La importância de las Artes en la Educación formal,
El Estudio del pintor. Gustav Courbet |
Casi todo el
mundo admite que el arte es una forma peculiar de conocer. Se dice por esta
razón que aun cuando el arte “no evoluciona” -en el sentido de que no se podría
decir que es un proceso ascendente de perfección de la forma; de reconocimiento
de la esencia de las cosas o de valores trascendentes de los que
progresivamente se va haciendo consciente el género humano a través del arte-, de
todas maneras sí evoluciona en tanto “va ampliando su horizonte estético”, su
manera de ver el mundo y los límites del mundo conocido o por conocer. Tanto
que incluso se ha llegado a plantear que a su procesamiento a través de
conceptos, le anteceden intuiciones sensibles o “imágenes”.
Las obras de
arte, en este sentido, serían un equivalente “poético” de los objetos, los que
tienen o podrían tener otras maneras de expresarse o de representarse. No
solamente “objetos” materiales. También psíquicos y anímicos, sociales, históricos
o políticos.
En principio,
modos más objetivos, más “precisos”; aunque no por ello más exactos ni más
ricos en contenido.
En segundo
término, es también un juicio relativamente aceptado el que el arte implica una
ética, una actitud frente al mundo. La obra de arte, en general, siempre ha
cumplido una función de conformador de un sentido de lo socialmente admitido
como “bueno” o “bello” o “justo” o lo ha cuestionado y ha colaborado en la
conformación de nuevos consensos en torno a lo que las sociedades admiten como
tal.
Todo esto es
cierto y desde ese punto de vista, no se podría negar la importancia de la
enseñanza de las artes en el sistema educacional, escolar y universitario. La
investigación, la experimentación y la creación en el terreno artístico, visto
desde esta perspectiva, son o debieran ser algunas de las funciones principales
de un sistema educacional.
Ninguna de ellas
se realiza, pese a la creencia popular y a una extendida fábula sobre los
procesos de producir obras de arte, en el vacío o en la soledad -del taller,
por ejemplo o frente a la máquina de escribir-. Y no podría ser de esa manera,
justamente, porque el conocer, el valorar, el recrear o reinterpretar, son
actividades de construcción de sentidos de lo admitido por un grupo humano como
bello o bueno y que se realizan, por tanto, en compañía de otros y en
intercambio con otros.
Entonces, los
procesos de producción artística también son formas de vida social. Es algo
relativamente evidente en el caso del arte institucionalizado, que requiere de
circuitos de distribución como museos y galerías, festivales, bienales, concursos,
publicaciones y revistas especializadas. También de un discurso que lo valide
socialmente y que cumple un papel muy importante en los procesos de discusión y
legitimación social del arte: la crítica especializada; las escuelas de arte,
de filosofía y estética. Y por último escuelas profesionales o para formar
“profesionales” del arte, entendido esto en un sentido muy acotado del término,
así como de profesores de arte para
escuelas, liceos y universidades e institutos.
En buenas
cuentas, el arte y toda la actividad que se realiza a su alrededor es el
resultado de complicados procesos de intercambio interpersonal, que incluso
involucran a miles y millones de personas. Por ello no es la expresión de un
enciclopedismo pedante ni de una cultura elitista el que se haya enseñado arte
en nuestras escuelas, desde el siglo XIX incluso.
No se trata
solamente de que el arte pueda ser una poderosa herramienta de la pedagogía
para hacer más comprensible algún sector del conocimiento; puede y debe, entre
otras cosas, aportar a una mejor comprensión de las matemáticas, la física, la
historia o los procesos de comunicación. Pero eso es reducir su lugar,
convertirlo en un mero auxiliar y colocarlo en un rol secundario o posterior en
los procesos de construcción de conocimiento.
El arte, por
el contrario, incluso antecede a formas de conocimiento lógico e incluso, las
legitima. Y en tanto los procesos de creación artística son procesos sociales o
interpersonales, el arte además cumple una función comunitaria y de
socialización que involucra no solamente la faceta sensorial y corporal de
hombres, mujeres, jóvenes y niños. Además, supone la realización de juicios éticos
y estéticos; intercambio verbal, actitudes de compromiso, hábitos y usos
sociales, etc.
Es cosa de ver
una clase de artes plásticas o música en cualquier escuela o liceo. O el
trabajo que realizan estudiantes universitarios en un taller o el ensayo de una
orquesta en el que se pueden apreciar la misma clase de problemas: diferentes
apreciaciones acerca de lo bello o lo bueno que se explican en diversas
experiencias, biografía, origen social, étnico o cultural. Procesos de
discusión y crítica sobre procedimientos y resultados, aprendizaje entre pares,
contradicción entre lo que la institución educacional espera de los
estudiantes, y sus valores y concepciones de mundo, la de sus familias o
comunidades.
Nuestro país,
en los últimos veinte años, ha retrocedido en forma alarmante en esta materia.
Investigación, experimentación y creación artística son actividades cada vez
más marginales en nuestro sistema educacional.
Eso es de una
enorme gravedad no solamente porque poda el curriculum educacional negando
posibilidades de enriquecimiento cultural a niños y jóvenes; o porque empobrece
la experiencia escolar y universitaria reduciéndola a la mera adquisición e
intercambio de informaciones; o incluso, porque reduce las perspectivas del
conocimiento al estrechar los límites del mundo posible de ser investigado y
experimentado, a lo ya conocido.
Pese a que
todo eso es así, es extremadamente grave también, y sobre todo, porque reduce
las posibilidades de socialización y la experiencia en la vida universitaria y
escolar. La restitución del arte y de la actividad artística en nuestro sistema
educacional, por consiguiente, es una tarea de primera prioridad en lo que con
tanta imprecisión ha dado en llamarse “calidad de la educación” o “educación de
calidad”. Resulta llamativo, sin embargo, que a los promotores y usuarios de
este oscuro concepto no se les escuche decir una palabra acerca del asunto.
Estamos
hablando de un programa de reforma cultural. Ese es el problema y por eso lo
evitan. Enfrentarlo como sociedad es hacerse cargo de la calidad de la educación.
Por tanto no habrá una educación de calidad mientras no se la enfrente como una
tarea de política cultural, esto es, como una cuestión de construcción de
sociedad, de conocimiento, de valores éticos y estéticos, socialización e
intercambio que cuestiona las lógicas individualistas imperantes y que son
finalmente el principal obstáculo que debe sortear la comunidad educativa para
realizarla.
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