de rara la proliferación de hipótesis y recetas de solución que se manifiestan luego en lo que eufemísticamente suele llamarse "dispersión" o "fragmentación" del sistema político, “mal” que pretenden resolver algunos honorables, haciéndolo más restringido, eliminando la competencia y la disidencia que provoca semejante corral, en lugar de reformar las instituciones y remover de las altas responsabilidades para las que han sido asignados, a los responsables de este vergonzoso espectáculo que ya colmó la paciencia de la opinión pública, que por lo demás es sólo uno de sus síntomas más evidentes.

Para la derecha tradicional y también para algunos dizque “progresistas” que le temen más a la transformación que al autoritarismo y burocracia del actual sistema político, el clasismo y arbitrariedad del sistema judicial y el uso y abuso que de él hace la empresa privada, la solución no es otra que reproducir esas mismas características del sistema político, económico e institucional vigente. De esa manera, aparece ante los ojos de cualquiera protegiéndose a sí misma y a la elite económica que se ha beneficiado de esta cuestionada institucionalidad, pese a toda la evidencia disponible de su incapacidad para seguir organizando la vida social.

Luego, no tiene nada de raro que las recetas facilonas de la ultraderecha y el fascismo seduzcan a masas despolitizadas que primero no entienden razonamientos tan abstrusos que pretenden decir que restringir la participación, el pluralismo y la competencia política, van a mejorar la calidad de la democracia y luego, las rechazan como demostración del encapsulamiento del régimen político y la defensa corporativa que de él realizan sus miembros a los que por esa razón se moteja de modo impreciso “clase política”, asignándoles una independencia demasiado benevolente cuando en realidad se trata de simples funcionarios pagados de las grandes empresas, como ha quedado demostrado ya innumerables veces (casos PENTA, CORPESCA, SQM, ISAPRES, etc.).

Quienes tienen la osadía de denunciarlo, son rápidamente acallados; motejados como anárquicos, disolventes, populistas, autoritarios, chavistas, castristas, intolerantes y un rosario de epítetos que sólo demuestran el temor de quienes todavía defienden el orden de cosas actual. Epítetos que procuran dar la impresión de una situación de aparente equilibrio de fuerzas que solo favorece a los fascistas que intentan asimilarse a las fuerzas políticas que legítimamente pretenden disputarse la conducción del gobierno, contando eso sí con la cándida colaboración de un progresismo exánime frente a las tareas de transformación política y social que reclama la hora actual.