martes, 27 de mayo de 2014

Libertad y mercado en el nuevo ciclo



Cultura y libertad en el nuevo ciclo

Lata de sopa Campbell's. Andy Warhol




Una característica fundamental del modelo neoliberal es la desaparición de los sujetos en el mercado. 

Ello, pues el neoliberalismo concibe la libertad como la posibilidad de elegir entre las diversas opciones que, en principio, se ofrecen entre sí. La libertad ya no es concebida como autonomía del Sujeto para crear sino como la posibilidad de escoger. 

Los individuos y su libertad están determinados, entonces, por los límites de lo posible, como en el cuadro de la Sopa Campbell's de Andy Warhol.

Las AFP´s se asemejan bastante a este modelo. En el caso chileno, de hecho,  ni siquiera son los individuos los que escogen sino las empresas las que determinan a quienes merecen ser sus clientes: un caso ejemplar es el de las ISAPRES, las que además tienen a casi un cincuenta por ciento de sus usuarios cautivos, imposibilitados de cambiarse a otras prestadoras privadas, incluso.

Eso sin considerar otros servicios privatizados en los últimos veinte o treinta años, como la electricidad o el agua potable. 

Lo único que subsiste es el mercado. Los individuos no existen sino solamente en la medida en que califican como clientes y es ese su único atributo: DICOM en este sentido, ha jugado un papel fundamental en la cultura dominante de los últimos veinte años de euforia liberal. 

Resulta de ello, pues, que la actividad humana se debe adaptar a este modelo, a esta concepción de la libertad intrínseca al mercado o de lo contrario, perecer. 

Es el caso de las escuelas públicas, administradas por los municipios, o de las universidades estatales, especialmente las regionales. Sus principios de organización, sus normas de funcionamiento, son incompatibles con las reglas del mercado pero, así y todo, deben competir con universidades privadas o colegios particulares, subvencionados por el Estado, en iguales condiciones.

El resultado es su desaparición paulatina pero sostenida desde 1990 y el crecimiento, inversamente proporcional, de los segundos. 

El debate que se ha dado en torno a la “libertad de enseñanza”, a propósito de las reformas al sistema escolar que impulsa el gobierno, en este sentido, se desarrolla por medio de argumentos profundamente ideologizados y hasta por tergiversaciones groseras, pues es un debate en el que se enfrentan concepciones de clase acerca de la sociedad y del hombre. Al menos así lo han entendido los empresarios de la educación y la UDI.

Más que por el fin del financiamiento compartido o la prohibición de lucrar con la USE, es por el fin de la selección o el congelamiento de la apertura de nuevos colegios particulares subvencionados, a menos que se acredite una necesidad de matrícula en la comuna o el barrio–como es por ejemplo en Holanda, caso citado por los privatizadores en todos los foros-. 

Pues el que los empresarios en el ámbito de los “servicios educativos”, dejen de escoger a sus clientes, por ejemplo, debilita la posición de dominio cultural que ejercen los sostenedores de escuelas particulares subvencionadas sobre las comunidades escolares de sus establecimientos. 

Además, porque limitando la acción del mercado, abre insospechadas posibilidades a los individuos de ejercer su libertad en un sentido amplio, incluyendo hasta la libertad de elección –por ejemplo entre una escuela pública y una privada. 

Pero por otra parte, además, porque termina también con la lógica de que lo privado y lo público son lo mismo para el mercado y por tanto, que deben competir en igualdad de condiciones. Así, las escuelas municipales han visto florecer el negocio de la educación particular subvencionada, a costa de su propia matrícula y sin ninguna racionalidad pedagógica o demográfica, especialmente en comunas populosas de las grandes ciudades de nuestro país. 

La batalla por las comunicaciones

En los inicios de lo que se denominó a fines del siglo XX “transición a la democracia”, un conocido sociólogo y consultor en materia de marketing empresarial, planteó que la mejor política de comunicaciones que podían tener los gobiernos democráticos era “no tenerla”. 

Entonces, la política del Estado en esta materia consistió en dejar que el mercado, como ocurrió también en el ámbito educacional, la regulara. De esa manera, excepto medios ligados a los grupos económicos y empresariales, muchos desaparecieron por su incapacidad de sobrevivir en éste, pese al aporte que hacían al medio editorial en términos de pluralismo informativo y al rol que jugaron en la recuperación de la democracia (análisis, apsi, cauce, Fortín Mapocho; más tarde La época, Rocinante,  etc.). 

Medios como El Siglo o Punto Final han sobrevivido, con no poca dificultad, gracias a la pura venta y por una cuestión de convicciones y voluntad política de sus editores y sus lectores. Pero son un caso particular.

En los años noventa del siglo pasado, además, floreció el negocio de la televisión privada mientras los canales universitarios, que cumplían una importante función en lo que dice relación con la cobertura de una programación educativa y cultural, fueron enajenados por las propias universidades en procesos sumamente complejos y tensos.

Las radios universitarias han sobrevivido también en medio de estas tensiones y la amenaza permanente  de su enajenación.

Esta expansión de las lógicas de mercado en el ámbito de los medios de comunicación de masas –medios escritos, televisivos y radiales-, sin embargo, no ha resultado en un mayor pluralismo ni en informaciones y contenidos de mejor calidad. Todo lo contrario. El mercado, en lugar de favorecerlos, redundó en una cada vez mayor concentración de los medios; su postración ante los poderes económicos aliados del conservadurismo moral. En la televisión chatarra que explota el sensacionalismo y el fisgoneo.

Las tensiones latentes del nuevo ciclo

Lo único que sobrevive a este proceso de privatización de la cultura es, entonces,  el mercado. Es éste el que modela pautas de comportamiento moral, social y cultural. Es uno de los resultados del capitalismo y la globalización criticados por Marx hace más de ciento cincuenta años en el Manifiesto del Partido Comunista.

La única posibilidad que tienen los sujetos, en este modelo cultural, es la de las encuestas de opinión. Toda su participación se limita a contestar preguntas del tipo “esto o aquello”, “sí o no”. 

Sin embargo, en lo que se ha llamado “el nuevo ciclo histórico y político” es necesario el despliegue más amplio de la participación y la creatividad de hombres y mujeres, estudiantes, trabajadores, dueñas de casa, pueblos originarios, jóvenes y hasta de los niños. 

Y obviamente, esta concepción de la libertad, propia de la mentalidad liberal de fines del siglo XX, es demasiado limitada para ello. Se deben favorecer por lo tanto todas las condiciones para sacar del claustro en que el mercado encerró nuestra cultura y posibilitar el estímulo y despliegue de la libertad y los derechos ciudadanos de chilenos y chilenas en el nuevo ciclo.

En primer lugar, las universidades públicas; considerando, especialmente, un fortalecimiento de las áreas de extensión e investigación en el ámbito de la pedagogía, la que fue convertida en los años noventa del siglo pasado en un lucrativo negocio de los empresarios de la educación superior privada.

También, fomentar la creación artística con todo lo que ella implica –investigación, experimentación y contacto con el medio- como una política de Estado que descanse en las universidades públicas, estatales, privadas tradicionales y aquellas que suscriban el compromiso que las haga acreedoras de tal condición. 

También dentro de la política educacional, relevar el lugar de las artes en el Servicio Nacional de Educación. Por ejemplo, creando liceos experimentales artísticos administrados por éste, en todas las regiones del país, en lo posible en cada provincia y comuna. Invirtiendo en infraestructura y profesores con especialidad en áreas como teatro, artes visuales y música para que en todas las escuelas se restituya la actividad artística.

Dicho reposicionamiento debe ser concebido, eso sí, como una política integral de desarrollo curricular y no solamente como la introducción de un plan o programa más de los muchos que apabullan hoy a las escuelas, a sus docentes directivos, profesores y alumnos. 

En este sentido, tampoco se trata sólo de modificaciones a los planes de estudio. Concebirlo como una política integral de desarrollo curricular, significa además articular toda la institucionalidad ligada a la cultura, las comunicaciones y la educación, tras este propósito: el ministerio de educación y su unidad de curriculum; el Servicio Nacional de Educación; las universidades públicas, el Consejo Nacional de la Cultura y los medios de comunicación.

Finalmente, si pensamos en construir otra cultura; si el nuevo ciclo consiste precisamente en hacer un tránsito a la verdadera democracia, una cultura y una moral de la justicia social y la restitución de la ciudadanía, no puede ser obra de comisiones de expertos ni la producción de eventos en los que la sociedad participa como espectador o se movilice sin ningún propósito.

Se debe construir una política cultural dialogando con las organizaciones sociales, con los estudiantes, los profesores, los trabajadores, los artistas, los académicos universitarios, etc.

Además, no se trata de inventar la rueda, pretensión que es precisamente una de las características del liberalismo autosuficiente de los últimos veinte años. No se parte de cero. Se deben considerar los aportes que han hecho diversas organizaciones sociales, tambien proyectos de acuerdo promovidos por diputados en estas materias en los últimos veinte años, la gran mayoría de las veces como una respuesta a los embates del mercado.

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