Paul Gauguin. ¿Quiénes somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos? |
Walter Benjamin fue un crítico literario, filósofo, escritor, que pensó en las condiciones de surgimiento del fascismo en la Europa del período que va de la Primera a la Segunda Guerra Mundial. Lo hizo a través de las señas que deja la alta cultura y la tradición en la vida cotidiana y la cultura popular -en lo que se podría denominar “expresiones de la cultura dominante”-.
Es probablemente uno de los autores más
citados y parafraseados para argumentar toda clase de desvaríos políticos y
teóricos en el campo de la izquierda; o en lo que se podría denominar, el área
cultural de la izquierda. Abuelo del posmodernismo, teórico revisionista y
heterodoxo, antecedente de la renovación, marxista de la derrota, son algunos
de los adjetivos que se pueden encontrar al leer notas sobre su pensamiento y
escritos.
Pero Benjamin fue un hombre que pensó en la sociedad y la
cultura de su época y aun cuando sus ideas pudieran ayudarnos a entender
nuestro mundo actual e incluso trascender esa condición circunstancial, no hay
que olvidar que fue un pensador judío de la Alemania de entreguerras tratando de entender lo que entonces sucedía,
que era muy grave.
Es de esa actitud teórica, que es una
actitud política, que surge su pensamiento. Un pensamiento radical y
comprometido, no la crítica de salón, no el supuesto esteticismo que muchos
adoptan cómodamente, como su único legado teórico.
Es a partir de sus
circunstancias que se hace más necesario entenderlo en la actualidad. En
efecto, leerlo y estudiarlo en su circunstancia no es limitarlo o como podría
suponer algún amante de la retórica profunda, convertirlo en un simple cronista
de su época ni a su obra en un documento de archivo.
Es precisamente en la operación teórica
que consistió en depurar todo lo contingente del pensamiento de Benjamin, en lo
que reside su vulgarización. No se trata de que no sea una
perspectiva teórica posible. Efectivamente, la obra crítica de Benjamin está
llena de reflexiones acerca del lenguaje, la imagen y las formas, que en sí
mismas tienen un valor teórico y conceptual que trasciende su época.
Pero hacerlo, sería una manera de
adoptar una posición frente a la actualidad como si ésta fuera un tiempo vacío,
usando a Benjamin como excusa y como si él mismo hubiese sido un fisgón. En
efecto, no es posible entenderlo ni interpretarlo sin acudir necesariamente a
su propia concepción de lo histórico como un tiempo pleno en que conviven
simultáneamente el pasado y el futuro.
Olvidarlo en su caso, es eso: vulgarizarlo
y usarlo como pretexto para sostener posiciones teóricas que son precisamente
lo contrario de lo que él mismo hizo como hombre y como pensador.
Semejante depuración es lo que le
convierte en un mero exégeta de la cultura, como si ésta fuese para él ya sólo
eso; una especie de substancia en que lo histórico, lo político, lo
contingente, fueran un mero accidente y el lenguaje una esencia que los
trasciende. Ello es lo que hace posible que los estudios culturales y de
género, la crítica literaria y la filosofía posmodernista, lo reivindiquen como
una suerte de ancestro.
No. Benjamin es hombre de su época y es
precisamente por eso que trasciende, pues a partir de esa condición histórica
asume la crítica como el ejercicio de señalar los intersticios, las fracturas,
las frases incompletas, los actos fallidos de la sociedad y la historia como el
lugar en el que asoman la locura política, los sofisticados mecanismos de
manipulación cultural y la dominación de clase.
Ello porque no entiende la época, “su
época”, como una contingencia casual, un mero accidente, tal como la nuestra
tampoco lo es de la pura facticidad.
Por el contrario, su concepción de la
cultura es la de una construcción de clase, en la que permanecen como vestigio
todos los horrores de la dominación a lo largo de toda la historia pasada y en la que se proyectan en la
actualidad y lo seguirán haciendo eventualmente en el futuro, de no mediar una
decidida acción teórica y crítica –que es en última instancia una decisión
política, precisamente la que adopta Benjamin frente al fascismo.
Ello pues, en su concepción la vida
humana tiene sentido en la medida que asume la experiencia críticamente y no
como un mero acontecer. La locura del fascismo consiste precisamente en la
negación de la experiencia y su limitación a lo más abstracto o lo que es lo
mismo, a su empobrecimiento.
Por ello Benjamin tampoco es una especie de compañero
de camino para quienes creen estar en el plano menos sublime de la política. Su
obra no es crítica académica, no es “crítica cultural” como si los estudios
culturales, a los que se endosa su paternidad, fueran un disciplina autónoma o
un género literario.
En momentos como el actual, en que el
modelo neoliberal ha conducido al planeta a su mayor catástrofe ambiental; a la
hambruna de millones de seres humanos; las guerras, las pandemias; en que es
incapaz incluso de satisfacer las
necesidades de reproducción del capital, asumir la experiencia críticamente; la
crítica como actitud política y no como ocupación académica; y la política como
crítica cultural es más necesario que nunca.
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