jueves, 29 de mayo de 2025

Entre un Chile que muere y otro Chile que bosteza


Diego Rivera. El hombre controlador del universo. 1934


Si no fuera por los estrambóticos anuncios y propuestas de Kaiser y Kast, la previa de las elecciones presidenciales sería de un aburrimiento supino. Uno que no surge de un consenso sobre las normas de covivencia social, sino sobre la incapacidad de reflexionar acerca de éstas y de hacer propuestas que vayan más allá de las actualmente vigentes. 

Excepto la chimuchina que gira en torno a acontecimientos de la coyuntura, que son las que genera una prensa venal enredada en unas extrañas relaciones con la fiscalía que se ha transformado -como ha ocurrido en toda América Latina- en un instrumento al servicio de los poderes constituidos en los últimos treinta años, las noticias son para bostezar. 

La persecusión judicial en contra del ex alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, así como el caso Sierra Bella, caso inventado para afectar a la alcaldesa comunista Iraci Hassler, por el que allanan la casa de la diputada de la República Karol Cariola e intentan invoucrar al del FA Gonzalo Winter, parecieran ser lo único a que referirse en el debate público. 

Ahora, el abuso de funcionarios públicos con las licencias médicas, lo que por cierto es indignante y motivo para medidas administrativas y penales cuando corresponda. 

Pero excepto la clásica letanía de reducir el tamaño del Estado, lo que con entusiasmo promueve la derecha -del tipo motosierra o tijeras de podar-, nada. No hay un debate acerca del carácter del Estado, de sus funciones y estructura. Aparentemente, después del rechazo a la propuesta de la Convención Constitucional, todos dan por hecho que no hay nada más que decir al respecto o a lo menos no públicamente ni como motivo para disputar la dirección del gobierno y el poder legislativo. 

En el Parlamento, se discute con la misma modorra una reforma del sistema político que no entusiasma a nadie excepto a los incumbentes -ni siquiera a todos- y al empresariado nacional, ansioso por recuperar la estabilidad aparente que predominó en el pasado y que su avaricia y afán de lucro desenfrenado, desenmascaró como la apariencia que es, tirándola al tacho de la basura de la historia. 

Evelyn Matthei, en este sentido, es la candidata de la nostalgia. Lucía Santa Cruz, historiadora y escritora del CEP, ha planteado que una segunda vuelta entre ella y Carolina Tohá sería ideal. Lamentablemente para ellas, ni la Concertación existe, a no ser como una exigua e inconfesable añoranza, ni la derecha de los consensos es muy funcional actualmente, a la hora de aplicar los planes de ajuste brutal que aquellos esperan -como los de Trump y Milei- y necesitan para recuperar las tasas de ganancia obtenidas por un neoliberalismo pujante en la época de oro de la globalización. 

Todo lo contrario. La globalización retrocede en la misma medida que ha resultado incapaz de evitar las recesiones propias de los ciclos descubiertos por la ciencia económica y cumplir su promesa de una era de crecimiento y bienestar permanente e ilimitado garantizada por el mercado. Todo lo contrario, está en su origen. Es la razón por la cual no les queda más remedio que volver atrás y profundizar las razones de su inviabilidad; un capitalismo depredador con la naturaleza, despiadado a la hora de explotar la mano de obra y en el que el Estado no tiene mucho más que hacer que ocuparse de la represión, la seguridad y la administración de justicia.  

Modelo que para ser realizable, debe modelar sociedades más homogéneas social, cultural, racial y nacionalmente. Quimera que niega la historia y el conflicto social precisamente, expresándose en discursos de odio hacia todo lo que lo niega: sindicatos, migrantes;  pueblos indígenas y divergencias sexogenéricas. Ello parece un discurso tan inculto como para no ser tomado en serio y que, sin embargo, ha logrado encantar y movilizar a grandes masas en Argentina, Brasil, los Estados Unidos y en Europa y que seduce también a la derecha tradicional en Chile cuando las demandas por democracia y justicia social apremian. 

Sacar de esta somnolencia a nuestra sociedad es la posibilidad que la coyuntura ofrece. La reacción la aprovecha para hacer tolerable a la misma sociedad su repertorio de ajuste y represión. La izquierda, por el contrario, para negar las condiciones que usan como pretexto para imponerlas como si fueran lo único posible y proponerse la construcción de una nueva sociedad. 

martes, 20 de mayo de 2025

El futuro se define en la primaria oficialista



El Bosco. Las tentaciones de San Antonio. 1501

Las fuerzas democráticas van a asistir a una primaria única para definir el candidato o candidata que va a enfrentar en noviembre a la reacción. Son las que hace más de treinta años lucharon contra Pinochet; las que denunciaron las violaciones a los Derechos Humanos mientras otros se hacían los tontos y se enriquecían en las empresas  privadas favorecidas por la dictadura con subsidios, transferencias de recursos; compra de servicios y tercerización de funciones o tenían responsabilidades en ministerios; municipios y empresas del Estado. 

Dicha elección presidencial no es una confrontación electoral más. Se trata de un combate por la defensa de la democracia y el derecho de la sociedad a definir sus destinos sin la tutela de una autoridad  que pretende hablar por ella y pontificar acerca de lo que le conviene desde el púlpito; la comodidad de sus oficinas en Vitacura; los pasillos de fundaciones pro-familia y centros de estudio; y grandes empresas que esperan apropiarse nuevamente de riquezas básicas; contratos con el Estado y privatizaciones. Los que van por los sindicatos; las minorías sexuales y la población transgénero; por los pobres; los que quieren profundizar el despojo del pueblo mapuche y la tierra, expulsar a los inmigrantes y llenar las cárceles con todos ellos. 

No es una exageración ni una profecía catastrofista; ya Trump lo está haciendo, lo mismo que Milei en Argentina. La elección de noviembre no es una competencia entre demócratas. Es una disputa entre la democracia y el fascismo. 

En la primaria oficialista se debaten las formas de hacerlo y las ideas que van a derrotarlo para comenzar a superar las condiciones de desigualdad, exclusión y autoritarismo que permiten su reproducción. El fascismo es como un parásito que se alimenta de estas hasta coparla, monopolizar sus instituciones, medios, y hasta las conciencias de masas, que como a mediados del siglo XX, aplauden discriminación, persecución, confinamiento forzado y exterminio mientras afectan a otros y hasta que le llega el turno de sufrirlo en carne propia. 

Ya los candidatos de Apruebo Dignidad y Socialismo Democrático y sus comandos, han señalado sus diferencias de cara al país, mientras la derecha, desde Matthei a Kaiser, oculta sus verdaderas intenciones tras un grupo de consignas facilonas y de anuncios tan rimbombantes como vacíos e irrealizables. Pura demagogia. 

En la primaria oficialista, en cambio, se debaten con la honestidad y la legitimidad que les da haber luchado siempre por la democracia y la defensa de los Derechos Humanos, ideas, proyectos de país. La continuidad de reformas democratizadoras y de justicia social que impulsadas por gobiernos de distinto signo político, se vieron interpeladas por la protesta social y el empuje de masas de jóvenes, estudiantes, mujeres, pueblos originarios, trabajadores y trabajadoras que luchaban por mejores salarios, derechos a la educación, la vivienda y una previsión justa; salud oportuna y de calidad; respeto por el medioambiente y participación; contra las "cocinas" y los arreglines que escamotearon en más de una oportunidad la voluntad popular para reemplazarla por la prédica de los "técnicos".

Aspiraciones que, sintetizadas en la demanda por una nueva Constitución, se mantienen vigentes y que la derecha pretende resolver aplicando las mismas recetas que les dieron origen: privatización, flexibilidad laboral y sobreexplotación; depredación del medioambiente, consumismo y endeudamiento. Ahora, condimentado con aumento del control y la represión hacia los jóvenes y especialmente, de la juventud popular; las organizaciones sociales y de trabajadores  y usando -con el sadismo que ha caracterizado las administraciones de Trump y Milei-a los más vulnerables como chivo expiatorio: la población migrante y las divergencias sexogenéricas, persiguiéndolas, encerrándolas en campos de concentración y realizando deportaciones ilegales y arbitarias.  

La primaria oficialista no es por consiguiente el cumplimiento de un mero formalismo ni de una obligación legal; un acto "republicano" acartonado o de civismo superficial. 

Es la oportunidad para recuperar su conexión con las demandas del pueblo y las tendencias históricas y sociales que provienen de las profundas grietas que el sistema neoliberal ha abierto en las entrañas de nuestra sociedad expresadas en desigualdad, exclusión, abusos, inseguridad y sensación de vulnerabilidad frente a la violencia -tanto la mafiosa como la institucional-. Estas se han manifestado a lo largo de los últimos treinta años más de una vez. En las luchas por verdad, memoria, justicia y reparación frente a las violaciones a los DDHH; las luchas del magisterio por el pago de la deuda histórica y la educación pública y los trabajadores y trabajadoras del Estado por la defenza de la función pública y los del cobre por la defensa de CODELCO. El 2006; el 2011; el 2019, y lo seguirá haciendo mientras no haya cambios de fondo de las condiciones que las originan. 

Por eso, las ideas que se debaten, las que están en juego el 29 de junio, no son solamente respecto de cuestiones técnicas o de procedimiento. Son la expresión de una moral que superará, que debiera hacerlo, la del individualismo; la codicia y el pituto. Los demócratas no vamos a discutir en la primaria qué tanto Estado ni qué tanto mercado necesita nuestra sociedad -como lo ha planteado recientemente Alvaro García, del comando de Carolina Tohá, de una forma por demás simplista- sino para qué los queremos. No qué tan de centro o qué tan de izquierda es el programa que le vamos a proponer al país en noviembre, sino qué contenidos va a tener. 

No si es más "responsable" o si es más "utopista" sino si va a ser un programa de ruptura con el orden neoliberal vigente y las condiciones que han facilitado la irrupción de las fuerzas destructivas que amenazan a la democracia en la actualidad; si va a insistir en la vieja canción de los acuerdos o en las reformas estructurales a favor del pueblo y el medioambiente. 

Candidatos, candidatas, partidos y comandos son instrumentos puestos al servicio de este debate. Es el pueblo excluido, la gente de a pie, la que debiera protagonizarlo y hacer de esta un triunfo que se proyecte en noviembre para propínarle una derrota estratégica y definitiva a la derecha y que logre detener al fascismo en nuestro país. 



lunes, 12 de mayo de 2025

No dormirse en los laureles


Carlos Maturana, Bororo. El calefont. 1985


Afortunadamente, el sentido de realidad y las necesidades del pueblo se han ido imponiendo- más lentamente de lo deseable, en todo caso- de modo que todos los sectores democráticos tienden a agruparse en torno a la primaria oficialista. Los chovinismos de partido y las ambiciones personales han ido cediendo espacio al razonamiento frío y sencillo de que la suerte de todos está atada y que un triunfo derechista en las elecciones de noviembre, significa un retroceso para la democracia y el pueblo.  

A regañadientes, hasta los más escépticos han tenido que reconocer que el significado de la coyuntura histórica a la que ha llevado a la humanidad el neoliberalismo, no sólo en Chile sino en todo el mundo, es extremadamente delicada.  Por la catástrofe ambiental a la que se enfrenta; por la posibilidad de una tercera guerra; los riesgos de una tecnología que se autonomiza del control del ser humano como factor del crecimiento económico; las pandemias; la recesión, con sus consecuencias de desempleo masivo y hambre para cada vez más extensas legiones de seres humanos. 

La derecha se fagocita a sí misma en una guerra desatada entre sus diferentes facciones –de Chile Vamos a Republicanos, libertarios y socialcristianos, de Matthei a Kaiser-, cada cual más reaccionaria y violenta. Pero ojo, es característico de su naturaleza hacerlo, como parte de la inercia propia del sistema que consiste en desatar fuerzas cada vez más destructivas como condición de su regeneración permanente. Destrucción de fuerzas productivas y riquezas acumuladas para crear otras nuevas sin importar su costo social expresado en desempleo, aumento de la pobreza, obsolescencia prematura de adelantos tecnológicos que producen basura y aumento de la contaminación, entre otros.

Esa tendencia inherente del sistema, se manifiesta en la irrupción de la ultraderecha y un fascismo remasterizado, que empuja cada vez más a la derecha tradicional a posiciones morales fundamentalistas y clasistas que incluyen su desprecio por el trabajo y los trabajadores; su rechazo por el pueblo mapuche; codicia y avaricia presentadas en un envoltorio pseudocientífico que pretende legitimar como motivaciones del desarrollo económico. Ello, sin embargo, no sin resistencias, debates y contradicciones que la desorganizan y la hacen presentar ese aspecto zigzagueante, oportunista y tan débil que lo más probable es que finalmente sucumba ante ella.

La suerte no está echada ni mucho menos. Ni siquiera un triunfo electoral de las fuerzas progresistas en noviembre va a detenerla sino sólo si dicho triunfo significa una transformación de las mismas condiciones que han hecho posible su normalización. Es la construcción de una nueva sociedad; de unas relaciones de los seres humanos entre sí y de estos con la naturaleza lo único que podría evitarlo. Relaciones basadas en el reconocimiento del trabajo como fuente de riqueza, bienestar y realización; de la diferencia como fundamento de la identidad de nuestras sociedades; de la democracia y la participación como la forma legítima de resolver las diferencias y de tomar las decisiones que a todos y todas nos afectan.

En pocas palabras, del cambio social. Este debiera expresarse en una representación que diera cuenta de los sectores sociales interesados en dicho cambio  pues su posición subordinada en las relaciones entre las clases, movimientos sociales y de estos con el Estado, los coloca en una situación de vulnerabilidad y exclusión que no es circunstancial sino esencial al neoliberalismo. Asimismo en la unidad de los partidos y movimientos de izquierda comprometidos con impulsarlo.  Movimientos sociales y de masas y no números ordenados y presentados en encuestas para la ocasión sino sujetos sociales y políticos.

No es momento de sacar cuentas alegres sino de prepararse para una larga y dura batalla que va a requerir movilización de masas, unidad de la izquierda y mantener en alto la crítica frente a la autocomplacencia y el falso optimismo que sólo oculta una conformidad conservadora con el mediocre orden de cosas actual.

 


viernes, 2 de mayo de 2025

Socialismo o barbarie

Georg Baselitz. Das letzte Selbsbildnis I. 1982


Todo lo que chilenos y chilenas conocían o a lo que estaban acostumbrados, se deshace ante sus ojos en medio de un ambiente de indiferencia o tedio que oculta una desesperanza en apariencia definitiva; una conformidad más o menos conservadora, más o menos rebelde a veces. 

Predomina una atmósfera cultural de incertidumbre extendida que ni siquiera inspira proyectos de cambio, movimientos de masas, literatura o pensamiento progresistas y que, en cambio, es colmada por los medios de información y las redes sociales dominadas por noticias falsas, difamaciones, un mar de opiniones políticas difícil, si no imposibles, de conocer y ponderar y un hedonismo chabacano y superficial. 

Semejante estado de ánimo fue el caldo de cultivo apropiado para el surgimiento del fascismo a mediados del siglo XX. Lo contrario de la idea progresista que inspiró nobles anhelos de igualdad, libertad, democracia y respeto por los Derechos Humanos y a los movimientos políticos que los han encarnado, tanto en sus versiones clasistas como socialcristianas y socialdemócratas. 

Esto es lo que define culturalmente a la sociedad actual. No es el resultado del ataque de fuerzas malvadas que provienen desde su exterior, o el producto de los delirios de fanáticos, reaccionarios extravagantes, ultraconservadores nostálgicos de valores y formas de vida premodernas ni de teorías conspiranoides. 

Estos surgen de las mismas entrañas de la sociedad neoliberal que vive de un individualismo desenfrenado que incluye una tolerancia más o menos cómplice con la desigualdad, la exclusión, el abuso -con el ser humano y con la naturaleza- y la prepotencia que de naturalizadas que están, se transformaron en sentido común explotado, luego, por demagogos utraderechistas, la industria de la entreteción masiva y sectores que promueven una agenda moral fundamentalista que son sus aliados inseparables. Lo mismo que negociantes del escapismo enajenado de filosofías new age que nada aportan en su comprensión ni en su superación. 

Así surgen personajes tan bizarros como Trump, Bolsonaro, Kaiser o Milei; o nostálgicos del franquismo o de Mussolini en Europa. Estos no representan una anomalía de las sociedades neoliberales sino el producto final de su destilación. 

Es lo que pone a nuestras sociedades justo en el límite respecto del cual no le queda más que retroceder o transformarse en su opuesto, esto es, la recuperación de aquellos valores que las podrían salvar de los desastrosos efectos que ha producido, como la contaminación ambiental; la guerra; el desplazamiento de millones de seres humanos; limpiezas étnicas; aumento de la pobreza; pérdida de libertad y autonomía social e individual. 

El vaciamiento de aquellos valores de la experiencia concreta de los seres humanos en sus trabajos, en sus barrios, en su relación con la naturaleza, reemplazada por un vago ethos que los espiritualizó hasta hacerlos no tener nada que ver con sus vidas, terminó empobreciéndola hasta hacer de ella el repositorio de chartalanería, escapismo enajenado, esoterismo, consumo desenfrenado y violencia, tanto la delictual y mafiosa como la institucional. 

Es por lo tanto el momento en que enfrentar al fascismo y detenerlo, pasa por llenarla de contenido histórico concreto, no puras consignas y buenos deseos. Hacer de lo público no el rincón de los excluidos que no pueden desarrollar sus proyectos de vida libremente por supuestas desventajas materiales o culturales, sino el de libertad social que un republicanismo formal omite en beneficio de unos derechos políticos y civiles que no alcanzan a dar cuenta de ellos. Del trabajo, una garantía de libertad y posibilidad de desarrollarlos, lo que pasa por devolver poder de negociación a los sindicatos y mejorar los salarios, que es la manera más apropiada para redistribuir la riqueza. 

No son meras reivindiaciones. De hecho, convertirlas en eso es la manera más eficiente de hacerlas inocuas. Son la materialización concreta de la nueva sociedad  a la que el progresismo históricamente ha aspirado y la forma más efectiva de detener al fascismo para empezar a construirla. 

martes, 22 de abril de 2025

La primaria que no fue, prefacio del fascismo



Juan Dávila. El café Haití. 1997


La caída de la primaria con la que la derecha tradicional pretendía rodear de un aura de legitimidad y representatividad a su eterna promesa, Evelyn Matthei, terminó como era previsible en el más bochornoso de los fracasos. La confirmación de algo que hace meses se veía venir, el desfondamiento de su candidatura y la intrascendencia política en que su sector ha caído. 

Sus erráticas declaraciones y actuaciones políticas -inconscientes lapsus pinochetistas y fascistoides que dejaban en evidencia su auténtica naturaleza política y de clase reprimida por su sentido de la realidad y su funcional acuerdo con el centro político durante las últimas décadas- han terminado por abrirle las puertas de par en par al fascismo declarado de los grupúsculos ultras que se han desprendido de sus filas y que se preparan para reeemplazarla en la representación del gran capital financiero, la reacción internacional y el consevardurismo religioso, moral y cultural. 

Este relevo no será -no lo ha sido- tranquilo y sin sangre. Ya el mismo día Matthei las emprendió contra Kast, Kaiser y el resto de la SS criolla para culparla de su previsible incapacidad de triunfar en las próximas elecciones presidenciales, al menos en primera vuelta. El ruidoso fracaso de Chile Vamos,  confirma una de las características que hace meses define la situación política, que es la dispersión que reina entre las filas derechistas. Dependiendo de la capacidad de la emergente reacción ultraconservadora, esta situación de dispersión puede proyectarse en el tiempo generando condiciones favorables para las fuerzas democráticas o resolverse a su favor como ocurrió antes en Argentina. 

Dicha capacidad está dada por la fuerza de masas que representa y que silenciosamente se va abriendo paso entre las ruinas de la sociedad civil que han dejado más de cuarenta años de neoliberalismo -más o menos adocenado, más o menos radicalizado-. La fuerza de Kaiser y de Kast, reside precisamente en la destrucción de los vínculos sociales que el individualismo y la competencia desenfrenada ha dejado como resultado. 

También en la transformación cultural que ha hecho de la sociedad una colección de cosas, cosas que se pueden obtener sólo en el mercado; mercancías que son como las cuentas de vidrio de los conquistadores españoles del siglo XVI, fetiches que ocultan relaciones de dominio y subordinación tras la apariencia de su falso brillo. Para el neoliberalismo la sociedad no está conformada por seres humanos concretos que producen herramientas, alimentos, obras de arte, tradiciones, caminos y casas; seres humanos con intereses de clase, cultura, raza, género u orientación sexual diversas, sino consumidores dispuestos a matarse con tal de conseguirlas.  

Es lo que le da la apariencia de representar una energía en movimiento, aun cuando no sea más que la repetición del sentido común; el acatamiento dogmático de las condiciones de la dominación, resumido en frases como "mañana igual tengo que ir a trabajar"; "todos los políticos son iguales"; "la calidad se paga"; "con mi plata no", etcétera.

A ese sentido común autoritario y conservador, no se lo podrá derrotar repitiendo sus mismas frases; sus mismas recetas o tratando de demostrar más afinidad con él, sino desenmascarando su sentido de clase, esto es sus auténticos beneficiarios que son las AFP's, las cadenas del retail, bancos y empresas financieras; conglomerados de la eduación privada e instituciones conservadoras que han hecho de la "colaboración" con el Estado un lucrativo negocio. 

Platearle a la sociedad que las tareas necesarias para superar su frustración frente a los bajos salarios; el alto endeudamiento; el encarecimiento del costo de la vida apenas compensado por políticas focalizadas aun cuando el margen  de sus beneficiarios se amplie, pasa por la recuperación del poder de negociación de los sindicatos y la capacidad del Estado para regular el mercado y ser garante de los derechos económicos, sociales y culturales del pueblo. Especialmente en lo que respecta al acceso a la vivienda. 

La reacción no tiene complejos para utilizar dicha frustración demagógicamente para volverla contra los mismos sindicatos que hace rato debieran ser la vanguardia de la lucha contra el fascismo; contra el inmigrante; el mapuche; la mujer y las divergencias sexogenéricas con tal de lograr una sociedad más homogénea, más dócil y fácil de domesticar. La izquierda y el auténtico progresismo no puede tenerlos para desenmascararlo, combatirlo y derrotarlo. 





 

martes, 15 de abril de 2025

Caen las caretas


Hannah Höch. Kaiser Guillermo II. 1919-1920


Uno de los efectos de la crisis de la globalización neoliberal ha tenido, es dejar en evidencia el carácter ideológico de la teoría y discurso sobre el que se sostiene y sus falsas pretensiones de infalibilidad científica. A sus nefastos resultados (deterioro del medioambiente; aumento de la desigualdad a niveles intolerables; desarrollo autónomo de la tecnología al punto que ha puesto en cuestión la libertad del ser humano), ya ni siquiera pueden oponer las cifras de crecimiento económico que ostentó en los noventa del siglo pasado, obtenidos precisamente gracias a todas las anteriores. 

En efecto, el peligro de la recesión  vuelve a asolar a la economía mundial y la única respuesta de las derechas y los liberales para enfrentarla, es aplicar las mismas recetas que han dado origen a todas estas características de las sociedades neoliberales y que la han provocado. 

Queda en evidencia, pues, que su pretendida objetividad no es más que un velo que encubre las obscenas ganancias de transnacionales que crecen en relación inversamente proporcional con la libertad y realización del ser humano y los derechos de la naturaleza. Su única manera de sustentarlas es la transformación del Estado en un aparato que no representa la realización de una comunidad racional sino un mecanismo de control, de medición, administración y gestión de dichas cifras que en el fondo no son otra cosa que la expresión de sus ganancias.

Su esfuerzo consiste en hacer coincidir la realidad con sus teorías lo que no es posible sino sobre la base de aplicarle una violencia proporcionalmente equivalente. Es lo que representan los brutales planes de ajuste que ha impuesto Milei en Argentina; la distopia salvadoreña de Bukele; el genocidio de Gaza; la carrera armamentista destada por la UE en medio de su bancarrota moral y política; el reciente fraude de Ecuador o la crisis permanente en la que vive la República del Perú, a lo menos desde la caída de Kuszinski. 

El guaripola internacional de la reacción, sin duda, es el Presidente de los Estados Unidos, a cargo de su propia republica bananera, con planes de ajuste a cargo de un billonario sudafricano, deportaciones ilegales, campos de concentración en Guantánamo y El Salvador, una crisis constitucional en curso que ha puesto en vilo el histórico consenso de republicanos y demócratas sin que ninguno acierte hasta ahora a oponer una resistencia efectiva. Ello tal vez porque es una especie de bonapartismo que tiene como propósito recuperar la posición hegemónica del imperialismo norteamericano en medio de este nuevo contexto, propósito compartido por ambos.

La "crítica" no consiste en elaborar novedosas teorías que expliquen los cambios operados en los últimos treinta o cuarenta años por el capitalismo o en realizar una "renovación", sino descubrir las paradojas propias de su desarrollo y su carácter interiormente incoherente. Al no poder encontrarles solución sin negarse a sí mismo, su única alternativa es inisistir en ellas. En eso consiste el fascismo. No es extraño, en este sentido, que dos de las más importantes renovaciones del marxismo occidental del siglo XX, como son el pensamiento de Gramsci y la teoría crítica, hayan surgido como una respuesta a su surgimiento. 

Este, además, pretende hacer retoceder a nuestras sociedades en relación a derechos conquistados, precisamente a partir de la pretensión de desconocer dichas transformaciones, que son el resultado de su propio desarrollo. A una creciente consciencia del daño que ha provocado al medioambiente que lo hace insostenible o al reconocimiento de las diversidades sexogenéricas; la igualdad de género, la creciente visibilidad que ganan los derechos de las personas mayores o de quienes realizan labores de cuidado, el fascismo les pone la etiqueta de "woke" sin comprender aparentemente que los pueblos del mundo no lo van a tolerar porque desconoce la sociedad real. De hecho, le aplica ya -por lo demás- medidas que implican desconocer sus derechos en Argentina y los Estados Unidos por ejemplo. 

Una mención especial merece el retroceso que propugna en materia de derechos de trabajadores y trabajadoras a sindicalización, huelga, negociación colectiva, seguridad social, educación y salud públicas que sólo brillan por su ausencia en sus documentos, congresos, las propuestas y el discurso de sus representantes. Son simplemente ignorados por el fascismo porque es la misma negación de su necesidad y de su legitimidad moral y cultural, lo que trae aparejada la violencia extrema con la que en el futuro se puede prever que tratará al movimiento sindical y de trabajadores y como de hecho el neoliberalismo ya lo hace aunque con una pátina de consenso y tolerancia. 

El tiempo se le agota. No puede seguir disimulando pretensiones de objetividad ni de racionalidad científica. Se le cae la careta y en la misma medida crece su intolerancia y su violencia. Señal inequívoca de su debilidad y de la posibilidad de derrotarlo. Pero eso depende en todo caso de la voluntad de quienes creen en la democracia, los derechos humanos y la paz. 

 

jueves, 10 de abril de 2025

Los besaculos

Hans Holbein. Retrato de Enrique VIII. 1540
                                            

Haciendo gala del estilo impertinente y soez que lo caracteriza, el Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, declaró que todos los gobiernos que tras su anuncio unilateral y matonesco de subirle los aranceles solicitaron volver a negociar, ahora se disponen a besarle el culo. Justamente, la receta que propone la derecha para enfrentar el nuevo escenario que, a su pesar y en sus propias palabras, cambia por completo el que había predominado en los últimos treinta años. 

Las diferencias que se pueden apreciar entre sus filas, no van más allá de un matiz sentimental que va de una pantomima de indignación (Matthei) a una abierta satisfacción (Kast), pasando por los llamados a la cautela y la expectativa ante las posibilidades de desarrollo de la nueva situación que motiva su estupefacción (Kaiser). En el colmo de la  abyección a la que la ha arrastrado su defensa de los ricos y los poderosos, todos los candidatos de la derecha coinciden en comportarse como las mascotas que son y hacer lo que su patrón sugiere: besarle el culo y ofrecer al gobierno, incluso, a sus equipos de economistas "expertos" para hacerlo. Se escandaliza porque el presidente Boric, dijo en India que Trump se comporta como un emperador y lo peor, se aterra ante la posibilidad de que se moleste por ello. 

Su falta de dignidad no puede ser más grotesca. Y más grotescos aún, sus arrebatos de molestia con el Presidente, mientras Trump los basurea a ellos y a todos los seguidores de la letanía neoliberal del libre comercio que siempre favoreció a los poderosos, cuestión que ellos, súbitamente, descubren recién cuando empieza a afectar a sus patrones. Esa indignación, en todo caso, no pasa de ser puro sentimentalismo en la medida que su compromiso ideológico y de clase con el imperialismo, les impide ver sus fundamentos materiales y proponer otras soluciones que no sean "besarle el culo". 

Estas obviamente, si es que realmente se propusieran ir más allá de la mera sensiblería, debieran proponerse la recuperación de nuestra soberanía y limitar nuestra dependencia de los vaivenes del mercado internacional. Este, según sus propias declaraciones, comienza a fragmentarse y partiendo por los Estados Unidos, cada país, a cerrar sus fronteras, al menos hasta que los sollozos de las viudas de la globalización comuevan a Trump y su séquito para  volver a abrirlas o en caso contrario, buscar nuevos socios, en caso de que quede alguno disponible en este nuevo escenario. 

Esta transformación que demuele en un abrir y cerrar de ojos las bases materiales de sus convicciones doctrinarias e ideológicas y que deja al desnudo los fundamentos morales, culturales y de clase de su posición política, debe ser una oportunidad para desplegar un proyecto de cambios profundos de la sociedad basados en la recuperación de nuestra soberanía económica; disminuir nuestra dependencia de las materias primas y utilizarlas como fuente de creación y fortalecimiento de la industria nacional y el empleo. Asimismo, la recuperación de los salarios y que sean éstos, y no el endeudamiento -origen de burbujas y fraudes que se urden a costa de los consumidores-, la fuente de donde provenga la dinamización del consumo y el mercado interno. 

En este nuevo contexto en que el imperalismo se saca la careta y la prédica, casi misionera, acerca de las bondades del libre comercio dejan su lugar a la reivindicación de su vocación hegemonista y expoliadora, la integración de los países latinoamericanos se hace más urgente que nunca y por consiguiente, también el combate en contra del neofascismo criollo que insiste en hacerle genuflexiones y dar muestras de su buena conducta servil. Cuando la derecha lo único que ofrece es profundizar las bases excluyentes, inequitativas, y rastreras de su política, lo más patriótico y progresista es la superación definitiva del neoliberalismo político, económico y cultural, sin medias tintas.