martes, 8 de abril de 2014

Enseñanza del arte



La importância de las Artes en la Educación formal,

El Estudio del pintor. Gustav Courbet

Casi todo el mundo admite que el arte es una forma peculiar de conocer. Se dice por esta razón que aun cuando el arte “no evoluciona” -en el sentido de que no se podría decir que es un proceso ascendente de perfección de la forma; de reconocimiento de la esencia de las cosas o de valores trascendentes de los que progresivamente se va haciendo consciente el género humano a través del arte-, de todas maneras sí evoluciona en tanto “va ampliando su horizonte estético”, su manera de ver el mundo y los límites del mundo conocido o por conocer. Tanto que incluso se ha llegado a plantear que a su procesamiento a través de conceptos, le anteceden intuiciones sensibles o “imágenes”.
Las obras de arte, en este sentido, serían un equivalente “poético” de los objetos, los que tienen o podrían tener otras maneras de expresarse o de representarse. No solamente “objetos” materiales. También psíquicos y anímicos, sociales, históricos o políticos.
En principio, modos más objetivos, más “precisos”; aunque no por ello más exactos ni más ricos en contenido.
En segundo término, es también un juicio relativamente aceptado el que el arte implica una ética, una actitud frente al mundo. La obra de arte, en general, siempre ha cumplido una función de conformador de un sentido de lo socialmente admitido como “bueno” o “bello” o “justo” o lo ha cuestionado y ha colaborado en la conformación de nuevos consensos en torno a lo que las sociedades admiten como tal.
Todo esto es cierto y desde ese punto de vista, no se podría negar la importancia de la enseñanza de las artes en el sistema educacional, escolar y universitario. La investigación, la experimentación y la creación en el terreno artístico, visto desde esta perspectiva, son o debieran ser algunas de las funciones principales de un sistema educacional.
Ninguna de ellas se realiza, pese a la creencia popular y a una extendida fábula sobre los procesos de producir obras de arte, en el vacío o en la soledad -del taller, por ejemplo o frente a la máquina de escribir-. Y no podría ser de esa manera, justamente, porque el conocer, el valorar, el recrear o reinterpretar, son actividades de construcción de sentidos de lo admitido por un grupo humano como bello o bueno y que se realizan, por tanto, en compañía de otros y en intercambio con otros.
Entonces, los procesos de producción artística también son formas de vida social. Es algo relativamente evidente en el caso del arte institucionalizado, que requiere de circuitos de distribución como museos y galerías, festivales, bienales, concursos, publicaciones y revistas especializadas. También de un discurso que lo valide socialmente y que cumple un papel muy importante en los procesos de discusión y legitimación social del arte: la crítica especializada; las escuelas de arte, de filosofía y estética. Y por último escuelas profesionales o para formar “profesionales” del arte, entendido esto en un sentido muy acotado del término, así como de profesores de arte  para escuelas, liceos y universidades e institutos.
En buenas cuentas, el arte y toda la actividad que se realiza a su alrededor es el resultado de complicados procesos de intercambio interpersonal, que incluso involucran a miles y millones de personas. Por ello no es la expresión de un enciclopedismo pedante ni de una cultura elitista el que se haya enseñado arte en nuestras escuelas, desde el siglo XIX incluso.
No se trata solamente de que el arte pueda ser una poderosa herramienta de la pedagogía para hacer más comprensible algún sector del conocimiento; puede y debe, entre otras cosas, aportar a una mejor comprensión de las matemáticas, la física, la historia o los procesos de comunicación. Pero eso es reducir su lugar, convertirlo en un mero auxiliar y colocarlo en un rol secundario o posterior en los procesos de construcción de conocimiento.
El arte, por el contrario, incluso antecede a formas de conocimiento lógico e incluso, las legitima. Y en tanto los procesos de creación artística son procesos sociales o interpersonales, el arte además cumple una función comunitaria y de socialización que involucra no solamente la faceta sensorial y corporal de hombres, mujeres, jóvenes y niños. Además, supone la realización de juicios éticos y estéticos; intercambio verbal, actitudes de compromiso, hábitos y usos sociales, etc.
Es cosa de ver una clase de artes plásticas o música en cualquier escuela o liceo. O el trabajo que realizan estudiantes universitarios en un taller o el ensayo de una orquesta en el que se pueden apreciar la misma clase de problemas: diferentes apreciaciones acerca de lo bello o lo bueno que se explican en diversas experiencias, biografía, origen social, étnico o cultural. Procesos de discusión y crítica sobre procedimientos y resultados, aprendizaje entre pares, contradicción entre lo que la institución educacional espera de los estudiantes, y sus valores y concepciones de mundo, la de sus familias o comunidades.
Nuestro país, en los últimos veinte años, ha retrocedido en forma alarmante en esta materia. Investigación, experimentación y creación artística son actividades cada vez más marginales en nuestro sistema educacional.
Eso es de una enorme gravedad no solamente porque poda el curriculum educacional negando posibilidades de enriquecimiento cultural a niños y jóvenes; o porque empobrece la experiencia escolar y universitaria reduciéndola a la mera adquisición e intercambio de informaciones; o incluso, porque reduce las perspectivas del conocimiento al estrechar los límites del mundo posible de ser investigado y experimentado, a lo ya conocido.
Pese a que todo eso es así, es extremadamente grave también, y sobre todo, porque reduce las posibilidades de socialización y la experiencia en la vida universitaria y escolar. La restitución del arte y de la actividad artística en nuestro sistema educacional, por consiguiente, es una tarea de primera prioridad en lo que con tanta imprecisión ha dado en llamarse “calidad de la educación” o “educación de calidad”. Resulta llamativo, sin embargo, que a los promotores y usuarios de este oscuro concepto no se les escuche decir una palabra acerca del asunto.
Estamos hablando de un programa de reforma cultural. Ese es el problema y por eso lo evitan. Enfrentarlo como sociedad es hacerse cargo de la calidad de la educación. Por tanto no habrá una educación de calidad mientras no se la enfrente como una tarea de política cultural, esto es, como una cuestión de construcción de sociedad, de conocimiento, de valores éticos y estéticos, socialización e intercambio que cuestiona las lógicas individualistas imperantes y que son finalmente el principal obstáculo que debe sortear la comunidad educativa para realizarla.

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