miércoles, 19 de noviembre de 2014

Actualidad y malentendidos respecto a Walter Benjamin

Paul Gauguin. ¿Quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos?


Walter Benjamin fue un crítico literario, filósofo, escritor, que pensó en las condiciones de surgimiento del fascismo en la Europa del período que va de la Primera a la Segunda Guerra Mundial. Lo hizo a través de las señas que deja la alta cultura y la tradición en la vida cotidiana y la cultura popular -en lo que se podría denominar “expresiones de la cultura dominante”-.

Es probablemente uno de los autores más citados y parafraseados para argumentar toda clase de desvaríos políticos y teóricos en el campo de la izquierda; o en lo que se podría denominar, el área cultural de la izquierda. Abuelo del posmodernismo, teórico revisionista y heterodoxo, antecedente de la renovación, marxista de la derrota, son algunos de los adjetivos que se pueden encontrar al leer notas sobre su pensamiento y escritos.

Pero Benjamin  fue un hombre que pensó en la sociedad y la cultura de su época y aun cuando sus ideas pudieran ayudarnos a entender nuestro mundo actual e incluso trascender esa condición circunstancial, no hay que olvidar que fue un pensador judío de la Alemania de entreguerras  tratando de entender lo que entonces sucedía, que era muy grave.

Es de esa actitud teórica, que es una actitud política, que surge su pensamiento. Un pensamiento radical y comprometido, no la crítica de salón, no el supuesto esteticismo que muchos adoptan cómodamente, como su único legado teórico.

Es a partir de sus circunstancias que se hace más necesario entenderlo en la actualidad. En efecto, leerlo y estudiarlo en su circunstancia no es limitarlo o como podría suponer algún amante de la retórica profunda, convertirlo en un simple cronista de su época ni a su obra en un documento de archivo.

Es precisamente en la operación teórica que consistió en depurar todo lo contingente del pensamiento de Benjamin, en lo que reside su vulgarización. No se trata de que no sea una perspectiva teórica posible. Efectivamente, la obra crítica de Benjamin está llena de reflexiones acerca del lenguaje, la imagen y las formas, que en sí mismas tienen un valor teórico y conceptual que trasciende su época.

Pero hacerlo, sería una manera de adoptar una posición frente a la actualidad como si ésta fuera un tiempo vacío, usando a Benjamin como excusa y como si él mismo hubiese sido un fisgón. En efecto, no es posible entenderlo ni interpretarlo sin acudir necesariamente a su propia concepción de lo histórico como un tiempo pleno en que conviven simultáneamente el pasado y el futuro.

Olvidarlo en su caso, es eso: vulgarizarlo y usarlo como pretexto para sostener posiciones teóricas que son precisamente lo contrario de lo que él mismo hizo como hombre y como pensador.

Semejante depuración es lo que le convierte en un mero exégeta de la cultura, como si ésta fuese para él ya sólo eso; una especie de substancia en que lo histórico, lo político, lo contingente, fueran un mero accidente y el lenguaje una esencia que los trasciende. Ello es lo que hace posible que los estudios culturales y de género, la crítica literaria y la filosofía posmodernista, lo reivindiquen como una suerte de ancestro.

No. Benjamin es hombre de su época y es precisamente por eso que trasciende, pues a partir de esa condición histórica asume la crítica como el ejercicio de señalar los intersticios, las fracturas, las frases incompletas, los actos fallidos de la sociedad y la historia como el lugar en el que asoman la locura política, los sofisticados mecanismos de manipulación cultural y la dominación de clase.

Ello porque no entiende la época, “su época”, como una contingencia casual, un mero accidente, tal como la nuestra tampoco lo es de la pura facticidad.

Por el contrario, su concepción de la cultura es la de una construcción de clase, en la que permanecen como vestigio todos los horrores de la dominación a lo largo de toda la historia  pasada y en la que se proyectan en la actualidad y lo seguirán haciendo eventualmente en el futuro, de no mediar una decidida acción teórica y crítica –que es en última instancia una decisión política, precisamente la que adopta Benjamin frente al fascismo.

Ello pues, en su concepción la vida humana tiene sentido en la medida que asume la experiencia críticamente y no como un mero acontecer. La locura del fascismo consiste precisamente en la negación de la experiencia y su limitación a lo más abstracto o lo que es lo mismo, a su empobrecimiento.

Por ello  Benjamin tampoco es una especie de compañero de camino para quienes creen estar en el plano menos sublime de la política. Su obra no es crítica académica, no es “crítica cultural” como si los estudios culturales, a los que se endosa su paternidad, fueran un disciplina autónoma o un género literario.

En momentos como el actual, en que el modelo neoliberal ha conducido al planeta a su mayor catástrofe ambiental; a la hambruna de millones de seres humanos; las guerras, las pandemias; en que es incapaz incluso de  satisfacer las necesidades de reproducción del capital, asumir la experiencia críticamente; la crítica como actitud política y no como ocupación académica; y la política como crítica cultural es más necesario que nunca.



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